FrICCIONES. Pablo MartÃn Sánchez
E.D.A. Libros (Benalmádena, 2011)
Preliminares. El sábado fui a comprar libros y casi no me llevo ninguno. En la librerÃa vi una gran torre de ejemplares de Libertad, de Jonathan Franzen, al increÃble precio de 25 euros. Cierto que la novela se anuncia como la novedad literaria más esperada del año (o algo asÃ), y que tanto su envergadura como la alcurnia de sus blurbs prometen un buen rendimiento de la inversión. Pero 25 euros. Entonces me acerqué hasta la sección de literatura en otros idiomas para buscar Freedom, también de Franzen, y encontré dos formatos a precios distintos: el más majo, 13 euros; el de bolsillo, sólo 8.
Finalmente gasté 13. Soy un sibarita.
Marchando. Con los 12 euros que me sobraron del intento de estafa español me propuse redondear la tarde. TenÃa dos opciones: aumentar mi fondo de bolsillo, porque a la tapa dura hispánica no llegaba con esas dos mil pesetas antiguas, o cambiar las monedas por tapas blandas y alguna cerveza, pues por aquà todavÃa hay barras en las que por tan poco entregan un montón (y bueno) a cambio.
Materia. Porque otro problema era elegir bien entre tanto libro. Aquella librerÃa no representaba mal el mercado en tanto que diversidad de gustos y opiniones, y tampoco en cuanto a variedad de la oferta disponible en cuestión de editoriales, autores y tÃtulos. Es decir, según como se mire, demasiados libros. Y sin estar todos: esa misma mañana habÃa acabado la lectura de uno de relatos de un autor novel de reciente edición cuya calidad, a mi juicio, superaba a buena parte de los allà expuestos. Me lo regaló precisamente el editor, quien ya sabe que, aunque agradezca su contribución a aumentar mi caos doméstico, no por eso pensaba dedicarle al susodicho más de cinco minutos y, encima, en plan borde. (Pero releo y es mentira: ni soy borde ni dedico a un libro menos de cinco minutos, aunque sean malos, que no es el caso).
Digresión (1). Acabo de soltar un par de vulgaridades: Si un editor te regala un libro, No es por Impulso; automáticamente autor y tÃtulo son sospechosos vicarios de urdimbre antirreglamentaria, de compadreo, de intento de soborno. Lo que lleva implÃcito el otro tópico: que él es alguien, que yo no soy menos y que vosotros tampoco os quedáis atrás; el juego paraliterario de toda la vida, exportadas sus reglas y consecuencias a un ecosistema de relaciones que no hace uso del papel, ni del dinero.
Continuación. Sin embargo ya hacÃa algunos meses que no recibÃa este tipo de obsequios sin haberlos solicitado. Vale que el verano y las vacaciones y la crisis, pero también mi mutismo respecto de antiguas liberalidades promocionales y tanto hablar, en cambio, de obras canónicas, privilegiadas, complicadÃsimas y casi imposibles de encontrar. (Y es que no sé por qué se escribe siempre sobre los mismos libros, los más nuevos o los más famosos. Que algo tan fuera de onda como la literatura tenga que adherirse también a las modas y usar sus mismas armas: la novedad, la fama, el salir en muchas pantallas y direcciones, el estar bien posicionado, llamar una atención que se sabe esquizofrénica para al final lamentarse de que todo haya sido para nada, una mierda). Y, con todo, me regaló aquel libro. Quizá también por eso el sábado nos gastamos el excedente libresco en lo que nos pedÃa el estómago y no el cerebro. Pero además porque, ya lo he dicho, en aquella librerÃa famosa no estaba la literatura tan bien representada como sus gestores y adláteres del business literario piensan.
Presentación. El libro de marras se titula FrICCIONES (juego de palabras con el Ficciones borgiano y las caricias, roces, abrazos o lo que se tercie entre humanos) y lo ha escrito Pablo MartÃn Sánchez; lo que equivale a decir, fuera de su ámbito familiar, sus amigos y su editor —y yo, ahora—, Nadie. Años: 34; origen: Cataluña; formación: Arte Dramático, TeorÃa de la Literatura, Literatura Comparada, máster en Humanidades (graduado en el primero, licenciado en el resto); ocupaciones conocidas: perpetrador de varias revistas literarias, investigador en Francia, librero, coleccionista, pertenencia a banda letrada, cuentista premiado, doctorando y novelista en ciernes; además, lector empedernido; no lo he encontrado en facebook. Su currÃculum deja a las claras cuáles son sus pasiones, o su pasión: no una reputación basada en lo espurio sino un hacer asentado en el conocimiento exhaustivo; no unas clases en un tallercillo barato sino años de codos y un continuo acarreo de libros; no una inspiración caprichosa y aleatoria sino un desechar constante por saberlo ya concebido, hecho y publicado.
Industria del libro. El editor y yo hicimos una parada para refrescar nuestras gargantas en un apartado bar donde en ese momento, me avisó, se homenajeaba a un poeta, en su dÃa muy activista, muerto por sobredosis siendo aún una joven promesa. Y fue allà donde, ajenos a la cháchara aburridÃsima con que un par de oradores intentaban anestesiar a la escasa audiencia, el editor me sugirió que leyera un relato concreto del libro pero yo, que querÃa llevarle la contraria en todo, empecé por el principio: un tipo que abre los ojos al son del despertador y sale atropelladamente de casa para darse de bruces con un mundo donde todos están dormidos, portero, transeúntes, presentadoras de televisión, y que al clamar al cielo, “¡¿Pero se puede saber qué cojones es esto?!â€, recibe “como única respuesta un atronador ronquido que resuena urbi et orbiâ€. A buen entendedor pocas palabras bastan. TenÃa que leer ese libro en un sitio tranquilo. Asà que despachamos tres o cuatro cervezas más, nos hicimos socios de un club de fumadores, bebimos sendos gintonics de hielo y humo y nos despedimos hasta la siguiente.
Volver. ¿Qué tiene que contar el tal Pablo (iba a poner David) que no sepamos ya? ¿O acaso no se trate del qué sino más bien del cómo (otro escritor más derrochador de estilo, estética y cosmética), del dónde (que ha viajado y quiere vender su diario en lugar de colgar las fotos en Flickr) o del cuándo (de aquel su enamoramiento/descenso a los infiernos en Calvados, Hokkaido o San Vicente del Raspeig)? Porque no querÃa pensar en el quién; si la tónica era la del primer relato, el sujeto serÃa lo de menos y lo importante estarÃa al fondo. SÃ, esta crÃtica iba a ser difÃcil, o de las buenas (de las que me gustan).
Clasificando. Ante todo querÃa extraer de la lectura una filiación distinta de la que el editor me habÃa sugerido (para darle más caña): perequiano, de Perec, Georges. Por fortuna la olvidé y sólo la he recordado ahora, al consultar el prólogo de Monterroso y comprobar que el autor dividió sus relatos en tres grupos en los que no reparé por la glotonerÃa de ir pasando páginas. David Pablo es, de acuerdo, francés en el sentido lúdico del gentilicio. Su capacidad para convertir la seriedad en golpes de efecto, la literatura en fábula, la filologÃa en temática, la ciencia en dislate, la antigüedad en modernidad, la metaliteratura en relato y el futuro en palabras es sorprendente para un, no se olvide, autor novel. No estaba ante un primerizo en el sentido exacto del término. Allà habÃa materia, como suele decirse, por un tubo. Y por debajo de las cosas que dice hay otras cosas, unas obvias y otras no tanto. Seguro que llevaba tiempo dudando si saltar o no. Dándole vueltas a las ideas, escribiendo, tachando, corrigiendo. Si no, no se explica. (Digresión (2)) Que un tipo asà aparezca de la nada. Quiero decir que no ha habido anuncios ni fuegos artificiales. Escribió un libro de relatos, lo mandó a editoriales y ha sido mi amigo quien ha tenido la suerte de atraparlo. Suponemos que envió el libro a otros que callaron, se acojonaron, quebraron, murieron o dijeron No. Y que de los que dijeron sà mi amigo ha sido el elegido. Qué suerte poder editar un primer libro como este. Y también de poder leerlo. Yo mismo he tenido esa gran suerte. Si no llego a llamar al editor para proponerle tomar una cerveza, ahora no sabrÃa determinadas cosas que he aprendido de y en este libro de relatos. (Un momento: voy a hacer la crÃtica y sigo con lo mÃo, que me gusta mucho más: “El propio autor, colocando aquel texto de Monterroso al inicio, se inhibe de clasificarse, y yo voy a incurrir en el tercer tópico de este texto adjudicándole el de inclasificable por misceláneo y el de fantástico por bien escritoâ€. Ya está. Sigo). He leÃdo pocos relatos tan buenos, aparte los de Borges, los de Cortázar, algunos españoles y otros norteamericanos. Exagero, he leÃdo muchos relatos buenos. No pertenezco al grupo de aquellos que odian el relato; es más, de alguna manera, los colecciono. Cierto que hay muchos relatos malos, no porque no tengan “mensaje†o no sean “literariosâ€, ni tan siquiera porque estén “mal escritosâ€. Todo eso es excusable. La mayorÃa de relatos malos lo son por culpa de que se les nota a la legua la nerviosa búsqueda de efectismo. La sorpresa, o el chiste, el gag. Pablo MartÃn ofrece efectos que no se ven venir, que te explotan en la cara. Entrega ingenio, y el lector —desagradecido como pocos— sigue leyendo y termina el libro. A ese lector le ha parecido bueno, aún más: magnÃfico. Incluso lamenta que algunas ideas se le ocurrieran a él y, por pereza, no las llevara a la práctica y haya sido MartÃn quien las pusiera por escrito en su lugar. A otros les pasó lo mismo, verbigracia, Baudelaire: “Se me acusa, a mÃ, de imitar a Edgar Poe. ¿Sabe Vd. por qué he traducido con tanta paciencia a Poe? Porque se me parecÃa. La primera vez que abrà un libro de él, vi, con horror y alborozo, no sólo temas soñados por mÃ, sino frases pensadas por mà y escritas por él veinte años antes†(p. 125). También pensó en trasladar la literatura a campos excéntricos, como por ejemplo el de los prospectos farmacéuticos, pero también aquà se le adelantó MartÃn: “Ósculos® (VÃa Oral) … Interacciones: El uso simultáneo de componentes alcohólicos y/o psicotrópicos puede ocasionar un aumento de los efectos de ambos … PosologÃa: … La administración de dosis excesivas y a largo plazo puede crear dependencia†(p. 47 a 50). No se le ocurrió, sin embargo, hacer “poesÃa métrica†(p. 137), ni abordar a Bolaño cuando ambos vivÃan en Blanes (p. 127) tras haber recibido calabazas de un Fresán mohÃno, ni tampoco relatar un juego con la metaliteratura a modo de banalización de sus procesos y sus lugares comunes (p. 69) ni hacer malabares con los logros de Sócrates, Descartes y Einstein tal que fallos del famoso entretenimiento de Rubik (p. 81). Y asà hasta terminar el libro entero. No, ya no se fabrican relatos como éstos. Que narren con inteligencia y sin la sensación de que el autor se ha dedicado a cubrir el expediente; que no ha escrito por el mero hecho de escribir, de arrancar o de seguir escribiendo. MerecerÃa la pena discutir por qué el relato ha llegado a la situación que ha llegado en España. Cuáles son las causas y quiénes sus causantes. Inanidad y banalización presiden el panorama cuentÃstico español. Menos mal que aún surgen escritores como este Pablo, que entregan tanto (y tan bueno) a cambio de tan poco.
P.S.: Tampoco pensé jamás buscar un periódico del dÃa en que nacà (aunque a él se lo regalaron) y llamar a los teléfonos de los anuncios clasificados. Qué cabrón el Pablo MartÃn Sánchez.
José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com