“Lutero afirmaba que esos chavales no tienen alma. Se equivocaba. El alma, decÃa Jung, asoma en los sueñosâ€.
Esos chavales que son siempre niños, como Toni, que con treinta y siete años se ha quedado a vivir para siempre en los cuatro que tenÃa en 1982, en esa edad en que las imágenes onÃricas tienen mucha más relevancia que las palabras que designan lo real. Rebeca GarcÃa Nieto (Medina del Campo, 1977) desglosa en veintiséis capÃtulos de esta interesante y distinta novela, Los que callan, las diversas facetas de la personalidad de este niño eterno, las reacciones que su llegada al mundo provoca en sus padres y la complejidad del mundo en que vive. Son tres cÃrculos concéntricos que pretenden ofrecer una visión panorámica y que tienen como eje una interesante propuesta: la de mostrar la vida y el entorno de Toni en tres planos de dilucidación que se interrelacionan. AsÃ, el lector asiste al peculiar mundo de este joven con edad mental de niño desde una óptica exterior –la percepción de su lugar en el mundo y de cómo este lo ve- y la interior –su compleja, casi inasible forma de ser, de sentir, de interactuar-.
Una propuesta la de Rebeca GarcÃa Nieto de no escasa dificultad que solo pueden arrostrar escritores como ella, con una sólida formación humanista, un buen bagaje de escritura de ficción a sus espaldas (esta es su cuarta novela, y por las anteriores ha sido finalista de los premios Ateneo Ciudad de Valladolid, AzorÃn y Herralde) y una amplia experiencia en el ejercicio de su profesión como especialista en psicologÃa clÃnica.
Esta triple conjunción le ha permitido asir con eficacia y soltura y humanidad las complejidades de una novela que abre fronteras con otros géneros y se codea sin ambages con otros escritores, músicos, cientÃficos o filósofos, sin temor tampoco a rebasar los lÃmites ficcionales para aprovechar otros registros. Asà encontramos abundantes sentencias, citas, un estilo que tanto parafrasea el bÃblico como se traslada al ensayo o visita con familiaridad metáforas, sÃmiles o sinécdoques y que prima, en definitiva, la dicción ingeniosa, el lenguaje figurado y la connotación sobre la designación directa, pero que al mismo tiempo resulta ligero, fresco y sutil.
Por otro lado, resuelve las dificultades de esta empresa abordando de un modo fragmentario la narración, de modo que la división en capÃtulos obvia deliberadamente la progresión o acción narrativa para ceñirse, en una división facetada, a territorios temáticos especÃficos. En este sentido juega también con el ámbito del relato: el álbum que plasma a un “Toni en noâ€: lo que Toni no fue, no es y no será, un “Toni que vivÃa en grado de tentativaâ€; o el amor hacia la “autiana†Rosa-solo-pienso-en-tiâ€; el lenguaje de Toni, con su “desconfianza natural hacia todo tipo de discursos†y que “lograba condensar el mensaje en una única palabra, una auténtica gema†o “lo reducÃa al absurdoâ€; la relación familiar con la Parroquia y el determinismo de Einstein; el sentimiento de culpa de los padres que les lleva a situaciones extremas; las medidas humanitarias de Robespierre y el trabajo infravalorado en un siglo, el XXI, al que llama Siglo de Pocas Luces, en el que priman la telebasura y la loa a la estulticia y en el que “la gente huye de la profundidad como alma que lleva el diabloâ€; los muertos de las cunetas y la crisis y el paro; los distintos y “extraños apelativos que se emplean ahora en nombre de la corrección: “el chaval con necesidades educativas especialesâ€, “el chico en adaptación curricularâ€, “la persona con capacidades diversasâ€. Y, de nuevo, las diferencias verbales, comunicativas:
«No hay nada más agotador que vivir en presente de indicativo, sin el refugio de un dulce ayer ni la ingenua esperanza de un mejor mañana. Los demás tienen la escapatoria del modo subjuntivo, con su ayuda pueden situarse en el fondo de la irrealidad siempre que les haga falta: quién pudiera volver a tener veinte años, ojalá me toque la loterÃa, qué más quisiera que mi hijo fuera el más listo y guapo del mundo».
Y también está su hermana Teresa, un ser imprescindible en la vida de Toni:
«Teresa y Toni: ella, delicado mitón: él, en apariencia, su revés, las pocas vistosas costuras. MentirÃamos si dijéramos que ella no ha pensado nunca en pasear sola, en dejar colgado el guante como quien cuelga los hábitos. Pero también lo harÃamos si no mencionáramos que sabÃa de sobra que, si por un momento soltara a su hermano, serÃa como arrancarse una parte del cuerpo. Como amputarse la mano».
Los que callan es un libro valiente, una fábula ética atravesada por multitud de presencias intertextuales que lo enriquecen con sus palabras, con su sabidurÃa, con sus reflexiones; a veces con guiños más sutiles (Tardes con Teresa y Marsé, por ejemplo): desde Faulkner (que “dijo que Dios formaba parte de la gente normal y corrienteâ€) a Kafka (quien “decÃa que el arma más mortÃfera de las sirenas no era su canto sino su silencioâ€), pasando por Aute o VÃctor Manuel, que tiene una importancia singular en la novela con múltiples recurrencias entre las que destaca un capÃtulo (Rosa Solo-pienso-en-ti) construido en torno a letras de sus canciones. Pero también están Lutero, y Jung, y Leibniz y un par de personajes de Delibes… Y Orwell: “Cada año habrá menos palabras, asà el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeñoâ€.
Toni, porque sueña, es capaz de reducir el mundo a tres páginas y media, las que tiene el capÃtulo final en cursiva, la reducción a la esencialidad primordial de la vida con sus imágenes onÃricas y la presencia de voces, de palabras, de imágenes inconexas, tal y como es el mundo comprimido, un terroncito de tierra donde caer dormido sobre lo invisible.