La historia se repite en cualquier lugar del mundo. Hay fuerzas extrañas que hacen de la mujer un huracán tranquilo al que es difÃcil no sucumbir. En la era de las fotos olvidamos con demasiada frecuencia que la magia siempre estará en la calle. De nada sirven las instantáneas que deleitan nuestros anhelos de belleza en la red. Pasear es lanzarse a una aventura donde lo que está en juego es la vida en mayúsculas, lugar donde el individuo necesita del complemento para evitar el mal de la soledad desde la intriga que, por desgracia, suele conducir a la insatisfacción.
Elvio E. Gandolfo publicó Dos mujeres en 1992. No existÃa Internet y éramos fantasiosos desde la realidad. Mi creencia es que aún podemos serlo. Por eso al leer estas dos novelas cortas he meditado mucho sobre los conceptos y las formas que nutren la actual creación literaria. Lo decÃa hace poco El Roto. Condenamos todo lo relacionado con la belleza porque nos parece banal, cursi y sencillo. El error, lo que sigue ya es de mi cosecha, es asumir ese horrendo tópico y caer en la trampa de alejarnos de lo cercano. El realismo tiene muchos prismas y en nuestra mano está usarlos con el lenguaje de nuestro tiempo, que es colectivo e individual si se afirma desde una voz tan personal como la del autor argentino.
Algunos definen estos dos relatos desde una perspectiva fantástica. Veamos. Dos hombres alienados entre el trabajo y la monotonÃa de la repetición urbana. Gandolfo traza mapas con sus palabras, cartografÃas de esquinas, bulevares y negocios que a cada jornada que pasa permanecen inalterables, siempre en su sitio. El motor de cambio es la mente humana y casualidades que pueden parecer surrealistas. No lo son. En Rete Carótida la mujer que da nombre al texto deposita misteriosos sobres en los bolsillos del protagonista. Lo que empieza como una peculiar donación se convierte en una entrega obsesiva que enlaza con su labor profesional. El gordo, su compañero en la oficina, conoce a la vieja mensajera de fotos pornográficas, a la que juzga como una loca de remate que pulula por el barrio, una bestia obesa y descarriada que nada bueno puede aportar. Las imágenes de mujeres desnudas crean malestar y desazón que compensa el cine y el nacimiento de un amor que pese al deseo no carbura por dudas y la misma situación de la trama, como si Rete fuera una losa que obstaculizara avances porque encierra las llaves que abran las puertas que despejen la mente, como si esos encuentros en autobuses y pizzerÃas fueran la pista hacia la resolución de un enigma de conocimiento que sólo podrá resolverse con la persecución.
Cuando empleamos esta palabra y nos trazan tan bien los pasos de los personajes en la ciudad solemos pensar en La trilogÃa de Nueva York. Cuando la leà imaginaba a los tres hombres como fichas de colores. Las veÃa desde lo alto. En Dos mujeres visualizo el plano desde el suelo. Los pies se acoplan al asfalto. Seguramente ello se debe a la técnica, natural, sin mucho artificio. Lo constatamos más aún en Escamas, piel, cuadratura del cÃrculo que da unidad a la pareja de textos del volumen. El esquema se repite. Berti tiene una buena posición en la ferreterÃa, lo que no le impide ir cada mediodÃa a por los bizcochos que alimentan el estómago y las ilusiones del personal. Las suyas se centran en ese recorrido que redime entre aire y el anhelo de una excepción que derribe los muros de la rutina y confiera a la existencia la sal que tanto ansiamos, que se llama Irene, una morocha con piernas, bonitas, poco pecho y una serie de detalles que despiertan al héroe de su letargo en una prueba en pos de superar su timidez.
Berti es vÃctima de los hados del destino. A veces subimos al transporte público y coincidimos con alguien por horario o porque asà lo queremos. Al cabo de algunas semanas entablamos conversación. Las miradas quieren cobrar otro significado. La chica lanzará la primera piedra y asà se iniciará un romance envuelto de claroscuros. Y me diréis que casi cualquier lance de amor tiene esa caracterÃstica porque el pasado es un monstruo que atenaza con sus tentáculos, potentes, aunque casi nunca con truculentas leyendas que implican desapariciones de predecesores que emigraron a millares de kilómetros de distancia para olvidar besos, caricias y coitos.
Berti ha sido informado del infortunio del tipo que dio con sus huesos en Brasil tras su experiencia con Irene, y eso le alienta a seguir, a descubrir, pues al fin y al cabo ambas novelas cortas son tránsitos que desde las teselas del empedrado van directos al cerebro al buscar una piedra filosofal que calme, atenúe dolores no escritos y conduzca a la paz interior, que es aceptación de la normalidad y sus vericuetos.
Berti, sigamos con tan magnÃfico homÃnido, entenderá con Irene las fases de evolución en una relación adulta, etapas que no sólo se ciñen a sábanas y cuerpos. La importancia que el narrador da a los espacios es un tour de force de este libro. Cuando leemos del pasillo de acceso a casa de la amada percibimos un camino simbólico, y lo mismo acaece con los hogares y sus vibraciones. Asimismo el ritmo temporal es otra de las virtudes a mencionar, calculada puesta en escena que marca las secuencias a través de minucias significantes, fÃsicas y mentales, que llevan los relatos hacia direcciones lógicas en lo mundano que aquà adquieren tintes épicos por cómo se cuentan las cosas.
Dos mujeres plantea varias cuestiones. Algunas de ellas las hemos insinuado al principio. Las otras conciernen a nuestro mercado editorial y a las tipologÃas, que tanto gustan y molestan. Podemos sentirnos afortunados que editoriales del calibre de Periférica presenten en España estas obras. Tendrán veinte años. ¿A quien le importa? Sonará muy manido, pero la buena literatura no tiene edad. La otra pregunta que los más quisquillosos se harán es si estamos ante una novela o dos cuentos que convergen entre sÃ. Las dos opciones son válidas. El debate es estéril, asà como también lo es comentar si estamos ante una obra que bebe de lo fantástico. Lo fantástico, hasta en las escamas, es la prosa de Gandolfo. Disfrútenla.
Jordi Corominas i Julián
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