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DecÃa Ian Kershaw en su monumental biografÃa sobre Adolf Hitler que el nazismo es el tema que mayor volumen de publicaciones ha generado en la densa y vasta historiografÃa dedicada al siglo XX. No es ninguna sorpresa. Seria interesante clasificar tal enorme cantidad de información en varias parcelas que seguramente abarcarÃan desde bodrios infumables hasta concienzudos ensayos de gran magnitud.
Circulas por la calle, charlas en los bares y notas que el nazismo ya tiene una imagen determinada en el imaginario colectivo. El problema es que algunos atributos de su mal han ganado la partida de una matemática sencilla donde nos dejamos impresionar por los hechos y no pensamos en la banalidad de las causas y acciones que terminaron provocándolos. Ojo, algún lector dirá que estamos minimizando una cuestión fundamental. Se equivoca. Lo más dramático fue la normalidad desde la cual millones de hombres siguieron la estela de unos postulados contrarios a cualquier noción de Humanidad. Hitler sedujo a una generación de alemanes, y más allá de los nombres rimbombantes de sus colaboradores y las fechas de batallas y decisiones conviene fijar la vista en los peones adictos a su credo.
El nazi perfecto de Martin Davidson tiene un claro aire a Los hermanos Himmler (Libros del Silencio, 2011), donde Katrin Himmler, sobrina nieta del lÃder de las SS, diseccionaba las actividades de su clan durante el Tercer Reich. Y la verdad, su conclusión fue la de hallar un mundo sin inocentes donde el engranaje funcionaba con piezas anónimas que contribuÃan desde su insignificancia a potenciar la explosión de la salvaje máquina nacionalsocialista.
Martin Davidson con su abuelo, Bruno LangÂbehn (del archivo de M. Davidson)
Sin embargo, a principios del siglo XXI se abrió la veda, y ello ha permitido redescubrir viejas vivencias que plasman una sociedad entregada a la vorágine de la locura. Bruno fue un pionero en dar su existencia a lo mesiánico de la esvástica, y lo hizo de manera que su biografÃa constituye un excepcional documento para comprender el funcionamiento interno de las huestes germánicas en la encrucijada de entreguerras y su diabólica deriva.
Bruno no se vio salpicado y supo leer bien la que se avecinaba. En 1937 subió otro escalafón al ser aceptado en las SS. Ya no era uno del montón. PertenecÃa a la jerarquÃa y se sintió cautivado por el privilegio y el letal sÃmbolo del uniforme de los hombres de negro, aunque sus tareas fueran de despacho en despacho y de inteligencia en inteligencia hasta revisar elencos de dentistas judÃos y desplazarse a Praga en la agonÃa del Reich en la Segunda Guerra Mundial.
El nazi perfecto sobrevivió al calvario de la posguerra. Mandó su apellido al exilio burocrático, no osó pisar BerlÃn durante una buena temporada y recobró vigor cuando el mundo bipolar y la Guerra FrÃa eclosionaron para decretar la desmemoria del crimen y la impunidad de muchos de sus ejecutores. Bruno tuvo una plácida vejez, juntándose con sus nostálgicos amigos que nunca renegaron de su deleznable epopeya.