Orfeo en Nueva York. Fernando del Val
Difácil (Valladolid, 2011)
[Una estrellada de huevos coloridos sobre sábanas dalinianas].
DirÃase que el poder rutinario rasga inmanentemente los plenos estados contemplativos del arte como adormidera; que lo sesga a mero ganapán, a trifulca compartida en igualitarios y bebedores del mismo guarique, en halos de los pormenores aparecidos en formato facistol, hacia el diario matutino con tostada y un generoso unto de colesterolina como asentativo del café de los dÃas. Pero el poder metropolitano es algo más que someterse a un ordenador que más que deÃfico señor electrónico circunscribe a los hombres a piltrafas sociales twiteando: “Sigo en la peluquerÃa†o “EnvÃo S.O.S., que se me muere la baterÃaâ€. Ilesos. De una mortuoria rociada en el vino magenta, del vuelo donde dejó la piel ése natural inocente que ya no leerá más a arcilla cocida del trópico, sino a marcas, a subtes los domingos y gabardinados con derecho poseso a la despensa abierta ante contemplación, ora ventanales trifulca, ora frazada hasta las orejas. Hórreo, mendaz, el suelto brÃo artÃstico se asimila ante un poderoso Orfeo que no dicta en contrapunto sonoridades demenciales de un Manhattan encalleciendo el oro muerto de una escena de verduras y zetas podridas descendiendo a través de las alcantarillas de Broadway, en Nueva York halando colas de parados, parados hasta el deceso, parados hasta la inanición de un sol delineando naranja Fante, plomazo Hemingway, picha Miller, mar Bukowski. El cierto es no. El cierto abreva del mismo lecho lacustre con olor a tufarada y gases nocivos, el michino de la salida prefiere no ahondar en una botella mÃsera de agua, su beber implacable de gato impreso en un texto nerudiano como el oro de los dÃas fulgentes para rato, tendiente al capitán y CÃas. Inconexas. Las ciudades llevan algo de libretita, de almanaque donde cota a cota el médano va tragando a las partes puntillos de arena, su vestal soseguida de garradas esfinges que olvidaron la adivinanza en el descampado del cajero automático, ésa vÃspera que algo usuales dejamos el ligue anterior a sólo una imaginérica bajo el peso abrumador de una aventura amorosa inesperada. Algo más que banalizar los actos viles del consumismo, la feraz bombarda de las redes sociales que en un solo click detractan al deicida a lenta molotov, que farandulean al escritor profundo aparecido de un minuto a esta parte con la modelo turgente mezcla de ángel y putita competidora de brazadas a los lomos sagrados de las facturadas carnes perfumadas de los machos de etiqueta en la trusa, de palito en el cuello diseñado para servidor de pasarela. ParecerÃa que la literatura basura va inundando los puertos mendaces del Kindle® o la programática marketera desierta de libros bajo demanda… de más alfabetismo pendiente de las ojeras; peor aun, las despensas repletas de bancos de autoayuda como insignes souvenirs de lujo, FILibrescos malolientes a lavanda de los campos de las almas limpias en reposo; piscinas o desérticos médanos mereciendo tapar cuanta mierda bibliómana existe, para beneplácito de algunos tomitos decentes que entre zancadas y sudores laborales se abren paso, mismo grito paralelepÃpedo de las catalepsias eléctricas, o los niños neoyorquinos que con la pata calata le achuntan a la esfera creativa alargando cada vez más sus polos menos inesperados de los que se compone el planeta de los sesgos, bala de rugby antes de que cualquier veta azufrada y crÃtica asome el simio rabo, divertiré un poco estos vasos comunicantes para poner el punto neoimpresionista que a las largas dice parte o el tomo entero, Orfeo en Nueva York, acaso una chata impresión del amigo virtual supurando lenta como cuando la vista plácida y apaciguada se va en los veranos de todas las playas del mundo, hacia el rojo desesperado de peces a flote. Su autor, Fernando del Val, un opaco deicida de los domingos que cada vida reduce a piltrafas maquinadoras de caras invisibles del almanaque no transcurrido por la efemérides que otros ven al no frotarse la fantasÃa de ojos cerrados. Pronto aparecerá con dos tomos de la misma estirpe, porque de Orfeo, el poeta que lo honra.
Jack Farfán Cedrón
http://elaguiladezaratustra.blogspot.com
Se ve interesante.
Bla, bla, bla, bla, bla
Claro ejemplo de como se puede hablar mucho sin decir nada, páginas llenas de litros y litros de diarrea verbal y vacÃas de talento poeticoliterario.
Llamar poesÃa a esto o poeta a su autor es un insulto a cualquiera de los grandes poetas y escritores españoles de la actualidad y del pasado.
Pero siempre habrá algún friki capaz de autolesionarse leyendo esta indigerible sarta de estupideces y encima congratularse de ello, allá él.
Con la cantidad de talento que hay por descubrir en este paÃs… está claro que Dios da pañuelo al que no tiene mocos.
Este libro es un auténtico peñazo!!!!!!!. Menudo regalo me hicieron por mi cumpleaños. Pienso devolverle al amigo que me lo regaló otra «obra» de Fernando del Val para vengarme. Madre mÃa, es infumable. Soy adicta a la lectura pero con autores como el citado la deshabituación serÃa facilÃsima. Me parece lastimoso publicar ciertos libros…..
Se nota que ninguno de los que han escrito es inocente. Se nota mucho la pose.