La autora barcelonesa ha evolucionado, y asà lo demuestra su último manuscrito, El duelo y la fiesta, donde abandona lo utópico y se sumerge en la realidad. El salto de gigante es sutil, un progreso suave aunque contundente. De lo rural y la fantasÃa viramos a lo urbano encerrado en pequeños habitáculos, espacios cerrados que poco a poco convergen hasta crear una polifonÃa que serÃa imposible sin la abeja reina que vehicula el relato, la poetisa Blanca Valente, quien desde su lecho de muerte parece tener un poder supremo que hace bailar al resto de personajes, encabezados por su criada Luisa y Julio, un joven bibliotecario que desde su pasión por los versos de la agónica protagonista, muda en su cuarto y rimbombante por su resonancia, hará lo posible por acercársele mientras contagia con su pasión a su alumna adolescente, Candela. La dramatis personae se completa con ElÃas, un jovenzuelo que por orden del carismático Padre Damián acude al domicilio de la moribunda con el objetivo de darle confesión, Rosario, el marido de la sirvienta y un sinfÃn de voces anónimas que permanecen en escena pese a guardar silencio durante la mayor parte del relato.
Son presencias casi invisibles con un sentido que las hermana. El vÃnculo no sólo es la poetisa, sino más bien la figura materna que determina de un modo u otro la existencia de estos peones de la trama. Ya dice el refranero, y Rafa Nadal, que madre no hay más que una. Aquà Luisa lo es y sufre por ello, Blanca Valente lo es y atiende a la última, la que siempre nos lleva. Julio tiene una que corre por el barrio y la de Candela se preocupa por los trastornos de su retoña. ElÃas la tiene lejos, muy lejos, sobre todo en la conciencia del abandono. Todas influyen y han desbaratado la normalidad. Algunas han pagado el pato y lo saben. Otras siguen con la rutina, ajenas al dolor, ciegas al ignorar los mecanismos que generan una causa y un efecto en la doble intimidad de la relación materno filial y la carga que conlleva para los implicados.
SerÃa fácil hablar de vidas rotas que confluyen en una carretera trágica. Fácil y cierto, pero ahórrense lo lacrimógeno. El duelo y la fiesta es un ejercicio de pericia al servicio de la literatura que toma su modelo de referencias clásicas de las letras españolas, desde Ana MarÃa Matute hasta Carmen MartÃn Gaite con un punto de Delibes, buenas referencias para armar una prosa que tanto sabe usar la ironÃa enmascarándola de solemnidad y viceversa. Las situaciones humorÃsticas no aparecen de la nada, llegan porque asà lo exige el transcurrir de los hechos y en ocasiones, sin ser gags de carcajada, nos arrancan buenas risas porque la autora ha sabido captar lo absurdo de ciertas situaciones de la cotidianidad, desde dudas maritales hasta señoras que se transforman por arte de birlibirloque en crÃticas de postÃn.