Leyendo los relatos de «Ocio», de Fabián Casas

Ocio. Fabián Casas
Alpha Decay (Barcelona, 2012)

En su Poética del espacio, Gaston Bachelard, decía que “gracias a la casa, un gran número de nuestros recuerdos tiene albergue, y si esa casa se complica un poco, si tiene sótano y guardilla, rincones y corredores, nuestros recuerdos hallan refugios cada vez más característicos”; las palabras de Bachelard son la mejor postilla a Veteranos del pánico de Fabián Casas, publicado junto a otro relato, que da título al libro, Ocio. El protagonista, al escribir sobre sus orígenes, recupera su historia familiar, una historia que comienza con sus abuelos y sigue con sus padres, con la niñez y juventud de éstos. El protagonista se hace eco de las narraciones que a lo largo de su niñez le han permitido conocer la crónica familiar –como diría Natalia Ginzburg– de un tiempo del cual él no fue testigo. A estas narraciones indirectas se le suman luego los recuerdos que el protagonista conserva de su infancia y que le permiten continuar con el relato, ya no fruto de narraciones ajenas, sino de sus recuerdos, de su mirar hacia atrás, hacia Boedo y, sobre todo, hacia la casa, cuyas paredes son el marco narratológico en el cual se desarrolla la historia. “¿Empiezo por el barrio o empiezo por la casa?”, se pregunta el narrador de Casas; empieza por el barrio, desde la calle se introduce en la casa: “con las puertas abiertas, con tres piezas inmensas y una escalera del fondo que conducía a otros dos, dos baños”. El protagonista vuelve a recorrer cada una de las piezas, cada uno de los rincones porque solamente allí encontrará aquella crónica familiar que ahora quiere escribir. Cada pieza esconde una historia, cada espacio conserva las vivencias de un familiar: el galpón utilizado como cuchitril por su padre, la cocina de su madre donde la “parentela” se reunía entorno a la mesa, la silla desplegable que se convertía en escalera y donde solía sentarse María “con alguna revista en la mano para hacer que leía”, pero también para escuchar “el karma de mi tía Lita”, o la habitación del protagonista en la que, frente a la cama, se frotaba con el colchón sin saber que se estaba masturbando por primera vez.

En Veteranos del pánico, la casa se convierte en el escenario que hace posible la narración, Boedo y la casa son el relato escrito por la memoria, que ahora, y sólo regresando a esos lugares, el protagonista puede revivir.

Fabián Casas (foto: Alpha Decay)

En una entrevista, Fabián Casas afirmaba que su “lugar ideal es el bar de las guerras de la galaxia, donde se juntan hombres de la galaxia de Orión, traficantes con cabezas de pescado y mujeres con tres tetas”; en la casa de Veteranos del pánico, se juntan suicidas, infieles como Raimundo que llega a ser acusado de depravación, actores de carrera siempre incipiente como el padre del protagonista, mujeres tan dispares, como Lita o Inesita. una diversidad de personajes que la casa hace posible. Si en Veteranos del pánico la casa con las puertas abiertas hace posible el movimiento narrativo entre el afuera y el adentro, en Ocio la casa es el espacio de la separación: “Mi viejo, mi hermano y yo, vivimos, cada uno, en zonas diferentes”, la distancia que los separa “es la misma que separa a los planetas”. Ocio no es un relato del recuerdo, es el relato de un presente, de la disgregación de una unidad, de la vida en solitario de Adrián, su protagonista, y de su viaje más allá de las paredes que circunscriben su casa. Al contrario que en el otro relato, Ocio es un viaje hacia el exterior, no hay apenas recuerdos, ni tampoco la necesidad de regresar a casa; en las calles es donde se juntan los personajes. El bar, donde el camarero nunca sirve lo que se le pide, se convierte en el punto de encuentro de poetas, traficantes, de un Picasso que no pinta o una Gringa que quiere hacer un curso de clown. Adrián no escribe, Ocio no es el relato escrito por su protagonista, es, por el contrario, el relato de un lector, pues Adrián lee, Bioy Casares, Borges, Cortázar… “los había leído a casi todos”, piensa Adrián frente al estante de una librería, donde decidió comprarse Viaje al fin de la noche de Celine.

Adrián lee a Celine mientras emprende junto a Roli un viaje a los abismos, un abismo porteño en el que Roberto Arlt se había perdido en más de una ocasión. Ocio tiene algo de Los siete locos: en las dos obras el viaje, en el más puro estilo dostoievskiano, conduce del delito al castigo, pero en ninguno de las dos hay consuelo posible, al contrario que para Raskolnikov, ya no hay redención posible para sus personajes. “Nuestro viaje es imaginario”, escribía Celine en la introducción de su obra, un viaje imaginario como el de Adrián; el trayecto hacia el abismo porteño se confunde con las páginas escritas de Celine, pero en Adrián y en Roli hay también algo de los locos de Arlt, su recorrido hacia el abismo está dirigido por esas lecturas, es un viaje imaginario en cuanto la ciudad, las calles, el bar y, finalmente, el hospital están impregnados por el imaginario literario. Adrián viaja al tiempo que lee: su viaje, como diría el propio Celine, “va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginación”.

Las ciudades, decía el autor de Viaje al fin de la noche, son imaginación y la ciudad de Adrián lo es, como también lo es su casa hecha de piezas separadas, de “islas” imposibles de unir; también lo es la casa de Veteranos del pánico, una casa construida, ya no por relatos literarios, sino por el relato individual de la memoria. En los dos relatos se habla de un viaje hacia el abismo y hacia el recuerdo, de un viaje desde la casa hacia el exterior y del exterior hacia la casa. Con maestría, Fabián Casas convierte la casa en el espacio que permite el relato: en Veteranos del pánico, la casa es el punto de llegada, alcanzarla es poder escribir la propia crónica familiar; en Ocio, el viaje inicia desde la casa, pero una vez alcanzado el abismo,  se encontrará, en palabras de Celine, “la cosa que tanto miedo les da a todos ellos, a todos los canallas”, y solamente la casa, y, sobre todo, su pieza, será el lugar donde poder refugiarse. Solo allí,  Fabián Casas hace sonar con maestría Abbey Road.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

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