Charles Taylor | Foto: Berta Ares

Taylor: «La Cristiandad ha llegado a su fin»

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Charles Taylor | Foto: Berta Ares
Charles Taylor | Foto: Berta Ares

Para comprender la naturaleza del Estado moderno y de los tiempos que nos tocan vivir se hace más que imprescindible bucear en la obra del filósofo canadiense Charles M. Taylor (Montreal, 1931); muy especialmente en su último y grandioso trabajo La era secular (Gedisa editorial, 2014-2015). El estudio arranca en la Edad Media y examina un mundo regido por estructuras míticas. Un mundo luego desencantado -en referencia a Weber- que Taylor interpreta ofreciendo un nuevo y potente análisis. La apisonadora reformista primero y el surgimiento de la Modernidad después llevaron al ser humano a emprender el camino del desencantamiento, y con él el de la secularización de unas sociedades donde ya es posible participar plenamente en política sin encontrarse nunca con Dios. Es más, la fe en Dios ya no es axiomática: tiene alternativas.
Nos encontramos tras su conferencia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde ha compartido con un público numeroso y mayoritariamente joven una interesante reflexión sobre democracia y diversidad religiosa.

¿Cómo tiene que posicionarse la democracia con respecto a la diversidad religiosa?
No podemos prescindir ni de la religión ni de la política; en cierto modo, porque los seres humanos tenemos un compromiso con ambas. En la era secular, religión y política pueden mantenerse aparte, diferenciadas, pero a veces sucede que se combinan de una manera incompatible con la democracia. Por su parte, la democracia contemporánea está fundamentada en principios de igualdad, no discriminación y en el hecho de que todos podamos tener nuestra propia voz. Esto es a su vez incompatible con que un punto de vista determinado, religioso o antirreligioso, sea el oficial y se imponga sobre todo el conjunto de la sociedad. Las instituciones políticas tienen que ser neutrales. Pero el mismo set de principios genera otro importante según el cual la gente tiene libertad siempre y cuando no infrinja los derechos de los demás.

Cada vez es mayor el número de identidades culturales que conviven en un mismo territorio, ¿qué líneas rojas no deben cruzarse?
El objetivo extremadamente crucial de nuestras sociedades actuales es crear un espacio de identidad compartida, desde el cual pueda encontrarse una manera de vivir juntos manteniendo cada uno su propia identidad. Las líneas rojas aparecen cuando sientes que una identidad se hace tan invasiva que hace imposible la convivencia con gente que tiene otras. Es algo con lo que luchamos frecuentemente en Canadá. En Quebec ha habido un movimiento para la independencia, pero hasta ahora la mayoría de quebequenses piensa que ‘sí podemos vivir en esta casa común a todos’, pero, por supuesto, eso implica una gran descentralización. Esa está siendo la solución si queremos una unidad de Estado, de otra manera no podríamos vivir juntos.

En su obra habla de un tiempo original, un gran tiempo en el que se estableció el orden de las cosas, ligado al inicio de un relato. Por otra parte habla de un tiempo superior o eternidad comprendida en un sentido filosófico y teológico. Este tiempo superior reúne y reordena el tiempo ordinario o secular. ¿Hacia dónde nos conduce la globalización?
Los diferentes tipos de conciencia de tiempos primigenios, originales, pertenecen a las diferentes culturas y éstas funcionan de forma diferente. Este mundo globalizado se inscribe dentro del tiempo secular. Todas las instituciones creadas en él se entienden fuertemente incrustadas en este tiempo ordinario. Pero efectivamente sí hay un sentido continuo de tiempo superior, incluso en sociedades muy secularizadas.
Piense en la poderosa aportación que sobre este tema hizo Marcel Proust. En El tiempo recobrado tienes esa sensación de lo que estás haciendo en ese momento presente está conectado con algo que sucedió hace mucho tiempo. Se trata de una conexión de dos tiempos muy diferentes, pero en una forma continua de conciencia de tiempo superior. ¡Esta es la cuestión!, y estoy seguro de que algo similar sucede en otras culturas.
Proust interviene en un campo en el que tantos filósofos han planteado sus preguntas. Heidegger por su puesto, o Walter Benjamin, en su estudio sobre Baudelaire –que tiene un fuerte sentido de tiempo secular, como una sucesión de momentos-. Así pues, la existencia de un mundo donde el tiempo superior queda a un lado, pero en el que encontramos conexiones que nos unen a él… es aquí donde Proust plantea todas las preguntas.

Gedisa
Gedisa

¿Cómo influye la tecnología sobre nuestra percepción del tiempo?
Creo que la tecnología es una de las maneras a través de las cuales nos desconectamos totalmente del tiempo, porque la única relación importante entre dos momentos para la tecnología viene causada por una intervención o un control. Yo puedo controlar lo que sucede luego en función de lo que hago ahora, ¿sí? Pero la característica fundamental del tiempo significativo es… y ahora voy atrás, a San Agustín, quien pensó en todo esto… es un tiempo de melodía. La melodía, como la música en sí misma, no tiene esta cuestión del control. La unidad no viene de que un momento siga a otro, sino que es la misma unidad la que confiere significado de totalidad. El ser humano necesita esa experiencia de totalidad, esa cualidad de la melodía, en su sentido de tiempo vivido. San Agustín consideraba que el tiempo ordinario es dispersión, distensio, pérdida de la unidad. Nos perdemos en nuestra pequeña parcela de tiempo. Pero tenemos un deseo incontenible de eternidad, y por lo tanto luchamos por ir más allá.
Esta percepción de totalidad también puede venir a través del relato, por eso tratamos de entender nuestras vidas en una forma narrativa. En Tiempo y narración, un libro muy profundo, Paul Ricoeur aborda este tema de que todos nosotros tratamos de vivir nuestras vidas de forma narrativa. Necesitamos comprenderla así, con sus momentos y sus decisiones clave. Así pues, el relato narrativo y las melodías son modelos para conectar con el tiempo. Lo puramente tecnológico está ligado a tener un control sobre algo.

Sin embargo, hemos comenzado a crear relato de nuestras vidas a través de las redes.
Sí, pero una autocomprensión a través de lo puramente tecnológico no crea narrativa real, porque una narrativa real implica una sucesión de vida sobre la que no se tiene control, sino todo lo contrario. Tomemos la expresión de ‘tiempo homogéneo’ de Walter Benjamin, el tiempo vacío como marca de la conciencia moderna, y es vacío y homogéneo porque no tienen momentos cruciales de principio y final, es vacío en cuanto puede ser manipulado.

A pesar de que partimos de un relato diferente, ¿tecnología y globalización nos conducen a la humanidad a un relato común?
Nunca lograremos una única narrativa. ¡Ni siquiera somos capaces de lograr un acuerdo para una narrativa histórica común en nuestras sociedades! Bueno, hay una narrativa, pero no todo el mundo está de acuerdo con ella… (ríe). Más bien la cuestión es cómo vivir juntos en un mismo espacio público manteniendo las diferentes culturas. Y aquí el ideal podría ser… bien, todos vivimos una situación similar, en parte debido a la tecnología que nos permite a todos estar conectados, pero necesitamos constatar nuestras propias narrativas, lograr un entendimiento entre unas y otras, e incluso intercambiarlas. Este es precisamente un reto crucial de la humanidad: comprender las otras narrativas.

Tanto Ratzinger como el actual Papa Francisco han tratado o tratan de actualizar la narrativa cristiana. Ratzinger redefinió el purgatorio, y el Papa Francisco dedica una encíclica al cambio climático.  ¿Qué lectura hace de estos gestos?
Se están produciendo muchísimas discusiones, y divisiones, sobre esta narrativa. Pero creo que el gran cambio en el relato, hasta ahora común entre las iglesias cristianas, es el que se ha producido en el seno de lo que llamamos Cristiandad. No me refiero al cristianismo, sino a la civilización construida en torno a él. Creo que la Cristiandad ha llegado a su fin. El ideal de sociedad que está homogéneamente de acuerdo desde una perspectiva religiosa que es la cristiana se ha acabado. Ratzinger no supo digerirlo. El Papa Francisco realmente lo entiende, en parte porque él procede de América Latina, no tiene la visión sólo europea. Así pues, hay que repensar toda la narrativa de la historia cristiana. Y es algo que ya se está haciendo desde todas las confesiones, no sólo desde la católica, también desde las iglesias protestantes. En la iglesia católica hasta ahora imperaba una conciencia desde la visión europea y norteamericana, ahora esto está cambiando radicalmente, porque pide ser global. Esto sí que va a suponer un cambio en la narrativa cristiana de forma muy, muy considerable.

Una de las figuras de esa Cristiandad eran los mendigos. En la Edad Media había una deferencia hacia ellos porque se comprendían como portadores de divinidad. Hoy queda lejos ya cualquier representación de la divinidad en el necesitado; es más, cosificamos a las personas en masas de desahuciados, migrados, refugiados…
Este tema que planteas es un tema importantísimo en mi libro, en el que me extiendo bastante. Efectivamente, en la Edad Media había un sentido de divinidad en los mendigos, porque en dar se producía un encuentro con Dios. Luego llega toda esa visión puramente instrumental que viene de la mano de la Reforma… La solidaridad secular puede ser consistente con esa mirada aun instrumental hacia las personas. Y lo que se echa en falta en nuestras sociedades, y cada vez más, incluso en las gobernadas desde la izquierda, es precisamente ese ver a la persona. Lo que reemplazaría esa percepción de lo divino, sería tener la percepción de lo humano. Una de las grandísimas necesidades de nuestro tiempo, de nuestras sociedades modernas es la de reintroducir ese sentido de relación humana. Creemos que son las estructuras las que pueden solucionar los problemas, pero esta es la cuestión: no son problemas, son personas.
Hay algunas contribuciones profundamente cristianas como la de Jean Vanier, fundador de las Comunidades del Arca, en ellas se hace evidente que los discapacitados mentales aportan una gran riqueza, no son sólo eso que muchos denominarían gente necesitada. Tienen una capacidad de amar que es verdaderamente extraordinaria y eso sí que los hace especiales. Lo mismo sucede actualmente con los desahuciados. Tenemos que ver a las personas y no reducirlos a simplemente víctimas. No se pueden formular soluciones globales burócratas que pasan por ir cambiando o bajando los tipos de interés. Hay que mirar a la humanidad.

¿Hay aún posibilidad de reencantar el mundo?
Para reencantar el mundo son cruciales dos cosas: ver a las personas como lo que son, seres humanos; y recuperar una narrativa mayor en la que quepamos todos.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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