Mi hermana y yo. J. R. Ackerley
Traducción y prólogo de Andrés Barba
Sexto Piso (Barcelona, 2013)
Recuerdo como un extraordinario texto novelado el que, en su dÃa, nos ofreció el mismo autor sustituyendo en el tÃtulo a su hermana por su padre. Se trataba de un texto sólido, muy elaborado, distintivo en la medida en que habÃa que definir claramente los protagonistas por sÃ, a la vez que iban adquiriendo identidad en la medida en que se definÃan como contrarios, como complementarios.
Siempre, a la hora de acudir a hablar de este autor, debemos resaltar la condición de su extraordinaria capacidad de escritor. Su ritmo narrativo tenso y claro, su alusión a las minuciosidades de lo cotidiano como algo relevante no solo en la definición del escenario sino para la definición de los personajes.
Ahora bien, respecto de la obra anterior aludida, aquà creo que, aun siendo resaltables las cualidades literarias de Ackerley, el tema ofrece un interés menor por dos razones: la formalidad de la estructura de diario disimula una menor exigencia a la hora de trazar un argumento bien construido y cerrado a propósito de los personajes. De otra, la propia figura de la hermana, una mujer confusa por su debilidad mental, menos rica como contraste en la medida que el autor es, más que un interlocutor, el cuidador emocional.
Y la reiterada (obsesiva, según parece poder derivarse) alusión a un perro de compañÃa que, en ocasiones, adquiere un protagonismo exagerado, creo que debilitan una historia personal que, pudiendo ofrecer una alternativa interesante, se queda en un (culto, eso sÃ) anecdotario que, me temo, no ofrezca al lector un interés tan acusado como el que podrÃa esperar considerando los precedentes señalados en otras obras de este escritor: “Ella ama la nieve, pero la nieve no la ama a ella, sus hermosas patas grises tienen un aspecto deslucido y como oxidado, sucio incluso en el contraste con la blancura de la nieve: parece una perra amarilla, hasta mi cajetilla de cigarrillos Abdulla parece amarilla cuando la saco para fumarme unoâ€.
Leer, con todo, será siempre un ejercicio de provecho: se aprende lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer. O, dicho de otro modo, el lector aprende a distinguir con claridad lo verdaderamente importante de lo anecdótico, lo prescindible emocional cuando no contribuye a una narración con mayores exigencias.
Ricardo MartÃnez
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