El rÃo de las edades. Pierre Bergounioux
Traducción de MarÃa Teresa Gallego Urrutia
Editorial DÃas Contados (Barcelona, 2012)
«No escribe uno lo que quiere. Lo que te esfuerzas en sacar a la superficie de la página, lo que, desde lejos, mucho después, procuras simplemente nombrar, es esa parte del mundo y de nosotros mismos que era obstáculo, privación y estorbo precisamente por lo que nos resultaba de desconocida, de enajenada. La escritura, por lo menos tal como yo la entiendo, tendrÃa bastante del sentido que toma la palabra cuando se la usa en plural para referir[se] a los asientos registrales públicos y privados. Repertoriar las transacciones, las subrogaciones en las que uno se vio implicado sin saberlo, ya antes de nacer, liberarse de los créditos vencidos, de las manos muertas lastrantes, acceder a la eventualidad propia e indescriptible de uno [mismo]».
(De la entrevista a Pierre Bergounioux realizada por Tristan Hordé,
un fragmento de la cual se incluye a modo de prólogo en este volumen).
Cazar al vuelo una sensación irrepetible, que no puede ser evocada, provocada ni reproducida. Parar el tiempo en la fracción de segundo en que se materializa una concatenación de hechos externos y un despertar súbito de la conciencia que hace evidente la relación; no la epifanÃa, y no en el sentido agustiniano de representación de Dios en el ser humano para llegar a una conclusión divina, sino en el sentido que la concibió Joyce, como la súbita manifestación espiritual en la que un detalle fÃsico se convierte, mediante el lenguaje, en un sÃmbolo prodigioso, en sà misma como producto acabado, sino el momento en que ésta se produce.
Bergounioux es paisaje; paisaje lejano que se percibe con la imaginación; paisaje propio, sensorial, que posee todas las cualidades de la realidad; y la interacción de ambos. Y sÃntesis morosa: elección de los elementos narrativos imprescindibles buscando que la visión de conjunto sea completa, pero deteniéndose delerosamente en esos elementos haciéndolos objeto de un detalle cuya minuciosidad lo hace casi infinito.
La literatura está ahÃ, sólo hay que desvelarla: en uno mismo, en lo que ha vivido y en lo que no ha vivido, en las historia de los lugares, en la geografÃa; la creación y las sucesivas modificaciones del paisaje son únicamente capÃtulos de ese gran libro que es la duración del tiempo.
Pero es contraproducente, además de inútil, otorgarle intencionalidad al tiempo; la civilización, la humanización del paisaje intenta acotar en porciones de tiempo humano la duración de los incalculables eones al tiempo que cree dominar a la naturaleza, pero ésta, indiferente a las cuitas de ese minúsculo ser, es capaz de reconquistar en un instante las irrelevantes modificaciones que llamamos, pomposamente, «civilización», y retomar ese relato que empezó mucho tiempo antes de nuestra existencia y que seguirá eternamente mucho después de nuestra desaparición.
El libro, extraordinariamente editado por la sorprendente y reincidente DÃas Contados, contiene «El rÃo de las edades» («Le fleuve des âges», 2004), «Universos preferibles» («Univers préférables», 2003) y un fragmento de la entrevista («Conversations sur l’Isle», 1998) a Pierre Bergounioux realizada por Tristan Hordé en 1997.
En el primer relato que da tÃtulo al libro, Bergounioux se sirve de una inundación que tuvo lugar en Brive-la-Gaillarde en 1960 para poner en evidencia esa inútil pero inevitable confrontación, esa
«… divergencia de lo ideal y de lo real, el orden de la naturaleza y los propósitos que conciben las criaturas».
La imaginación, el ideal que proporciona, fluctúa y serpentea como ese «rÃo de las edades» que da carácter a la geografÃa del alma del individuo; pero ese mundo imaginario tropieza, inesperadamente, con lo real
«Lo real era para nosotros una entidad distante, inmaterial, bien porque, por naturaleza, fuera lo suyo hurtarse al tacto, igual que el universalismo abstracto, bien porque residiera exclusivamente en una lejanÃa amplia, junto con los acontecimientos importantes y preñados de consecuencias en que consistirÃa, mientras nuestras horas periféricas, obsoletas, tendrÃan que ver con un sueño, con un recuerdo».
en forma de presa, que no sólo aniquila cuanto encuentra a su paso, sino que interrumpe el relato que la imaginación especulaba continuo. Más al Este, más hacia el sol, por tanto -el viaje que propone Bergounioux es hacia el comienzo, una suerte de viaje atrás geográfico pero también vital-, en busca de ese relato primigenio, encuentra otra interrupción del curso debida también a la mano del hombre, los puentes colgantes sobre el Dordogne:
«No hay sitio en el mundo donde se junten tantas llamadas, tantas promesas como en el umbral de los puentes colgantes, no es la mano del hombre, sino la de la mujer, de un hada muy poderosa, la que se dirÃa que los bordó en las orillas suntuosas, que parecen forradas de petigrÃs, del Dordogne».
¿Y el origen? Bergounioux cambió de dirección y no se aleja sino que se acerca a sà mismo, el viaje geográfico se convierte en viaje interior, se repliega en su recuerdo y en el laberinto de la memoria. Recupera ese instante anterior al big bang, cuando no existÃa nada de lo que tendrÃa que existir, esa «modesta hora» que precedió a todo, y descubre, en la noche cerrada que precede al alba, el mundo sin nosotros, la indiferencia de todo lo existente, en definitiva, la nada.
«Fue a los ocho años, y antes del alba, cuando descubrà la nada, que camina sin rumbo pisándonos los talones y borra nuestro rastro; y nunca he vuelto a olvidarla ya».
«Universos preferibles», el relato que completa el volumen, examina algunos de los mecanismos de la creación literaria, tratando de averiguar el porqué de la existencia de esa vida paralela que se inicia en la mente del escritor cuando imagina, algunas veces incluso inconscientemente, el sustrato de un relato y los mecanismos que desencadenan su traslado a la conciencia:
«Acontece que una palabra que decimos o que oÃmos, un lugar al que volvemos tiempo después, actúen como catalizadores, revelen a posteriori el pulular de textos embrionarios que pretendÃan resolver los enigmas…».
Un texto puede ser creado, es decir, inventado por la imaginación, en cuyo caso no existen frenos a la ficción pero su desarraigo de lo real hace que, forzosamente, transite por el limbo de las infinitas y a menudo inclasificables posibilidades; o bien puede tener su origen en lo real, limitándose a re-crear unas situaciones, también ficticias, pero enmarcadas entre unas fronteras -condicionantes, restricciones, constricciones…- que no pueden ser rebasadas sin que se extravÃe ese vÃnculo. Es en este caso cuando la aparición repentina del objeto reverenciado hurga en la memoria del narrador hasta hacer explÃcito ese relato con el que se hallaba asociado. AsÃ, el viaje hacia una determinada casa deshabitada situada en una curva de la carretera al final de Cressensac desvela todo el mundo de posibilidades narrativas que el autor ha ido imaginando a lo largo del tiempo y que permanecÃan latentes en su memoria.
«Pero es a la derecha, en el foco del ángulo de la esquina, donde se alza la [casa] que le hizo las veces de germen a la novela que debió de nacer ese dÃa, que he olvidado, en que se me apareció por vez primera tal y como volverÃa a verla en incontables ocasiones, deshabitada desde los tiempos en que aún se podÃa vivir en ella y también luego […]. Ésa es la cuna de una de las vidas que consideré al margen de esa otra, real, cuyo contenido me incitaba a rehuirla con el cuerpo cuando tal cosa era posible y, en caso contrario, con el pensamiento».
Esa casa, sobre la que ha teorizado, le sirve a Bergounioux para armar el relato que constituye el texto, mediante incursiones en la arquitectura popular, las tardes de fútbol, la degradación de la vida en los antiguos núcleos rurales a que llevó la industrialización, en definitiva, en la vida que el arte de escribir es capaz de inventar a partir de un edificio abandonado.
«Es posible que me lo hubiera pensado antes de incautarme de ese edificio si hubiera estado ocupado».
El pasado como depósito de la ficción, el relato larvado que espera ser descubierto:
«HabrÃa supuesto un descanso no darle importancia a esa especie de biblioteca invisible de carne y hueso, más bien malintencionada, por entre cuyos volúmenes apilados me parecÃa cruzar como una lombriz cuando, apretando el paso hacia mi destino, pasaba rozando las fachadas de los comercios».
La vida como desencadenante de una novela y los episodios aislados como germen de relatos vividos en modo hipótesis, instantáneas y fungibles, que nunca se materializarán en forma literaria.
«… Yo tomaba nota con meticulosidad maniática de los detalles infinitesimales, de los lugares donde quedaba alzada la incertidumbre que pesaba sobre lo demás».
Los libros, confeccionados mediante esos relatos que otras personas han puesto a nuestra disposición, procurando no ya una evasión de lo cotidiano, sino abriendo una violenta brecha en el muro de la realidad:
«Tras cerrar el libro, todo parecÃa anodino y despreciable».
Joan Flores Constans
http://jediscequejensens.blogspot.com