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El inicio de Hilo musical de Miqui Otero es Alice in Wonderland a lo posmoderno. La intención es aceptar el reto de dos puntos ondulantes que constituyen un camino, porque la lÃnea recta es recaer en las cartas marcadas. En ambos casos los recintos donde se desarrolla la trama están delimitados con fronteras precisas con un interior misterioso que nunca se acaba y siempre depara sorpresas, son escenarios-mundo, lugares que en su esencia se configuran en vehÃculos muy útiles para interpretar la sociedad de su tiempo histórico.
Esta vertiente de la novela versa hacia el colectivo, factor importante que sin embargo se extraviarÃa sin lo individual. Tristán es tÃmido. Tristán no tiene un manual de flirteo ni una mÃnima idea de túneles secretos bien palpables. Su objetivo, que desconoce, es traspasar la oscuridad y salir de la caverna. Nada es lo que parece. Los chicos que calcan su actuación cada veinticuatro horas se transforman en una banda con empuje en Atlantis, que no es una compañÃa de seguros, sino la única construcción de Villa Verano, con permiso del Submarino que se reserva para la intimidad de la charla etÃlica, con esperanza, espacio de alienación positiva porque implica anhelo de felicidad y conspiración hasta con cÃrculos abiertos a la playa, quitarse ropa, desnudarse, aspirar.
Todos sabemos lo triste que nos deja el verano. En otoño caen las hojas, el cielo se encapota y el Barça juega intrascendentes partidos contra el Albacete. En el caso que nos concierne la estación estival es la cronologÃa de una operación que pide a gritos renovar el panorama, aborrecer el conformismo y tomar conciencia del perpetuo murmullo que nos rodea y hace de la normalidad un sedante con el que dormimos despiertos. Hay que agitar el cotarro, romper en mil pedazos el hilo musical que acompaña nuestros pasos y adaptar el oÃdo para melodÃas que con un código que impida su falseamiento. Hay que perpetrarlo con diversión y gafas anticomplejos. Miqui Otero tiene la receta.