Tristán está triste. ¿Qué tendrá Tristán? Tristán es Inocente y en un primer indicio de rebelión deja atrás lo de ser vigilante y se bebe Barcelona hasta topar con el Ronaldinho de la Rambla, Mercurio hacia la regeneración absurda. Tristán coge un autobús. Tristán aterriza en Villa verano, un parque temático con animales humanos de toda fauna y pelaje. También hay una chica llamada Alma. Y muchos nervios. Y un aturdimiento de quien no entiende y lucha a tientas por su destino.
El inicio de Hilo musical de Miqui Otero es Alice in Wonderland a lo posmoderno. La intención es aceptar el reto de dos puntos ondulantes que constituyen un camino, porque la lÃnea recta es recaer en las cartas marcadas. En ambos casos los recintos donde se desarrolla la trama están delimitados con fronteras precisas con un interior misterioso que nunca se acaba y siempre depara sorpresas, son escenarios-mundo, lugares que en su esencia se configuran en vehÃculos muy útiles para interpretar la sociedad de su tiempo histórico.
Dicho asà parece que os esté explicando una obra que no es un bildungsroman pop con mucha agilidad e inteligencia tanto en tempo como en lo que se cuenta y cómo se cuenta, pues uno de los puntos cardinales de esta ópera prima es leer un tipo de literatura viejoven, en el retrovisor asoma Cosas que hacen BUM de Kiko Amat, y sentirla fresca, con lo que ello supone para el producto, libre, con voz propia que sabe muy bien las virtudes del humor para hablar en serio en una lectura que se devora al estar perfectamente hilvanada en su velocidad ingeniosa, punzante y reflexiva.
¿Y qué pasa con Tristán? Los héroes desvalidos en urbes ignotas requieren guÃas. Dante y Virgilio. En la antigüedad me imagino al poeta de La Eneida caminando con un hilo musical basado en la naturaleza y la interrupción del silencio por imperativo categórico del dÃa a dÃa. En el siglo XXI la completa quietud, la ausencia de sonido, es una imposibilidad, y vayamos donde vayamos estamos condenados, sin que nadie proteste porque ya se sabe que el arte de TerpsÃcore amansa a las fieras, a la imposición de empapar nuestros oÃdos con versiones diluidas de clásicos en el metro, en la tele, en el baño, en la oficina y hasta en pleno aire libre. Virgilio enloquecerÃa. Su contexto se ha transformado y ahora quien quiera encontrar su réplica contemporánea deberá ir a un bar, donde la diferencia escapa a la locura del exterior. Tristán- ya irremediablemente enamorado de Alma, la chica que cose disfraces desde su bello desengaño- choca en el Submarino, universo fuera de la realidad por la seguridad de las profundidades en que sà se puede beber, con Nemo, un vivales viejo por fuera y joven por dentro que fue lÃder de los famosos Famosos, un grupo que en los sesenta cosechó algún éxito y fracasó con el honor del estrépito. Nemo en realidad se llama Inocente, ama lo marÃtimo y se erige en profesor del protagonista, quien hasta su viaje iniciático a Villa Verano sólo conocÃa la cinta de las viejas y las rápidas. Las explicaciones del capitán sobre antiguos temas alimentan y expanden la mente de Tristán paralelamente a su crecimiento como persona entre las idas venidas del parque, fiel reflejo de la crisis, mosaico que desde las máscaras retrata el presente y expone una teorÃa de lo que serÃa ideal para terminar con tanto cinismo. Los trabajadores del parque son monigotes que aceptan travestirse por una miseria y malviven de donde sudan su Ãnfimo sueldo a casa y tiro porque me toca, como si fuera imposible reaccionar ante la moderna esclavitud. Se puede y es recomendable derribar los muros de la cárcel con inventiva y un temor que presagie la ofensiva final, el golpe que altere el estado de las cosas para engendrar algo mejor que de a la gente la satisfacción de desafiar al poderoso y burlar sus opresivas normas basándose en ilustres precedentes de raÃz norteamericana.
Esta vertiente de la novela versa hacia el colectivo, factor importante que sin embargo se extraviarÃa sin lo individual. Tristán es tÃmido. Tristán no tiene un manual de flirteo ni una mÃnima idea de túneles secretos bien palpables. Su objetivo, que desconoce, es traspasar la oscuridad y salir de la caverna. Nada es lo que parece. Los chicos que calcan su actuación cada veinticuatro horas se transforman en una banda con empuje en Atlantis, que no es una compañÃa de seguros, sino la única construcción de Villa Verano, con permiso del Submarino que se reserva para la intimidad de la charla etÃlica, con esperanza, espacio de alienación positiva porque implica anhelo de felicidad y conspiración hasta con cÃrculos abiertos a la playa, quitarse ropa, desnudarse, aspirar.
El Submarino y Atlantis. Lo recogido y la algarabÃa. Dos plateas que sólo convergen cuando Tristán acepta que Alma y Nemo interactúen, como si juntando sus dos parcelas pudiera sentirse realizado, aunque también es licito lanzar la hipótesis que el rockero de barra, amante del agua cuando ansÃa un Magno, sea, y otra vez aparece con nuevos brÃos la tradición, la figura del doble, o quizá una encarnación de un imperfecto yo anterior, pues ya se sabe que de generación en generación, o eso decÃan nuestros abuelos, se producen saltos cualitativos en la especie. Lo incompleto de uno es la lección para que el otro supla pretéritas carencias. Entre ellas está la consecución del amor, porque por mucho que haya un trasfondo que va más allá de Cupido lo trascendente en esta historia es que Tristán se quede con la chica. Las apartadas bicicletas estáticas y las pedaladas son energÃa con inquietud por canalizarse y soltar amarras. Otra vez el destino.
Todos sabemos lo triste que nos deja el verano. En otoño caen las hojas, el cielo se encapota y el Barça juega intrascendentes partidos contra el Albacete. En el caso que nos concierne la estación estival es la cronologÃa de una operación que pide a gritos renovar el panorama, aborrecer el conformismo y tomar conciencia del perpetuo murmullo que nos rodea y hace de la normalidad un sedante con el que dormimos despiertos. Hay que agitar el cotarro, romper en mil pedazos el hilo musical que acompaña nuestros pasos y adaptar el oÃdo para melodÃas que con un código que impida su falseamiento. Hay que perpetrarlo con diversión y gafas anticomplejos. Miqui Otero tiene la receta.
Jordi Corominas i Julián
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