Me sorprende mucho que la gente interprete siempre que es una historia de amor. Quizá porque hice la broma que tras escribir novela negra pretendÃa escribir una historia de amor y me salió esto. Quiero creer que lo es, pero pese a haber sexo y una cierta identidad ante el amante no es una historia de amor, sino más bien una terrible novela de desamparo.
Aquà lo del lenguaje cuidado se nota mucho. Además mientras leÃa encontraba varias interpretaciones, pero sobre todo notaba una atmósfera años treinta, con una decadencia que flota en el ambiente e impregna el texto.
A veces me daba la sensación que la situación descrita en la novela es fiel reflejo de los grandes problemas de hoy en dÃa. Los sitiados somos nosotros y por eso el enemigo es invisible.
Además el mismo formato de novela corta propicia poder jugar más con los sÃmbolos, hacerlos más certeros.
Es un juego precioso, porque no habÃa escrito novelas cortas de manera voluntaria, y me obligó a construir los párrafos, ya no las escenas. La estructura ya no era sólo la novela, sino que debÃa aprovechar cada párrafo al máximo.
La estructura es muy marcada, y no me refiero sólo a la división en jornadas.
Está estructurada como una canción. Salta del presente, vuelve al pasado…es como un mantra. Estribillo, estrofa, estribillo. QuerÃa darle un ritmo musical.
Se lee muy rápido. La misma estructura crea velocidad.
Quizá porque al finalizar cada jornada se intuye el paso hacia el abismo y eso provoca deseo de seguir para ver cómo termina.
Por lo que dices es casi como quien dice un viaje mental de la protagonista.
PodrÃa ser.
Son sus meditaciones las que crean las cosas.
Todo te lo cuenta ella. Esto es igual que en el poeta Guadalupe. Ella es una voz única. Nada sabemos que no nos cuente.
Y eso genera impostura.
Puede haber de todo. Hay construcción desde la mente de la protagonista, y sólo hay una. Hasta cuando surgen otros personajes es ella quien narra los hechos.
La pequeña es la idea de la pequeña y El Capitán es la idea de protección que ha perdido. Llámala Capitán, marido o Manolo. Era aquel otro, el compañero que llegado en el momento de los bárbaros se convierte en nada. La novela empieza con que El Capitán se fue. Y de los niños, comparte vÃnculos y recuerdos. Se llama León, pero como con la pequeña no comparte nada no tiene nombre.
Y que lo diga El PaÃs… Es curioso porque al final de la Antigüedad las ciudades empezaron a replegarse. Surgieron murallas y la gente empezó a recogerse mentalmente y ese estado propició el cristianismo. Finalmente los emperadores por decreto impusieron un nuevo orden.
Más bien negativo. Empieza a darse cuenta de cómo aquello a lo que se agarra no es más que una construcción de aquello que necesita tener para sobrevivir al ataque.
Ella muestra, porque la novela lo necesitaba por su estructura, una resignación salvaje.
Sabe que está vencida. Ella estaba al lado de los que luchan. Ganan las evidencias. Cualquier teorÃa que aventures sobre lo que pasa no es nada ante la evidencia de no tener carne en la nevera. Da igual la revolución.
Se impone la resignación.
Se mete para adentro y se ofrece. Y se acabó.
No deja que la saqueen, la saquean.
La saquean y observa cómo lo hacen. Además la saquean los suyos. Ella pensaba que al principio eran los bárbaros quienes iban a matarlos, pero no, ellos permiten esa muerte. Terminaremos devorándonos como perros. Somos muy pobres, y no de dinero, de todo.
Crisis más que económicas.
La nada deviene mundo. Empezó siendo crisis económico y ha terminado siendo la destrucción de un modelo de Estado basado en lo social. Se destruye la estructura de vida. La ciudad es otra cosa.
La privatización del espacio público, las plazas privadas.
¡La pista de hielo de Plaza Cataluña! Ir a una plaza en dÃa festivo y no poder entrar porque no ha llegado el guardia. Impedir el acceso a sitios públicos a la ciudadanÃa, es increÃble.
Están sitiados. Nadie les atacará porque no hace falta. Consiste en que te den los medios para que tu solo te destruyas. Van cercándonos de manera que acabaremos nosotros mismos destruyendo aquello en lo que se basaba nuestra convivencia.
¿Es más útil hablar de todo esto mediante una novela o un ensayo?
No hablo de estas cosas en la novela, simplemente están. Me cansa buscar datos, me aburre. Tengo formación católica, por lo que creo en las parábolas. Mi educación simbólica hace que prefiera construir un artefacto paralelo donde exponer de otra manera lo que sienta y lo que veo. Por lo demás estoy muy cansada de escribir artÃculos de opinión y me parece que no tienen gracia, mucho menos desde la aparición de las redes sociales. Los medios de comunicación tradicionales no permiten tanta osadÃa. Es muy difÃcil el encaje con el sistema informativo, al igual que el mismo sistema informativo tiene difÃcil encaje por las redes sociales. Está más vigilado.
Y quizá este tiempo propicie que la literatura recupere una de sus funciones primordiales.
Una de ellas. Me encanta la literatura de entretenimiento, pero hay otro juego literario, el de ser espejo deformado de la realidad que uno vive. No hago eso voluntariamente, pero no puedo pararlo.
Al pensar tu tiempo es inevitable que se meta en tu prosa.
Imprescindible. No puedo pararlo. Escribo novela negra y me sale el reflejo de una Barcelona vergonzosa. Escribo una novela sobre los setenta y me sale la Operación Cóndor. No es una reivindicación de esa literatura. Me sale y punto.
En comparación con lo que tenÃamos antes sà percibo que una serie de escritores, no unidos grupalmente, se están planteando todas estas cuestiones de manera indirecta en sus obras.
No hemos vivido un tiempo de alarma como el de ahora. No es comparable a ninguna situación histórica previa. Hay sensación de urgencia, y muchos creadores, no sólo desde la escritura, se están haciendo intervenciones sociales, y quizá por eso no me siento con ganas de escribir una historia de amor.