Lausana es una de aquellas novelas que hay que degustar a pequeños sorbos, no puede leerse en el metro. Antonio Soler escribe con las palabras justas: ni una más ni una menos, concentradas, casi dirÃamos que cerca de la poesÃa y a una casi le apetece volver al ritual más clásico de la lectura: preparar un café en un rincón tranquilo y solitario de la casa.
A estas alturas poca presentación necesita Soler (www.antoniosoler.net) después de un Premio Nadal por el Camino de los ingleses y Premio Herralde por Las bailarinas muertas. Es autor también de obras como El espiritista melancólico, El nombre que ahora digo o El sueño del caimán.
Soler es un amante de la literatura y especialmente del Ulises de Joyce, uno de aquellos grandes libros que pocos han leÃdo. De hecho, en el 2008, junto con otros autores como Eduardo Lago, Enrique Vila-Matas o Malcolm Otero Barral fundan la Orden Literaria del Finnegans en DublÃn, para venerar la novela. Una de las obligaciones de los miembros de esta orden consiste en asistir a DublÃn cada 16 de junio a la celebración del Bloomsday y recorrer los escenarios de Ulises.
A aquellos apasionados de las obras de argumento no les gustará Lausana, porque realmente no ocurre nada. Narra simplemente el viaje en tren de una mujer madura, desde Ginebra a Lausana, para visitar a su hijo. En el trayecto se dedica a recordar vagamente su pasado, picoteando, de manera aparentemente desordenada, en sus recuerdos y reflexionando, también, sobre cuales son los mecanismos de la memoria.
Durante el viaje suben y bajan una buena colección de personajes en los que Margarita se ve reflejada. Débil y perdida, se convierte en espectadora de su vida, y a partir de ahà recuerda su matrimonio con Jesús, y la gran aventura amorosa de éste, su relación con familia y amigos.
Cruda y valiente, Lausana se atreve a decir en voz alta aquello que jamás confesarÃamos pensar. Compara el dolor personal con desgracias como la guerra o las bombas de Hiroshima y Nagasaki y describe como nadie los celos, el amor y el rencor. Con un punto de humor negro y cinismo, Margarita coloca en una lista negra a todos aquellos con los que acabarÃa de un bombazo atómico, una lista que hace y rehace en su pequeña rebeldÃa diaria. Pero la albondiguilla, como la llamaban de pequeña, sigue siendo indefensa e inocente.
Laura Quinto Aires