Julio Camba, un ilustre viajero

Playas, ciudades y montañas. Julio Camba
Prólogo de Francisco Fuster García
Reino de Cordelia (Madrid, 2012)

Un ilustre desconocido podría ser el epíteto perfecto para este viajero infatigable de nombre Julio Camba. Viajero antes que periodista o, mejor dicho, periodista para poder ser viajero, Camba enriqueció la tradición periodística castellana del siglo XX con las mejores crónicas con las que ésta nunca ha podido contar, unas crónicas que bien pudieron hacerlo merecedor de ser laureado como uno de los mejores prosistas en castellano. Dos novelas bastante cortas fueron su único intento de convertirse en novelista siquiera por breves instantes, intento fallido el de Camba, cuyo recorrido parecía llevarle indudablemente hacia la crónica y, en especial, hacia la crónica de viajes. El tiempo, sin embargo, parece haber condenado a Camba al silencio, su nombre resulta extraño para muchos -demasiados- desconocedores de que hubo otro periodismo distinto del actual, de que hubo una época durante la cual los rotativos -¿quién habla hoy de rotativos?- publicaban las columnas de un articulista gallego que concibió la escritura como la forma más elevada de la irónica y siempre mordaz provocación. Camba resultaba incómodo, como incómodos también eran los textos de Josep Pla y, posteriormente, los de Joan Fuster; con una testarudez sin parangón, a través de sus textos el periodista gallego sigue resultando, todavía hoy, incómodo para una tradición literaria que asocia, con demasiada frecuencia, la prosa únicamente con la novela y para una historia literaria cuyos clamorosos e incomprensibles olvidos producen el más trágico de los silencios.

Afortunadamente el mundo editorial, en más de una ocasión injustamente maltratado, no es siempre sordo a dichos silencios; en los últimos años no han sido escasas las reediciones de los libros de Camba, en los cuales el prosista reunía sus artículos y las crónicas de sus viajes. Ahora, de la mano de Reino de Cordelia, nos llega Playas, Ciudades y Montañas, una recopilación de sus artículos dedicados a Galicia, tierra golpeada por la inmigración, a Buenos Aires, a París, la ciudad que sin duda más amaba el autor, y a Suiza, un país sin suizos. Con el permiso del autor, bien podría definirse Playas, Ciudades y Montañas como un libro de viajes, género que, sin embargo, Camba no dudaba en calificar como “impostura”, no siendo éste sino el resultado de la mirada de un escritor, es decir, de alguien que ve las cosas, los paisajes e, incluso, los individuos “como crónicas periodísticas o como capítulos de novela”. Y si bien no titubeaba al desacreditar este género novelesco, Camba no dejó de escribir acerca de esos paisajes, como tampoco dejó de viajar aun confesando, sin atisbo de esperanza, que “ha fracasado el turismo” porque, así  sostenía aquel autor cuyos amigos calificaban de hombre triste y melancólico, “el turista es un hombre impermeable”, alguien que siempre permanece ajeno, incorruptible, al “espíritu  de los países que recorre”. Camba nunca fue turista, para el periódico fue un corresponsal, pero él siempre se definió como viajero y, como tal, nunca dejó de impregnarse del espíritu de todos los países que fue recorriendo: ya fueran playas, montañas, ciudades, pequeños pueblos o comunes bares de barrio, Camba se convertía en un habitante autóctono más, se dejaba llevar por las costumbres, por la particular idiosincrasia del lugar sin perder, sin embargo, la mirada periodística, la distancia necesaria para poder observar sin dejarse seducir en exceso. Sus textos son la reelaboración crítica de una experiencia personal porque, para Camba, el viaje, antes que crónica, es una vivencia íntima y subjetiva. Se debe procurar, avisa el viajante a sus lectores, de “dejar un recuerdo agradable o desagradable”. Si bien en una ocasión había afirmado que para él, como para todo escritor, el paisaje no es más que una crónica o un artículo para el día siguiente, el prosista gallego, en cambio, nunca dejó de ver los paisajes tal y como son. Dirigió su crítica más mordaz a los libros de viajes, incluso decretó el fracaso del turismo, afirmó que “el español no tiene naturaleza de turista”, mientras que el alemán “es siempre un poco militar”; describió el inglés como el turista que más postales compra y del francés -su debilidad francófona es más que evidente- dijo que siempre deja “como recuerdo una simpática libertad de costumbres y un relativo refinamiento de la cocina”.

Julio Camba (foto: Reino de Cordelia)

En Playas, Ciudades y Montañas, Camba deleita al autor con irónicas descripciones de tres lugares opuestos, la Galicia costera de la Rías Baixas con su Arousa natal, la ciudad de París y la Suiza del Mont Blanc; tres lugares distintos, como distintos son los turistas, a los que dedica las últimas páginas: distintas tipologías de turistas que se diferencian, como los propios lugares visitados, por su nacionalidad, por su cultura, por pertenecer a sociedades distintas a pesar de compartir el mismo momento histórico. Tras las descripciones de Camba se vislumbra la imagen de una Europa plural, desde la riqueza suiza a la pobreza española, de la cultura francesa al militarismo teutón. Los perfiles que traza Camba no son simples guiños a unos tópicos ya gastados, sino un reflejo, desde la más llana cotidianidad, de una realidad hecha de desequilibrios sociales, políticos y económicos que se hacen evidentes en el momento del viaje, es decir, en el momento del encuentro con el otro.

Gautier, el autor de Viaje a España, se convierte en modelo para el prosista gallego; como Gautier, quien no sólo se acercó a los gitanos, sino que “se encontró metido entre ellos, aprendió a hablar caló, resultó luego mezclado en algunas revueltas, trató a los políticos de la época”, Camba se propone conocer los países de destino, conocerlos para terminar metido en ellos formando parte de ellos, apreciando lo bueno que podían ofrecer así como padeciendo las incidencias que todo lugar ofrece. En sus artículos, Camba se presenta como un viajero que, sin embargo, siempre termina convirtiéndose en habitante; en verdad, podría decirse que los artículos reunidos en Playas, Ciudades y Montañas no relatan el viaje, la travesía, sino la llegada, su estancia tras haber finalizado el recorrido. Suiza y París, pero también Galicia son el destino de sus viajes, pero ¿por qué va un gallego de viaje a Galicia?

Nacido en Vilanova de Arousa, Camba dedica sus primeros artículos a tierras gallegas, precisamente a la tierra que le es más familiar y, a la vez, más extraña; como decía Freud, lo familiar tiene siempre algo de desconocido,  incluso, de siniestro. No hay nada siniestro en Galicia, pero sí algo incomprensible que invade aquellas tierras donde, a pesar del tiempo, “el progreso no ha avanzado tanto que no haya aún por estos caminos algunas diligencias para los viajes literarios o filosóficos”. Lejos queda la vida bohemia parisina, los bulevares y los restaurantes, lejos también está la riqueza de Suiza, el imponente Mont Blanc, a los pies del cual se disponen turistas llegados de cualquier lugar para admirarlo, “Kolossal”, gritan los alemanes, mientras los americanos piensan en cuánto podría valer. Y, sin embargo, Galicia, así como toda la Península, no aparece como simple contrapunto a una Europa rica y civilizada. Camba desmonta el mito europeo, al mismo tiempo que dirige su crítica más contundente hacia el regionalismo gallego, definido como innecesario en unas tierras que requieren de hoteles y ferrocarriles; “si los regionalistas dedicaran a hacerlos”, escribe Camba, “cumplirían con su verdadero deber”. El carácter anacrónico de Galicia que hace de ella un lugar único no justifica el mito europeo, un mito que los españoles viven como realidad: quieren ser como los franceses, imitar su moda de la misma manera que tratan de ilusionarse eligiendo Suiza como destino del viaje de novios, allí tienen la ilusión “de que el matrimonio es un idilio, y de que tiene una relación directa con los blandos lagos, con las montañas azules, con la nieve virginal, con el cielo puro y con los arroyos cristalinos”.

Se trata de ilusiones, de un imaginario colectivo que la nunca complaciente ironía de Camba destrona, los tronos se revelan en sus artículos como falsos y las diferencias entre naciones terminan convirtiéndose en semejanzas: en París “realmente no hay nada de extraordinario”, confiesa Camba, “uno vive aquí en la creencia de que París tiene cosas que no tiene Madrid”, pero, en verdad, “no hay tales cosas. No hay nada”. Deconstruyendo los mitos, París se muestra como un seductor opiáceo, mientras Suiza “es una obra gigantesca de ingeniería, un parque de recreos colosal”, Galicia, por el contrario, se muestra como la tierra ajena a todo mito, una tierra donde todavía circulan diligencias, donde el correo demora y los ferrocarriles tardan tiempos inauditos en llegar a su destino; escribir sobre Galicia es escribir sobre Cambados y Pontevedra, sobre la Ría de Arousa, sobre los cangrejos que no andan hacia atrás o sobre el arte de tirar bolitas de pan. Para Julio Camba, Galicia es poder recordar cómo “el cielo refulgía el camino de Santiago, hecho de arenas de luz”. Viajar, conocer países para revelarlos en su ser más auténtico; destruir el mito de la gran Europa para sentirse parte ella, de una Europa que, como las lejanas tierras gallegas, es pintoresca y contradictoria y, precisamente por ello, merecedora de ser visitada, de ser el destino de todo viaje.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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