El origen del mundo. Pierre Michon
Traducción: MarÃa Teresa Gallego Urrutia
Anagrama (Bercelona, 2012)
Pudiera decirse que la escritura de Pierre Michon (esa figura un tanto escuálida con aire de concentrada distracción) procura en el lector una literatura de gourmet. Tal es la precisión de su lenguaje, la seductora lÃnea trazada por su ritmo, la inusual capacidad de observación en los detalles significativos… Algo que luego se traduce en la historia narrada, haciendo de ella (aunque sea tan trivial como la llegada de un joven maestro a un pueblo con rÃo escasamente poblado) una trama llena de enjundia e interés.
El lector puede acceder a esta prueba de precisión descriptiva y seducción verbal reparando, por ejemplo, en la descripción que el autor hace de la figura de la estanquera, el objeto apasionado de su amor (pp. 19-20). Después de presentarnos su aparición al otro lado del mostrador, nos hace una descripción tan vÃvida de esa mujer, dirÃase por dentro y por fuera, que una vez más el lector, llevado de la mano del autor, se hace cómplice necesario de la arrebatada pasión que asà nace.
Pero no es menor la pericia con que alude a los niños, los compañeros diarios de su tarea: “Y por la mañana estaba la escuela, la ronda de los piececitos. Estaba la escritura que se aprende llorando, la freza y la ortografÃa, sin saber –no se sabrá nunca, por lo demás- que más adelante, cuando trencitas sean pelo de ala de cuervo, cuando los pantalones sean largos incluso en pleno verano, entonces no quedará ya más que la escritura con todos sus efectos…â€.
Pierre Michon nos tiene habituados a tÃtulos elegidos y extensión relativamente breve en sus novelas; recuérdese Cuerpos del rey o Los once o Vidas minúsculas. Sin embargo la extensión engaña, pues en ella no sólo caben frases tan rutilantes y evocadoras como “Pasaban grullas y mis alumnos aprendÃan a conjugar†sino que, digamos, el contenido humano de cada personaje se guarda en todo lo esencial, como un hermoso tesoro, en sus páginas cuidadas de literatura exquisita.
Ricardo MartÃnez
www.ricardomartinez-conde.es
Me permito enmendar la frase citada, en aras de su correcta comprensión:
«Y, por la mañana, estaba la escuela, la ronda de los piececitos.
Estaba la escritura que se aprende llorando, la frase y la ortografÃa,
sin saber —no se sabrá nunca por lo demás— que más adelante,
cuando las trencitas sean pelo de ala de cuervo, cuando los
pantalones sean largos incluso en pleno verano, entonces no
quedará ya más que la escritura con todos sus efectos…»
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