La literatura del mundo que rodea a los negocios no ha dado demasiados frutos en nuestras letras. Mientras que tanto en Francia con François Emmanuel (La cuestión humana) como en Estados Unidos con Tom Wolfe (La hoguera de las vanidades), Bret Easton Ellis (American Psycho) o Don Delillo (Cosmópolis) resultan exponentes de una vigorosa corriente literaria que pretende hacerse cargo de algo de vital importancia en los tiempos que corren como es la economÃa y el mundo corporativo, en España todavÃa caminamos a tientas buscando referencias. En este sentido obras como las recientes El alquiler del mundo, de Pablo Sánchez y Barriga, de David Barreiro se hacen doblemente necesarias.
El protagonista de Barriga, Ãlvaro de Miguel, es ascendido en su trabajo y pasa a ocupar un cargo espurio dentro del edificio Imperio. El edificio Imperio forma parte de La Empresa, una empresa (inevitable la redundancia) que se encarga poco más o menos –prometo no desvelar más de lo necesario- de hacer de palanca para que los poderosos sigan siéndolo aún más a costa de los que no lo son tanto por medio de estrategias de dudosa legalidad. La trama, sencilla, acabarÃa desfalleciendo si no se produjera un increscendo desde la primera hasta la última página.
De Miguel asiste impertérrito, comprometido cada vez más con su trabajo, a la descomposición simultánea de su familia y de sà mismo. Quizás lo más interesante de este personaje y, por extensión, del libro sea que De Miguel actúa movido no por intereses personales, ni siquiera corporativos, sino asumiendo decisiones ajenas como un autómata o una marioneta. El mundo de la empresa queda asimilado en Barriga a una especie de régimen dictatorial e imperial (tras el nombre del edificio donde trabaja el personaje se adivina la fácil simbologÃa) que actúa sobre sus súbditos-empleados de un modo no demasiado distinto a como lo harÃa cualquier fascismo. La pregunta que habrÃa que hacer al autor, que compone una trama meritoria con no pocos momentos de brillantez estilÃstica, es si realmente el capitalismo necesita como cabeza visible un edificio o tan siquiera una empresa (algo a lo que el propio autor parece responder en un giro inesperado cerca del final de la novela) o, todavÃa más importante, si el poder –cuyo rostro actual no admite otro nombre que capitalismo- se sigue asemejando realmente más a un cenáculo mafioso que, por ejemplo, a una teosofÃa gnóstica.
Javier Moreno
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