Mircea Cartarescu | Foto: Miquel Taverna | CCCB

Cartarescu: «Escribir es la alegría de mi vida»

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Mircea Cartarescu | Foto: Miquel Taverna | CCCB

Llega a Barcelona cansado, en Rumanía se están produciendo importantes manifestaciones contra la corrupción política en las que participa activamente. Aun así, se muestra abierto y generoso en la charla sobre Europa que imparte en el CCCB ante un público que ya acostumbra a ser numeroso. Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) es el escritor rumano más premiado, algo que parece no importarle. Él escribe porque lo necesita, para comprenderse y comprender el mundo, para transformar el sufrimiento en belleza, esa que en palabras de Dostoievski “salvará el mundo”. En la correspondencia que mantiene con la escritora Luisa Etxenique (Correspondencias, Fundación Donostia, 2016) y que viene acompañada por un extraordinario prólogo sobre la tragedia y la comedia de Amos Oz, Cărtărescu escribe: “La vida del escritor concienciado y dispuesto a ayudar a la gente no es fácil en ningún sitio. En todas partes la falsificación de la historia, el relativismo de los valores, el racismo y otros tipos de discriminación, el nacionalismo feroz y el fanatismo religioso son los enemigos del intelectual humanista. Las armas de los reaccionarios son siempre las mismas: el descrédito, la difamación, el arrastre por el barro, la mentira, el odio y las acusaciones falsas. Sin embargo, en Rumanía, para poder soportar esos ataques día a día y hora a hora necesitas una capacidad de resistencia casi sobrehumana”.

En Rumanía vivió exiliado uno de los grandes exponentes de la cultura europea.
Ovidio
es un personaje de culto en Rumanía. En Europa es el poeta por excelencia, y representa el mito del exilio. Un mito que precisamente regresa a Europa a través del problema de los refugiados. Europa necesita pensarse de nuevo, tiene que encontrar un medio para poder conservar su gigantesco legado cultural y a la vez combinarlo con la supervivencia económica y política. La única salida que tiene en estos momentos es la unidad, cualquier evasión o salida es negativa para Europa y para el país que la abandona. Los actuales movimientos nacionalistas corren el riesgo de destruirla, por ejemplo, Marie Le Pen ya está hablando de un Frexit. Eso es un mal indicio. En cuanto a Rumanía, solo podemos ser rumanos si somos europeos, mi país no puede permitirse el euroescepticismo. En cuanto a mí, Europa forma parte de la fórmula de mi identidad, de la genética de mi identidad.

Retomando la imagen de Reinhart Koselleck, con la que Zygmunt Bauman nos ilustró en una de sus visitas al CCCB, la humanidad está subiendo una montaña resbaladiza sin saber qué hay del otro lado.
Creo que esta pendiente montañosa comenzó de forma evidente hace unos años, desde el problema de la crisis griega cada vez ha ido a peor… y el riesgo a patinar es cada vez mayor. Europa está realmente en peligro, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. La comparación es muy triste y dura. El acercamiento entre Trump y Putin me recuerda al pacto entre Ribbentrop – Molotov, que precedió a la Segunda Guerra Mundial. Hay otras muchas cosas que tienen también algo de déjà vu. Por otra parte hay esta tendencia centrífuga de países que quieren salir de la UE, más el problema que tiene Reino Unido, más el problema de los refugiados, más el problema del terrorismo. Se hace necesario mucho entendimiento, sentido común y lucidez. Espero que los líderes de las potencias europeas lo tengan para resolver estos problemas.

Mircea Cartarescu | Foto: Berta Ares

La historia, la filosofía, el arte, la literatura… ¿puede nuestro legado cultural contribuir a ello?
Todos ellos son elementos maravillosos, pero en momentos de tensión no cuentan. Hay esta cita latina “Cuando las armas hablan, las musas callan”. Ahora Europa ha de estar preparada, políticamente y estratégicamente.

Para usted, Shakespeare y Descartes captan el espíritu europeo.
En mi opinión, Europa está caracterizada por un espíritu dubitativo. El Dubito ergo cogito; cogito ergo sum es un pensamiento racional, pero la única manera a través de la cual podemos tener una certeza es a través de la duda. Y este pensamiento racional explota en algunas ocasiones, como en el caso de Hamlet, que durante cuatro actos duda si vengarse o no, pensando en todo tipo de estrategias y sin hacer nada en definitiva, para, en el último acto, matar.

Explicaba en su charla que hay un vacío entre los valores que hemos perdido y los que todavía no han nacido. ¿De qué valores hablamos? Por cierto, entre los perdidos yo citaría el de la modestia, sólo hay que ver cómo nos comunicamos en las redes sociales.
Cada generación tiene que redefinir su sociedad y sus valores. Por ejemplo, la democracia. En el mundo antiguo griego y latino la democracia se definía de una manera, de otra muy distinta la de hace ochenta años, y otra muy diferente será la de esta época de Facebook. Hay un hilo rojo que atraviesa todas estas democracias, y hay también muchas diferencias. Por ejemplo, la griega no incluía a las mujeres ni a los esclavos, por tanto no era propiamente una democracia real, porque ésta presupone tener derechos y excluir los prejuicios. Hoy en día todos pueden manifestar sus opiniones en ágoras virtuales que son las redes sociales. Vivimos, creo, en una súper democracia que jamás hasta ahora había existido, con partes positivas y extraordinarias, y partes oscuras. La gente muestra en Facebook sus pensamientos y su creatividad, y también el odio, los prejuicios y una falta de comprensión hacia los demás. Otros valores que siempre hay que considerar, una y otra vez, son la empatía, es decir, la capacidad de poder sentir el sufrimiento del otro; el sentido de la justicia, del honor; los vínculos entre las personas, la familia tiene que ser redefinida, y también el sexo. El mundo que vivimos es infinitamente más complejo que el que vivieron nuestros padres. Valga lo dicho como muestra de que los valores se tienen que ir renegociando continuamente.

Usted dice tener una necesidad de escribir sobre el destino de la humanidad.
Utilizo la literatura para comprenderme a mí mismo y al mundo. Mi objetivo no es escribir libros, sino comprenderme y comprender, la literatura es pues un instrumento. Por eso tengo una enorme curiosidad; me fascinan las matemáticas, las ciencias, la teología, la mística, porque creo que todos estos campos forman uno continuo de conocimiento, donde entra desde luego la literatura y la poesía. Y claro, también estoy interesado por la vida social de las personas, de la gente. En mis libros hay narraciones que puedes encontrar en obras de otros escritores: historias de amor, de carácter político; pero todos tienen, principalmente, un sustrato metafísico. Las historias no se refieren a la vida de la gente de una determinada época, sino a la vida del hombre en el cosmos, se refieren al destino del hombre. Vivimos sobre una nube de polvo en un tiempo de nanosegundo en un mundo que contiene dos trillones de galaxias. A propósito de la modestia… (Reímos).

Esta tendencia a la verticalidad necesariamente pasa por la pregunta en torno a dios.
Para mí la escritura es la continua búsqueda ante preguntas como qué hago yo aquí, quién soy, por qué estoy aquí, qué busco. La religión es una de las ideas que se renegocian en cada generación, para mí no tiene ningún tipo de relación con las iglesias institucionalizadas, sino que va ligada a una intuición de la complejidad del mundo. Estoy fascinado por la inmensa estratificación del mundo, de las cosas más pequeñas a las más elevadas. No quiero perder nada de esta estratificación en mis libros, esto se refleja en mi novela Solenoid, protagonizada por un sencillo profesor de lengua romanesca, en una escuela normal y corriente. Pero la vida de esta persona se va trenzando con el destino de la humanidad; partiendo de los pequeños insectos que ni siquiera observamos, hasta dios.

Me recuerda a Canetti.
Canetti es una de mis mayores influencias.

Cuando era joven leía mucho. ¿Dónde conseguía los libros, dónde los leía?
Nací en una casa sin libros, mis padres eran gente sencilla y trabajadora, no compraban libros. Con siete, ocho años comencé a ir a la biblioteca del cole, y luego a la del barrio. Para mi suerte era la época en la que se traducía mucho en Rumanía, era una época de apertura cultural, y además de leer los clásicos pude acceder a todo lo que se publicaba en esos años sesenta y setenta en Occidente: Borges, García Márquez y prácticamente toda la literatura moderna. Yo estaba obsesionado por la lectura. Leía ocho horas al día. Recuerdo que mis padres me arrancaban de mi lectura y me llevaban a la calle para que jugara con otros niños, pero yo me quedaba agazapado junto a la puerta leyendo, y cuando al cabo de media hora la abrían, me encontraban con el libro en la mano (ríe). Para mí el mundo era la biblioteca.

¿Qué imagen tenía de España a través de los libros?
Una imagen libresca, muy impregnada por Don Quijote, también por las obras de Miguel de Unamuno, que leía con mucha intensidad, y de Federico García Lorca, que era una lectura fundamental. También me gusta mucho Góngora y Ramon LLull; me llevé una gran sorpresa cuando supe que era catalán, no sé por qué pensaba que era italiano.

¿Llegaba a Rumanía también el underground soviético?
El underground en Rumanía estaba totalmente orientado hacia occidente. Había un comercio clandestino de discos, todos escuchábamos los grandes de occidente, The Beatles, Pink Floyd… y buscábamos como locos sus discos. Luego, cada sábado por la noche transformábamos las aulas del instituto en una discoteca, los estudiantes de familia más acomodadas llevaban el radiocasete, qué entonces pesaban una enormidad, y los poníamos sobre la mesa del profesor. ¡Era una época muy interesante! (Ríe).

En esa época estaba tan obsesionado por tener unos jeans, que incluso trabajó en el campo para ahorrar y comprarse unos de importación.
Sí, pero finalmente los tuve que comprar locales, de una fábrica de jeans rumana, allá por los años setenta. Pero lo interesante y lo que yo verdaderamente quería era llevar unos blue jeans de fuera, con esas enormes patas de elefante (ríe de nuevo).

Empieza a ser una leyenda por su hábito de escritura ¿puede explicármelo?
Escribo un diario, un dietario -probablemente mi obra más importante, que ya abarca más de cuarenta años-, en el que escribo casi cada día, si estoy tres días seguidos sin escribir en él, me siento mal, es una adicción. Además, escribo una novela cada cinco años, y mientras tanto escribo cosas diversas: artículos políticos, libros para niños y libros académicos ya que soy profesor de universidad. Hasta ahora he escrito unos veinticinco libros. Aquellos que son de carácter literario los escribo a mano y los entrego sin editar. Nunca he tenido que arrancar ninguna página de lo que escribo, tal cual está escrito lo entrego a los editores; no cambio ni añado nada, como mucho una palabra o dos por página. Ahora escribo una novela que supera el millar de páginas, el manuscrito está pulido, sin tachaduras, desde el principio hasta el final.

¿Es un don?
Es el don para el cual yo me siento reconocido y el que más agradezco, a quien sea que me lo haya dado. Es la alegría de mi vida y no deseo nada más que eso.

Mircea Cartarescu es poeta, novelista, periodista y crítico literario. En los últimos años se han publicado varias de sus obras más destacadas en castellano, como Cegador (Funambulista, 2010),  El ruletista (Impedimenta, 2010), Lulú (Impedimenta, 2011), Nostalgia (Impedimenta, 2012), El Levante (Impedimenta, 2015) o El ojo castaño de nuestro amor (Impedimenta, 2015), entre otras. Su obra empieza también a ser traducida al catalán. Recientemente se ha publicado Per què estimem les dones (Lleonard Muntaner, 2016) y su imponente novela Solenoid (Periscopi en catalán, Impedimenta en castellano, en 2017).

DEBAT. L’Europa que tinc al cap. Conferència de Mircea Cartarescu (VO En) from CCCB on Vimeo.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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