Jaime Vándor: “La cultura no es ninguna salvaguardia contra la barbarie”

Jaime Vándor nació en Viena en 1933, y aunque vive en Barcelona desde 1947 mantiene la presencia del judío centroeuropeo. Profesor de la Universitat de Barcelona (UB) durante 45 años, ha impartido centenares de conferencias sobre historia y cultura judaicas, y sobre literatura universal, especialmente en el ámbito de las lenguas alemana, húngara y hebrea. El Yad Vashem. Museo de la Memoria del Holocausto de Jerusalén le invitó a recoger, junto a otros testigos supervivientes, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2007. Con 79 años, su agenda sigue siendo agitada. Con frecuencia imparte conferencias, y atiende a numerosas personas interesadas por conocer la cultura judaica, o por acercarse al lado más oscuro de la Historia de Europa. Charlamos con motivo de la publicación de su poemario Más acá del Bien y del Mal (Sefarad Editores).

Jaime Vándor (foto: Marco Senesi)

Tu poesía está íntimamente ligada a tu biografía.
Nací a las tres semanas de subir Hitler al poder, y un día antes de la quema del Reichstag. Yo debía llamarme Jacobo, porque mi abuelo murió estando mi madre embarazada y entre los askenazíes se da el nombre de los fallecidos, pero no era momento de llevar un nombre que sonara a judío, y me pusieron Helmut–Jacques, más disimulado. Viví en Viena hasta los 6 años, lugar del que guardo bastantes recuerdos. Mi madre nació en Czernowitz, capital de la Bukovina, que entonces pertenecía al Imperio Austrohúngaro. Por avatares de la Gran Guerra, en 1914 la familia se estableció en Viena.  Allí creció, y se consideró vienesa siempre. Mi padre nació en Mágocs (Hungría). En un principio se sentía más húngaro que judío, y se alistó voluntario durante la Gran Guerra. En una de esas batallas, cuando avanzaba con la bayoneta, fue hecho prisionero y estuvo tres años en la Siberia Oriental, cerca del Mar de Japón. Tengo los diarios que escribió desde el primer día que lo hicieron prisionero en 1917, hasta el día en que, repatriado, llegó a Trieste en 1920. El caso es que en el campo de prisioneros mi padre sufrió el antisemitismo de sus compañeros de armas, por lo que, desengañado, se prometió que nunca más viviría en Hungría, ni enseñaría húngaro a sus hijos. Así fue, en familia sólo se hablaría más adelante el alemán.

Foto: Marco Senesi

¿De qué tratan los diarios?
Comprenden alrededor de 500 páginas distribuidas en libretas de varios tamaños que él mismo cosía. Son diarios escritos a lápiz y tinta que encontramos entre sus cosas cuando murió, en 1954. En ellos no habla casi nunca de sí mismo y no expresa más sentimientos propios que los de la añoranza. Supongo que los diarios no reflejan intimidades porque no tenía dónde esconderlos. Aparte de que mi padre tenía talento literario, son textos interesantes porque describe cómo vivían los prisioneros en aquel campo, primero bajo control de los rusos blancos, luego de los bolcheviques, después de los norteamericanos y al final bajo control de los japoneses. Siempre en el mismo sitio, aunque bajo muy variadas circunstancias. A veces pasaban un hambre feroz y otras vivían casi en la abundancia, y bajo el mandato americano hasta les daban libertad para visitar los museos en la ciudad, en Krasnaya Rietchka. Bajo mandato japonés a veces fusilaban a alguno. Bajo los rusos había de todo. Al acabar la guerra, los repatriaron en un barco japonés de tripulación checa, en un recorrido que iba de Vladivostok a Trieste. El barco atracó en Port Said y cuando desde la cubierta vio las habitaciones de lujo de un hotel escribió en su diario “lo que daría yo por estar sólo durante una hora en una habitación”. Imagínate. Llevaba años sin haber disfrutado ni una hora de soledad.

¿Qué hizo a su regreso?
Cuando volvió del cautiverio, visitó a su familia en Hungría y después estuvo viviendo en Hamburgo y en Viena, donde se casó en el año 29 con mi madre. Allí se estableció con un negocio familiar que consistía en unas fórmulas de materias primas para hacer helados que había inventado un hermano suyo de Milán. Mi padre levantó este negocio primero en Hamburgo y luego en Viena.

Allí naciste.
En el 31 nació mi hermano, en el 33 nací yo. En el 38 entraron los alemanes para anexionar Austria al Tercer Reich (el Anschluss). Tuvimos que malvender las cosas y huir. Pudimos hacerlo porque mi padre conservaba la nacionalidad húngara. Primero me mandaron a mí a Budapest a casa de una tía, poco después vinieron mis padres y mi hermano. Mi padre estuvo en Hungría unas pocas semanas y de allí se fue a Milán, a consultar con su hermano, quien le aconsejó que viniera a España, que acababa de salir de la guerra civil y se veía que no iba a entrar en la guerra mundial. Por otra parte, mi tío había estado en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, y la ciudad le había causado muy buena impresión. Mi padre llegó aquí de forma legal en el año 40, pensando que España sería un trampolín para ir a otra parte, quizá América. Pero ya se quedó aquí, porque la guerra duró siete años y él no quería abandonar Europa sin sus hijos. Así pues, se fue cuando yo tenía 6 años y no lo volví a ver hasta que tuve 14, que es prácticamente cuando lo conocí.

¿Cómo vivisteis el exilio en Budapest?
En Budapest mi madre lo tuvo muy difícil, porque había estudiado sólo medio bachillerato y algo de piano, no una profesión. Sin embargo, según mi madre, aquellos años fueron los más felices de su vida, porque el matrimonio nunca había ido bien. En Budapest luchó mucho, pero salía adelante y educaba a sus hijos como ella quería.  Antes de salir de Viena había hecho un cursillo de fabricar cinturones, y en Budapest vivíamos de esto. Compraba grandes pieles y por la noche la cocina se transformaba en taller. Mi madre, junto a una cuñada y una amiga, cortaba las tiras y las cosía a máquina. Los cinturones –que entonces se llevaban de fantasía- se exponían en los escaparates de alguna tienda. Más adelante, mi hermano y yo los repartíamos con la bicicleta. Mi madre no llegó a aprender el húngaro, porque mucha gente, sobre todo los judíos, hablaba también alemán. Nos educó allí sin conocer el idioma. Nosotros teníamos toda la libertad del mundo para entrar y salir. Ella no sabía lo que hablábamos con los amigos, o qué libros leíamos en húngaro. Durante aquellos años, mi hermano y yo hablábamos húngaro entre nosotros y alemán con ella. Por supuesto, íbamos al colegio.

¿Qué sabías de la guerra que estaba teniendo lugar a pocos kilómetros de la frontera?
Hasta el año 44 nosotros nos enterábamos poco de la guerra.  Sin embargo, la situación no era de normalidad. Los varones judíos entre los 16 y los 40 ya se los habían llevado, en parte al frente y en parte a trabajar en las minas: unos 50.000. Integraban unas llamadas “brigadas de trabajo” en las que era muy difícil sobrevivir. Parte de ellos, hombres y jóvenes judíos desarmados, fueron destinados al frente del Don, donde el segundo ejército húngaro combatía a los soviéticos. Los mandaban a la primera fila para que explotaran con las minas personales y cuando ya estaba el terreno más o menos limpio, entonces avanzaba el ejército regular. Perecieron unos 47.000, entre ellos un primo mío. Pero, entonces éramos niños y no nos enterábamos de la guerra más que por la ausencia de mi padre y por las cartillas de racionamiento. Por lo demás, no tengo malos recuerdos de aquellos años.

Luego vivimos diez meses de nazismo, con la ocupación del país por la Wehrmacht, de marzo del 44 a enero del 45, cuando entró el ejército soviético. Los meses bajo el régimen nazi, en los que yo tenía once años, fueron horribles. Es imposible resumir aquí los bombardeos, el hambre, el frío, los piojos, el encierro en el llamado gueto internacional con su indescriptible hacinamiento, las redadas, el constante miedo a ser deportados… Esta época la tengo reflejada en una conferencia titulada Al filo del Holocausto, publicada en varios idiomas.

Salvasteis la vida gracias a la actuación, desde la Legación de España, del  diplomático Ángel Sanz Briz, y de un aventurero italiano de pasado fascista, Giorgio Perlasca.
Ambos salvaron de la deportación a unos 5.200 judíos, personas que no eran ni de su país ni de su religión. La acción salvadora, difícil, arriesgada, a contrapelo de las fuerzas de ocupación, corresponde exclusivamente a la iniciativa y voluntad de estas personas de extraordinaria valía humana. Nunca existió una política franquista generalizada para salvar a judíos.

La guerra acabó en el verano del 45.
Sin embargo no pudimos llegar a España hasta año y medio más tarde. Las fronteras estaban absolutamente cerradas porque en la Europa Central y Occidental había centenares de miles de personas desplazadas. Y cada país se tenía que ocupar de personas que no hablaban el idioma, sin posibilidad de ganarse la vida, gente que había salido de campos de prisioneros o de campos de concentración, y otros que no tenían adónde volver, o que no querían regresar a Polonia o a los demás países del Este. Llegamos finalmente a Barcelona, por avión desde Ginebra, el 7 de enero de 1947, fecha que conmemoramos cada año. Y luego vinieron 7 años muy difíciles para nosotros, porque la vida familiar era muy conflictiva.

La relación con tu padre ha marcado fuertemente tu poesía,  ¿no es así?
Es así, precisamente, mi padre sale con frecuencia. Murió siete años después de que nos volviéramos a reunir, y la relación con él era muy difícil. Eso se debió a varios motivos: en primer lugar mi padre escribía muy bien, pero no todo lo que había escrito y prometido era cierto, lo que nos causó una gran decepción. El segundo motivo de la desarmonía familiar era que mi padre nunca quiso saber nada del Holocausto y de lo que habíamos padecido. Yo nunca he sabido si esto era debido a que él tenía remordimientos por habernos dejado allí -aunque no podía saber lo que iba a suceder-, o si no tenía el valor para querer saber la verdad. El caso es que esto abrió una brecha entre él y nosotros. A un lado estábamos mi madre, mi hermano y yo, que siempre rememorábamos el pasado, al otro mi padre, que cuando entraba en la habitación se hacía el silencio.

¿La poesía se convirtió entonces en un refugio?
Eso fue más tarde, ya que empecé a escribir poesía ya de mayor, hace aproximadamente 15 años. En aquellos años de juventud mi refugio fue una amiga mayor que yo, que se llamaba Isabel Alcalde. Era profesora de alemán de mi Instituto, y por tanto con ella me podía entender cuando llegué a Barcelona. Al cabo de un año tenía que hacer todo tipo de exámenes de convalidación, que preparaba con ella. Mi padre la contrató y yo iba a su casa. Yo tenía 14 años y ella 26. Nos hicimos amigos íntimos; era una historia poco corriente porque no había amor de por medio y no podíamos pasar el uno sin el otro. Mi padre pagaba dos horas diarias, yo me quedaba cuatro o cinco en su casa. Ella me enseñó todo lo que pudo. Influyó mucho en mi gusto literario, en mi vocabulario. En parte soy el que soy gracias a ella.

¿Qué te llevó a la poesía hace 15 años?
La primera poesía que escribí fue Korzack nunca llegó a Jerusalén, en 1978. Di una conferencia sobre él y de ahí surgió esta larga poesía de once páginas. Pero no volví a escribir. Hasta que un día vi la película Korzack de Andrzej Wajda sobre este hombre que, después de haber tenido una vida asombrosa, fue de forma voluntaria a las cámaras de gas de Treblinka para acompañar a los doscientos niños del orfelinato donde había sido director. Llegué a casa muy impresionado, quise hablar de esto con mis hijos y no los encontré nada receptivos. Lo que a mí me conmovía, a ellos no les decía nada, y me dijeron “Bueno, déjalo, no es momento, ya hablaremos de esto mañana”. Entonces empecé a escribir poesías que se quedaban en el cajón. Hasta que Marta Pessarrodona y Carles Duarte me animaron a publicar.

Para entonces ya habías publicado tu Tesis Doctoral sobre los ricos de espíritu.
Era un largo estudio comparativo de psicologías en el campo de la ficción literaria; en el fondo es un estudio del bien. En mi tesis establecí un tipo de personaje literario que nunca antes había sido estudiado conjuntamente: el hombre bueno en su grado máximo, ideal. Existía el caballero andante, el Don Juan, el pícaro, pero no el tipo de personaje ‘bueno’ en la narrativa y en el drama, como encontramos en el príncipe Mishkin, de El idiota de Fiódor Dostoievski, o en Don Quijote, que por cierto fue modelo para El Idiota. Los tiempos nunca han estado para los ricos de espíritu, siempre se les ha tenido un poco por locos, de ahí que al príncipe Mishkin lo llamen ‘pobre de espíritu’. La sociedad, incapaz de comprender a estos seres excepcionales, los desprecia.

Tu nuevo libro de poesías se titula Más acá del Bien y del Mal. ¿Por qué este título?
Hace referencia al libro de Nietzsche, Más allá del bien y del mal. El bien y el mal han sido una preocupación mía constante. Eso se refleja en mi poesía, en muchas de ellas. Seguramente el tema de los ricos de espíritu me interesó porque yo buscaba el bien y lo encontré más en la literatura que en la vida. El bien y el mal son inherentes a la naturaleza humana. Todos, en algún momento, tenemos que escoger entre uno u otro. Creo que la opción al mal la tenemos todos. Aunque también creo que predomina el bien. Hay unas normas que se remontan a los diez mandamientos y al código de Hammurabi que han sido muy útiles para la convivencia social. Pero cuando las cosas van mal, palidecen los valores y resurge el instinto animal, agresivo. Yo creo que la agresividad en parte procede del hecho de que somos carnívoros, y nos hemos acostumbrado desde los tiempos más remotos a cazar, a matar, a arrebatar las cosas a otros cuando tenemos hambre, a dominar mediante las armas. Eso es algo que yo no perdono al Dios en el que no creo. La idea de Dios yo la tengo, y creo que Dios, si existiese, tendría que ser omnipotente, omnisciente y todo esto. Pero no puedo concebir un Dios omnipotente que creara el mal.

Quiero añadir que creo en el individuo y no creo en la colectividad. La colectividad es necesaria porque somos seres sociales y nos necesitamos, pero es la que se deja llevar luego a la violencia, a la guerra. No soporto ver a la gente que marcha en uniforme y obedece órdenes ciegamente. El mal existe en todas partes, desde los pueblos más primitivos hasta los más civilizados, y casi siempre se activa cuando el individuo renuncia a pensar y se deja llevar por unas ideas o unas tendencias impuestas desde arriba. El caldo de cultivo son los nacionalismos, las crisis económicas, el pensamiento único, el querer imponerse a los demás. Y anota esto: si algo hemos aprendido del siglo XX es que la cultura no es ninguna salvaguardia contra la barbarie.

¿De qué manera se refleja esto en tu poesía?
Mi poesía es reflexiva y moralizadora. No creo en el arte por el arte. Creo que el arte además de buscar la belleza, tiene que buscar la verdad y tener un fondo ético. Es muy curioso que esto se admita en la prosa, pero bastante menos en la poesía. Uno de mis temas es la paternidad: mis hijos. Otras poesías se refieren a mi padre, la culpabilidad nunca superada de no haberlo querido. Por supuesto salen mucho las atrocidades de mi infancia. Luego están los temas generales: las cuestiones sociales, las injusticias, los prejuicios. Estoy absolutamente en contra de toda violencia, combato el militarismo, las banderas, los grandes slogans. Otras veces me inspiran vivencias absolutamente cotidianas. Y la pérdida de seres queridos. La herida del tiempo. Y mucha introspección.

La educación que recibí también inspira mis poesías. Me educaron pensando que yo tenía alma de artista, y que mi hermano mayor tendría que procurar por mí, ya que yo no me ganaría la vida. Me daban preferencia en todo, pese a lo cual mi hermano nunca mostró celos y me quiso como a pocas personas en su vida. Hace casi tres años que falleció y su ausencia nutre muchas de mis poesías. A la vez que fui a la universidad, iba al conservatorio donde hice piano, solfeo, tres años de armonía y un año de contrapunto.

¿Crees que la música ha influido en tu poesía?
La música como la literatura me han acompañado toda la vida, pero en mi poesía ha influido más la literatura que la música, que a mi juicio es incapaz de expresar ideas. La música produce impresiones, sensaciones y emociones. La música no se deja expresar con palabras, nuestro lenguaje es demasiado pobre para describir sonidos. Es imposible reflejar el timbre de un oboe o de un cuerno inglés. Lo mismo pasa cuando el lenguaje intenta describir colores u olores con sus miles de matices. La sensación que produce la música no se deja expresar con palabras, ni siquiera circunscribir, y es una de las cosas que la hace sublime.

******

El mundo interior de Jaime Vándor -muy influido por la doble experiencia, filial y paterna, se expresa mediante lo que él llama poesías de reflexión. Son poesías con carga moral, que reflejan su mirada ante la vida. Algunas parecen surgidas de la ya imposible comunicación con aquéllos a los que van destinadas, otras ponen el acento en cuestiones sociales o en lo cotidiano. Son poesías desnudas, sin apenas metáforas; sólo verdad y experiencia, que nos hacen recordar las certeras palabras de Paul Celan Sólo manos verdaderas escriben poemas verdaderos. Regalos para quienes están atentos. Regalos que llevan consigo destino.

Alternativas de fe

I.

No me llaméis descreído porque

no crea en las mayúsculas,

en los grandes conceptos

no en las proclamas

las consignas, los estandartes.

No en las doctrinas,

en los tomos de filosofía,

en los devocionarios.

No. Sí en la palabra.

Y en la mirada. Su debido soporte.

Tengo fe en la palabra

en la sinceridad de

la mirada clara

fe en la canción

en la buena intención.

No en las estadísticas

sí en el aval de la experiencia.

No en los grandes números

sí en el modesto uno.

No en la humanidad

sí en el hombre.

Si no creyera en la palabra

cerraría todos los libros

los archivos, el ordenador,

y me echaría a dormir

bolas protectoras

en los oídos, a oscuras,

un paño húmedo en los ojos.

Pero nada de eso pasa.

Yo no desespero, porque –

yo creo en la palabra.

II.

No me llaméis hombre sin fe

ni descreído no me llaméis

porque cada afirmación

la ponga en una balanza. Empezando

por los versículos de la Biblia.

Me embelesa su belleza literaria, pero

su veracidad la observo a trasluz,

porque bien dice el texto

que los fieles llamáis sagrado:

‘el simple todo lo cree,

mas el prudente discierne sus pasos’.*

Y sigue Proverbios: ‘¡qué buena

es una palabra a su debido tiempo!’**

¡La palabra! La debida palabra

Y la mirada. Su oportuno soporte.

*Pr. 14, 15

**Pr. 15, 23

20.03.2006, en Más acá del Bien y del Mal

Berta Ares

******

Bibliografía de Jaime Vándor:

Estudio literario:

. Los ricos de espíritu. En torno a un personaje literario. Ed. Muchnik (Barcelona, 1989)

Poesía:

Korzack nunca llegó a Jerusalén, en 1978

Algo largamente inesperado. Seuba Ediciones (Barcelona, 1999)

Nunca Korczak llegó a Jerusalén. Cuadernos del Mediterráneo (Cuenca, 2002)

Los flancos desprotegidos. Seuba Ediciones (Barcelona, 2002)

Cosas que no entiendo. Ed. Libros Certeza (Barcelona, 2005)

Un bien por compartir. Sefarad Editores (Barcelona, 2006)

Más allá del Bien y del Mal. Sefarad Editores (Barcelona, 2012)

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

9 Comentarios

  1. HOLA
    Me ha gustado la entrevista, Berta. Desconozco la labor de Jaime Vandor, pero dan ganas de acercarse a ella. Mientras leía, me he acordado del «libor» de Rosa Sala Rose, «La penúltima frontera. Fugitivos del nazismo en España». Ahí hay varias historias de aquellos que querían salvar su vida alcanzando esta penúltima frontera. Lo publicó Global rhythm.
    (He dejado la errata de libor por libro, por su cercanía a labor. Uno no debe dejar de ser un poco niño).
    Un abrazo

  2. Muchas gracias, Rubén.
    Tomo la referencia, y la comparto con J. Vándor.
    Estoy de acuerdo con tu apreciación. Sin el niño sólo habría sentido común, el menos sensorial de los sentidos.
    Un abrazo,
    Berta

  3. Mestre Carles Duarte, El idiota, Fiódor Dostoievski, em va agradar molt. Gràcies per compartir!

  4. He leído la entrevista a Jaime Vandor con átención y respeto. Siempre que le leo aprendo cosas y me hago mejor. Su caracter, respetuoso y amable con todos, y el estar siempre dispuesto a atender y enseñar a quien se lo requiera, le convierten en el hombre grande y bueno que es. Lo que él dice debería ser enseñado en la escuela. Lo que él relata no debería olvidarse nunca; lo que él ha vivido no debería volver a ocurrir jamás.
    María José

  5. Me gusta la entrevista, fue mi vecino, conozco a su familia, y de lo poco que se, que sabemos, era muy amable, y educado.

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