El póquer del mentiroso. Michael Lewis
Traducción: Blanca Ribera de Madariaga
Alienta (Barcelona, 2011)
¿Tiene sentido marcharse de una empresa cuando estás ganando montones de dinero? ¿Cuando, además, el paÃs, el mundo está sumido en una de las mayores crisis económicas de las últimas décadas? ¿Se trata de una estrategia de jugador de póquer? ¿Sabes algo que los demás desconocen? Michael Lewis, autor de El póquer del mentiroso, hizo lo primero, desvincularse por decisión propia de quienes le pagaban un salario desproporcionado; cuando sucedÃa lo segundo, en pleno crac bursátil generado por los motivos habituales, entre ellos la secular codicia; simulando una actuación que sà tenÃa que ver con una estrategia ganadora aunque no precisamente relacionada con el dinero; porque lo que él sabÃa, y sus compañeros de profesión no, es que ganar dinero sólo engendra ganas de ganar más dinero. SabÃa que el dinero genera adicción. Que para llevarte una tajada, antes has tenido que cazar la pieza tú solo. Y que el viejo dicho El dinero no da la felicidad sólo se asume cuando —y sólo entonces— lo has probado en tus propias carnes. Hoy, me solidarizo totalmente con su proceder.
Cuando de veras comencé a trabajar (algo que llevo haciendo desde los dieciocho años, pero en serio desde los veintiuno), no existÃa Internet y el paÃs estaba en plena crisis económica —una de tantas o la misma de siempre—. Estábamos en 1991 y poco antes habÃa leÃdo La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe. (Aunque la novela se editó en España en 1987, en aquel tiempo la palabra novedad servÃa para designar lo sucedido en un perÃodo de tiempo significativamente más amplio que ahora). De hecho, la leà dos veces porque yo querÃa ser como Sherman McCoy, el protagonista (en la relectura me salté sus problemas legales). Intenté trabajar en varios bancos, en una gran empresa textil, en dos sociedades de auditorÃa, en un conglomerado de compañÃas de importación de bibelots, etc. Cada vez que descubrÃa un anuncio interesante en el periódico del domingo, tecleaba mi currÃculum vitae en la Olivetti Lettera 32 de mi padre. Pero las semanas y las entrevistas se sucedÃan y no encontraba trabajo. No es que me fuera la vida en ello: tenÃa un puñado de chapuzas por horas y aún no era Licenciado en nada. Pero querÃa algo mejor, y lo querÃa con cierta rapidez. Sin proponérmelo, empecé a exagerar los hechos. Añadà experiencia internacional, puesto que habÃa viajado —en la práctica, como un mendigo— por todo el continente, incluida la por entonces inaccesible Europa del Este. En lugar de haber sido becario del departamento de contabilidad y finanzas de Benetton España, me convertà en Adjunto al Ãrea de AuditorÃa Interna de Benetton (omitiendo aquella España). Haber ayudado a mi padre a confeccionar su declaración de la renta me facultaba para incluir Asesoramiento en Fiscalidad Estatal. Y jugar al Arcade en un Amstrad 64 me conferÃa las aptitudes de un Usuario Avanzado de Entornos Informáticos, fuera esto lo que fuese. Siempre tuve más imaginación de la necesaria. Pero conseguà un trabajo.
Sin embargo, la ilusión me duró un par de lunas, porque al poco de firmar el contrato echaron por la tele la pelÃcula Wall Street y quedé prendado de Gordon Gekko, encarnado por Michael Douglas. Volvà a comprobar que ganar dinero era algo radicalmente distinto a lo que yo estaba haciendo. El dinero nunca duerme y, aunque no lo poseÃa, por las noches yo daba vueltas en la cama, insomne. Redacté, pues, más currÃculums. Hice entrevistas. Rechacé posiciones por motivos salariales; es decir, querÃa más dinero del que me ofrecÃan. Un dÃa, harto de mi condición de esclavitud, constituà una empresa con un amigo y me largué. A modo de carta de renuncia, firmé una hoja en blanco y le pedà al Jefe de Administración que la rellenara él mismo. Era realmente joven. Me refiero a mà mismo.
Todo esto sucedÃa poco después de los acontecimientos que narra Lewis en su, por asà decir, novela. Yo no la habÃa leÃdo hasta ahora, y me alegro del retraso, pues su poder de convicción es tal que hoy serÃa pobre por decisión propia. Si la Editorial Alienta la ha reeditado en 2011 ha sido por un genuino sentido de la oportunidad. Desde 2008, todos los lunes amanecen nuevos libros con la didáctica definitiva sobre los motivos de esta crisis que, asombrosamente, padecemos con resignación macabra. Los miembros gangrenados se nos van pudriendo mientras un puñado de neandertales discuten y ensayan pre-fracasadas alquimias para la recuperación. Otros, no necesariamente más listos pero sà más sinvergüenzas —nunca este adjetivo ha cuadrado mejor a un grupo, asà llamado, humano—, sacan tajada de la desgracia mayoritaria. Ver las crisis como oportunidades, repiten los gurús a modo de mantra, ya deslucido. Atrapado entre estas fuerzas centrÃfugas, el ciudadano comprueba cómo su cotización baja enteros y, en demasiados casos, incluso se desintegra, convirtiéndose en peso muerto social.
Cuando escribà sobre Los señores de las finanzas, intenté reflejar cómo de su lectura podÃan extraerse conclusiones sólidas y avanzadas sobre los porqués macroeconómicos de la situación actual. El póquer del mentiroso ahonda, sin sospecharlo el autor cuando lo escribÃa en 1989, en las causas directas y visibles de esta crisis. Como recordaréis, Lehman Brothers quebró en septiembre de 2008 a causa de su severa exposición a algo llamado hipotecas subprime. En el fondo, éstas no son más que un hÃbrido entre dos productos financieros desarrollados a finales de la década de los setenta: los bonos hipotecarios y los bonos basura. Sus creadores —Lewi Ranieri, de Salomon Brothers, y Michael Milken, de Dexter Burnham, respectivamente— son personajes importantes en la novela. Ambos engendros financieros fueron desarrollados para mercadear con imposibles: por un lado, hipotecas ya constituidas y, por otro, préstamos a empresas con serias dificultades para devolverlos. Mezclad los dos y tendréis el cóctel ninja (acrónimo de, como sabéis, No Income, No Job, No Assets: Ni Trabajo, Ni Ingresos, Ni Propiedades): reventa de hipotecas concedidas a quienes ni por asomo podrán reembolsarlas. Vaya imbecilidad, ¿no? ¿Quién va a querer comprar eso? Como en el juego del baile alrededor de las sillas, que siempre haya un tonto que deba quedarse de pie al cesar la música no quiere decir que los demás no hayan conseguido asiento. Sólo que nadie sabe, a priori, quién será ese tonto. Entretanto, todos bailan y se divierten al compás. Y no otra cosa sino simple danza es la especulación financiera.
La literatura y el cine idealizaron a los operadores y vendedores financieros (los brokers). Se los denominaba Amos del Universo. Especulan en nombre de otros, que venden o compran o todo a la vez, siempre con el objetivo de ganar más dinero. Los que tengáis planes de pensiones, dinero en fondos de inversión, ¿habéis pensado alguna vez en quiénes están gestionando vuestros ahorros, vuestra vejez? Leer el libro de Lewis os pondrÃa los pelos de punta. Antes utilicé la palabra neandertal para referirme a los polÃticos que intentan revertir el panorama, pero es en El póquer del mentiroso donde se usa para definir a los intermediarios de bolsa, bonos, obligaciones, divisas, opciones, futuros. Por el grado de codicia que demuestran —se trata de una historia real— les sienta mejor gentuza o, como ya dije, sinvergüenzas. “SÃ, pero están forradosâ€, dirá alguien. Evidentemente, pero el valor que añaden es negativo por inversamente proporcional al mal que causan. Un daño que, además, es cÃclico y predecible. A las cifras y hechos me remito. Cuestión diferente es aceptarlo. Que entre en la mollera. No se trata de cuestionar la existencia de los mercados financieros. Sin el de acciones y divisas, las empresas lo tendrÃan negro para financiarse —y no habrÃa desarrollo económico ni de ninguna otra clase— y habrÃa que calcular los valores de las monedas por medio de fórmulas esotéricas. Pero todo lo demás son subproductos indeseables, perversiones financieras ideadas para la satisfacción de unos pocos y el riesgo seguro de todos los demás.
Cuando las sillas alrededor de las cuales baila esa panda son retiradas de golpe o se rompen en cascada, ¿a que no sabéis sobre qué suelen caer esos enormes y adinerados culos? Sobre nuestras cabezas, amiguitos. ¿Os habéis preguntado por qué los productos de lujo se venden cada vez más, pese al brutal incremento de la pobreza general…? Basta: dispongo de un teclado y un ratón, no de un megáfono.
Asà que, como no vamos a cambiar el mundo de la noche a la mañana, podemos ir adquiriendo una serie de conocimientos y principios no tan básicos ni elementales, por ejemplo leyendo este tipo de libros. La ignorancia genera conformismo o, en su defecto, violencia desestructurada. Y no es sensato aspirar al cambio por mediación mariana o armándose de palos y piedras. Solamente el saber proporciona las herramientas adecuadas.
Y como en su momento dijera Tom Wolfe, El póquer del mentiroso, además de culturizar, tiene la virtud de divertir.
José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com
[…] conocer los orÃgenes de los sucesos, para poder comprenderlos cabalmente. En este artÃculo y en este otro recomendé libros que procuran al lector un acercamiento directo, sin intermediarios espurios, a […]
[…] por sueldos impensables e instrumentos que apenas conocen, como el propio Michael Lewis (lean El poker del mentiroso). Se hizo rico demasiado joven gracias a los incentivos que luego denostó. Y de golpe vio la luz. […]