Peter Handke o el camino del poeta

Ayer, de camino. Peter Handke
Traducción de Eustaquio Barjau Riu
Alianza Editorial (Madrid, 2011)

Hay libros que revelan con la sencillez de una imagen penetrante y porosa la esencia misteriosa y huesuda de lo literario y por tanto de la vida misma. Uno de ellos es éste dietario (recientemente traducido al castellano) de Peter Handke: Ayer, de camino.

En él a modo de diario fragmentario, de libro de viajes, de cuaderno de instantes, Handke dibuja las imágenes poéticas que le asaltan en muy diversos lugares recorridos, desde Tokio y Atenas hasta buena parte de los rincones de nuestro país.

Leyendo este libro de Handke recordamos la afirmación nietzscheana “Sólo tienen valor los pensamientos caminados” y encontramos la aguda observación metafísica propia del poeta de raza (el único real), un mirar hecho de metáforas encarnadas y vividas, caminadas.

Sólo caminando por lo extraño acabamos por encontrar un breve indicio de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que seremos, de la esencial heterogeneidad del ser, del soy y del somos, dicho machadianamente. Y eso hace Handke, buscarse por una camino lleno de imágenes, saber-se, saborear-se el alma reflejada en el espejo roto de lo otro y de los otros, en el paisaje comprendido como lugar abierto por el alma, en el instante poético y vertical donde nace la vida profunda, en la ciudad o el pueblo ajenos, en el laberinto de la identidad y la memoria donde se teje nuestro siendo, nuestro ser-ahí (dasein).

Sólo reflejados en los lugares del camino puede recordarse el rostro olvidado, el yo enfermo. Con Handke comprendemos que la literatura es otra forma del amor, pues son las realidades fantásticas que hay bajo estas dos palabras sagradas un reconocerse, un con-memorar, un evocar vivo, presente y eternizado de lo que somos, un baile al borde del abismo donde entrevemos extáticamente nuestra mismidad a través de la diferencia caminada y conquistada con el alma y los pies, un viaje al otro lado del espejo, en palabras de Alejandra Pizarnik.

Cuanto más desgastados tenemos los pies, más creemos conocer nuestro rostro y nuestro destino (Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es, nos dijo Borges) y esto parece leerse en Handke. Y es que Handke, para saber levemente quién es, huye, trata inútilmente de huir de él mismo, de la mismidad misteriosa que nos funda para habitar el ayer y el mañana, para llegar al otro, para ser habitante del rostro poseído, del alma poseída instantáneamente, del cuerpo habitado.

Es Peter Handke un representante genuino del pensar poético, inspirado, paseado, de ese pensar que nace en las orillas de los caminos, hecho de retazos cosidos de imágenes y de lugares. Imágenes que desvelan al ojo grande del poeta la profundidad que oculta la superficie cotidiana de las cosas, la amplitud de los lugares que pocos ven y todos miran.

El poeta encuentra la profundidad ontológica del camino y de la existencia con eso que Handke ha llamado “penetración poética de la realidad”. Separa el tiempo para habitar eternamente un espacio, una imagen. En eso consiste la primitividad esencial de la poesía y después de leer a Handke lo sabemos mejor.

Handke insta al viajero a cerrar los ojos y abrir el tiempo y el espacio hasta convertirse en un pensador de imágenes, esas imágenes de los instantes propios de la duración (Dauer/durée), del tiempo profundo y eterno. Con Handke se comprende que  “escribir no es posible sin el resplandor”, sin la llamarada del nuevo sentido, del mundo por abrir.

De la mano del poeta del instante comprendemos el poetizar como Habitar, Anhelar, Aventurarse, Religar, Viajar despacio, “decir salvaje” originario, primitivo, como “mundo guardado”, como “entrar dentro de la estrechura y salir de allí con la amplitud”, como un profundo y definitivo  “curarse por medio del asombro”.

El pensar hecho de imágenes, el pensar poético, supone una superación del pensar huérfano y es aquél pensar que anticipa el decir esencial, creando el aire propio del decir profundo, el aire sin el que las ideas no pueden volar: “los filósofos construyen el decir, los poetas erigen los reinos terrenos de aire de la escritura”.

Peter Handke (foto: Peter Stojaniick/wikipedia)

Y es ante todo este tejer imágenes un diálogo. El pensar poético es un razonar mítico, dialógico, una conversación que iguala la mismidad y la otredad, un “comprender a los otros” con imágenes, con reflejos, comprendiendo que “mi yo es siempre el tú” y que el país que busca el poeta, el país del que siempre vuelve entusiasmado (“los poetas vuelven siempre entusiasmados de un país extraño”) es la extrañeza de lo otro que ha hecho suya y ha descubierto en el “tú esencial” (Machado dixit) de la literatura. “sé otro” dice Handke, enunciando la primera norma del juego de la literatura. “En el momento en el que yo medito sobre mí mismo, el que anda, medito sobre la condición del estar-ahí” dasein dice heideggerianamente Handke enunciando la universalidad profunda que nace de la más pura subjetividad, la mismidad literaria. Es en ese momento, en el momento máximo de la poeticidad, cuando el poeta masca desiderativamente la más profunda libertad, pues según Cioran es “la libertad el derecho a la diferencia” y lo repite Handke cuando en medio de La Mancha anota: “con el momento en el que mi vida se me aparece como una vida extraña, con este momento adquiere ella su derecho”. El derecho y el deber del poeta es un dejar que lo otro pase a lo uno: “lo poético viene simplemente de esto: de una escucha más precisa, más insistente (escuchar), de una mirada más precisa, expectante, paciente (mirar), de un sentir, un rastrear de un dejar-que-lo-otro-pase-a-uno”.

En el juego del silencio profundo donde se prepara el lenguaje para asaltar la realidad cruda, es donde el poeta mora esperando “pensar de nuevo una palabra vieja” decir cosas nuevas con palabras viejas, utilizar “la fantasía como un rompehielos” que desgaje las momias conceptuales, los seres estáticos, las palabras muertas instaurando en este nuevo replegarse, revolver-se y envolver del lenguaje una nueva permeabilidad, un nuevo sentido, un camino desbrozado: “el libro, el poema, el arte logra, allí donde no hay nada, permeabilidad”.

Por eso el poeta, y bien lo sabe Handke, vive en la patria, no sólo de lo otro, sino de lo que aún no ha sido, de lo que está por-venir. “Somos lo que no somos” dice Pessoa y  “lo que no ha tenido lugar, todo lo que no ha ocurrido-esto son las experiencias que yo he vivido” dice Handke.

Este “estar continuamente preparado para la aparición de la belleza” handkeano, “para la eterna novedad del mundo” en antológicas palabras de Caeiro, es un estar infantil, creador, originario, primitivo, animal, un buscar nuevos sentidos id-entificándose con los otros, con ese ser los otros del niño (“yo era todos” dice Handke sobre su infancia).

Ese descubrir las nuevas ciudades es la labor del poeta, un des-cubrir que es sobre todo un acto religioso, de acercamiento a lo sagrado, pues es un re-nombrar, un crear, un con-figurar lo próximo a través de lo lejano, lo mundano a través de lo divino, lo vivido a través de la imagen: “pero nosotros insistiremos en esto: en lo poético como la vereda que lleva a lo divino” / “mirando la lejanía volví en mí” /“felicidad de lo poético, del momento poético: el problema de la vida se muestra como figura”.

Es en ese “misterio de la lengua, [en ese] misterio del alma” donde vive el poeta, en el camino, en la verdad que se camina y se re-configura.  Ese “Estar en camino” es concebido por Handke como una “Investigación de uno mismo”. En ese creer y en ese crear  (“el arte supremo: los cuentos en los que uno puede creer” dice Handke, “Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas.” repite Mairena) es donde reside el momendo fundador del poetizar profundo y arraigado, del poetizar que corta la piel muerta de la palabras para encontrar lo original (“¿Qué tiene que hacer tu lengua, poeta? Cortar, como con un cuchillo, para encontrar lo original…”), el tuétano olvidado de las palabras.

En Handke encontramos la conciencia como narración, como un “vivir en la gran narración”,  la poesía se convierte en la creación de un espacio (“al hombre poético lo conocerás en que anda con el espacio en torno a él”/ “actuar poéticamente= seguir cuidadosamente a la fantasía=crear espacios, o simplemente el espacio”), en una poética del espacio en términos de Gaston Bachelard, un espacio llamado silencio donde se refresca el lenguaje y la vida (“andar: meter la cabeza en el silencio, la más refrescante de las aguas”).

En el  “vivir en el caminar” del verdadero poeta comprendemos, palpamos la “poesía, [como] lo único (absolutamente único) que crea la pluralidad”, como aquella imagen del mundo que produce el destello de lo posible, del no-ser-que-empieza-a-ser y que sólo nace de una nueva imagen del mundo, la fantástica (“mi imagen del mundo, la de la fantasía”). Handke piensa con imágenes, la casa del poeta está hecha de imágenes. El poeta olvida la rigidez de los conceptos para salvarse del pensamiento abstracto y vivir en los bordes sembrados de lo nuevo, del pensar encarnado que inaugura mundos (“sigo sin saber qué es un pensamiento, pero la imagen la conozco: “en la imagen” estoy en casa”).

Esa imagen profunda y pegajosa del mundo acaba por ser la literatura, cuyo camino salva al poeta de la locura del univocismo, de la rigidez del concepto, de la muerte del pensar estático (“sin la literatura –sin la más comprensiva de todas las imágenes del mundo- tal vez me habría convertido en un loco desnudo (y aburrido)” (Valladolid, Plaza Mayor, en medio de la multitud, al atardecer”) haciendo de la extaticidad/esteticidad del camino hacia lo otro la gran brújula del buscador de imágenes que atraviesa los espejos y las palabras para conocerse y para conocernos.

Pablo Javier Pérez López

Pablo Javier Pérez López

Pablo Javier Pérez López (Valladolid,1983). Doctor en Filosofía. Autor del libro 'Poesía, Ontología, y Tragedia en Fernando Pessoa' (Manuscritos, Madrid, 2012), coeditor de 'Viajes, literatura y pensamiento' (Uva, 2009) y 'El pensar poético de Fernando Pessoa' (Manuscritos, Madrid, 2010). Ha editado junto a Jerónimo Pizarro 'Ibéria Introdução a um Imperialismo Futuro', de Fernando Pessoa, (Ática, Lisboa, 2012). Infancia, pensar poético, voluntad de ilusión, y la filosofía de la cultura portuguesa son hasta el momento sus temáticas habituales.

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