Correspondencias. Hugo Abbati
E.D.A. Libros (Benalmádena, 2010)
Hace un par de meses fantaseaba —toda imaginación no hecha realidad es mera fantasÃa— con escribir una guÃa para leer a Thomas Bernhard, proyecto que pospuse por la vaga intuición de que ya debÃa de haber algo parecido, aunque oculto. Mi guÃa iba a ser barroca pero alucinógena, excéntrica, con notas pedal y sin adjetivos o muy pocos; tendrÃa un 70% de comas y el resto de pausas se lo repartirÃan los puntos y los dos puntos. Dudaba entre un único párrafo o dos de los grandes. Como imagen, un catafalco con un cirio encendido en cada esquina. El artÃculo tendrÃa unas doscientas visitas y quizá dos o tres comentarios ajenos, uno de ellos denigrante o directamente un insulto. No encontré la imagen adecuada. Tampoco escribà el artÃculo.
QuerÃa escribir la guÃa porque llevo años haciéndole marketing de viva voz al escritor muerto —y sin recibir ni un duro de Alianza, Anagrama o Alfaguara—, y pensé que ahora que escribo deberÃa escribir algo sobre uno de los autores que más me motivó en su momento a ponerme a escribir (!). Ante un par de conocidos y familiares, y ante la imagen que me devuelve el espejo, nunca he ocultado mi fascinación por la literatura de Bernhard, sin especificar qué era lo que más me atraÃa de su escritura. Es decir, balbucÃa vaguedades, recolectaba adjetivos elogiosos, y con ello intentaba construir un semblante literario que atrajese a hordas de futuros fans. En todo caso, los conversos fueron pocos, debido un 30% a mi torpeza y el resto a la mayoritaria inutilidad intelectual de quienes me escuchaban.
Por ejemplo, no les decÃa que hay más de un Thomas Bernhard. Sin entrar en honduras que conducen a poco, es fácil reconocer al menos un par de ellos. EstarÃa el lanzador de invectivas, el boleador de frases que hace de su repetición un arte difÃcilmente imitable sin caer en un ridÃculo diletantismo. Ése es en esencia el Bernhard estilÃstico, su cara más fácilmente reconocible, su epidermis, y en cuya apreciación —burda, en la mayorÃa de casos— suelen quedarse quienes juegan a recrear sus formas; también quienes rehuyen sus libros por exigir del lector algo más de atención que los insultos al criterio que suelen consumirse en este paÃs inculto. Pero ese Bernhard arranca de otro Bernhard, subcutáneo, aprehensible sobre todo en el fondo de tÃtulos como Trastorno, Helada, La calera, Corrección, Los comebarato, El malogrado. Visible en sus dramas teatrales ibsenianos, en algunas partes de su autobiografÃa. Ésa, sin menospreciar la otra, más famosa (Extinción, su autobiografÃa en cinco partes, SÃ, El sobrino de Wittgenstein, Tala, Maestros antiguos, Amras, El italiano, El imitador de voces), es la faceta suya que más me interesó siempre. Aunque para llegar a esta conclusión ha sido necesario que me lo diga un psiquiatra, por escrito.
GuÃa para leer a Thomas Bernhard
En la solapa del libro Correspondencias dice que Hugo Abbati lo es (psiquiatra) y trabaja y vive en Ronda, ciudad que a Bernhard le gustaba visitar. En la contraportada también se dice que en la novela hay un gato, lo que me recuerda a Nocilla Lab, de AgustÃn Fernández Mallo, donde una pareja está sentada en un bar portuario tomando unos cafés o unas cervezas o unos vinos y reciben una llamada relacionada con una gata. En Correspondencias no hay llamadas pero sà cartas entre dos amigos separados años antes por la marcha de uno de ellos al extranjero, para trabajar en un laboratorio en el campo de los virus y las proteÃnas. Los dos amigos se vieron por última vez en un puerto, almorzando. Fue allà y entonces donde sucedió lo de ese gato.
Todo esto es irrelevante. No lo es decir que el libro (Correspondencias) consiste en ese conjunto de cartas (la, asà llamada, “epistolar†de toda la vida) cruzadas entre esos dos amigos separados por miles de kilómetros y años de no saber el uno del otro, y que además contiene un conjunto de claves, al final, también en forma de cartas, a las que se hace referencia durante la lectura de su, digamos, cuerpo principal. No lo es (irrelevante) decir que el intento de escribir la GuÃa para leer a Thomas Bernhard es un intento absurdo por estéril, puesto que Abbati ya lo ha hecho (escribirla) en este libro (Correspondencias). Tampoco sobrarÃa afirmar que la novela de Abbati es de las cinco o cuatro mejores que he leÃdo este año (entre casi ciento y pico) y me parece que ahora cabe/toca decir por qué, en párrafo aparte.
La novela de Abbati es:
- tan buena por narrar con una admirable economÃa de medios los motivos de dos aislamientos sociales, uno en ciernes y otro casi consumado —que aún no ha salido del cascarón de inanidad en el que, por ejemplo, vegetáis todos vosotros con calma aparente—;
- tan buena por contarlo, además, utilizando unos vehÃculos insólitos en la literatura de nuestros dÃas, entregada a los monólogos de concursos provinciales o a la narrativa del egoÃsta sentimental, sea en primera o tercera persona;
- tan buena por señalar —poner el dedo, pinchar el globo, etc.— cómo a poco que prestemos atención (verdadera) a nuestro alrededor más cercano (las afueras del cascarón), los actos cotidianos que sostienen nuestra existencia dejan de tener sentido más allá de la mera conformación de una postura o estrategia del simulacro, o del “disimuloâ€, como dice Abbati;
- tan buena por desvelar la ineficacia de dichas estrategias en dos entornos radicalmente diferentes, y en dos sujetos o casos disÃmiles e incluso antitéticos;
- tan buena por disociar los ecosistemas, o sociosistemas, del individuo en sÃ, estableciendo una metáfora impactante entre aquéllos (la sociedad) y el concepto de naturaleza, y entre aquél (el individuo) y los virus y las proteÃnas;
- tan buena por mostrar una variedad evolucionada y dinámica del nihilismo, lejos de las extranjerÃas de Camus, las náuseas sartrianas o los chupapiedras y hombres-tronco de Beckett —quiero decir que, como buen mutante bernhardiano, Abbati es más entretenido que éstos, y mucho más legible (aunque si no has leÃdo a aquéllos, a qué coño esperas)—;
- tan buena por agarrar a un lector avezado como quien esto escribe y no soltarlo desde la primera página hasta la última;
- tan buena por provocar un peligroso deseo de relectura, en tiempos que ya han empezado a rodar cuesta abajo, del maestro a quien no imita pero tanto recuerda por extractar su esencia con una actuación genial;
- tan buena por suscitar, sin pretenderlo, un aluvión de recuerdos anecdóticos basados en la idiotez que rodea al mundo del libro:
– un amigo al que recomiendo la lectura de El sobrino de Wittgenstein como iniciación a Thomas Bernhard va a El Corte Inglés a comprarlo; el dependiente le dice que “de eso tan marginal no tienen en la librerÃaâ€;
– un famosillo dúo de bloggers —los Pimpinela del mundo literario en la Red— que descubren por azar al austriaco y lo califican de ¡novedoso!;
– un amigo que es uno de mis muy mejores amigos literarios (el Bubba Gump de Forrest, Forrest Gump) al comprobar que Extinción consiste en un único párrafo de 400 páginas: “Uf, yo esto como que no…â€;
– una lectora que se autoadjetiva a sà misma como empedernida sobre Tala: “lo mejor era lo del sillón de orejas…, una y otra vezâ€;
– and so on, como dirÃa Kurt Vonnegut;
- tan buena por entregar duros a cuatro pesetas y porque, además, leyéndola dejas pasar con extraña alegrÃa unos cuantos deslices ortográficos y sintácticos (algo imperdonable en los textos aburridos que estáis acostumbrados a leer vosotros) que pierden toda importancia frente a la narración en sÃ, frente a cada carta, frente a cada pensamiento enroscado en las lÃneas, cada conclusión, degeneración vital, herida abierta, cicatriz reverdecida, abandono, destrucción, absurdo.
- tan buena porque además la ha escrito un psiquiatra que de esto, de lo que subyace bajo la narrativa mostrada en la novela, tiene que saber un huevo y, por ello, ha debido de resistirse como un valiente ante las tentaciones de incluir un catálogo (al estilo español) de patologÃas con el objetivo espurio de rellenar más páginas.
He aquà todo un descubrimiento. Por lo visto Hugo Abbati lleva años escribiendo incluso obras teatrales, y hasta ha recibido premios en Argentina y aun en España. A mà la novela me la han prestado y ya está metida en un sobre con dirección a A Coruña, para consumar su aprovechamiento múltiple, en una gira postal que no sabemos si terminará en su lugar de partida. Pero me da lo mismo: yo pierdo un ejemplar, pero éste acumula lectores. Creo que de ésta ganamos unos cuantos fieles más a la causa lieraria de Thomas Bernhard.
Aun asÃ, termino con la sensación del que inicia un viaje y sabe que ha olvidado meter en la maleta algo importante. Algo relacionado con las necesidades básicas: higiene, alimentación, seguridad. Pero quién abre la trolley para hacer decir ¡Presente! a las miserias que acompañan cada viaje, ahora que casi llega ya el aviso de embarcar. Mejor dejar todo inventario de ausencias para más tarde, cuando ya sea irremediable o cuando, sobrevolando una compacta masa de nubes y releyendo estas cartas, cualquier palabra borre ese olvido y asà y todo continuemos leyendo. Siempre leyendo.
José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com
Excelente!!