Un paseo por Gracia: “José García”, de Jordi Corominas

José García. Jordi Corominas
Ediciones Barataria (Barcelona, 2012)

Parece imposible no sentirse, al menos por algunos instantes, como Leonard Bloom al recorrer la ciudad, una ciudad cualquiera, de un país cualquiera, en cualquiera de las direcciones posibles que ofrece el entrecruzarse de las calles. No importa el lugar, la zona o el barrio, la ciudad es víctima -hace ya años que su condena ha sido ejecutada- de un crecimiento desmesurado y despersonalizante, de un tiempo de fulgurante rapidez imposible de aprehender, tiempo huidizo como las imágenes, las fachadas, los sonidos que convierten a la ciudad en ese infierno que el gran poeta imaginó en su día.

La ciudad se ha vuelto anónima, decía en los ’50 Georg Simmel, para quien las urbes se habían convertido en el escenario de un nueva individualidad, el urbanita, condenado, como el propio Leonard Bloom, a una vida nerviosa, abocadada al “rápido e ininterrumpido intercambio de impresiones internas y externas”. No sólo el urbanita, también la ciudad está nerviosa; se vive, se escribe, se camina o, en definitiva, se habita en y desde una ciudad eternamente nerviosa -así proclamaba el título de uno de los primero libros de Enrique Vila-Matas– una ciudad que parece dirigir el individuo, como un auténtico tablero de ajedrez, a través de casillas pre-establecidas, imposibles de modificar. El azar que todavía permitía la rayuela cortazariana, un azar propio de la piedra lanzada sin saber en que casilla se depositaría, parece borrarse en un tablero que, más allá de las continuas desviaciones, no deja espacio para la improvisación.

Desde los estudios urbanos, se han propuesto muchas etiquetas para esta nueva realidad ciudadana: sobremodernidad, no lugares, escenarios postmodernos, postmetrópolis… distintos adjetivos para una misma realidad y, a la vez, distintos adjetivos para una realidad múltiple, pues el individuo, a pesar del rígido tablero al que ha sido desterrado, continua habitando la ciudad desde su subjetividad, desde aquella individualidad más íntima que no puede serle negada y que hace imposible definir la ciudad con un solo adjetivo. Tras el movimiento intempestivo de la gran ciudad, se esconde la ciudad anónima, donde todavía es posible hacer de un recorrido un propio recorrido, es la ciudad de un José García cualquiera.

Foto: Jordi Corominas

José García, al más puro estilo pirandelliano, es uno y muchos a la vez, todos son José García, personaje múltiple creado por Jordi Corominas para recorrer el barrio barcelonés de Gracia y entrecruzar, de la misma manera que lo hacen las calles con aparente aleatoriedad, diferentes historias, relatos comunes sobre personas comunes. Se trata de un libro sobre gente normal, así define el propio Corominas a sus personajes, personas normales cuyas existencias pasan desapercibidas, olvidadas tras los grandes acontecimientos. Una gran final de fútbol, la ciudad vacía y, sin embargo, tras la puerta de un apartamento, a la salida de un bufete de abogados, en un frankfurt o en la esquina de dos calles, un José García, prototipo del individuo anónimo que todos somos, construye su relato, escribe su historia. Preguntándose qué es lo que sucede cuando nada parece suceder, Corominas rescata estas pequeñas historias orquestrando un relato urbano en el que el barrio de Gracia, lejos de ser el simple escenario de la trama novelesca, se convierte en un relato más entre las otras historias presentes en la obra. Corominas hace de Gracia el espacio -y no el lugar, según la terminología de Michel de Certeau– donde los personajes inscriben su propia historia, las calle custodian el pasado de cada uno de ellos, custodian el sentido de su rutina, hacen comprensibles los acontecimientos que se entrelazan entre ellos a través del mapa geográfico del barrio. Las vidas de los distintos personajes se cruzan porque se cruzan sus calles, porque todos ellos tienen un relato común, un relato llamado Gracia.

“La trace d’une ville plutot que d’architecte est oeuvre du temps”, escribe Jordi Corominas; las calles de barrio, así como las calles de una ciudad cualquiera, son construidas por el tiempo, un tiempo histórico colectivo e impersonal, pero también individuales, el tiempo y la historia de cada uno de sus transeúntes. Es precisamente esta historia anónima, individual conservada entre los espacios del barrio barcelonés la que hace posible el viaje, un viaje hacia el propio pasado, hacia el pasado de los personajes capaz de dar sentido al presente. En un ejercicio de intertextualidad, Corominas, de la mano de un personaje, emprende un viaje desde el relato de Gracia hacia al relato italiano,  hacia la Italia de los setenta, sacudida por las Brigadas Rojas y por el caso Moro. Pasear por Gracia se convierte, por tanto, en pasear a lo largo de una linea temporal discontinua, pasear por aquellas calles es reencontrarse con una serie de relatos, recuperar un tiempo perdido y a la vez iluminar aquella “presencia en la que”, como dice el propio Corominas, “ nadie repara por ser invisible-invisible”.

Con José García, Jordi Corominas propone un ejercicio de estilo donde la fragmentariedad no pone en duda el género novelesco, sino que le es intrínseco: el mapa geográfico nunca es homogéneo, basta con sumergirse en él, en el callejero, para ver la discontinuidad de las calles, del tiempo y, sobre todo, de cada una de las existencias de sus habitantes. Personas comunes, anónimas, que llegan y se van, que dejan su rastro, detienen su historia en una esquina para que sea otro quien la continúe. Corominas sigue estas historias en una reivindicación de la literatura de lo cotidiano; por un lado, sigue los pasos dejados por los grandes autores del Nuevo Periodismo, yendo más allá de las noticias de crónica, buscando los porqués, rescatando, como en su día Truman Capote, la historia personal de aquellas personas reducidas por los periódicos a simples iniciales. Por el otro lado, se apropia de la literatura urbana barcelonesa: Marsé, Mendoza, Vila-Matas… Jordi Corominas se convierte en el perfecto heredero.

Perec vió fracasar su tentantiva de agotar un lugar parisino, Vila-Matas comprobó la imposibilidad de agotar la Plaza Rovira, ahora Corominas ya no busca agotar el barrio de  Gracia sino que busca su inagotabilidad, pues sabe que, como la estatua de Rovira, todavía hay muchos relatos, muchas vidas normales que rescatar.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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