El enigma de la sombra: «Historia de una mirada», de Rebeca García Nieto

Historia de una mirada. Rebeca García Nieto
Editorial Eutelequia (Madrid, 2012)

La juventud entrando en la edad provecta, la gravedad de los últimos años tiñendo y entristeciendo los años de inocencia, los rayos del sol cruzándose y fundiéndose desde el momento de su salida hasta el instante de su ocaso, han producido en mis historias una especie de confusión o, si se prefiere, cierta unidad misteriosa. La cuna tiene algo de la tumba; la tumba algo de la cuna. F.R. Chateaubriand

El fuego se levantó y la sombra se movía y se hacía cada vez más hermosa. Hugo von Hofmannsthal

Escribió William Blake que bastaba con abarcar el infinito en la palma de la propia mano  para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre. Es el modo de proceder literario, me parece, de Rebeca García Nieto en Historia de una mirada, recién publicada en la editorial Eutelequia. Porque si bien esta novela está excelentemente ambientada en la Castilla rural de Delibes y narra la vida de la familia Montaraz, la mirada a la que alude su título se sumerge con amplitud en las profundidades del siglo XX. Un siglo que se ha revelado de forma engañosa grávido de futuro y cuyo resplandor, al hilo de lo que se cuenta en esta novela, podría llevar también el nombre de eso que alguien llamó “radiante apocalipsis”. O igualmente podría denominarse el siglo de la luz, luz eléctrica, si se tiene en cuenta lo que le sucedió a Aluches, el pueblo originario de la familia Montaraz.

Aluches es en la novela de Rebeca García Nieto el trasunto ficticio de Riaño, un pueblo de León que fue destruido de forma despiadada a finales de los años ochenta del siglo XX. Apenas se ha hablado de lo que pasó allí. Sin embargo, Historia de una mirada recupera su memoria y da cuenta generosamente de ese episodio desconocido de la historia.

Lo demolieron en aras del progreso, según la lógica del mercado, para hacer un embalse y construir una fábrica de luz.

Y se hizo la luz…y llegaron las tinieblas.
Y se hizo la luz…y se apagó todo.
Y se hizo la luz…y nos quedamos a oscuras.

Con estas palabras reveladoras se expresa en sucesivas ocasiones la abuela Nieves Lasa, la cual fue arrojada en su vejez, con la excusa de una supuesta demencia, a una residencia de mayores. De ella se dice en la contraportada de la novela: “Historia de una mirada es la crónica que la abuela Nieves habría escrito de no haber sido analfabeta”.

No sabe ni leer ni escribir y a pesar de haber padecido una vida de hambruna, guerra y violencia,  mira con sencilla lucidez la existencia. Como si se situara al otro lado del espejo, donde ya su imagen no puede ser reflejada, parece mantenerse en una ausencia presente para darle voz a los recuerdos y rememorar sus sueños. Entre estos, haber deseado ser bailarina y ver mundo, un sueño sin cumplimiento que intentará llevar a cabo en el futuro su nieta y cómplice Sara.

En el lugar del desaparecido Aluches se alzó la presunta “modernidad”. Sin embargo, bajo la mirada de la abuela Nieves, ahí donde los otros observan un mundo de opulencia y un nuevo estilo de vida, ella parece rescatar lo que sigue latente en lo que ha dejado de ser. En la misma línea, bajo otra perspectiva, se despliega la mirada del narrador cuando contempla una foto de los Montaraz captada el día de la fiesta por la primera comunión de Sara, imagen de la que se vale al principio de la novela para presentar a los miembros de la familia.

Aunque todos están sonriendo (…), en su conjunto, la foto de los Montaraz parece un adiós a algo. Además, como ocurre en esas fotos antiguas, se caracteriza por lo que ya no es. Si uno observa la imagen el tiempo suficiente, notará que lo que la llena son precisamente las ausencias: la ceremonia nupcial que nunca se celebró en honor de Alejandro Montaraz y su señora; el hijo varón que nunca engendraron; la dentadura postiza que la abuela Nieves no se puse aquel día; el hueco en la almohada que el abuelo Emilio dejó.

De igual modo que la vida lleva en su seno la muerte, el presente, parece insinuar el narrador, se define también por un conjunto de faltas y de posibilidades frustradas.

Nadie mejor que el narrador o la narradora de esta novela para hablar de la ausencia que toda presencia arrastra. Carente de nombre y con identidad incierta, se mueve en Historia de una mirada como una sombra. Ve a los demás sin ser vista por nadie y su voz parece venida de otra parte. Da pocas señales de su existencia, la cual parece estar tan familiarizada con “la cuna” como con “la tumba”, en el sentido en que habla la cita de Chateaubriand que abre este texto. “Cuna y tumba”, ¿tal vez la misma cosa?

Casi al final de la novela, el narrador parece revelarse como correa de transmisión de la muerte. Es el momento en que da testimonio del último manuscrito que la abuela Nieves habría escrito de haber sabido leer y escribir. Nos advierte:

No se hagan los sorprendidos conmigo. No pueden decir que no les avisé.  Les dije que mi trabajo era escribir finales, y eso es justo lo que estoy haciendo. Soy simplemente un escriba.

Anteriormente, en la primera parte de la novela, dice:

Personalmente, debo admitir que tengo predilección por las sombras. Siempre me parecieron mágicas: son y no son al mismo tiempo. Nada personifica mejor que una sombra la ausencia que toda presencia arrastra. Además, representa a la perfección ciertos aspectos de la naturaleza humana. Las personas son libres a través de su sombra; sin embargo, ésta es también su carcelera. El lado oscuro de la gente yace ahí, a sus pies, tendido en el suelo. Es la parte de la que el ser humano reniega y pisotea, la parte que repta y se arrastra. Desgraciadamente, una sombra no puede ir demasiado lejos porque tiene que cargar con el lastre del cuerpo.

Rebeca García Nieto (foto cedida por la autora)

En la novela de Rebeca García Nieto danzan continuamente las sombras. Historia de una mirada es, en cierto modo, un baile de espectros. Dependiendo de lo que se hable en las páginas, estos sugieren un significado determinado que cubren metafóricamente una falta.
En esta novela la sombra del horror se cierne sobre la sociedad occidental del siglo XX en sus diversas manifestaciones: el Holocausto, la guerra civil española y todas las sombras orientadas cara al sol, la subyugación, la opresión femenina, el delegado arte de matar sin ruido, la frialdad de las estadísticas, la ilegítima legalidad, la omisión de socorro, el odio entre facciones y vecinos, el sentido de culpa, la religión como cómplice del poder y como refugio frente al miedo, el matrimonio como pacto de conveniencia, la tendencia autodestructiva del ser humano concentrada también en la enfermedad del cáncer, la negación del cuerpo…

Los vecinos de Aluches se presentan en esta novela como los parientes cercanos de los habitantes de la caverna de Platón, apartados del resto del mundo; y después, una vez desaparecido el pueblo, buscan sus sombras y el reflejo de Aluches en el agua.

La sombra aparece como reflejo en el espejo en cuya superficie la niña Sara somete a prueba su realidad. Por su parte, la abuela Nieves proyecta imaginariamente sus sombras sobre una pared blanca.

La sombra del desamor se presenta también como un fantasma celoso, cuando no vengativo, maltratador o indiferente hacia la pareja.

La mirada del imaginario creando su objeto de deseo ocupa un amplio espacio en la segunda parte de la novela que transcurre en el Barrio Rojo de Ámsterdam, donde Sara termina trabajando de stripper. Encerrada la joven en su urna, danza, inaccesible como una sombra, mientras es espiada por otra, invisible a su mirada.

Nieves y Sara son capaces de saltar por encima de su propia sombra, pues se nutren de la ficción y, en concreto, de los cuentos que la abuela cuenta a su nieta para lograr sobrevolar la gris realidad. A la vez miran de frente a la oscuridad y, en última instancia, a la muerte, pues Nieves le enseña a su nieta a través de los cuentos que la vida es un juego de claroscuros en medio de una larga noche.

Aprender a vivir es una cuestión de iluminación: a lo largo de la vida, los ojos se van adaptando gradualmente a la penumbra. Aprender a morir también lo es.

Es una lección que entenderá muchos años más tarde Sara frente a un cuadro de Rembrandt, según cuenta el narrador en esta novela que es también un homenaje al arte, a la literatura, a la belleza. Sus páginas están llenas de referencias artísticas y literarias que, por cuestión de limitación de espacio, no me queda más remedio que dejar de lado. Serán los propios lectores los que las descubran en ese viaje de lectura detenida que tanto recomiendo. Un viaje nocturno a contracorriente de la luz cegadora y que permite ver en la oscuridad aquello que se esconde bajo las apariencias. Como escribió Tanizaki en El elogio de la sombra, refiriéndose a la belleza pero cuya cita se puede extender a la vida:

Así como una piedra fosforescente colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra.

En Historia de una mirada, escrita en un lenguaje bello que fluye y atrapa; sostenida en una estructura coherente que no persigue lo lineal, lo invisible cobra realidad. Leyendo esta excelente novela, se puede afirmar que lo que no se ve sí existe.

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court

Elisa Rodríguez Court (Canarias, 1959) es licenciada en Filosofía y profesora de alemán. Ha escrito relatos publicados en volúmenes colectivos y las novelas 'Decir noche' y 'Dime quién fui'.
Como columnista ha participado en la Cadena Ser, en revistas y en diferentes periódicos de las Islas Canarias. Actualmente colabora regularmente, desde hace años, con una columna semanal en el periódico 'La Provincia-Diario' de Las Palmas.
En 2003 ganó el accésit y al año siguiente el primer premio Mejor labor informativa de Canarias, otorgado por el Instituto Canario de la Mujer.

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