Juan José Flores nace en Barcelona en 1955. Es licenciado en BiologÃa por la Universidad Central de Barcelona. Ha publicado las novelas Como un ángel herido (1997), En el umbral (2002) y Todas las primaveras (Alfaguara, 2005), asà como un libro de cuentos, Vida de perro (2007). Nos habla para Revista de Letaras de su última novela, El corazón del héroe.
¿Cómo se pasa de la biologÃa a la literatura? ¿Cómo y cuando supo que se querÃa dedicar a la literatura?
En mi caso, de un modo muy natural. Ante todo porque, antes que escritor, uno es lector, y eso está en mà desde la infancia, la fascinación por leer, escuchar o contemplar –en el caso del cine– historias, por la ficción en cualquiera de sus formas. Luego, al estudiar la carrera de biologÃa, me di cuenta de que en la naturaleza habÃa las mayores dosis de imaginación, en sus infinitos diseños, pautas de conducta, posibilidades y, sobre todo, misterio. Por supuesto, tantas preguntas planteadas sin respuesta, el porqué de todo eso. PodrÃa ser que uno se hiciera escritor para que la imaginación rellene los huecos dejados por las preguntas sin respuesta, aunque no por pura evasión, porque la ficción quizás sea un modo de responder algo, a la manera de los sueños, mediante historias. Supongo que en algún momento, como en el caso de tantos, pudo en mà el afán de reproducir lo que me apasionaba como lector.
Se lo ha descrito como un escritor atÃpico, ¿está de acuerdo con la descripción?
Me parece muy bien, de entrada. Tampoco sé por qué, ni cuál es el patrón de comparación. En cualquier caso, no estoy debidamente al tanto de las “modas literariasâ€, si las hay, ni me verÃa capaz de apuntarme a alguna y mucho menos tener la perseverancia de seguirla. Yo creo más bien en el escritor corredor de fondo, o mejor, explorador en tierras ignotas. Es un viaje más bien solitario.
¿Cuáles son sus referentes?
Tantos. Enumerar algunos es darte cuenta al final de que se te olvidó mencionar algo esencial, porque casi todo lo es. Además esos referentes no son nunca exclusivamente literarios, quiero decir escritores, también son directores de cine o pintores, con lo que la cosa aún se complica endiabladamente. Fui educado en una escuela francesa, y por tanto reconozco que la literatura de ese paÃs me ha marcado, sin duda. Tengo presente a Camus, pero antes que él a Flaubert, a Stendhal, a Balzac y a Proust. De la literatura en castellano me han marcado Aldecoa, GarcÃa Hortelano, Sánchez Ferlosio, Marsé, Mateo DÃez. De los latinoamericanos, cómo no, Borges, Cortázar, Rulfo, Carpentier, GarcÃa Márquez. Stevenson, Salinger, Faulkner entre los anglosajones; adoro a Chéjov… SerÃa el cuento de nunca acabar.
¿En qué medida sueño y realidad interaccionan en su obra?
En gran medida. Supongo que hay una especie de juego metaliterario constante, puesto que la ficción que no se presenta como un sueño explÃcito, también lo es, en realidad. Todo es sueño pues, dentro del sueño que siempre propone un autor. No creo que se pueda vivir sin soñar, como nos dicen los psicólogos, parece ser una necesidad casi fisiológica, aunque no lo recordemos siempre al despertar. Según la escuela de Jung, y otras, los sueños podrÃan ser como mensajes cifrados que el inconsciente nos manda, y lo hace en forma de narración, más o menos estructurada. ¿Por qué? Me parece un misterio apasionante. Creo que inventamos la ficción siguiendo ese patrón. Leemos, vamos al teatro o al cine para ser un poco transformados o confortados, aunque creamos que vamos sólo a entretenernos. También recibimos ahà mensajes de quienes no sospechamos ser: los personajes en los que nos proyectamos. Una historia nos apasiona o conmueve sólo si intuimos que en realidad habla de nosotros, de alguna forma extraña, si es un sueño un poco nuestro.
A tenor de la pregunta anterior, ¿en qué medida se relacionan “relato†y realidad?
Como ya he comentado, un relato es algo en donde proyectamos cosas, interactuando con lo que la ficción propone, es decir “viviendo†otra vida, brevemente y como por delegación. Toda narración, desde las epopeyas más ambiciosas, que han marcado a civilizaciones enteras –La IlÃada, el Ramayana–, hasta un microrelato, tienen en común ser como un fragmento desgajado de la realidad, pero a la vez un mundo cerrado en sà mismo. La realidad, sea lo que sea y la llamemos como queramos, nos apabulla, no se puede abarcar, y con una narración hacemos como un modelo a escala, que es manejable, en el que podamos afianzarnos y movernos. Casi como un juguete. Jugar muchas veces es fingir la vida. Yo creo que algo parecido debÃan hacer nuestros antepasados más remotos en la prehistoria, sentados alrededor de una hoguera. Algunos contarÃan historias, episodios de caza magnificados, sueños que a lo mejor no distinguÃan de la vigilia, y lo harÃan para conjurar el miedo en la noche de los tiempos. Asà se inventó la narrativa. Para calmarse y seguir viviendo. Una especie de conjuro.
Usted ha dicho que se considera más un arqueólogo que un constructor de la palabra. Hablando de El corazón del héroe, ¿cómo emerge y cómo desarrolla la novela?
Aunque al final parezca que hay mucha premeditación, me gusta conservar una buena dosis de misterio para conmigo mismo en lo referente al desarrollo de la historia, por lo menos hasta cierto punto, en el que ya no hay vuelta atrás, por asà decir: o la historia se derrumba y hay que volver a empezar, o te exige resolver su propio enigma. Suelo partir a veces de una historia lateral –o que yo creo entonces lateral–; otra veces no se trata ni siquiera de una historia y no es más que una mera imagen o anécdota significativa. Es como el primer fragmento hallado de una ciudad antigua enterrada y que es preciso sacar a la luz e ir restaurando y reconstruyendo a medida que aparece. En este caso, este destello inicial fue la escena del número de prestidigitación, el del disparo a ciegas al naipe de corazones, que yo presencié realmente hace ya bastantes años, en un local de Barcelona. Sin duda ha estado aguardando su momento en algún lugar, para entrar en colisión emocional con los personajes adecuados que pudieran contar su historia.
¿Por qué un guarda jurado que estudia filosofÃa como personaje principal?
Lino es un guarda jurado atÃpico. Al principio es un tipo que se enfrenta al destino tal como viene, que es un punto vehemente porque una parte de sà necesita afirmarse, dar siempre un paso al frente. Pero he querido subrayar su parte reflexiva, que también la tiene y aflora sobre todo tras el accidente y el coma. También es alguien pues que se pregunta cosas constantemente, sobre sà mismo, sobre la vida, con el bagaje cultural que le ha tocado en suerte. Hay un reto en él, un conflicto entre quien ha sido y el Lino nuevo que está por reemplazarlo, y que solamente el amor y los sueños podrán resolver.
¿Es Lino una reivindicación del mito del héroe contemporáneo?
No sé si Lino es un héroe contemporáneo o lo heroico es siempre atemporal en el ser humano. El héroe es quien es arrastrado por el destino y trata de oponérsele con la voluntad. Digamos que el héroe es el hombre que no se conforma con lo que hay, que planta cara y presenta batalla a las circunstancias. Sin embargo, el secreto del héroe, lo que hay en su corazón, podrÃa ser un deseo de transformación, de dejar atrás al héroe: quiere dejar de luchar, quiere la paz del corazón, rendirse, al amor, claro. Al héroe debe seguirle el amante y a éste el sabio. Son sólo arquetipos. El héroe contemporáneo está confuso, algunos referentes se han perdido, y tal vez sólo pueda confiar en sus sueños.
¿Qué encontrará el lector en El corazón del héroe?
Espero que encuentre un sueño que merezca la pena de compartir y sobre todo completar. En definitiva, lo que prima es el deseo de contar una historia, o varias en este caso.
[…] “Supongo que hay una especie de juego metaliterario constante, puesto que la ficción que no se presenta como un sueño explÃcito, también lo es, en realidad. Todo es sueño pues, dentro del sueño que siempre propone un autor. No creo que se pueda vivir sin soñar, como nos dicen los psicólogos, parece ser una necesidad casi fisiológica, aunque no lo recordemos siempre al despertar… ” Continúa leyendo en Revista de Letras… […]