La caÃda de los cuerpos. Maurice Druon
Traducción de Amparo Albajar
Libros del Asteroide (Barcelona, 2010)
Ha transcurrido cierto tiempo desde el final de Las grandes familias -y es de sobras conocido a cuan diferente velocidad ocurre eso: con una lentitud exasperante, «a paso de tortuga», para los niños, a un ritmo sostenido para los adultos, o tan deprisa que no da tiempo a percibir el transcurso para los ancianos- y el declive fÃsico para los miembros de la primera generación se hace cada vez más evidente, pero el mantenimiento del estatus económico y, consiguientemente, social les proporciona la ilusión de que todo sigue «como en los buenos tiempos», sea en las relaciones con los criados y con los demás individuos ajenos a su clase, sea en el seguimiento de una cacerÃa que hace un cegado Marqués de La Monnerie, incapacitado para tomar parte efectiva en ella, mediante una maqueta a escala de los campos de caza.
«Era como si el Marqués cazara realmente, tras la pista del animal fugitivo y astuto. Las palmas de sus manos y las falanges de sus dedos reinaban sobre millares de hectáreas de provincia. Sus dedos, agitados sin cesar por espasmos, descendÃan a los valles, saltaban por las colinas, le transmitÃan la textura afieltrada de una avenida verde, la polvareda de la tierra bajo el galope de los caballos y las salpicaduras de los vados. Escuchaba los ladridos de sus perros; medio alzado sobre los estribos, tocaba la trompa para mandar desemboscar o cambiar de bosque, y las notas de desplegaban tras él como banderolas doradas… TenÃa tanto calor que hubiera querido sacar el pañuelo para enjugarse el cuello».
Pero la realidad es que la sociedad está sujeta a algo parecido al equilibrio homeostático: cuando las circunstancias, en su acepción más amplia, cargan contra la clase dominante derribándola de su sitial, encumbra también a una nueva clase hasta la posición que ha quedado libre. En la Francia de entreguerras, la antigua aristocracia va perdiendo terreno frente a la burguesÃa, frente a los nuevos profesionales liberales bien relacionados y a los advenedizos medradores: «tenacidad, astucia y egoÃsmo».
«[Sus aspiraciones] exigÃan borrar el recuerdo del padre borracho, instalar a la madre en una dignidad semiburguesa y hacer desaparecer al hermano idiota. […] Simon sabÃa que el presente de un hombre afortunado se impone siempre a su pasado, y que el éxito incluso puede borrar el crimen».
Frente al injusto mérito legado por el nacimiento, el «democrático» mérito del hombre hecho a sà mismo:
«TenÃa la impresión de ser su propio genitor, y no reconocÃa más antepasados que la universidad, las antecámaras de los ministerios, las salas de redacción y los gabinetes de gobierno».
Es posible que el certificado de defunción del ancien status quo lo acabe firmando el cercano auge del capitalismo especulativo. La posesión de los medios de producción ya no es ninguna garantÃa ante el especulador que con pequeños paquetes de acciones de grandes compañÃas, y debido a la dispersión del capital que cotiza en bolsa, no sólo tiene asiento reservado en los consejos de administración, sino que posee el derecho de decir la última palabra en cualquier proceso de toma de decisiones.
«[…] Hoy en dÃa todo el capitalismo se basa en dos cosas: en primer lugar, lo que se llama el control, es decir, una situación de hecho que da la dirección absoluta de una sociedad anónima a aquel que no posee más que entre el diez y el quince por ciento de las acciones […]; y en segundo lugar, la posibilidad de que una sociedad anónima tenga acciones de otra sociedad y, por tanto, pueda adquirir su control».
Esa nueva situación, la entrada en escena de esos nuevos actores que reclaman para sà el papel protagonista, es la que provoca, tras cien años de prosperidad, el hundimiento de las grandes familias industriales y financieras ancien régime y encumbra a los espÃas, los conspiradores, esos personajes intelectual y productivamente insignificantes cuya mayor virtud es saber cambiar a tiempo la sombra de un árbol por la sombra de otro: es el triunfo del arribismo y de la mediocridad. Estamos en 1929, y no sólo las grandes figuras de la economÃa y de la polÃtica desaparecen, también amanecen los dÃas de un nuevo orden mundial.
«Una nueva generación, que habÃa perdido un millón y medio de los suyos en los campos de batalla, se encaramaba al poder, pero en medio de la desorganización de la economÃa mundial, sólo tendrÃa tiempo para preparar los nuevos desastres».
Joan Flores Constans
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