La tienda y la vida. Isabel Sucunza
Blackie Books (Barcelona, 2012)
SerÃa indudablemente repetitivo hacer referencia una vez más el concepto de horizonte de expectativas de Jauss. Con complacencia, podrÃa decirse que dicho concepto ha aparecido en más de una ocasión en reseñas anteriores, sin complacencia, incluso con un negro sentimiento biliar, resulta del todo evidente que son ya demasiadas veces que el nombre de Jauss ocupa las primeras lÃneas de las reseñas de quien les escribe. Por ello, ha llegado el momento de obviarlo, no tanto para evitar una ulterior repetición, sino porque frente a cualquier libro de Blackie Books no hay una expectativa concreta: el lector potencial, aquel que gira por los pasillos y los estantes de una librerÃa cualquiera -pongamos por caso Pequod-, al detenerse frente a la última publicación de los editores barceloneses no puede sino preguntarse con qué le sorprenderán en esta ocasión: sus tÃtulos anteriores, desde Do it hasta Ser Madre hoy, pasando por El Incongruente de Gómez de la Serna -urgen nuevas ediciones de su obra-, hace imposible trazar una lÃnea lógica que permita al lector intuir, aunque la lectura desmienta siempre toda previsión, aquello que se esconde entre portada y contraportada. En el aparentemente asistemático -de allà el interés por sus propuestas- catálogo, se enmarca La tienda y la vida de Isabel Sucunza, libro que, como la propia lÃnea editorial de Blackie Books, resulta complicado, puede que incluso imposible, definir, catalogar, tras un codificado cliché.
“No puedo seguir creyendo en el estereotipo como cosa inamovible por definiciónâ€, afirma o escribe, una de las incógnitas del libro, la protagonista creada por Sucunza y que, al más propio estilo proustiano, comparte nombre con el de su autora. “Creer en el estereotipo es como creer en el destino†y, al mismo tiempo, podrÃa perfectamente añadirse, creer en el estereotipo implica, por mucho que uno intente oponerse, un cierto grado de dogmatismo que conlleva casi irrevocablemente a recurrir a modelos pre-establecidos y siempre reductivos para poder pensar e interpretar los diversos objetos, comportamientos o ideas que conforman la realidad cotidiana. La literatura no es ajena a los estereotipos, al contrario, la crÃtica literaria, los catálogos editoriales o las clasificaciones de las librerÃas se configuran en la mayorÃa de los casos a partir de estereotipos, unos estereotipos que, paradójicamente, la actual creación literaria desmiente. Sucunza con La tienda y la vida se suma a este desmentido: su libro no puede leerse como una novela, algunos de los referentes literarios que en él aparecen -Proust o Joan Sales– no deben considerarse como un elemento de comparación para definir esta obra, pues si asà se hiciera poco se comprenderÃa de la propuesta que realiza Sucunza. La tienda y la vida se presenta como un dietario, como el cuaderno de anotaciones a lo largo de doce dÃas, un cuaderno cuya comparación, pese a las constantes referencias a Josep Pla con el Quadern Gris, resultarÃa del todo injusta, pocos son los autores que resisten la comparación con la magna obra del autor catalán. Si Tao Lin trasladó al plano literario las escrituras propias del chat, de los mensajes de móviles o de los mails, el dietario de Sucunza es una ampliación, una traslación a lo literario, de la escritura de blog: espacio virtual que comparte con el género diarÃstico y con el género dietarÃstico la voluntad de transcripción de cuanto acontece. Sin embargo, si la mentira es una de las más frecuentes verdades que circulan en Internet, el género dietarÃstico está impregnado de ficción literaria, con la que Sucunza juega haciendo que la voz narradora cuestione, en más de una ocasión, aquello que ella misma transcribe: “Ya me gustarÃa que todo esto hubiera pasado de verdad esta mañana en la tiendaâ€.
La tienda y la vida es un dietario poco fiable, son las anotaciones a lo largo de los doce dÃas que la narradora transcurre como dependienta en una tienda de ropa para hombre, apuntes que tienen como punto de partida la observación “contemplativa†de cuanto sucede en la tienda, pero que pronto, en un movimiento de abstracción teórica propia de toda actitud contemplativa, se alejan del registro dietarÃstico para convertirse en reflexiones, más propias del blog, acerca de diferentes temas de la actualidad más cotidiana: la huida de cerebros, los estereotipos femeninos, el crowfounding, la irritación provocada por determinados artÃculos periodÃsticos o el siempre curioso sÃndrome de Peter Pan. Reflexiones todas ellas impregnadas por un tejido literario que subyace, no sólo como mero acopio de referencias literarias, sino como filtro a partir del cual comprender, interpretar y, en definitiva, observar la realidad circundante. La narradora, dependienta ocasional de una tienda de moda, es ante todo lectora; a hurtadillas, casi como el pequeño protagonista de la pelÃcula Léolo que se escondÃa tras la puerta abierta del frigorÃfico iluminado para poder leer, la protagonista de Sucunza se esconde tras el mostrador para recorrer el legado literario de Proust, Pla o Boris Vian. A partir de los textos, de su lectura, la protagonista observa a los diferentes clientes que llegan a su tienda; a través de las páginas leÃdas, reflexiona acerca de diferentes temas, adquiriendo todos ellos voluntaria e involuntariamente un indiscutible trasfondo literario, siendo casi imposible discernir la tienda, la vida y la lectura. Puede que, al fin y al cabo, se trate de que la vida, de la cual termina por formar parte la tienda, la vida verdadera y, por tanto, como dirÃa Proust, aquella “descubierta y dilucidada†por la protagonista sea la literatura. No sólo se hace imposible hablar de Catalunya sin hablar de Sales, Rodoreda, Pla “y hasta†de Eugeni d’Ors, sino que se hace difÃcil planchar los pliegues del vestido sin recordar a Deleuze o ir en metro, tras tomar un ibuprofeno con el café, pensando en Boris Vian, Bergson o Cortázar.
Leer y escribir, asà podrÃa resumirse la operación lleva a cabo en La tienda y la vida, un ejercicio de escritura bloggista-dietarÃsta a través de la lectura; leer para poder escribir: un escribir entendido como trascripción, pero también, como palabra, es decir, como voz que habla, literaria y no literariamente. Sucunza no lee y tampoco escribe para ser Virginia Woolf o James Joyce -para ello mejor “ir directa a comprarme un Woolf, un Faulkner o un Joyce de verdadâ€- su escritura, como afirma en una sutil declaración de intenciones la narradora, no aspira a convertirse en un “pastiche anocillado, intragable, infumable, espesoâ€, pero la escritura nunca es ajena a la lectura, en ella siempre terminan por aparecer los ecos de los autores leÃdos, es inevitable. Sin embargo, no debe comprenderse La tienda y la vida desde una relación comparativa con los referentes, más o menos visibles, que en ella aparecen, sino que, precisamente desde la crÃtica a los clichés, debe entenderse como una propuesta que, más allá de lo que pueda comprenderse como meramente literario, confirma que los márgenes son siempre débiles, del blog al libro y del libro a la pantalla del ordenador la distancia es cada vez menor. En esta reducción de la distancia, los catálogos editoriales se diversifican, están obligados a ellos, siempre quedarán nombres como Joyce, Faulkner o Woolf, siempre aparecerán, y aparecen, nombres nuevos que seguirán, y siguen, su estela, pero, junto a ellos, una nueva “escritura†se hace presente. Asà como las editoriales, la crÃtica no puede ser ajena a esta nueva narrativa: no se trata de encumbrarla bajo el concepto de clásico o de clásico moderno, sino de considerarla como una propuesta nueva, diferente, que nos hace observar que todavÃa se siguen abriendo caminos dentro del panorama literario que merecen la pena ser transitados.
Siempre hay una madre que enseña a planchar faldas plisadas, siempre hay autores nuevos, como Isabel Sucunza, que nos enseñan que todavÃa hay mucha literatura por hacer, muchos pliegues por desplegar, muchas vidas y muchas tiendas por literaturizar. La tienda, la vida y la nueva literatura.
Anna Maria Iglesia