Entrevista a Leticia Sánchez Ruiz

Leticia Sánchez Ruiz (Foto cedida por la autora)

Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980) obtuvo el pasado año el IX Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos Llorach por su obra Los libros luciérnaga (Algaida), en la que elabora un interesante juego de tres historias protagonizadas por un adolescente que regresa a su pueblo para asistir al entierro de su abuela, una escritora recluída en una casa de ladrillos rojos y un «Ulises» que es reclamado por su hermano para que vuelva a casa.

¿Cómo nace esta novela que parece varias novelas?

Nace de lo que llamé “mi semana mágica”, un cúmulo de casualidades unidas por un hilo invisible. En esa semana me mandaron a hacer un reportaje sobre la Biblioteca de la Universidad, y sobre una librería de viejo; en esa misma semana un amigo me contó el extraño entierro que tuvo su abuela. Y, de repente, todos estos hechos aislados, me parecieron que tenían algo en común. Así nació Los libros luciérnaga, por extraño que parezca, justo por el final. Luego fui cargando estos cuatro andamios con mis obsesiones: el amor, la revolución, los libros, los pueblos, la noche, el jazz, los mundos caóticos, los personajes llenos de cosas…

La estructura de “madejas” que vas cruzando con persistencia de lluvia hasta conseguir una firme trenza a modo de peinado, ¿cómo se te ocurre para esta novela?

Siempre me han gustado las historias dentro de las historias dentro de las historias. Por eso de alguna forma intenté que la novela fuera una especie de matrioska, una de esas muñecas rusas en las que las unas contienen a las otras. Me gusta decir que los capítulos son como cajitas de secretos, porque abres uno y descubres cosas, pero a la vez también te formulan nuevos enigmas y necesitas abrir otra caja para saber lo que guarda. Decidí que los capítulos fueran tan cortos porque suelo dividir mis lecturas por capítulos, y dejar uno a medias me da mucha rabia, como cuando te despiertan en medio de una siesta. Así me digo: un capítulo más y me echo a dormir, me acabo este capítulo y salgo de casa, cuando termine éste cierro el libro y miro por dónde está pasando el autobús. Y lo que me suele ocurrir es que me duermo a las tantas, llego tarde y me paso de parada. Por eso escribí así la novela: para evitar insomnios, retrasos y despistes.

¿Qué hay de Pian y Lucía en ti? Esta me parece la historia más cercana a ti.

Pues, si te digo la verdad, bastante poco. El 95 por ciento de las cosas que les ocurren a mis personajes, a mí no me han sucedido jamás. Sí es cierto que hay algo mío en Lucía, la chica que quiere ser escritora: por ejemplo cómo y por qué empezamos a escribir; a las dos nos desbordaba la imaginación cuando éramos niñas. También comparto su odio por los domingos por la tarde, su visión de que el amor no es una guerra, y que lo que le atraiga sea la inteligencia de las personas, la inaccesible mente de ciertas personas. Pero más que como alter ego, a Lucía la veo como una hermana pequeña. Creo que hay más de mí en los personajes de Felipe, Ulises e incluso de Carmen del Río, la bibliotecaria.

Me encantan las abuelas y Antía es una de esas que me habría gustado entrevistar ¿de dónde te llegó como personaje?

A mí también me encantan las abuelas, y Antía es probablemente uno de mis personajes preferidos. Es una anciana que parece un general, que jamás se deja caer en una tentación o en una caricia, que enseña a obedecer sin posibilidad de réplica, y que rinde más culto a los muertos que amor profesa por los vivos. De moño blanco, vestida de luto, con mandil a cuadros, Antía llega la primera a las misas y cuenta los sitios vacíos de los bancos para saber quién falta. Ella simboliza de alguna forma toda la represión que ha habido en los pueblos, esos infiernos grandes, que se han dominado por las leyes tácitas del “qué dirán”. Sin embargo todo tiene un por qué, y esta anciana guarda bastantes secretos. Más que crearla, creo que la he conocido; que mientras escribía la novela pasaba las tardes con ella junto a la lumbre, oliendo su tufo a manteca rancia, a humo y a pis de gato, viendo cómo revolvía la madera con sus dedos huesudos.

Felipe es uno de esos tipos que se iban a comer el mundo y terminaron poniendo un bar. ¿Crees que las revoluciones han terminado y convertiremos nuestra sociedad en una «ciudad bar»?

Nunca lo había pensado así, pero es una buena metáfora. Felipe, de alguna forma, representa a esa generación que lo tiene todo, pero que quiere cambiar el planeta, o que al menos se conforman con cambiar su vida; que quieren comprometerse con una causa digna, o al menos tener la existencia que soñaron; con todo ese montón de gente que no quiere ser del montón y sueña con hacer un mundo mejor, cuando lo cierto es que hasta se duermen para ir a votar. Todas estas personas que hacen la “revolución del café con leche”, es decir, hablar entre ellos tomando cafés y copas, y sólo por este hecho ya pensar que fuera de ese bar las cosas han cambiado.

Para ser una primera novela es excelente pero, para los que desean escribir dinos, ¿cuántas novelas has dejado en el cajón hasta llegar a esta?

La primera novela la empecé con 8 años, y se llamaba (aún me acuerdo), Un verano en Luisiana; creo que escribí unas tres páginas (por las dos caras). A partir de entonces he empezado novelas en casi todos los sitios: en la parte de atrás de las libretas cuando me aburría en las clases, en las servilletas de los bares, en las horas muertas en el trabajo… Siendo adolescente creí que al fin terminaría una; pero fui incapaz, me quedé en 50 páginas sin poder darle un final. Aún no tenía la constancia, la madurez y el valor para escribir una novela. ¿Cuántos proyectos se han quedado en el cajón, en el ordenador, en las libretas? No sabría decir un número, pero digamos que son legión.

¿Cuándo supiste que lo tuyo eran las letras?

Desde que mi abuelo me enseñó a leer con tres años. Desde entonces y hasta ahora, los libros y yo hemos mantenido una larga historia de amor.

¿Cuál es tu «libro luciérnaga»?

Los libros en sí son mis “libros luciérnaga”.

Se habla mucho de novelas femeninas y novelas masculinas. ¿Cómo consigues un equilibrio tan preciso en la construcción de tus personajes ya sean mujeres u hombres?

Yo no creo que haya novelas femeninas y novelas masculinas; creo hay novelas de género, y buenas y malas novelas. Me han preguntado muchas veces si creo que existe la literatura femenina, pero jamás he escuchado que a un escritor le preguntasen si existe la literatura masculina. Pero ése es un debate muy largo. De hecho, las dos veces que me han concedido un premio literario, el jurado pensaba en ambas ocasiones que yo era un hombre. En fin, volviendo a mis personajes, lo cierto es que crearlos es la parte que más tiempo me lleva. No sabría especificar exactamente cómo lo hago, simplemente me dedico a conocerlos. Veo qué ropa llevan, cómo huelen, dónde viven, a quién aman, cómo hablan, qué quieren, qué los mueve… y a partir de ahí trato que todas las cosas que hagan o digan tengan coherencia. A veces es bastante difícil porque resulta que los personajes son más inteligentes que yo, así que lo que parece una respuesta ocurrente y rápida, realmente me ha llevado días pensarla. Pero para conocer a los personajes se necesita tiempo, como se necesita tiempo para conocer a las personas.

¿En qué trabaja ahora Leticia Sánchez Ruiz?

Acabé de escribir Los libros luciérnaga un día 13, y el 15 estaba empezando otra novela. Qué le voy a hacer, no tengo remedio.

Recomiéndanos dos libros.

¿Sólo dos? Qué aprieto… En fin, te diré Rayuela de Julio Cortázar y 1984 de George Orwell.

Pedro Crenes Castro
http://senderosretorcidos.blogspot.com

Pedro Crenes Castro

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es columnista en 'La Prensa' y colaborador en la revista hispanoamericana 'Otro Lunes'. Es autor de los libros “El boxeador catequista”, “Microndo”, "Cómo ser Charles Atlas" y "Crónicas del solar". Actualmente imparte talleres literarios en “Párrafos. Talleres de escritura” en la ciudad de Vigo.

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