Una instalación de realidad virtual, un teatro sin actores, una gincana interactiva, una suerte de scape room con siete personajes, una exposición digital o, como a los creadores del proyecto les gusta decir, «una pelÃcula transitable». Es difÃcil ponerle una etiqueta a Urban Nature, la propuesta que la compañÃa de teatro Rimini Protokoll presenta en el CCCB. Lo cierto es que el colectivo, formado por Helgard Haug, Stefan Kaegi y Daniel Wetzel, y con la complicidad del escenógrafo Dominic Huber, sigue investigando las posibilidades de la post-dramaturgia para hablarnos de la ciudad y sus contradicciones.
La performance simultánea que nos ofrece el Centre de Cultura Contemporà nia de Barcelona comienza en una sala de espera en la que una pantalla nos indica en qué consistirá la experiencia. En grupos reducidos, iremos siendo testigos —y en algunos casos, protagonistas— de siete escenas de vida urbana, de siete personajes que nos ayudan a interpretar los desafÃos, pero también las potencialidades, de la Smart City. Antes de empezar, sin embargo, esa misma pantalla nos lanza algunas preguntas. Una de ellas: ¿Cuántas personas de vuestra ciudad conocéis por su nombre?
«Las ciudades son lupas que nos permiten ver los extremos de la sociedad», aseguran los alemanes, que han estado trabajando intensamente durante un año en Barcelona para extraer las experiencias de vida que iremos conociendo, y —tal vez lo más interesante del proyecto — para establecer los vÃnculos entre los diversos roles que, aparentemente, tienen vidas alejadas, cada uno ocupando su lugar en su particular burbuja.
Una plaza pública, un bar de diseño, las literas de un centro de acogida, las gradas al aire libre en un barrio supuestamente conflictivo, una oficina de lujo, el taller mecánico de una cárcel, o un piso modesto habitado por una mujer que se niega a seguir esclavizándose en su trabajo de diseñadora gráfica. Son estos algunos de los escenarios de Urban Nature por los que el espectador pasa y, como si todos fuéramos un flâneur, a través de los cuales vemos la multiplicidad de confluencias, de encuentros fortuitos, que la ciudad aún nos permite.
Lo que hacen Helgard Haug, Stefan Kaegi y Daniel Wetzel es mostrarnos cómo la identidad, en una gran ciudad, deja de ser algo rÃgido y hermético para ir modulándose según las muchas perspectivas e interacciones inesperadas con el resto de habitantes. Esa «promiscuidad», muchas veces producida por el azar, va conformando, a su vez, la identidad multiforme de la propia ciudad, que se convierte en un monstruo de muchÃsimas cabezas.
«Nunca estamos solos en una ciudad», sostienen los creadores. Y otro de los grandes aciertos de la propuesta es no ofrecer una mirada ni demasiado utópica ni demasiado apocalÃptica sobre las grandes urbes. Si uno de los siete personajes, un catedrático de historia económica y ambiental, defiende la vida en la ciudad porque puede suponer la forma más sostenible de bajar el consumo de energÃa, y de compartir los recursos («¡No abandonéis la ciudad!», nos pide), un empresario vinculado a las plataformas y a las aplicaciones tecnológicas (y algo fanático de los algoritmos) nos habla sobre cómo son una oportunidad para vivir la ciudad como una «caja de arena», como un espacio para la experimentación. Una niña del Raval nos pregunta, insistentemente, sobre qué y quién nos parece más peligroso, un guarda de prisiones nos relata su dÃa a dÃa, una madre nos confiesa cómo ha encontrado una vida más digna —aunque no exenta de riesgos— en la economÃa sumergida, una asesora financiera nos intenta convencer de que invirtamos mientras pone Wagner a todo volumen y, finalmente, una chica norteafricana desvela cómo acabó viviendo en la calle tras lograr cruzar la frontera.
Si estos personajes fueran cápsulas, meros retratos para completar un Dramatis personae, Urban nature se quedarÃa simplemente en eso, en un catálogo del aquà y del ahora. Pero Rimini Protokoll logra introducir los grandes problemas del presente —la privatización del agua, el anhelo de libertad de los migrantes, o la estigmatización de la pobreza, entre muchos otros— desde esa voluntad (¡milimétrica!) de cruzar espacios, miradas, peripecias. La ciudad, como lo fue para los surrealistas, vuelve a ser un espacio (un escenario de vida) en que puede pasar cualquier cosa en el momento más imprevisto, cuando las realidades más irreconciliables se transforman en vÃnculos que ponen en cuestión qué papel jugamos cada uno de nosotros en el lugar que habitamos.