La catedrática Marta Segarra ha trazado un recorrido a través de la idea de la sexualidad como campo de batalla en una conferencia ofrecida en el Centre de Cultura Contemporà nia de Barcelona, dentro del ciclo de debates PolÃtiques del desig.
La autora de TeorÃa de los cuerpos agujereados, que habló en el marco de la exposición 1000 m2 de desig, comenzó su intervención afirmando que el deseo ha pasado de habitar el espacio privado a habitar el espacio público. Esa misma idea es la que ya ha desarrollado en su libro L’habitació, la casa, el carrer, publicado en la colección Breus CCCB.
La sexualidad como reivindicación polÃtica no puede ser reducida a una pulsión natural, se trata de una construcción cultural que reclama emancipación, y nos obliga a interrogarnos sobre aquello que está permitido desear y cómo. Segarra nos recuerda que eso no es algo nuevo, y que ya aparece en las luchas feministas de los años 70, donde se habla de liberación sexual para combatir las normas sociales impuestas por la familia burguesa.
Desde Freud, nos dirá la catedrática de literatura francesa, sabemos que la libido se mueve más allá del conocimiento y la voluntad, y que, por lo tanto, siempre existe un territorio para la represión. De hecho, puntualiza Segarra, hablar de sujetos libres es un oxÃmoron, ya que “un sujeto sujetado†no puede ser libre por definición.
Entonces, ¿por qué hablamos de subversión cuando hablamos de deseo?
Marta Segarra viaja a la etimologÃa del verbo subvertir para aclarar que la subversión está claramente relacionada con la idea de alterar el orden establecido. Y ahà entra Foucault, uno de los pensadores que más se ha detenido en esta cuestión. Para el filósofo francés no hay nada natural previo, sino que construimos lo natural a través del discurso. La sexualidad, asÃ, también tiene que ver con la creencia y la representación y, por lo tanto, con el poder.
Eros y Tánatos están más unidos de los que intuimos de una forma consciente. Y es que el deseo nunca llena del todo la herida del propio deseo, esa herida que, sin embargo, nos hace humanos. Es por ello que el deseo no siempre es emancipador, ni subversivo, sino que, a veces, nos encadena al objeto deseado. Segarra, acudiendo a una escena de La ley del deseo de Pedro Almodóvar, nos invita a detenernos en la letra de Ne me quitte pas. En un momento dado, descubrimos cómo la amante se ha convertido en autómata: “No me dejes/ No voy a llorar más/ No voy a hablar más/ Me esconderé allÃ…  Déjame hacerte/ La sombra de tu sombra/ La sombra de tu mano/ La sombra de tu perro/ No me dejes…â€.
El deseo no siempre es placentero, también puede ser doloroso, añade Marta Segarra.
El deseo esencialmente es, pues, deseo de desear. Esa visión lacaniana, de alguna manera, nace con la mitologÃa que Platón ya recoge en El banquete, donde evoca la unidad perdida de los amantes, y que la cultura popular ha trasmitido bajo la narración de la media naranja. Recuerden, si no, el famoso programa de Telecinco presentado por Jesús Puente. El filósofo griego nos explica: “Todos los hombres tenÃan formas redondas, la espalda y los costados colocados en cÃrculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomÃas, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunÃa estos dos semblantes opuestos entre sÃ, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción. La diferencia, que se encuentra entre estas tres especies de hombres, nace de la que hay entre sus principios. El sol produce el sexo masculino, la tierra el femenino, y la luna el compuesto de ambos, que participa de la tierra y del solâ€. El maestro de Aristóteles añade: “Cada uno de nosotros no es más que una mitad que ha sido separada de su todo, como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitadesâ€.
¿Cuándo es subversivo el deseo?
Marguerite Duras, vÃa Alain Resnais, nos mostrará en Hiroshima mon amour que el deseo siempre intenta resistirse al relato, y que, una vez superada la piel, que es el último lÃmite, los dos cuerpos se convierten en un solo paisaje. El sujeto supera, asÃ, el vacÃo de su individualidad.