Diálogo con Víctor Balcells Matas, por Jordi Corominas i Julián

Es viernes, hace mucho calor y he quedado con Víctor Balcells Matas (Barcelona, 1985) para hablar de su primera novela. Hijos apócrifos es un debut brillante, arriesgado y con vocación de permanencia porque sus páginas destilan literatura auténtica, libre de efectismos y sin el tufo a comida rápida que desprenden muchos libros de la actualidad que nos venden como si fueran la panacea.

Caminamos por Gràcia y buscamos un sitio para charlar con calma, sin ruido para que la grabación de la charla salga limpia de sonidos molestos. Nos decidimos por un bar chino donde unos muchachos juegan a las tragaperras y gritan para potenciar más si cabe el volumen de la televisión. Pedimos una infecta botella de vino blanco, la china cierra una ventana para atenuar la locura proveniente del interior y, finalmente, tras fumar un par de cigarrillos, opto por encender la grabadora.

Víctor Balcells Matas (foto: Alfabia)
Víctor Balcells Matas (foto: Ediciones Alfabia)

Veo que el proceso de escritura de Hijos apócrifos ha sido laborioso…

Sí, escribirla me ha llevado cinco años.

¿Cuidaste mucho la estructura o ibas construyéndola a medida que avanzabas?

La estructura es fundamental en la novela. Sus cuatro partes tienen un conflicto que se bifurca en subconflictos y fue muy problemático cerrar todo el conjunto. Hijos apócrifos se va abriendo como un árbol con tramas y subtramas. Quería hacer, al estilo de Lost, un intento de gran cierre y que saliera redondo, no como en la serie. La construcción de la novela fue muy caótica, surgió poco a poco y cobró una forma clara el último año del proceso.

¿Tenías clara la trama desde un primer momento?

El conflicto general era el de un hijo apócrifo que buscara a su padre y a partir de ese punto fui armando el resto alrededor de ese motivo.

¿Construiste la novela de manera ordenada?

No trabajé siguiendo un orden lineal. La primera parte que escribí fue la más autobiográfica, ambientada en Salamanca. Luego ideé la parte donde un hipotético escritor contrataba a un biógrafo para escribir su biografía y que el pobre biógrafo se pasara una barbaridad de páginas persiguiendo al escritor en un viaje tendente a la locura. Mi intención era que los personajes buscaran siempre algo en vano de manera obsesiva y caótica.

Una búsqueda real que queda camuflada por otras inútiles.

La única búsqueda real es la del hijo que busca al padre. El resto de búsquedas están impulsadas por emociones más baratas, desde el amor hasta el mero deseo.

Un factor que me ha parecido curioso es el de los saltos cronológicos entre las partes. ¿Cómo surgió esta idea?

Me gusta mucho el naturalismo, me gustan mucho los escritores como Zola. Sus novelas tienen desarrollos muy amplios que suelen desembocar en conflictos. En muchas novelas tardan mucho en introducir este conflicto. Mi idea era plasmar los conflictos esenciales de una historia muy larga, escribirlo todo hubiera sido suicida, por lo que pensé que lo mejor era condensar una historia tan extensa en cuatro o cinco partes. En realidad la novela empieza en medio de un conflicto.

Está bien pensar la idea de una evolución progresiva, algo que me parece una apuesta que va a contracorriente de nuestra época.

¿En qué sentido?

En el sentido que ahora mismo mucha gente espera que desde el principio haya una cierta velocidad hasta en la evolución de la trama.

Pero las cuatro subtramas están en medio del conflicto. La gran trama que sustenta todo el libro es más lenta y canónica.

¿Podrías considerar las cuatro partes como cuatro novelas diferentes?

Por estilo y forma sí, por el argumento hay un par de partes que quizá no se sostendrían solas, pero podrían ser independientes porque siempre tienen inicio, desarrollo y cierre. Además los personajes no coinciden en todas las partes.

Para buscar coherencia busqué coincidencias entre partes, como las muertes de las dos primeras.

La historia tiene una trama policiaca muy sutil. Pensé mucho en Vicio propio de Pynchon, una novela que es policiaca pero que en realidad centra su punto de mira en muchas otras cosas.

Son novelas policiacas encubiertas.

Y en este caso el cadáver de la primera parte hace que la muerte ya esté muy presente desde un principio.

En la primera parte la muerte está muy presente, desde la inminencia del fallecimiento del padre del biógrafo hasta el hedor que desprende el palacio de Cracovia.

Sí, los personajes quieren empatizar con sus objetos de deseo y la muerte suele truncar este deseo. Todo tiende a la desaparición de los vínculos, pero sin embargo los personajes quieren acercarlos.

Pablo Scarpa tiene la obligación de escribir la biografía del escritor Ricardo Iglesias, pero su vinculación es absurda y deriva en una persecución.

Ese pobre hombre se sostenía en ese trabajo porque estaba contratado, pero su impulso definitivo era el de cambiar la figura del padre por la del escritor, y tiene que llegar hasta él de alguna manera. El destino no le favorece. Cuando arranca la novela es bastante infantil, pero a medida que avanza la novela y sucumbe a diversos avatares se vuelve más descreído y es más interesante desde que cae en el alcohol.

Pablo cae en el alcohol en la primera parte y en la segunda el hijo apócrifo, Guillermo Guevara, también sucumbe al vicio.

Pero caen en el vicio por motivos totalmente distintos. Guillermo se introduce en el alcohol de manera adolescente y la de Pablo es más curiosa, se entrega a  la adicción para superar su incapacidad absoluta de entrar en comunicación con nadie.

Entra en una vorágine de la que no sabe salir.

Que es cómica para el lector, pero no para quien la padece.

Es que la primera parte es muy real, pero de tan real que es termina siendo surrealista.

Los amigos que leyeron las primeras versiones del libro me dijeron que si no le cambiaba el tono nadie lo leería, porque ocurrían demasiadas cosas surrealistas, tenía muchas cosas de realismo mágico y las eliminé.

¿Te arrepientes?

Me arrepiento de borrar cosas que me gustan y me divierten, pero la coherencia del libro es más importante.

El enlace de la segunda parte con la primera llega porque finalmente se ha escrito la biografía y llega a las manos justas que son las del hijo apócrifo.

Se supone que hay un escritor que ha tenido un hijo al que no ha reconocido. Imagínate que eres huérfano y encuentras la biografía de un escritor famoso que te nombra en ella. Me parecía algo sugerente, hasta confieso haber deseado ver aparecer mi nombre en algún libro de Gombrowicz.

La segunda parte, por lo que quizá este deseo se vea reforzado, es la más autobiográfica de la novela.

Tiene un punto autobiográfico porque quería hacer el retrato de la Salamanca más bizarra. Cualquier retrato de ciudad de provincias puede parecer simple, pero cada una de ellas tiene una serie de elementos ocultos muy interesantes a nivel narrativo.

Si te alejas de la centralidad y te vas a los márgenes encuentras temas.

Exacto. No es pasear por el centro de Salamanca, eso sería fácil y reproducible en cualquier otro lugar del mundo. Me interesaba retratar el folklore de Salamanca, con personajes reales como el quinto Virrey de Sicilia.

Y esa elección demuestra cómo optaste por transitar por caminos menos trillados. Hubiese resultado fácil caer en los tópicos de la Salamanca estudiantil, pero la enfocas desde lo anómalo.

Tardé años en encontrar este tipo de rarezas en Salamanca, y la primera vez fue en un combate de boxeo organizado en la Universidad entre poetas, dos pesos pesados y dos delgaditos. Vino todo el mundo y me utilizaron como el tipo de la campana. Me presenté, observé y contemplar esa escena bizarra, con la mitad del público pensando que acudía a un recital y los catedráticos escribiendo sobre el combate de manera seria, fue una verdadera revelación. A partir de ese punto descubrí un mundo bizarro increíble, con estudiantes que se iban de caza y otras rarezas.

Hijos apócrifosLa vida de los tres estudiantes de Hijos apócrifos no deja de ser muy normal, pero el modo en que las cuentas hace que lo normal se transforme en algo excepcional.

Y dos de ellos tienen interés en la escritura en una ciudad donde la filología es muy importante y hay más poetas por metro cuadrado que en ninguna otra parte. El interés de los personajes debía recaer en su alma humana y en sus facetas íntimas, por eso destaqué la historia de amor, que es algo rocambolesca sin dejar de ser un romance medio adolescente.

Y para potenciar el conocimiento de la faceta íntima de los estudiantes Guillermo y Arturo optas por narrar sus viajes al extranjero.

Las partes de los viajes al extranjero me interesaron por el exotismo y porque rompían con la simple descripción de la vida universitaria y presentaban a los personajes en otras situaciones excepcionales, muy intensas que me servían para remarcar la relación entre Guillermo y Arturo, chocante y dificultosa.

Y al situar los viajes antes del episodio salmantino permites al lector intuir los conflictos que vendrán entre Guillermo y Arturo.

El personaje se construye desde el primer momento en el que habla. Mi intención era mostrar desde el mismo instante en que aparecen los personajes los vínculos de conflicto que luego se desarrollarán.

Curiosamente el personaje de Arturo queda cortado, cumple su función y desaparece, y es una lástima porque desde mi punto de vista su historia daba para más, me parece un personaje manqué.

Hay muchos personajes que podrían aparecer más, pero yo no puedo ponerme a su servicio. Arturo es un personaje que tiene una relación paterno filial con Guillermo, más pujante e inteligente, pero llega un momento, pese a que intenté recolocarlo, donde su presencia ya no tenía sentido en la novela, perdió su papel, y en la tercera parte si te fijas surgen muchos más personajes. Quizá el pobre Arturo merecería ser más protagonista en otra novela, quien sabe.

Pero es clave, porque sin sus aspiraciones literarias no llegaríamos a Max Lechuga, un personaje esencial en la tercera parte.

Antes me has dicho que su aparición te recordaba a Gonzalo Escarpa, pero la verdad es que cuando escribí el personaje de Max Lechuga no conocía absolutamente a ningún escritor. En Hijos apócrifos hay muchos autores y escritores, pero mi idea no era hacer una novela sobre la literatura, sólo me interesaba plasmar hechos vitales, ése, y no otro, era el factor importante.

Sin embargo en las partes donde aparece el arte sí ridiculizas todo su contexto.

Sí, en ese caso sí, una cierta idea de que el arte moderno no consigue transmitir su mensaje a personas que carecen de formación teórica. Un personaje se enfrenta a obras posmodernas y al final, casi sin querer, destruye una.

Muestras la inauguración de una exposición, los recitales y el mundo editorial como una especie de circo.

Entonces lo escribí desde el total desconocimiento, no conocía este mundo y creó que lo retraté desde estereotipos bastante cómicos e inocentes.

Y al desconocerlo podías ser más atrevido.

Sí, y además no creo que reflejar el mundo literario desde dentro sea interesante, sólo apasiona a los escritores. En la novela se habla poco de libros y sólo hay una pequeña ridiculización de la manía de los libros cuando se habla de Sebald.

Y quien habla de Sebald suele ser fanático de su obra.

Yo lo soy.

Yo también.

Pero claro, un fanático de cualquier cosa se comporta como un hooligan, y en ese caso el comportamiento de Guillermo es el del entusiasta que dice cuatro chorradas, se siente sublime y así cree ser mejor que los demás sin hilvanar ningún discurso teórico coherente.

Algunos han dicho que tu novela es experimental.

Creo que es lo más antiposmoderno del mundo. Aprovecha muchos elementos de la última literatura posmoderna norteamericana, pero su construcción es decimonónica.

Quizá a partir de tu conocimiento de los clásicos puedes experimentar más, porque al conocerlos tienes más herramientas para jugar.

En ese sentido casi se puede hablar de experimentación liviana. Sí me gusta establecer dobles lecturas como en Los Simpson, y quizá hay alguien que capte los referentes y sienta otro tipo de placer con la lectura.

Y los referentes tampoco son necesarios para la comprensión de la novela.

No lo son. Por ejemplo hay un mayordomo que es un trasunto de Jakob von Gunten de Robert Walser, pero intento dibujarlo como un mayordomo normal y corriente.

¿Ves? En mi caso cuando pienso en mayordomos viene a mi mente el de Tintín.

Cada uno tiene sus referencias. (Risas).

Y el apellido Guevara me hacía pensar en el Che.

La novela está llena de tropos que la gente no puede entender sin mis explicaciones. Hay dos páginas escritas con el mismo ritmo de Últimas tardes con Teresa.

Ya, pero es lo que dices, son cosas que sólo sabes tú.

Son juegos que me ayudan. Me interesa fijarme en otros textos y sacar su esencia.

Y hay partes muy líricas, se ve un gusto por ciertas imágenes poéticas, que quizá quedan licuadas en el conjunto.

Soy más lector de poesía que de prosa. Me gustan autores donde eso se nota, como puede ser el caso de António Lobo Antunes.

¿En qué referentes te has fijado para hilvanar Hijos apócrifos?

En lo tragicómico mi principal referencia es Albert Cohen, un escritor que maneja muy bien textos de gran belleza que aúnan capacidad trágica y cómica con gran lirismo. Todos los escritores que tienen interés por el estilo y la forma me interesan, como Lobo Antunes, Gombrowicz o Milorad Pavić, autores que me ofrecen una potencia extraordinaria a la hora de construir textos de corto recorrido, pero en este caso al ser una novela larga quizá los referentes sean de un corte más clásico, de Petronio a Zola. Me fascina el siglo XIX y la técnica de sus autores.

Es curioso porque tú a nivel generacional te alejas de lo que es tendencia entre la gente de tu edad.

¿Y qué es tendencia?

Algo que no mira tanto precisamente a la tradición de una manera alargada.

No puede existir la buena literatura que no mire la tradición a lo largo. No conocer los clásicos grecorromanos significa no hacer buena literatura.

Jordi Corominas i Julián (@jordicorominas)
http://corominasijulian.blogspot.com

 

Jordi Corominas i Julián

Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979) ha publicado dos novelas en catalán ('Una dona que sap jugar amb els peus' y 'Colors', editadas por Abadía Editors), una biografía histórica en italiano ('Macrina la Madre', 2005) y el poemario 'Paseos simultáneos' (Ed. Vitrubio, 2010). En 2009 coeditó la antología 'Matar en Barcelona' (Alpha Decay). En 2011 publicó 'Loopoesía(s)' (Descrito Ediciones) y el cuento 'John Wayne' (Sigueleyendo). Es integrante y fundador del proyecto poético-experimental Loopoesia. Como crítico coedita 'Panfleto calidoscopio', y colabora en varios medios, entre los que destaca RNE. En 2012 ha publicado los poemarios 'El gladiador silenciado' (Versos&Reversos), 'Oceanografías' (Vitruvio) y la novela 'José García' (Barataria). En 2013 salió su poemario 'Los lotófagos' y en 2014 aparecerá su suite 'Al aire libre', versos con los que el proyecto Loopoesía cumplirá un lustro de existencia.

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