El nazi perfecto. Martin Davidson
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama (Barcelona, 2012)
“La desdicha, la vergüenza, el odio, las mentiras y la guerra civil se grabaron en nuestra alma y nos hicieron crecer deprisa. Asà que buscamos y encontramos a Adolf Hitler. Lo que nos atrajo como un imán fue precisamente el hecho de que sólo nos puso exigencias y no prometió nada. ExigÃa únicamente nuestro compromiso con él y con Alemaniaâ€.
(De un oficinista nazi nacido en 1911).
DecÃa Ian Kershaw en su monumental biografÃa sobre Adolf Hitler que el nazismo es el tema que mayor volumen de publicaciones ha generado en la densa y vasta historiografÃa dedicada al siglo XX. No es ninguna sorpresa. Seria interesante clasificar tal enorme cantidad de información en varias parcelas que seguramente abarcarÃan desde bodrios infumables hasta concienzudos ensayos de gran magnitud.
Circulas por la calle, charlas en los bares y notas que el nazismo ya tiene una imagen determinada en el imaginario colectivo. El problema es que algunos atributos de su mal han ganado la partida de una matemática sencilla donde nos dejamos impresionar por los hechos y no pensamos en la banalidad de las causas y acciones que terminaron provocándolos. Ojo, algún lector dirá que estamos minimizando una cuestión fundamental. Se equivoca. Lo más dramático fue la normalidad desde la cual millones de hombres siguieron la estela de unos postulados contrarios a cualquier noción de Humanidad. Hitler sedujo a una generación de alemanes, y más allá de los nombres rimbombantes de sus colaboradores y las fechas de batallas y decisiones conviene fijar la vista en los peones adictos a su credo.
El nazi perfecto de Martin Davidson tiene un claro aire a Los hermanos Himmler (Libros del Silencio, 2011), donde Katrin Himmler, sobrina nieta del lÃder de las SS, diseccionaba las actividades de su clan durante el Tercer Reich. Y la verdad, su conclusión fue la de hallar un mundo sin inocentes donde el engranaje funcionaba con piezas anónimas que contribuÃan desde su insignificancia a potenciar la explosión de la salvaje máquina nacionalsocialista.
Martin Davidson, encargado de la sección de Historia de la BBC, siempre sospechó que su abuelo alemán Bruno Langbehn ocultaba un pasado más que oscuro. Sus conversaciones con el otrora dentista berlinés le hicieron intuir una personalidad autoritaria con ademanes marciales. Hasta finales del Novecientos muchos habitantes del paÃs más poderoso del Viejo Mundo se hacÃan los suecos cuando alguien preguntaba por la etapa nazi. No, yo no sé nada, no estuve implicado. Los rastros debÃan cancelarse para poder proseguir con la cotidianidad.
Sin embargo, a principios del siglo XXI se abrió la veda, y ello ha permitido redescubrir viejas vivencias que plasman una sociedad entregada a la vorágine de la locura. Bruno fue un pionero en dar su existencia a lo mesiánico de la esvástica, y lo hizo de manera que su biografÃa constituye un excepcional documento para comprender el funcionamiento interno de las huestes germánicas en la encrucijada de entreguerras y su diabólica deriva.
Bruno creció en Perleberg, una ciudad de provincias en la que rápidamente se imbuyó de un clima militar pesimista que tras la Gran Guerra incrementó su amargura por el fracaso y la culpabilidad que acarreró el Tratado de Versalles. En 1922, con apenas dieciséis años, se trasladó a BerlÃn, sacudido por una inflación desproporcionada y las ansÃas populares de enmendar el desastre. La derecha no se resignaba y el joven no tardó en inscribirse al Partido de la Libertad, que abandonó en 1926 para apostar sus cartas al por aquel entonces minoritario NSDAP. El hecho de ser un camisa vieja se unió a su irremediable y bravucona vocación callejera. Se enroló en las SA cuando ése cuerpo era el no va más de lo paramilitar, y además lo hizo en el escuadrón más temible. Las hazañas del Sturm 33 ocuparon infinitas páginas por su bestialidad, lo que no impidió al objeto de estudio de Davidson dedicarse a la práctica de la profesión médica, lo que más tarde revelarÃa su más tenebrosa faceta en el entramado nazi.
La crisis del 29 fue la plataforma sobre la que Hitler sustentó su éxito electoral. Las SA, omnipotentes y conscientes de su atractivo para una multitud deseosa de transformar la República de Weimar, quisieron aprovechar la situación para imponer sus prerrogativas. El envite entre polÃtica y milicia urbana se saldó a favor de la primera, lo que culminarÃa en 1934 con la noche de los cuchillos largos, penúltima jugada nazi en su tablero de consolidación hegemónica.
Bruno no se vio salpicado y supo leer bien la que se avecinaba. En 1937 subió otro escalafón al ser aceptado en las SS. Ya no era uno del montón. PertenecÃa a la jerarquÃa y se sintió cautivado por el privilegio y el letal sÃmbolo del uniforme de los hombres de negro, aunque sus tareas fueran de despacho en despacho y de inteligencia en inteligencia hasta revisar elencos de dentistas judÃos y desplazarse a Praga en la agonÃa del Reich en la Segunda Guerra Mundial.
El nazi perfecto sobrevivió al calvario de la posguerra. Mandó su apellido al exilio burocrático, no osó pisar BerlÃn durante una buena temporada y recobró vigor cuando el mundo bipolar y la Guerra FrÃa eclosionaron para decretar la desmemoria del crimen y la impunidad de muchos de sus ejecutores. Bruno tuvo una plácida vejez, juntándose con sus nostálgicos amigos que nunca renegaron de su deleznable epopeya.
El volumen publicado por Anagrama apunta a la confirmación de una tendencia en obras recientes que versan sobre la época nacionalsocialista. Antony Beevor, desde una óptica más académica, inauguró la senda con Stalingrado, que analiza e informa con rigor combinando con acierto las anécdotas y discursos más Ãntimos del frente. Pese a ello, sus libros son ensayos donde el narrador no interviene en los hechos, algo que sà prevalece en HHhH de Laurent Binet, en el texto que nos concierne y en la ya mencionada Los hermanos Himmler, como si asà el relato personal y su brÃo cercano empatizaran más con el lector medio que no devora, por pavor a lo sesudo con notas al pie o por el tono de los manuscritos, otras posibilidades con un estilo más propio de especialistas en la materia.
Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com