«Picudo rojo», de Mariano Antolín Rato

Picudo rojo. Mariano Antolín Rato
Pre-Textos – Fundación Bartolomé March Servera (Valencia, 2010)

La pluma lisérgica por excelencia de las letras españolas, Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943), hace tiempo que minimizó (abandonó no sería correcto) sus proyectos más rupturistas a nivel temático y formal para adentrarse en una prosa de carácter emocional e intimista, con temas reiterativos (que no monótonos) como la soledad o la vejez. Precisamente ahonda en ellos en su nueva novela, Picudo rojo, que mereció el XVII Premio de novela breve Juan March Cencillo 2009. Un abuelo, Ernesto Otero, acostumbrado a su soledad, retirado de su vida de ingeniero en una casita cerca del mar situada en una zona muy poco poblada, tiene que pasar unos días con su nieto, Bill, con el que mantiene una relación fría pues viven a miles de kilómetros de distancia. Lo que habrían de ser unos días apacibles sin más preocupaciones que intentar romper el hielo con él, devienen en amargos cuando son secuestrados por tres presos fugados: Chicago, Farruco y Picuda.

Leyendo el argumento podrían pensar que predomina la acción por encima de todo, pero ni mucho menos es así: el abuelo Otero (que pienso que tiene un nombre simbólico, pues un otero es un «cerro aislado que domina un llano», según el DRAE) tiene el papel de narrador-cronista; en la misma casa donde fueron retenidos, el abuelo echa la vista atrás y, lejos de mantener un relato lineal, rompe continuamente la diégesis con digresiones sobre su mujer fallecida, sus recuerdos o sobre el picudo rojo, una plaga que asola las palmeras y que él se encarga de intentar erradicar. El suspense que intrínsecamente debería tener el argumento (cómo acabará el secuestro) es nulo (y esto no es a priori negativo), pues sabemos que el abuelo salió vivo de aquella experiencia, y todo gira entonces en torno a un episodio que tienen como protagonistas a Picuda y a Bill (que no supera los doce años) y que nunca se nos llega a narrar: se nos sugiere, se nos da el contexto, y es tarea del lector imaginar qué pasó. Esta novela no se puede leer de forma pasiva, necesita de un lector activo («lo que está muriendo es el lector complejo», y no la novela, dice José María Guelbenzu en El amor verdadero por boca de uno de sus personajes) que rellene los huecos que deja el personaje-narrador Otero, algo dubitativo en describir algunas escenas y que omite, corrige o edulcora según cree necesario.

Aunque todo el relato tiene una atmósfera cercana al cine negro (dice el narrador » el nombre de Chicago me remitía a los gángsteres de esa ciudad durante la época de la Ley Seca»), hay alguna que otra referencia a Humphrey Bogart y el ambiente de constante amenaza (arbitraria y caprichosa) en el que viven perdura durante toda la narración, no por ello está exenta la novela de humor, de ridículo y hasta de cierto aire de ingenuidad. Durante varios momentos del secuestro, Otero mira por la ventana y piensa que hay viento y, aunque quisiera, no podría aplicar el tratamiento contra el picudo rojo. Está secuestrado, no sabe cómo acabará, y él pensando en las palmeras. Lo dicho: humorístico, ridículo o ingenuo, según se mire. O esa fue mi sensación durante algunos momentos de la lectura.

Mariano Antolín Rato (Foto cedida por el autor)

Pero si en algo acierta de lleno Antolín Rato es en la caracterización de los personajes. Si, como ya he dicho, la trama se convierte en algo secundario, en un pretexto para mostrar temas más profundos, los personajes se recuerdan una vez acabada la novela. Otero, un abuelo solitario y bastante tranquilo, tanto que momentos duros del secuestro él no tiene la suficiente decisión como para defender a su nieto, y Bill, un niño espabilado para su edad, aguantan como pueden los embistes de las tres bestias pardas que aparecieron una tarde para truncar su retiro: Chicago, un semi-paralítico amante del Dyc con Red-Bull, y que resulta el más humano de los tres; Farruco, un asturiano malhablado que sólo piensa en fornicar y esnifar cocaína; y Picuda, la verdadera plaga para Otero y Bill (¿tendrá alguna conexión con el otro picudo, el que ataca a las palmeras?), una mujer desquiciada física y moralmente. Los tres quieren imponer su poder, y no sólo con las pistolas y cuchillos que portan encima.

En las poco más de 160 páginas que tiene el libro, hay tiempo incluso para la metaficción. Casi al final del relato, Otero conversa con Chicago, y este le pregunta si es escritor, dado los libros que posee. Él lo niega, pero el Boss se empeña (fruto del alcohol que hace aflorar sus traumas) en que el abuelo le pague algo porque le va a contar la historia de su vida y podría ser un buen material de cara a un libro,  y, aunque Otero lo ignora, él la cuenta igual. Como sabemos, el viejo sí se convierte en escritor, o por lo menos en cronista, y registrará la historia del paralítico, y hasta llegará a afirmar que hecha en falta no haber ejercitado la pluma más en su juventud para poder contar con más destreza el pasado. Asimismo, son abundantes los intermedios en los que Otero reflexiona sobre lo que escribe, cómo lo hace y cómo influyó (o no) aquella vivencia en sus vidas.

Sólo me queda recomendaros, para acabar, que la leáis encarecidamente, y que también lo leáis, pues Antolín Rato (quien también es un excelente traductor) no defrauda, como lo demuestran los muchos lectores que se han sentido cautivados por su prosa, destacando entre sus éxitos las novelas Botas de cuero español y Fuga en espejo.

Rafael Banegas Cordero
http://arsspoetica-rafa.blogspot.com

Rafael Banegas Cordero

Rafael Banegas Cordero (Barcelona, 1989) es poeta y narrador. Ha participado en diversos recitales y ha colaborado en revistas como "Poesía y Manta" o "Piedra del Molino". Estudia Humanidades y Filología Hispánica en su ciudad natal.

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