«Los hijos de Nobodaddy», de Arno Schmidt

Los hijos de Nobodaddy. Arno Schmidt
Traducción de Luis Alberto Bixio, Fernando Aramburu, Guillermo Piro y Florian von Hoyer
Prólogo de Julián Ríos
Debolsillo (Barcelona, 2012)

Entras en casa de alguien que se autodefine lector y lo primero que aprecias en la estantería demostrativa de esa condición es un orden liderado por los lomos de una enciclopedia. Una vez compré una enciclopedia porque el vendedor necesitaba el dinero de la comisión y además regalaban un equipo de música. La enciclopedia se la regalé a los de Betel. Una biblioteca ordenada suele ser síntoma de desorden mental, o de ausencia de procesos mentales. Hace años que en Francia se vende papel pintado con imágenes de lomos de libros, desordenados. Algo claramente menos detestable.

Por fin he terminado de leer esta trilogía que recomiendo comprar para no ser leída. El brutal prólogo de Julián Ríos hace superflua cualquier explicación adicional. Recomiendo leer el prólogo de Julián Ríos en la librería, de pie, y después pasar por caja —su precio es ridículo, no llega a 12 euros— y llegar a casa y colocarlo en algún sitio alejado de la curiosidad ajena. Como si culturalmente se fuera muy pobre, paupérrimo. Arno Schmidt fue extremadamente pobre, llegando a tener que alimentarse de hierbas y cardos en algunas ocasiones. El motivo de esa pobreza tuvo que ver, naturalmente, con su dedicación literaria. Creo que con lo anterior está todo dicho al respecto.

Por lo demás Los hijos de Nobodaddy es un libro magnífico y brutal cuya lectura es a todas luces innecesaria. Para empezar está escrito en primera persona, a modo de diario que mezcla acontecimientos reales con los pensamientos y el flujo de conciencia del narrador. Cada “extracto” tiene la primera línea sangrada a la izquierda, enfatizadas sus primeras palabras mediante el uso de la cursiva, recurso estético que facilita la separación entre momentos y temas sucesivos y/o derivativos y que allana una posible aunque improbable lectura. Los nobodaddy’s children está(n) dividido(s) en tres partes. Siempre en una zona muy delimitada de Baja Sajonia, el narrador o anotador experimenta sucesivas transformaciones, la más acusada en la última parte. En la primera, «Momentos de la vida de un fauno«, ambientada en el período que va desde febrero de 1939 hasta septiembre de 1944, es funcionario local, erudito secreto, disidente social y torturado familiar además de enamorado de una adolescente de edad escolar (se publicó en 1953, dos años antes que la Lolita de Nabokov, con la que no tiene mucho más que ver). La crítica feroz del régimen nacionalsocialista y su sátira paralela encarnada en la masa de la población dominan en cierto sentido el desarrollo de esta parte, puntuada sin embargo por continuos ataques a la ignorancia de la humanidad que permite que caigan en el olvido e incluso se destruyan obras maestras artísticas del pasado; hijas, por consiguiente, de nadie; niñas sin padre.

Breve diversión: Di en imaginarme que yo era un hombre célebre ya muerto y que mi viuda Berta guiaba a la gente por el “Museo Düring” establecido en Fallingbostel: en unas vitrinas se exhibían mis manuscritos. … De una pared pendía mi retrato hecho por Oskar Kokoschka, con una sola oreja y un color muy encarnado, nada cristiano, por cierto. Se exhibían también los trozos de un disco, Celeste Aida, que yo había destruido en un acceso de ira. “Aquí está el lápiz de carpintero con el que invariablemente firmaba” (era un lápiz que los admiradores solían robar frecuentemente, pero que siempre volvía a encontrarse en el mismo lugar; la Westfalia Werkseug los vendía a un marco treinta la docena). En la calle y frente a la casa con torre (=la iglesia) también había un monumento y allí aparecía yo erguido, en mi frac metálico y con un ademán de noble indignación señalaba con la mano la Jefatura del Distrito… “Estas son las botas con que murió…”. “¿Y cuáles fueron sus últimas palabras, señora?” (preguntaba el reportero del Spiegel, armado con un bloc de tapas rojas). “Eh… ¡Viva el Arte!… eh… ¡Viva la patria!… eh… es decir, Alemania”. “¡Ah… Ale… mania! ah… ¡Gracias!” (cuando en realidad yo había vomitado unas diez veces la palabra “mierda”). [p. 139].

Sí, quizá podría leerse esa parte. Y también las críticas magistralmente insertas y aderezadas con consideraciones sobre la situación literaria del país, por ejemplo (siento citar tanto —y lo que aún queda…—, pero insisto en que no tengo mucho que añadir a lo ya escrito por Julián Ríos, tratándose además de un libro de lectura no recomendada aunque de posesión inexcusable):

¡Claro que comparado con los nuevos poetastros de nuestra sangre y nuestra tierra Balzac es un Dios! Considérense como ejemplo las siguientes alabanzas y recomendaciones que figuran en las solapas de los libros:

“Encanto ingenuo que cautiva por su sencillez sin pretensiones” (cuando ya no puede disimularse la total estupidez del autor);
“un libro viril y franco” (cuando el autor laboriosamente y lleno de turbación muestra algo que podría tomarse por testículos);
“libro que por fin viene a llenar una vieja laguna” (cuando el asunto tratado no lo ha sido ya en Homero, sino que data sólo de la época de Hesiodo). [p. 152-153].

La causa hay que buscarla en esa absurda rendición del “artista” al aplauso del pueblo, lector masivo del Marca y cuyo máximo grado de atención sólo se alcanza ante la icónica contraportada del As:

Poeta: … Puesto que el pueblo sólo conoce el arte en combinación arte-estiércol y arte-miel. … ¡¿Arte para el pueblo?!: dejemos el eslogan para los nazis y comunistas: ocurre todo lo contrario: ¡el pueblo (¡cada cual!) es el que ha de tomarse la molestia de acceder al arte! [p. 211-212].

“… [Arte] ¿Sabes?, para mí no se trata de un adorno en la vida, una especie de arabesco de atardecer que se acoge con benevolencia mientras descansamos después de un duro día de trabajo; en esta cuestión soy un invertido: para mí es aire que se respira, lo único necesario, y todo lo demás retrete y necesidades fisiológicas. … Pero ya ves que no estoy “más vacío de sangre” ni soy más papel que vosotros: yo me excito y me emociono exactamente igual, y he conocido atrocidades, y aborrezco. … “…¡y amo!…” [p. 252].

Señor Profesor George R. Stewart … Porque la cultura, para ciertas personas —un 99 por ciento aproximadamente—, resulta aburrida: ¡¿usted lo sabía!? Es cierto que el artista y el pensador necesitan del ocio; pero esta proposición, al igual que la del cerdo y la salchicha, no es reversible. [p.357].

Y llega a elaborar el siguiente test impagable:

Arno Schmidt (foto: Alice Schmidt/© Arno Schmidt Stiftung)

1.) ¿Conoce y aprecia usted Dya-Na-Sore de Meyer, Anton Reiser de Moritz, La isla Felsenburg de Schnable?

2.) ¿Opina que a un artista debería importarle un pito el gusto y el nivel cultural del pueblo?

3.) “La voluntad del hombre no es libre.” ¿Opina usted lo mismo?

4.) ¿Qué prefiere: Aristipp de Wieland o la Forsyte Saga?

5.) ¿Despreció alguna vez a sus padres?

6.) ¿Es usted supersticioso?

7.) ¿Tiene un amigo que le haya recomendado seriamente Raphael de Aquilas de Klinger?

8.) ¿Odia usted todo lo que es militar y/o lleva uniforme?

9.) ¿Puede usted resumir sucintamente El valle de Campán de Jean Paul?

10.) ¿Considera usted a Nietzsche un espíritu mediocre (pero un gran orador)?

11.) ¿Encuentra usted muy ridículos el boxeo, el cine, la moda y los buenos modales?

Luego me pinchó el diablo y escribí (puedo escribir y exclamar lo que quiera: ¡¡estoy solo!!):

12.) ¿En algún momento de su vida usted puso en duda lo siguiente: que algún libro santo, usado como papel higiénico, podría quemarle el trasero?

Ponga +1 por sí; -1 por no, y sume:

Lo mejor para usted sería ahorcarse. [p. 360].

De ahí, entre otros motivos, la improbabilidad de lectura que tan cansinamente recalco.

La segunda parte, «El brezal de Brand«, transcurre en un breve período de la posguerra. El narrador escribe, quiero decir que es escritor, y es pobre como las ratas. Vive en un establo anexo a la casa de dos hermanas, frente a la iglesia. Acaba enamorándose de una de ellas, Lore. Predomina la cotidianidad de la miseria, no sólo moral —destruida junto con la nación— sino también y sobre todo económica y, huelga decirlo, cultural:

Con una luz junto al cajón repleto: Grete, haciendo sombra en la puerta con la mano, enseñada por la necesidad, tenía un aspecto conmovedor: ¡dónde queda una madona con el niño al lado de esta imagen de la pequeña refugiada con las patatas! (Y los efectos de la luz eran sorprendentes, como en la “escuela vespertina”, o en Schalcken.) [p. 236].

Se recuerda a Schmidt como individualista, acaso solipsista, de más está decir que ateo. En la tercera parte de nobodaddy Schmidt aniquila el mundo: una tercera guerra, nuclear esta vez, que borra la especie humana de la faz de la tierra con excepción de él mismo y, supone, algunas comunidades aisladas en las zonas más australes del planeta. Está completamente solo, siempre en su Baja Sajonia, y se dedica a procurarse un refugio adecuado, recolectar víveres e incluso plantar patatas. En medio de ese paraíso pos-trans-original tienen cabida la literatura y la pintura, va haciendo acopio de libros, cuadros, cuadernos pautados para escribir su diario, que el lector tiene entre sus manos bajo el título «Espejos negros«. Una vida obligadamente espartana y solitaria en la que no obstante continúan apareciendo, como ecos, los accesos de misantropía:

Sólo los tontos y los estetas débiles practican la abstinencia: ellos nunca pueden experimentar los maravillosos efectos que provoca el alcohol o el aguardiente en una situación de pleno cansancio físico. Además, no soporto a la gente sin vicios. ¡En general, no soporto a la gente! [p. 337].

Pero como Robinson, un día encuentra una persona: una mujer, Lisa. Y entre los dos celebran el fin de la humanidad, una humanidad que, como ya dijera el genial Enrique Jardiel Poncela, “¡¡está como una cabra!!”:

“¡Recuerde tan sólo el aspecto que tenía la humanidad! ¡¿Cultura?!: la tenía uno entre mil; ¡uno entre cien mil la producía!: ¿Moralidad?: ¡Jajaja!: ¡En el fondo de nuestra conciencia cada uno de nosotros sabe que hace mucho tiempo que merece la horca!” [p. 370].

Y sigue así, con una argumentación clásica pero fuera de lo común (que se imprima dicha argumentación es lo que resulta fuera de lo común), durante varias páginas más. Después hay algún acontecimiento extra y termina el libro.

Aún no lo he colocado en mi biblioteca. Como se trata de un libro de bolsillo, probablemente ni merezca un, así llamado, hueco sino que acabe colocado horizontalmente sobre otros, desordenando aún más el conjunto. Y no en la estantería visible y accesible a las visitas y por tanto susceptible de ser solicitado en préstamo (además, así me ahorro la amonestación posterior: “Oye, yo de este libro no me he enterado de nada…”), sino en otra escondida a la mirada ajena, en la que voy colocando todo aquello que considero no recomendable aunque sí indispensable y de posesión o atesoramiento, sí, ineludible.

José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com

José Luis Amores

José Luis Amores (Málaga, 1968) es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga. Especializado en marketing, ha fundado varias compañías que después ha vendido a diversas multinacionales. En la actualidad ejerce su profesión como freelance. Ha sido colaborador de Diario Málaga y de la revista Papel Literario.

2 Comentarios

  1. Estoy tan de acuerdo con usted y como tengo los tres libros y en la misma y escondida forma ¡hoy mismo voy a sacarlos de debajo de otros libros y leerlos¡.Gracias por el resdescubrimiento.

  2. TESTIMONIO SOBRE CÓMO obtuvo un préstamo de una compañía de préstamo GENUINO semana pasada.

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