José Ovejero: «La comedia tiene que ofender a quien la lee»

OvejeroJosé Ovejero (Madrid, 1958) es de esos escritores de raza que no renuncian a su buen hacer literario. Viviendo a caballo entre Bruselas y Madrid, nos concedió esta entrevista en el Café de las Letras en Madrid y conversamos con él sobre La comedia salvaje (Alfaguara) una novela sobre la Guerra Civil que es diálogo, reflexión y que viene a dar una perspectiva distinta de aquella contienda que nunca debió ocurrir.

¿Cómo llegaste hasta La comedia salvaje?

Pues no lo sé muy bien porque la verdad es un libro atípico en mi producción. Hasta ahora mis libros eran más bien sombríos, duros y de pronto empezó a interesarme esta posibilidad de escribir sobre la Guerra Civil de una manera distinta, no por afán de originalidad, que es siempre un poco banal, sino porque me daba la impresión de que se podían decir otras cosas que no se estaban diciendo.

Y la novela empieza con esta idea de un personaje, que todavía no sabía muy bien ni quién era ni cómo se llamaba ni qué hacía, recorriendo España con mirada alucinada preguntándose si él está loco o si se ha vuelto loco todo el mundo a su alrededor. Y claro, inmediatamente se me planteó el paralelismo con Don Quijote recorriendo también España o parte de ella, diciéndose “en qué mundo estoy” y sin saber muy bien de qué lado está. Y de pronto escribí la primera escena de este tipo gritando “¡todo es mentira y la realidad no es esto!”. Y empecé a desarrollar y a escribir escenas y a disfrutar enormemente al intentar acercarme a la Guerra Civil desde la comedia, desde una comedia que intenté no respetar para nada. Al fin y al cabo la comedia es un modo de explorar los límites de lo que está permitido y lo que no, los tabúes, lo vulgar, ir más allá de lo que debieras, y empecé a tocar distintos aspectos que tenían que ver con la Guerra y poco a poco fue cuajándose el libro.

¿Comedia o surrealismo? Porque en muchos aspectos nos recuerda un poco a Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda. Hay momentos que son absolutamente hilarantes por lo que tiene de extravagantes.

Es una comedia que no sé si es de carcajada, quizás no, es una comedia más bien de esa sensación de extrañeza que tiene uno ante el absurdo, incluso ante el absurdo cruel y brutal, y lo onírico o esa especie de surrealismo viene de que, aunque las situaciones son absurdas, el tratamiento del contexto es absolutamente realista. Es un poco como en los sueños en los que ocurre algo absurdo pero lo ves todo con una gran claridad, con una gran precisión, es todo muy plástico y por eso creo que se tiene la sensación de sueño, porque es muy real pero al mismo tiempo no es posible.

Vives en Bruselas y vienes de fuera a reírte, por decirlo de una forma, de todos estos mitos tan sagrados, y sobre todo hoy día con esto de la memoria histórica, y llegas y en vez de “besar el santo” lo empujas…

Quizás me haya ayudado a hacerlo el vivir fuera, esa especie de distancia que además necesitas para la comedia, porque en la comedia tienes que distanciarte de alguna manera, lo mismo que con la ironía, tienes que desdoblarte, tienes que verlo, acercarte a ello y alejarte para poder reír. Probablemente en eso influye el hecho de que viva fuera y claro, escribir una comedia para satisfacer al público, para que se rían los que tienen que reírse, para que tu bando, digamos, lo encuentre muy gracioso porque pones a caldo a los demás, no tiene sentido. Yo creo que la comedia (y sonará a provocación gratuita) tiene que ofender a quien la lee, en el sentido de que debe plantearse también sus propios tabúes, aquello en lo que cree, y ver que alguien se está riendo de eso para que reaccione. En el fondo es como un diálogo con el lector donde se cuestiona lo que hace gracia y lo que no.

La comedia salvajeVisto desde fuera, y cada español emigrado o no tiene su bando, da la sensación de que hay un exceso de esa memoria, de continuar constantemente con ese rencor que debemos supera de alguna forma.

Es una cuestión muy delicada porque superarlo no es olvidarlo. Entonces toda eso de la memoria histórica en el fondo es algo muy manipulador porque te impone una serie de recuerdos. ¿Cómo debes acordarte de aquello? Porque la historia se supone que es objetiva y la memoria totalmente subjetiva. ¿Cómo conjugo eso? Al final es el poder el que te dice cómo tienes que recordar las cosas y depende de quien esté en el poder tienes que recordarla de una manera o de otra.

Creo que La comedia salvaje lo que intenta es escapar a esa imposición de “cómo tengo que recordar”. Es algo que se dice muy poco, porque yo no me acuerdo, porque yo no vivía y la mayoría de los que hemos escrito sobre la Guerra Civil no la vivimos. Lo que hago es acentuar esa subjetividad e incluso romper con la verosimilitud. El libro no empieza por casualidad con la frase “¡Es mentira! ¡Todo es mentira!”.

El hecho de que el protagonista se llame Benjamín comunica la idea de que el último en llegar o el más pequeño es el que viene para “salvar a la patria”. ¿Crees que somos nosotros, los últimos en llegar, los llamados a salvarnos de estos recuerdos?

No sé por qué elegí el nombre de Benjamín, es totalmente casual, no hay una razón real ni he pensado en un símbolo. Lo que si me gusta de él es que, como le dice Azaña al principio, es un “personaje insignificante”. Al final no nos salvan los grandes héroes, sino que nos salva la insignificancia. Y este hombre efectivamente es el menos adecuado para hacer nada heroico y de hecho no lo hace, el pobre. Me gustaba este individuo que no entiende lo que sucede a su alrededor y que, sin embargo, tiene que sobrevivir en ese mundo enloquecido y lo hace con ayuda de esta mujer, que es un paralelo de Sancho Panza, que devuelve a su amo a la realidad, pues ella devuelve a su compañero a lo práctico, a escaparse de las balas, a escaparse cuando les tienen encerrados.

Podemos reírnos sin olvidar. ¿Crees que es posible esta combinación con la Guerra Civil? Porque reímos al leer la novela pero esto definitivamente pasó. ¿Tuviste algún reparo por poder herir alguna memoria?

Lo tuve pero me impuse la tarea de olvidarlo. Porque, primero, es una novela. Porque cuando decimos “es la realidad”, no es verdad, fingimos que es la realidad. El problema que le veo a buena parte de esta literatura de la memoria histórica es que se inventa algo pero intenta convencernos de que eso es lo que sucedió. Entonces, surge la paradoja de la ficción que pretende contar algo objetivo. Y lo que hago aquí es recordar una y otra vez al lector “¡Es mentira! ¡Todo es mentira!”, esto es una invención. Benjamín de pronto desaparece: estamos operando no con la realidad sino con las representaciones que el lector se hace de la realidad. En ese sentido no me parece inmoral.

Por otra parte, la comedia con mucha frecuencia opera sobre la tragedia. Mi experimento es ¿ha pasado suficiente tiempo para que podamos reírnos o todavía no? Y si todavía no ¿por qué? Esa es la cuestión. Podemos reírnos de una guerra del siglo XVI y no hay ningún problema moral, a pesar de que el sufrimiento era tan real como el de la Guerra Civil.

Debemos aprender que la Guerra Civil empieza a ser ya parte de la Historia y no podemos convertirla en un presente continuo, y que de alguna manera se imponga continuamente a nuestros recuerdos, a nuestra vida política, a nuestras posiciones políticas. Creo que es el momento de ensayar a ver si me puedo reír de todo esto. Lo he intentado, probablemente se ofenderá alguna gente, qué le vamos a hacer.

En La comedia salvaje derribas mitos. Dos de ellos dentro de la Guerra Civil son los nacionalismos catalán y vasco. Llegas a decir de los catalanes por ejemplo: “Ser catalán es un misterio profundo” y de los vascos: “Si te digo la verdad, prefiero a los moros; los moros saben lo que quieren; los vascos sólo saben lo que no quieren, así que no dejan de quejarse”…

Lo de los vascos, la segunda parte es pura maldad, lo primero es una cita. Buena parte de la novela está construida con citas. Lo que dice Azaña aunque suene absurdo está construido con discursos de Azaña. Lo que dice Ortega, que está por allí levitando y separándose del suelo convirtiéndose en un fantasma, son cosas de sus discursos políticos, de sus escritos.

El mito nacional, ya sea el catalán, ya sea el vasco o español me parecen discursos desfasados. No rechazo el nacionalismo en sí, creo que tuvo un valor histórico, por ejemplo el discurso de emancipación frente a las monarquías absolutas, el ligar la tierra a la lengua. Hoy a mí me parece que es un discurso conservador y retrógrado.

Entiendo el nacionalismo de un grupo, en un territorio que considera que sus intereses no están representados y quieren que se representen de otra manera. Ahora, ese nacionalismo que habla de la raza, luego del pueblo, después de la etnia, ahora como aquello tampoco quedaba bien hablan del pueblo… Todo eso me parece absolutamente ridículo. Iba a decir lo siento, pero no lo siento, me parece ridículo seguir hablando del “pueblo” como si hubiese una esencia del ser vasco, del ser español, del ser catalán. Utilizo discursos de la época que son la base de muchos de los que se hacen hoy. Que el cráneo catalán es distinto del castellano está sacado de escritos de la época, o que la tierra catalana absorbe a quien llega y todo el que llega se convierte en catalán a no ser que tenga mala voluntad, como los castellanos.

Me gustó la idea de jugar con todos esos mitos absurdos con los que todavía hay una especie de tabú si eres de izquierdas, porque si eres de derechas eres anti catalán. Pues yo siendo de izquierdas me rio de ese catalanismo esencial, como me rio del españolismo esencial.

¿Crees que la novela abrirá de alguna forma un nuevo camino para relacionarnos con aquellos hechos?

No lo sé. Me parece que, entre otras cosas, la novela es una invitación al diálogo, a la reflexión. Una comedia es algo muy serio o así me la planteo yo. No solo se trata de conseguir la carcajada del público, sino que más bien es una invitación al diálogo a través de aquello que nos hace o no gracia. Es como esos espejos que distorsionan la imagen, te ves y no te reconoces. Es España y no es España.

¿Cómo se ve España desde fuera?

La verdad es que durante un tiempo España no me ha interesado en lo más mínimo y en mi literatura estaba muy, muy poco presente. No sé porque en los últimos años estuve dándole más vueltas al tema, quizá porque ahora voy y vengo más, comparo más. De alguna manera vengo a España, soy español, pero en muchos sentidos no me siento particularmente español y quizá por eso me está inspirando más para escribir, aunque estoy seguro que la siguiente novela no va a tener que ver nada con España, no se trata ahora que me centre solo en ese tema.

Has dicho que “a pesar de que últimamente se habla del espléndido momento de la literatura española, yo creo que no es para tanto. Hay demasiada homogeneidad, demasiado poco atrevimiento”. ¿Podrías matizarnos esta declaración?

Probablemente es una exageración. Lo que pienso es que a menudo no sólo la literatura española, los escritores nos hemos vuelto demasiado complacientes. Aunque todos maldecimos el mercado, de alguna manera somos conscientes de él y estamos escribiendo para un público que nos aplauda y esa es la peor manera de escribir. Es preferible pensar que el público no va aplaudir sino a tirarte piedras, pero antes de hacerlo piensa en lo que está haciendo. Sin ser un provocador, que no va en mi carácter, sí busco una confrontación con el lector. A lo mejor no tengo razón pero dime por qué, dame argumentos, discútemelo y he ahí el dialogo.

Recomiéndanos dos libros.

Salir a robar caballos, de Per Petterson. Y Ariadna en Naxos, de Javier Azpeitia.

Pedro Crenes Castro
http://senderosretorcidos.blogspot.com

Pedro Crenes Castro

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es columnista en 'La Prensa' y colaborador en la revista hispanoamericana 'Otro Lunes'. Es autor de los libros “El boxeador catequista”, “Microndo”, "Cómo ser Charles Atlas" y "Crónicas del solar". Actualmente imparte talleres literarios en “Párrafos. Talleres de escritura” en la ciudad de Vigo.

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