La carrera del poeta, ilustrador y artista visual, Juan Lima (El Perdido, 1944) está atravesada por el cruce entre la imagen y la palabra. Desde sus clases en la carrera de Diseño Gráfico de la universidad de Buenos Aires hasta su obra Botánica Poética por la que recibió el Premio «Destacados de ALIJA» en 2015, este artista multidisciplinar ha conjugado la poesÃa y el arte gráfico para crear su rico universo personal. Conversamos con él en torno a su mirada poética y su quehacer artÃstico.
En tus libros puede verse un entramado entre la palabra y la imagen. ¿Cómo trabajás esos dos conceptos?
En general, cuando tengo la punta de una idea comienzo a escribir. Tomo apuntes, busco referencias, acumulo muchas posibilidades de información. Luego, voy comenzando a hacer bocetos de poemas, hasta que se me ocurre un tema general, central, para un libro, una idea total más allá del poema particular. Cuando tengo esa idea, todo se subordina a eso, y voy pensando en sincronÃa cómo ilustro eso, que no es simple, tratando siempre de no repetir. Yo soy medio fóbico a esa cosa del estilo congelado, me gusta cambiar, mejor dicho, tengo la necesidad de cambiar. Por ejemplo, en el libro Un dÃa, un gato, tenÃa la mitad del libro hecho con mis gatos, pero pensé que era un plomo veinticinco gatos, un aburrimiento. Y con los demás libros me pasa lo mismo, pienso cómo ilustrar la idea, pero que no sea reiterándome, enfatizando mis lugares comunes, mis tics, las mañas profesionales que uno va adquiriendo. A partir de ahà es la pelea, una vez que tengo avanzado el texto, tengo que empezar pelearme con la imagen. Pienso en cómo hacer imágenes que me sorprendan a mà primero.
¿Siempre partÃs de la escritura?
SÃ. Comienzo con un poema y una idea muy básica de cómo se estructura eso en un libro. Por ejemplo, en San Telmo vivo muy cerca de un mercado de pulgas al que voy mucho, un mercado muy viejo y lindo, de 1890. Caminando por ahÃ, pensé: “¿por qué no hago un poema sobre esto?â€. Entonces, una vez que tengo la idea, hago un poema y luego pienso un libro todo sobre el mercado. Comienzo siempre asÃ, de un poema voy a un eje temático para pensar el libro y, de ahÃ, a la ilustración.
Trabajando en la escuela secundaria con Botánica poética, los estudiantes me expresaron su inquietud acerca de si las imágenes también pueden considerarse parte de los poemas. ¿Tenés una visión amplia de la poesÃa que incluye a la ilustración?
Totalmente. Se trata de otra poesÃa. Es un trabajo, un ejercicio de los recursos que uno ha ido adquiriendo. En mis libros, le pongo tanto énfasis a la imagen como a la palabra. Es un mestizaje. Para mà es una necesidad expresarme poéticamente a través de la imagen. Por eso también hice varios libros objeto. El objeto también puede ser en sà mismo la poesÃa aunque contenga o no contenga palabras. Parte de mi intención visual es que haya misterio, sorpresa en la imagen.
A menudo, al abrir tus libros los lectores estamos ante una mezcla de elementos. ¿Cómo seleccionás los materiales con los que trabajás para producir las imágenes?
Los materiales tienen mucho que ver con el tema del libro. Por ejemplo, yo tengo una chacrita en la sierra alta y voy mucho allÃ. Siempre fui de ir juntando materiales, siempre me atrajo eso, sin ninguna intención más que la estética. Cuando estaba haciendo Botánica poética, fui a mi archivo, a mi cajoncito de materiales y ahà encontraba semillas y otros elementos. Cuando los recuperaba del cajón ya tenÃan otra morfologÃa, el tiempo las habÃa transformado. El accidente, el azar, entre otras cosas, me llevan a encontrarles nuevas posibilidades a esos elementos.
Otra idea latente en tus libros es la del juego. Al pasar las páginas, los lectores nos descubrimos jugando.
SÃ, mis libros tienen ese costado propositivo a través del humor, pero un humor inteligente. Es decir, no se trata de chistes. Para mà el humor no es una fórmula, sino una actitud ante la vida. Tengo una mirada lúdica de la vida en general y eso, después, se transforma en una experiencia poética con la palabra. Precisamente, me gustan mucho los poetas que tienen ese estilo, empezando por Nicanor Parra, entre otros.
Justamente, es a Parra a quien citás en la contratapa de AstronomÃa poética.
SÃ, asà es. Estuve entre Szymborska y Parra y, finalmente, me decidà por la cita de Parra. Pero, hay una de Szymborska muy linda que dice: “No hay que enviar graciosos a la Luna.†Precisamente, yo me autoadjudico un humor poético.
Con respecto a dos de tus libros, Botánica poética y AstronomÃa poética, los tÃtulos anticipan la recuperación de un discurso cientÃfico. ¿Cómo llegaste a trazar esa relación entre la ciencia y el arte?
Siempre intento cruces de múltiples lenguajes. AsÃ, voy creando momentos livianos y, otros, en los que recurro a elementos más crÃticos, más conflictivos, como el discurso cientÃfico, el filosófico, el ético, etcétera. Trabajo el cruce de esos discursos con el humor, tratando de equilibrarlos constantemente. Cuando tengo el tema, leo infinidad de libros, recurro a la red, consulto con amigos que son especialistas. Todo esto termina en un caudal de información que después tengo que acotar para poner a cuentagotas. De esta manera, el lector también se enriquece leyendo. Botánica… y AstronomÃa… tienen eso en común. Por eso quise marcar una gráfica distinta en cada uno, para separarlos. Uno es un libro totalmente verde, cosa que dio mucho trabajo porque cada página tiene un verde distinto. Con AstronomÃa poética hice un libro azul vinculado a lo estelar. El tema en estos libros funciona como una limitación y un desafÃo. Para el caso de AstronomÃa…, encontré el recurso de dibujar planos ficcionales astronómicos. Eso me sirvió de fondo donde apoyar las imágenes y, al mismo tiempo, me permitió evitar el vacÃo de las páginas y le dio una unidad al libro.
¿Creés que la poesÃa puede trabajar con cualquier material o discurso, incluido el cientÃfico?
SÃ, por supuesto. Además, creo que la ciencia es poesÃa. A partir de la capacidad de reflexión que tenga uno esa relación se va a profundizar y lograr hallazgos poéticos. De hecho, con respecto a la astronomÃa, por ejemplo, existen pelÃculas que son muy poéticas.
Son libros que también nos recuerdan a la época clásica, cuando existÃa una mirada interdisciplinar y no estaban tajantemente divididas las distintas disciplinas, no existÃa el grado de especialización que vemos hoy.
Es cierto. Y eso es lo interesante para mà hoy, poder ejecutar un cruce de saberes diversos y que el resultado sea una poesÃa fresca, divertida, coloquial.
Ya que te referÃs a la coloquialidad, ¿existe para vos una diferencia entre el lenguaje cotidiano y el poético?
Yo soy una oreja sutil, voy recogiendo indicios de la poeticidad del habla coloquial e intento recuperarlos, juego con argots, voy creando neologismos derivados del habla común. Es decir, para mà no hay diferencia entre el lenguaje cotidiano y el de la poesÃa, es más, muchas veces se está más cerca del habla cotidiana bien escuchada que de una deformación poética. Un poeta que me gusta mucho, Zelarayán, ponÃa el énfasis en la escucha e inclusive conceptualizaba en torno a ese tema. Para el acto poético es importante saber escuchar y saber ver.
¿Te parece que la poesÃa es capaz de cambiar la realidad?
SÃ, el azar de esos cruces del lenguaje desnaturaliza la realidad y también la aprehensión de quien se acerca. La idea es lograr sorprender a los lectores, que la poesÃa genere muchas más preguntas bien formuladas que respuestas conciliadoras. Justamente, ahà está la poesÃa, en la pregunta que uno pretende que el libro genere. No quiero dar respuestas, tampoco las tengo.
Quizás en eso si se diferencia la poesÃa de la ciencia, o por lo menos de un tipo de ciencia que busca la verdad y la respuesta acabada.
SÃ, es cierto. Es como si se tratara de un estado de pregunta general. Estar en poesÃa es no dejar de preguntarse nunca.
¿Existen para vos objetos o temas que sean en sà mismos poéticos o poetizables? ¿O es tu mirada como artista la que les aporta algo poético?
Es el cruce de mi sensibilidad, mi estado lúdico y el objeto. Las cosas que guardo en mi cajón, son objetos que en su momento me parecieron poéticos. No les doy un uso, tampoco soy un coleccionista, sà las conservo porque les vi un carácter poético en sà mismo. Pero también está mi mirada, mi estado sensible. Hay como una empatÃa entre el objeto y mi sensibilidad.
En Botánica poética, pero también en otros de tus libros como Loro hablando solo, la mirada se detiene sobre elementos de la naturaleza. Esa idea de volver a la naturaleza pero con una mirada maravillada me recuerda a los cronistas de Indias.
Precisamente, el libro que estoy terminando se llama Las Indias y se trata de una reescritura del diario del viaje de Colón. Es un largo poema dividido en dieciséis poemitas, de Editorial Comunicarte. Cuando leà la obra de Fray Bartolomé de las Casas me quedé maravillado y pensé en que debÃa reescribir eso en mi idioma poético. Lo que me impactaba era justamente el asombro ante lo que se descubrÃa. Por eso, el libro sigue el orden del viaje, la llegada a tierra y la descripción de la naturaleza, la marÃtima, la terrestre, y finaliza cuando descubren al hombre. Como yo no quiero caer en bajar lÃnea ni contar por milésima vez lo que ocurrió, el libro termina cuando descubren al hombre y se cierra con una página en negro. Para las ilustraciones decidà trabajar con Cristian Montenegro, me gusta mucho lo que él hace. Es un libro raro, lleno de neologismos, arcaÃsmos, y la gráfica también sigue esa lÃnea, no tiene nada que ver con lo habitual.
¿Creés que hay en tu poesÃa una intención de generar un contraste con el estilo de vida vertiginoso que se vive hoy en dÃa en general?
SÃ, es un slow poético, un recorrido lento. Yo soy del campo, tengo genética del campo y, por lo tanto, tengo la capacidad de registrar esas cosas, pero también intento que sea una actitud frente a la vida. Juan L. decÃa que más importante que escribir los poemas es vivir poéticamente y yo adhiero a esa idea. Más allá de que salgan buenos libros o no, intento vivir siempre con una actitud lúdica y una mirada poética frente al mundo y lo suficientemente escéptica, crÃtica.
Qué inteligentes, qué delicadas las lecturas y las preguntas de la entrevistadora. Y Juan Lima, asombroso. Cristalino. Comprometido con la belleza inquietante y juguetona de la palabra.
Hermoso. Gracias.