Biblioteca de verano: «El incongruente», de Ramón Gómez de la Serna

Autoentrevista a un lector de El Incongruente.

La joven editorial Blackie Books ha publicado El incongruente de Ramón Gómez de la Serna, texto de 1922, que será la primera «novela de la nebulosa», tal y como la llamaría el propio autor. Con una portada magnífica, ilustrada por Jean Jullien, actualiza la obra y nos demuestra que la modernidad es una cosa muy antigua.

El lector de El Incongruente del que hoy les hablamos está fascinado al conocer al protagonista de la obra. Gustavo, dolido de incongruencia mágica, confunde cuadros con espejos, descubre playas llenas de pisapapeles y mujeres enamoradas, y vive la realidad como un constante acto poético. Y el lector, por fin, se contagia. Mientras está a punto de acabar de leer el libro, observa un antiguo retrato que tiene en la habitación. Se acerca, y ve un espejo. De esta manera, comienza la autoentrevista que reproducimos a continuación.

¿Es una novela lo que acabo de leer?

Rotundamente sí, y absolutamente no. Que todo es relativo es muy relativo. Y como dice Julio Cortázar, en el panegírico que presenta la obra, “hay capítulos  cerrados y abiertos a la vez como caracoles que participan del cuento, el poema y la biografía” y admite ser leída en cualquier punto de su transcurso.

Como caracoles…

Sí, ¿cómo hablar de incongruencia desde una estructura aparentemente lógica? Muy pronto Gustavo nos dice que no tiene lógica y que, por lo tanto, se desata de “todas esas cosas apretadas y muy ligadas que tienen los otros, las cosas que les obligan, les conducen, les llenan de dolor…”.

Parece surrealista.

Sí, pero el único dogma del incongruente es ser alegre porque tan sólo espera la sorpresa, lo nuevo, la aventura. No hay normalidad, pero no la hay no porque siga un manifiesto para alejarse de ella, sino porque la vida no es normal. Todo lo contrario.

Parece un libro de paradojas…

En algún sentido, sí. El día a día es el campo de la paradoja. El narrador, mientras Gustavo espera que llegue un tranvía que parece que viene con retraso, reflexiona “si se iba en tranvía llegaría pronto y si se iba a pie, desde luego muy tarde” pero, ¿y si no venía el tranvía? ¡cuando por empeñarse en irse en tranvía no llegaría tal vez nunca!

El incongruente debe sufrir mucho viviendo en el caos.

El incongruente, por definición, vive en la alegría. No hay caos porque también siente el tiempo, y el orden, pero el propio, no el impuesto. Es el azar el que marca el ritmo. Como cuando topa con esa mujer – siempre la mujer como puerta hacia lo maravilloso – que tiene “la cabeza llena de segundos”.

Creo que Gustavo está  a punto de casarse con una muñeca de cera.

Sí, y es que hay mucho Ramón en esta novela. Comienza un ciclo con este texto, como él mismo reconoce en el prólogo, y se pueden encontrar  muchas de sus obsesiones. Gómez de la Serna amaba los objetos, que solía comprar en el Rastro, y los acababa coleccionando en el torreón de Velázquez en el que escribía en Madrid. Allí vivía con un maniquí de cera con forma de mujer. No era un impostor, ni un freake, sino un “incongruente”.

Pues no me parece que en lo cotidiano pueda haber tantas maravillas.

¿Y me lo dices tú que eres un retrato en forma de espejo que me entrevista? Ramón sabe animar las cosas, y cosificar los humanos. Por eso el narrador nos explica que la señora de Morguete “tocó el timbre con tal fuerza, que se quedó el botón incrustado en el ombligo de la pared”.

Ramón Gómez de la Serna

¿Es similar a lo que hace con las greguerías?

Es que Gómez de la Serna no sabe escribir novelas, como dice Umbral – que es un apasionado de su obra – en Ramón y las vanguardias. Ni sabe, siquiera, definirlas, ya que reduce su complejidad cuando las constriñe con la fórmula de “humor + metáfora”. Él es un autor mucho más libre, más artista, como para quedarse con la estructura cerrada de la novela.

Entonces, ¿hay o no hay greguerías en esta novela?

Las hay, porque lo es en sí  misma. En el capítulo XXIV, en el que habla de la “psicología de la moto”, desata todo su arsenal, hablando de “ese cochecito de niño desbocado/ese buscapiés disparado/esa bicicleta con dolor de tripas/ese telegrama hinchado/Esa especie de máquina de coser, huida de su hogar…”.

Es una realidad mágica y, por lo tanto, poética.

Veo que vas entendiendo, espejito… Espero que no te pase como al retrato de Dorian Gray. A los espejos no os sientan bien las arrugas. Pero sí, en efecto, se trata de ir a la playa y ver “pisapapeles, como tortugas locas, que se arrojaron sobre las cuartillas que corrían…” por la arena.

¿Poesía, pero con humor?

Poesía, porque es humor. Novela porque es poesía, y humor porque es novelado. De hecho, hay que recordar que Ramón fue uno de los únicos tres miembros extranjeros de la Academia Francesa del Humor, junto a Pitigrilli y Charles Chaplin. No es nada casual, pues, que muy al final del libro el narrador se pregunte sobre si el Incongruente es como un personaje de cine, que vive con las casualidades ficticias que la realidad le ofrece, y hace referencia nada más y nada menos que a Charlot: “¿Qué fue Charlot sino un fenómeno del siglo, el caso de cien Charlots más auténticos que el que era…?”.

En este momento, el lector de El Incongruente se aparta del retrato/espejo y vuelve a leer la presentación de Julio Cortázar, en la que el argentino dice de Ramón Gómez de la Serna que nos deja una “lección inigualable de libertad e imaginación, con su búsqueda de diagonales cuadriculadas en las vías demasiado cuadriculadas de la realidad aparente”. Y, si lo dice el autor de esos “caracoles” llamados Rayuela, por algo será.

Albert Lladó
www.albertllado.com

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

3 Comentarios

  1. Algún corrector que corrija ese plural de la impersonal:

    Pues no me parece que en lo cotidiano puedan haber tantas maravillas.

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