Obras de Erasmo.
Edición e introducción a cargo de
Jordi Bayod y JoaquÃn Parellada
Gredos (Madrid, 2011)
Estamos en un tiempo, el siglo XVI, en que toda literatura se reviste de un cierto contenido didáctico. Los numerosos textos de los arbitristas en España a fin de instar al gobierno a rectificar en sus polÃticas o los Tratados de carácter moral-religioso para advertir al rey de la importancia de sus justas decisiones han conformado, en la época, un fondo casi inagotable de fundamentos teórico-literarios accesibles. Siempre, dicho sea de paso, bajo la premisa del refrendo de las ideas religiosas, que, a la postre, representan una buena parte del bagaje cultural de la época.
En tal marco, mutatis mutandi, cabrÃa encuadrar a Erasmo de Rotterdam, un espÃritu religioso (agustino), más crÃtico, libre, que en sus numerosos libros o tratados ha dado muestras de una preocupación auténtica acerca del valor –y la necesidad- de la cultura como base para la argumentación crÃtica, cÃvica o religiosa. TÃtulos como Enquiridión o Manual del caballero cristiano o su afamado Elogio de la locura, pasando por la Urbanidad en las maneras de los niños hasta llegar a Preparación y aparejo para bien morir no son sino ejemplos eximios de una voluntad educadora en el momento en que el hombre curioso, libre, emprendedor del Renacimiento trata de ubicar su lugar y representación en el nuevo código polÃtico y social que le concierne.
Su relevancia cultural fue muy importante en Europa, y es bien conocida su amistad con Tomás Moro, que habrÃa de morir por causa del comportamiento atrabiliario del monarca inglés, hasta su profunda influencia en una España que se resistÃa a aceptar los vientos de libertad que soplaban en el continente, lo que llevarÃa a su obra a ser prohibida o rechazada por parte de la monarquÃa, más, tal vez por ello, muy leÃda y de una gran repercusión.
“Piensa que nada es más pobre que esa opulencia –escribe en su Del desprecio del mundo-: abundar en dinero y carecer de virtudes; piensa que nada es más desgraciado que aquella riqueza que acarrea daño al alma. Por tanto, es vergonzosÃsimo en un hombre culto y cristiano perseguir indignamente con grave peligro de la salvación aquello que, por amor de las letras o de la fama, no resultó difÃcil despreciar a los filósofos paganos†p.15. Y la advertencia se extiende, incluso, a temas tan prosaicos como la falsa apariencia de la mujer: “¿Te retienen por casualidad dulces tentaciones? Señoras son, ciertamente, lisonjeras y que dominan casi todo el orbe con su belleza aparente. Pero quita el disfraz y guárdate de que por el artificio de su envoltura te impresione su brillo falazâ€.
Al fin, advertencia siempre hacia una ética del comportamiento constructivo como cultura, propio a una época de graves dudas morales, pero acaso vigente más allá de cuando fueron concebidas tales recomendaciones. Una lectura de referencia, a todas luces, y una edición de los textos cuidadÃsima por parte de los profesores Bayod y Parellada.
Ricardo MartÃnez
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