Todo llega.
Son las doce de la mañana del último martes de agosto, la luz es amarilla, todavÃa hay poca gente en las terrazas y permanece tranquilo el ritmo de la ciudad, como si la plaza de Santa Ana, para los demás, fuera invisible. Desde mi posición estratégica delante de la entrada del Español, le hago una foto al Hotel Reina Victoria. Me estoy volviendo una fanática del Instagram y lo utilizo como una especie de calmante que me sirve para soportar mejor la tensión. Estoy nerviosa porque espero al actor.
Hasta ahora, siempre he entrevistado a hombres que han escrito novelas y libros de poemas, pero me dispongo, por fin, a entrevistar al sevillano José Luis GarcÃa-Pérez, que hace pelÃculas y encadena éxitos en el teatro, saltando en cinco años de Arte a Viejos tiempos; encadenando a Reza con Dürrenmatt y Pinter. Tal vez por eso esta mañana me parece mágica, porque, a fuerza de imaginarlo, el encuentro para charlar sobre la literatura en la pantalla y en el escenario se ha convertido en irreal.
A las doce y un minuto cruza la calle del Prado, mientras mi amigo Fernando me cuenta por el móvil que se le ha roto la impresora y se desprenden sin consecuencias pequeños fragmentos de la cornisa del teatro. Lleva vaqueros, camisa blanca, desabrochados los primeros botones, y unas gafas de sol grandes que, junto con la barba y la actitud desenfadada con la que se desenvuelve al darme dos besos, me hacen muy difÃcil imaginármelo en el papel de Watson; su rol en la última pelÃcula de Garci, Holmes & Watson. Madrid days, que se estrena en cines el viernes 7 de septiembre.
Me parece más joven.
“EL TEATRO CAMINA CON NOSOTROS DESDE EL PRINCIPIOâ€
Sobre la mesa del café en el que nos refugiamos y del que somos los únicos clientes, deja el tabaco de liar. Hay en él cierto aire macarra que me sorprende y se funde con el gesto de preguntarme qué quiero para acercarse a la barra a pedir. Parece acostumbrado a las entrevistas y eso me tranquiliza, porque consigue que me sienta a gusto y no me cueste arrancar con una pregunta de manual de primero de periodismo: ¿Cuándo empezaste en esto? ¿Cómo te diste cuenta de que era lo tuyo?
Y es ahà donde saltamos; siempre hay un punto de fuga en el que se pierde la noción de lo que hacemos para volvernos completamente partÃcipes de la acción (él mismo me lo explicará más tarde, cuando intente hacerme ver cuánto es capaz de disfrutar en escena). Y nos sumergimos: “Ya en el instituto me sabÃa de memoria algunos diálogos de El Padrino, me gustaba el cine, los actores… y cuando dejé Económicas en segundo para entrar en Historia, sin darme cuenta, me habÃa metido en el grupo de teatro de la facultadâ€.
“Empecé entonces a estudiar ArqueologÃa y Prehistoria y, aunque no terminé, todavÃa hoy es esta la pasión que mueve mi mundo. Me enfrento a la vida desde un punto de vista histórico  pero paralelamente a la carrera, el grupo de la facultad derivó en la matrÃcula en el Centro Andaluz de Teatro, y lo excitante de la interpretación le ganó el pulso al rigor académico y un tanto más pausado de la vida universitaria.
Le creo cuando me dice que es “claramente un hombre de teatro†(no me resulta una frase hecha) con una voz ronca que a mà me encanta y por la que se excusa, asegurándome que tiene un catarrazo; y anoto el nombre de la compañÃa que creó en sus inicios, ‘Digo Digo Teatro’, todavÃa en marcha, y de Cuatro y una silla… que son cinco, la obra con la que, a los 24 años, logró un primer éxito definitivo a la hora de comprender que tenÃa que ser actor.
El sábado cumple cuarenta años (cuando leáis esta entrevista ya los habrá cumplido) y, aunque en sus inicios se hizo muchos bares e intuyo que él no lo dirá en voz alta porque, a pesar de su tono seguro y su postura abierta, parece un hombre que avanza con cautela, está viviendo unos dÃas brillantes, terminadas las funciones de Viejos tiempos, que ha coprotagonizado con Emma Suárez y Ariadna Gil, donde el lleno absoluto ha sido una constante, y en vÃsperas de volver a los cines españoles convertido en el Watson de Conan Doyle.
Desde toda esa experiencia me responde cuándo le pregunto por la importancia de los clásicos. Me dice: “Ellos nos han traÃdo hasta aquÃ, son la madre de todo esto; la prueba de que el teatro camina con nosotros desde el principioâ€.
También hubo una primera vez para contar historias, para que la ficción se presentara ante el ser humano como el medio idóneo de abordar el drama del hombre frente a la vida. “Por eso los clásicos son tan importantes, porque al interpretarlos y ofrecérselos al público estamos más cerca que nunca del origen, de ese hecho ritual cuya presencia es mucho más débil en las obras de autores contemporáneosâ€.
“La oferta actual es más banal, sólo hay que encender la teleâ€.
A lo mejor esa es la razón por la que José Luis, que se reconoce un gran lector, busca refugio en los textos absurdos de Beckett o en el realismo sucio de Sam Shepard y su Locos de amor.
“LOS PERSONAJES NO EXISTENâ€
Si lo que tiene entre las manos es una obra de la que forma parte, no la lee igual: “cuando sabes que uno de los personajes eres tú no puedes hacer pausas, al menos yo no. Leo la pieza del tirón desde dos puntos de vista, el del personaje y el del actor… pero, ojo, los personajes, por muy potentes que sean, no existen. Son sólo papel escrito. Los encarnas túâ€.
Mientras a mà se me van los ojos a los anillos de su mano derecha y la camarera, aburrida sin clientes, se entretiene con nuestra conversación, me cuenta que no es el mismo el Hamlet de LluÃs Homar que el de Pacino, y opina que parte del juego hermoso y valiente de la autorÃa consiste en renunciar al control sobre “lo que vendrá despuésâ€, ese ceder lo que imaginamos a las voces y gestos de los otros, que moldearán nuestra idea para, sin traicionarla, hacerla suya.
No se queda con un papel que no le cambie la vida, no se implica en un proyecto si no le toca por dentro, si no remueve algo en su interior… pero si acepta, por la historia es capaz de abandonar temporalmente su acento andaluz y saltarse las cañas del mediodÃa, con tal de llegar en un estado emocional determinado a la hora de la función.
Lo dice tan convencido, que le visualizo volcado en su trabajo, consistente en vivir formando parte de la fantasÃa de un tercero, y le pregunto si no se vuelve un poco loco en esos periodos de actividad máxima, en los que la bipolariad entre él mismo y su personalidad ficticia debe rondarle como un lobo.
Se rÃe y me responde que ya estaba loco antes, “mi locura no deriva de la profesión. Lo llevo bien, incluso cuando hago teatro, que es el género en el que tu vida y la del personaje se unen con más fuerza, porque no puedes detener la representación… aún asÃ, si exceptuamos algunos momentos fascinantes en los que estás tan implicado, disfrutando tanto, que vuelas y te olvidas de lo real, siempre hay una parte de ti mismo que observa desde fuera, que te ancla al mundo y te permite controlar si un foco se está moviendo o si el público está disfrutandoâ€.
WATSON Y EL MIEDO
Ha dirigido un corto, Parenthesis, y se ha dado un plazo de tres años para repetir experiencia como director: quiere hacer un largo relacionado con Carver, un autor al que admira y que le influye. Pero, si hablamos de cine y de literatura, toca hablar de José Luis Garci y Conan Doyle.
“Cuando me propusieron ser Watson, mi primera reacción fue echarme a reÃr, un sevillano haciendo de un inglés… y, de pronto, seguÃa riéndome pero ya caracterizado, en la primera escena del rodaje, al lado de mi compañero Gary Piquer, que hace de Holmes. Garci es un gran tipo y ha dado vida a un Holmes crepuscular, en el que importa la acción pero también, y mucho, los personajesâ€.
No dejo de preguntarle por el polémico trailer, trending topic durante dÃas, para cuya reedición, en un alarde de ingenio y juego limpio, Garci ha contratado al cineasta donostiarra Ãngel Aldarondo, responsable de una de las versiones apócrifas del original, “tuneada†con la banda sonora del Origen de Nolan.
Nos reÃmos.
Por encima de todo, insiste en la idea de que Watson es un reto absoluto y de que no hay un estreno sin miedo. Queda poco más de una semana para el 7 de septiembre.
Al despedirnos, no me deja pagar y yo le agradezco la invitación al café. Descubrimos que somos prácticamente vecinos; y comparte conmigo su intención de dirigirse, a pesar del trancazo, a invertir un par de horas en el gimnasio.
Salimos a la plaza para confirmar que llevamos caminos distintos y me entretengo viendo como se aleja hacia la calle del PrÃncipe. De repente, de espaldas, ya no me parece tan distinto a mi idea preconcebida de Watson. Y antes de salir de la acción y retomar las riendas de la realidad, me digo a mà misma que podrÃa ser… incluso asÃ, sin caracterizar, en esta agónica mañana de agosto que no sabe de encuentros e intuiciones, la imagen de Watson alejándose hacia el peligro.
Marina SanmartÃn
La Fallera Cósmica