Màxim Huerta | Víctor Guillén y J. J. Ortiz (Indestructible Factory)

M. Huerta: «Si pongo un clavo alguien acabará colgado en él»

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Màxim Huerta | Víctor Guillén y J. J. Ortiz (Indestructible Factory)
Màxim Huerta | Víctor Guillén y J. J. Ortiz (Indestructible Factory)

Estoy sentada en una esquina del bar El comercial de Madrid, frente a mí el escritor, sí, sólo y únicamente el escritor, Màxim Huerta. Desde que hablé con él la primera vez para concertar la entrevista, le propuse hablar de literatura, exclusivamente de literatura. Ahora, en un martes más que veraniego del mes de mayo, dialogo amplia y exhaustivamente con el autor de La noche soñada, novela galardonada con el Premio Primavera de Narrativa. Una novela acerca de la culpa y de su expiación, acerca de la voluntad de recordar y la condena del olvido y, sobre todo, una novela acerca de los medios -¿todos justificados?- utilizados para conquistar una felicidad que no nos pueden negar. Con La noche soñada y, tras casi hora y media de conversación, frente a mí tengo un escritor.

Ámbito Cultural - Espasa
Ámbito Cultural – Espasa

El apellido de uno de los personajes revela que La noche soñada es una novela que se nutre de tu experiencia en Roma como periodista durante el último cónclave.
Yo ya conocía Roma, pero en marzo 2013, volví a la capital italiana como enviado durante el último cónclave papal, cuando fue elegido como Papa a Jorge María Bergoglio, Papa Francisco. En esos días, cuando sobre la una y media del mediodía terminaban las ruedas de prensa y tenía tiempo para mí, solía ir a pasear por Roma y, mientras recorría sus calles, repensaba la novela, de la que ya tenía escrita más de la mitad. En aquellos días me di cuenta de que había que modificar algunas cosas, matizar algunos detalles, reescribir algunas partes, por tanto creo que debo estar agradecido al Papa Francisco por haberme permitido sacar a la luz algunos detalles narrativos que hasta entonces estaban escondidos.

Confesaba Oscar Wilde sobre el proceso de corrección: “estoy extenuado, por la mañana puse una coma al poema, por la tarde se la quité”.
No se trata sólo de la importancia de la corrección, sino de los pequeños detalles, de los olores, por ejemplo. En estos días de promoción, siempre digo lo mismo: esta novela la tenía que publicar sí o sí porque la había escrito desde las tripas, la empecé en 2009 después de una casual visita a Tossa de Mar y desde entonces no he dejado de escribirla hasta que la conseguí concluir, siempre escribiendo desde el más profundo de los adentros, desde las tripas. A propósito de esto, casualmente, leí hace algunos días que, en una ocasión, a Gabriel García Márquez, ante la pregunta de por qué había transcurrido tanto tiempo desde su última obra, contestó: “porque si la novela no sale de las tripas, no vale la pena publicar”. Estas palabras de García Márquez sobre la escritura, me sorprendieron mucho cuando las leí, pues sin conocerlas de antemano, sin conocer esta anécdota, yo estaba diciendo lo mismo en estos últimos dos meses en relación con mi novela.

Es el polen de las ideas, que diría Faulkner.
Debe ser eso, no hay otra explicación

Los nombres de tus personajes son un homenaje a García Márquez y la tía Visitación remite inmediatamente a Galdós.
Sí, pero en primer lugar, a través de los nombres de los personajes quise rendir un homenaje a Ana Maria Matute.

Y, sin embargo, los nombres de tus personajes femeninos y la relación que establecen con la muerte me recordaron también a Volver de Almodóvar.
De hecho, La noche soñada es una novela que quiere desdramatizar el dolor y, supongo, que en este sentido hay algo en común con la película de Pedro, aunque no sea voluntario ni consciente. De hecho, nunca lo había pensado.

Me refiero sobre todo a los nombres tan peculiares a los que tanto tú como Almodóvar recurrís.
Piensa que, por parte de madre, tengo raíces manchegas, así que el nexo que haces no es seguramente banal. Si en alguna parte de la novela tomo alguna frase o algún elemento de la película de Pedro Almodóvar es por mis raíces manchegas, unas raíces que se plasman, de forma más explícita, en la recreación del mundo de las tías de Justo, el protagonista. Además, si existe algún nexo directo entre yo y la novela está representado por los personajes de las nueve tías: la realidad y el mundo de estas mujeres son una realidad y un mundo que he conocido directamente, que he saboreado en primera persona. Aunque la novela sea ficción absoluta, hay algo en ese baile físico y psíquico de estas mujeres que yo he vivido y he visto, y este baile proviene de ese mundo manchego heredado de mi madre.

La estrecha y pacífica relación de estas mujeres con la muerte se escenifica con la elección en vida de la mortaja, guardada en los cajones de los armarios.
Este tipo de relación estrecha con la muerte es una realidad, no es algo que me haya inventado. Recuerdo que las mujeres de mi familia, así como las vecinas y las allegadas, tenían todas ellas el vestido de la mortaja ya elegido y todos lo sabíamos, lo teníamos que saber. Recuerdo como mi abuela nos explicaba cuáles eran exactamente las prendas que quería que le pusiésemos en el momento de fallecer.

Entonces, aquellas mujeres establecían un vínculo con la muerte más directo y menos problemático con respecto a ahora.
Era una relación más tranquila, más relajada, sin dolor alguno; no era una relación de celebración, como puede ser la relación con la muerte que se vive en la cultura mejicana, pero sí era una relación indolora, desdramatizada. Yo recuerdo frases como “tenemos que pagar el recibo del cementerio” o “tenemos que pagar el plazo de la tumba” que revelan esta relación más tranquila; todos estos detalles provienen de mis recuerdos, de la memoria.

En una ocasión, dijiste que tu novela trata de la búsqueda del tiempo perdido, pero se trata de una búsqueda infructuosa.
La noche soñada es una novela que gira en torno al recuerdo y, sobre todo, a la necesidad de no perder los propios recuerdos, la propia memoria. Es un viaje vital hacia adelante y hacia atrás, a lo largo de cual se intentan conservar los recuerdos que, con el paso del tiempo, se van olvidando.

Los recuerdos son siempre recuerdos inventados.
Y además, solemos cubrir los recuerdos con capas, con diferentes capas. Guardamos y conservamos los recuerdos, creo yo, a nuestro antojo, somos dueños de nuestros recuerdos, nos quedamos sólo con algunos y otros los desterramos al olvido. Y aquellos que conservamos, los vamos modificando con el tiempo, los endulzamos, los reescribimos hasta que terminan por no parecerse en nada a lo que realmente fue.

Al final de la novela, estableces un juego autorreferencial entre el personaje y la novela: “al final de la novela vas a ser un romántico”, le dicen al protagonista.
Es un juego autorreferencial que da inicio a la novela y que, con esta frase, la cierra. El juego comienza desde el inicio, cuando Justo engaña, en cierta medida, al lector con la premisa inicial, una premisa que, juntamente con este cierre, me permitía hacer de Justo el lector en voz alta de la novela, es decir, como si fuera él quien leyese la novela a los lectores. Quería mezclar en el personaje de Justo la figura de autor, de narrador y de personaje de tal manera que el lector no identificara con claridad la voz a la que pertenece la historia narrada.

En La noche soñada es constante la autorreferencialidad: la escritura se convierte en escritura de vida.
Sí, absolutamente. La obra es, al fin de cuentas, la reescritura de la propia existencia del protagonista, Justo vuelve a escribir su vida a lo largo de todas las páginas de la obra.

Una cosa curiosa de esta novela, con respecto a las anteriores, es la ausencia de descripciones físicas.
Sí, en ningún momento se describen físicamente a los personajes. Quería que fuera el propio lector quien imaginase a sus propias tías, quien diera rostro a cada uno de los personajes y construyese así su propia familia. Me propuse desde el primer momento obviar toda descripción física.

La ausencia de descripción física es suplida por un ejercicio de introspección con respecto de los personajes, los conocemos por su psicología y a través de los demás.
Cuando uno se describe lo hace a través de los demás; no nos solemos mirar a nosotros mismos, a parte de los breves instantes de la mañana cuando nos miramos al espejo, cuando nos afeitamos o nos maquillamos. Nosotros nos miramos a través de la mirada de los otros, a través de cómo los otros nos ven. Uno es lo que es dependiendo de cómo le miran y aquí, en la novela, los personajes son lo que los lectores ven.

Y también los personajes son lo que la mirada de los otros personajes refleja.
Si te fijas, en general, los personajes sólo se describen cuando se dirigen un comentario crítico, por ejemplo cuando una tía le dice a la otra: “estás gorda”. Vemos los personajes a través de los otros personajes, pero no sólo a través de la mirada, sino a través de los comentarios, de las conversaciones. Al fin y al cabo es así como nos representamos y representamos a los otros en el día a día.

En relación a la mirada, es a través de ella que relatas los malos tratos, nunca los describes directamente, sino sólo a través de la reacción, el reflejo y la mirada de los otros, en especial del niño Justo.
Para plasmar el tema de los malos tratos y la percepción que tiene de ellos Justo, tuve muy presente la novela Paraíso Inhabitado de Ana Maria Matute; en primer lugar, tuve siempre en mente su frase de inicio – “nací cuando mis padres ya no se querían”- frase que tengo escrita sobre mi escritorio y que para mí representa uno de los mejores inicios de novela. En segundo lugar, tuve presente la descripción que hace Ana María Matute del tapiz en el que aparece un unicornio, descripción que me sirvió para convertirel tapiz con los ciervos en el reflejo de los malos tratos. Yo no quería describir los malos tratos, quería mostrar la percepción que tiene de ellos el niño sin entrar en su descripción directa, así que el tapiz de los ciervos y la figura del cazador me sirvió como metáfora para evocarlos, a la vez que la otra escena del tapiz, en la que se observa los ciervos alejados del cazador, evoca la tranquilidad posterior. El tapiz se convierte así en una metáfora y una plasmación de los estados de ánimo de los personajes que allí se reflejan.

La evocación es, en la mayoría de las ocasiones, más potente que la descripción más detallada.
Es más potente la evocación de los malos tratos antes que su descripción y, a la vez, es más real porque los malos tratos no se ven, son silenciosos, nos damos cuenta de ellos solamente al final, con la noticia, pero mientras suceden casi nunca se conocen, ni tan siquiera se escuchan. No hay silencio más doloroso que aquel que tapa el ruido de los golpes.

En este sentido, la manera en que evocas de la violencia en tu novela, recuerda La cinta blanca de Haneke, donde la violencia se ejerce tras una puerta cerrada.
La cinta blanca es una película que me apasiona, una película en la que no se ve nada, pero durante la cual sufres hasta el infinito y eres plenamente consciente de la violencia que allí se esconde. En este sentido, no sólo no quería reflejar los malos tratos presenciados por el niño Justo, sino que tampoco quería mostrar el momento de la muerte del padre, muerte de la que Justo siente y cree tener responsabilidad directa. No quería que fuera él quien la relatase y por tanto quien la presenciase, por ello en ese momento de la narración, paso de la primera a la tercera persona, marcando así una distancia entre el hecho y el niño: las canicas en el suelo me permiten hacer la transición entre una voz narrativa a otra.

Volviendo a la autorreferencialidad, estableces un juego entre esta obra y la anterior a través de las ciudades de París y de Roma.
Juego al engaño: cuando muestro a la madre de Justo leyendo París era una fiesta de Ernest Hemigway relato como para la madre esa lectura es representa una huida de su realidad cotidiana y, no por casualidad, el tema de la huida y de París como lugar de refugio ante esta huida es una clara referencia a Una tienda en París. Sin embargo, en La noche soñada París se convierte en una mentira, pues, como se lee, al final “París fue Roma”, la huida se dirige hacia Italia, ya no hacia la capital francesa. Utilizo mi obra anterior para desmentirla, la felicidad ya no se encuentra en París, sino en Roma.

Tras vivir tres meses en París, puedo decir que ha llegado el momento de desmitificarla.
Completamente de acuerdo, París es una ciudad que debemos desmitificar, es una ciudad no tiene todo lo que su mito presupone que tiene. Si no la desmitificamos nos sucederá como a los japoneses que, como escribo en la novela, buscan en Paris a las Amélies y las referencias míticas y luego, al no encontrarlas, sufren el síndrome de “la ciudad no es como en la película”.

A propósito de mitos y de lugares, tú creas Calabella, una ciudad inexistente.
Calabella es un homenaje a Gabriel García Márquez; quería tener un Macondo al que huir literariamente. Y en este Macondo que es Calabella, los nombres de los personajes que allí se inscriben–Visitación, Tránsito, Teodora…- son, además, un homenaje a su novela Cien años de Soledad, a la vez, que son metáfora de los personajes a los que pertenecen. Los nombres resumen, en cierta medida, la vida de los personajes, una vida transcurrida en gran parte en Calabella, que se convierte en mi Macondo particular, con una razón de más y es que en el pueblo original que se esconde tras el ficticio Macondo estuvo Ava Gardner.

Hablando de su región ficticia de Yoknapatawpha, Faulkner decía que crear un lugar inexistente era conquistar la máxima libertad.
Crear tu propio lugar, tu propio espacio en el que enmarcar la narración es, efectivamente, conquistar la mayor de las libertades. Al crear un pueblo inexistente como Calabella ya no tenía que dar explicaciones o que rendir cuentas a nadie; no tenía que justificar, por ejemplo, la trama que gira en torno a la figura del alcalde y a la política local.

En esas páginas haces una acérrima crítica a la manipulación política y a los más que cuestionables medios emplea para mantenerse en el poder.
En las páginas dedicadas al desvelamiento de los hechos vinculados a la muerte del padre de Justo, critico la manipulación de la que son víctima los ciudadanos en beneficio del alcalde. Es un tema que no he tratado en ninguna entrevista, pero que creo muy importante, pues quise realizar una crítica a la manipulación política y a los entresijos que se utilizan, en este caso que utiliza el alcalde, para conservar el poder. El poder y las ansias de salir impune terminan por justificar todos los medios empleados para obtener el fin deseado; para el alcalde, de hecho, el fin justifica hasta el peor y más cruel de los medios.

Al inicio de la novela, la atmósfera festiva de Calabella ante la llegada de Ava Gardner recuerda el ambiente de Bienvenido, Mr. Marshall, pero luego todo se hace más oscuro y aparece la sombra del caciquismo.
La descripción inicial del pueblo, envuelto en una atmosfera de fiesta ante la llegada de la estrella de cine es un homenaje a Berlanga, pues, en esas páginas, quería reflejar la fiesta y el ruido, para así luego contraponerlo a la realidad más oculta de las amenazas, de la manipulación y de los entresijos del poder, mostrar así la actitud propia de cacique del alcalde. Y, aunque haya una progresión en la descripción del ambiente del pueblo, ya en el inicio las llamadas sin explicación que recibe la tía Visitación hacen presagiar que hay algo de oscuro, algo que no se conoce, pero que está allí.

En toda la novela, no das puntada sin hilo.
No me gusta rellenar la narración con hechos o descripciones que no sirvan para la economía del relato, que no tengan alguna función dentro de la trama. Si pongo un clavo, es porque alguien va acabar colgado en él, si menciono en el inicio las llamadas es porque tienen o tendrán, con el desarrollo de la trama, un sentido.

En la novela la música juega un importante papel: tapa los gritos y los ruidos de la violencia y de los malos tratos y, a la vez, es expresión de júbilo, de libertad.
La música está en todos los espacios de la novela y cumple todas las funciones posibles. La música del inicio, de verbena, de fiesta o los boleros de Olga Guillot es la música que tapa el ruido de los gritos; posteriormente, la música se convierte en evasión de la mano del jazz y, por último, la canción italiana, L’inverno all’improvviso, sirve como cierre del relato y, sobre todo, del viaje de Justo. La música juega distintos roles y su rol no corresponde forzosamente al género musical en el que se inscribe, sino al ambiente o al lugar en la que suena: la música de fiesta esconde un drama a la vez que las canciones dramáticas se convierten en un medio para la evasión.

Roma, ciudad eterna se convierte, paradójicamente, en tu novela en la ciudad del olvido.
No es casual que haya elegido la capital italiana. Roma se convierte en personaje, dialoga con la trama de la novela. Y en relación a la memoria, Roma es la única ciudad que conserva la memoria a través de la desmemoria, construye cosas deconstruyendo cosas. Para esta novela, la única ciudad posible era Roma, una ciudad que engaña, que engatusa, como la propia memoria, con sus callejuelas, es una ciudad en la que es imposible perderse, siempre vuelves a encontrarte ya sean en el Pantheon o en Piazza di Spagna; Roma es siempre más lista, es una ciudad que sorprende, es una ciudad viva.

Junto a Roma y de la mano de Kavafis, aparece Ítaca, lugar de regreso, de memoria, de origen
Ítaca lo es todo, es el regreso a tu patria, a tus orígenes, pero también y sobre todo, Ítaca es tu madre, es el origen de todo. Por ello, junto al poema Ítaca de Kavafis aparece la imagen del faro, como guía, como luz que señala lo perdido, la memoria y el recuerdo. En esta novela todo está tan anotado, tan pensado, que hoy por hoy me da miedo no poder realizar otra novela como esta.

Nunca se sabe, las novelas no tienen que ser siempre iguales y los procedimientos de escritura cambian y no por ello deben ser unas mejores que otras.
Yo no quiero escribir otra novela igual, enmarcarme dentro un esquema, a fin de cuentas, mi único objetivo es que me lean, pues todo aquel que escribe, desde un blog a una novela, quiere ser leído.

Sin embargo es problemático afirmar esto, pues se corre el riesgo de pensar la escritura en función del lector, dejando de lado el proyecto literario propio y autónomo del autor.
No, en absoluto, no quería decir esto, aunque es indudable el deseo de ser leído. Creo sinceramente que escribir en función de un modelo preestablecido es lo peor porque no puedes crear libremente; para mí cada novela es nueva, no es una repetición de la anterior. De hecho, y como comentábamos antes, en La noche soñada he querido matar París, es decir, he querido dar carpetazo a mi novela anterior, una novela que me ha dado mucho, pero que ahora he querido dejar atrás.

Como has dicho en varias ocasiones, esta nueva novela es un homenaje a Ana Maria Matute, autora que ha estado siempre presente en tus lecturas y que, injustificablemente, ha tenido un reconocimiento tardío.
Desgraciadamente, el reconocimiento a Ana Maria Matute ha llegado muy tarde, solamente tras la publicación de Olvidado Rey Gudú volvieron a pensar en ella y a considerarla, y sólo ahora es reconocida como la gran dama de las letras. Como el título de su novela, durante mucho tiempo fue olvidada y reapareció solamente años más tarde.

La crítica y el sistema literario en general deberíamos preguntarnos el por qué de esto.
Seguramente porque en su obra narrativa habla de la niñez, y para determinados grandes egos literarios la niñez como tema, pero sobre todo la literatura dirigida a un público juvenil, incluso infantil, es una literatura menor. El hecho de que escribiera relatos como El saltamontes y el Aprendiz y otros dedicados a un público joven la desterró durante algunos años y esto es incomprensible, pues no hay nada mejor y nada que le podamos agradecer más a Ana Maria Matute que dedicar parte de su extraordinaria literatura a los más pequeños. El lector, creo yo, comienza a formarse desde niño.

Hace poco hablaba precisamente de esto con Fernando J. López y de la necesidad de considerar la literatura juvenil no como literatura menor, sino como literatura a secas.
Yo creo que hay que valorar más la literatura juvenil y los cuentos infantiles, porque precisamente a través de esta literatura nacen y se crean nuevos lectores, los futuros lectores. Y no hay nada mejor que grandes escritores, como puede ser Ana Maria Matute, dediquen su tiempo a crear para este público joven, un público al que no se le puede dar bote pronto La Celestina, hay que darle libros para que descubran que la lectura es un lugar para visitar y no un objeto de estudio.

Tú de pequeño fuiste un gran lector, ¿me equivoco?
Yo fui un gran lector y lo fui también por mi madre, que era y es una gran lectora; una de las imágenes de mi infancia es la de mi madre leyendo. Agradezco la herencia lectora recibida y agradezco el haber recibido muchos libros como regalo de cumpleaños; en mi casa no hemos sido una familia con mucho dinero y el libro, que ahora ya no se valora tanto, era el regalo importante, más apreciado, un regalo que tenía valor.

Yo no tengo libro electrónico, me niego, precisamente porque, como tú mismo escribes en La noche soñada, no huele, resulta frío, distante.
Yo tampoco tengo libro electrónico, me gusta el libro de papel, puede que por nostalgia, pero me gusta el girar las páginas, el volver hacia atrás y luego volver hacia adelante, estos gestos propios de la lectura no se tienen con el libro electrónico.

Es cuestión física, con el libro tradicional se establece con un contacto físico especial.
Es verdad, es una cuestión física, como el sexo. Tiene que haber tacto con la novela, es necesario tenerla entre las manos, incluso en esos momentos en que se detiene por un instante la lectura, pero incluso así el libro permanece en contacto contigo.

Roland Barthes escribe sobre esos momentos en los que se detiene la lectura, la mirada sobrepasa el libro, se dirige hacia otra parte para luego regresar a las páginas del libro.
Ese desplazamiento de la mirada a lo largo de la lectura es el mismo que se tiene cuando se mira al mar, tiene su mismo efecto: empiezas mirando al mar y terminas mirándote a ti mismo. Con la literatura pasa lo mismo, comienzas leyendo una obra y terminas mirándote y reflejándote a ti mismo. Por eso en la novela, el mar es el lugar en el que se reflejan los personajes, es el espacio que ellos observan desde lo alto del acantilado, desde donde vislumbran la otra orilla, aquel lugar de huida que será, posteriormente, Roma.

De hecho, a novela termina en la parte alta de Roma.
Desde esa altura, se proyecta una visión de vértigo y de perspectiva sobre la vida, sobre el recorrido realizado. Desde lo alto de Roma que, además, es esa otra orilla vislumbrada desde el acantilado en la costa cerca de Calabella, Justo proyecta, ya con perspectiva, el recorrido, el viaje realizado.

Una de las grandes novelas del siglo XX, El Gran Gatsby, termina también desde lo alto: la altura se convierte en perspectiva, en distancia crítica.
No lo recordaba, pero evidentemente sólo desde lo alto es posible adquirir la perspectiva vital. La altura, a lo largo de toda La noche soñada, significa distancia, cambio: la casa en la que va a vivir Justo con su madre y su hermana está en lo alto del acantilado, lejos del pueblo; alejarse del pueblo y subir a lo alto del acantilado implica para ellos dejar atrás el pasado y llegar a un nuevo lugar de mayor felicidad. Luego, en la altura del altillo, Justo y su hermana encuentran los telares de su abuelo, unos telares que simbolizan los sueños, los proyectos o los viajes y, ya por último, lo alto de la ciudad de Roma es el resumen del viaje realizado, la distancia con el pasado. La altura, para resumir, nos da la perspectiva vital para observarnos.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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