Pilar Adón | Foto: Almoraima González y Óscar Romero

Pilar Adón: «Aspiro a la palabra justa»

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Pilar Adón | Foto: Almoraima González y Óscar Romero
Pilar Adón | Foto: Almoraima González y Óscar Romero

Cuando Elena Medel me propuso entrevistar a Pilar Adón con motivo de su último libro Mente Animal, recientemente publicado por La Bella Varsovia, aun no había leído nada de esta escritora. Desde hace años confío en el criterio de la editorial que dirige Elena Medel que de nuevo conseguía que realizará un viaje interior, hacia una zona de mí mismo que, aunque no era desconocida, no había logrado más que intuir en algunos episodios de mi vida, y son ya varios autores, entre los que se encuentra la propia Elena, los que han dado forma a bastantes experiencias que he padecido. Pilar Adón se encuentra ahora entre una de ellas.

Me cito con la escritora en Sevilla en la misma librería en la que presentaría este libro horas más tarde, la ya imprescindible Birlibirloque. La conversación se extiende más allá de lo previsto y rompe los límites que yo mismo había pautado. Hay entrevistas que no se amoldan al género periodístico. En estos casos suelo usar el marbete de encuentro cuando se convierte en la reunión de lo literario fundamentado en su esencia: uno que escribe, lo escrito, otro que lo lee. Este fue uno de ellos.

La primera cuestión que te voy a plantear es una curiosidad. ¿A qué se debe la estructura en dos partes del poemario?
Sí, es curioso porque no es una cosa que me haya planteado, es decir no hay un porqué a priori, y esto pasa mucho cuando publicas un libro, ya sea novela o poemario, en muchas ocasiones tienes que hacer una interpretación a posteriori que expliquen el porqué de las cosas. En este caso, y como te digo pensándolo a posteriori, los primeros poemas, los que no están en el apartado de “Decálogo” que es la segunda parte, tienen todos una misma motivación. Esto me parece interesante reforzarlo porque es un poemario que he ido escribiendo a lo largo de bastante tiempo. Date cuenta que La hija del cazador (La Bella Varsovia) es de 2011, este de 2014, y se trata de poemas he ido reelaborando, están muy pensados, y he podado muchísimos poemas para que al final quedara esta antología en la que estuviera lo que realmente quería decir. En “El mundo hueco”, esa primera parte, están los poemas duros, el núcleo del libro, lo que realmente era mi intención.

La Bella Varsovia
La Bella Varsovia

¿Y sobre la segunda parte?
La segunda parte que es el “Decálogo” son diez poemas que no están escritos todos seguidos. Por ejemplo, uno de ellos, el más largo, es el primero que escribí de todos los que componen la antología. Me dio la sensación de que me apetecía hacer un decálogo por lo que es la forma del decálogo en sí misma y por lo que es el número diez, una especie de juego simbólico y también a modo de divertimento. Me daba la impresión de que coger diez poemas y apartarlos, aunque siguieran también la línea de los anteriores, me parecía una cosa que enriquecía el libro, tenía la sensación de que no remataba el poemario, si no le ponía esta segunda parte. El “Decálogo” tiene algo de simbólico, algo de bíblico, tiene una forma que me parece atractiva y por eso lo hice así. Me pareció lo justo y adecuado.

Ahora que dices que has tardado casi cuatro años en escribir este libro, si había notado en mi lectura que existe un minucioso cuidado por dar cohesión al poemario a través de los símbolos, en el uso de las formas sintácticas a partir de la oración simple, en la importancia de los sintagmas nominales, y cómo estos van creando un ritmo en todo el libro.
Pues es justo lo que quería conseguir. En muchas ocasiones, cuando se lee una poesía como la mía, mucha gente puede pensar “está chica se ha sentado y en cinco minutos ha escrito el poema”, y nada más lejos de la verdad. Esa sencillez es dificilísima de alcanzar. En mi caso, cuando tengo una imagen o una especie de visión de conjunto como tenía para Mente animal o la tuve para La hija del cazador soy como muy verborreica. No sé si será por vicio de la prosa, pero soy muy grafómana, y es justo lo contrario de lo que quiero ofrecer, ya que es lo contrario de lo que a mí me gusta leer, que son como que tú has planteado: frases muy sencillas, frases cortas que consigan un ritmo como muy pautado, aunque termine siendo muy duro. Ese ritmo sin subordinación se me antoja más cruel y duro a la hora de interpretar lo que estás leyendo que utilizando frases subordinadas. Este planteamiento significa mucho trabajo, sobre todo con la adjetivación. Una de las cosas de las que más pecaba en mis primeros poemarios era de la adjetivación. En las primeras novelas y en los primeros cuentos adjetivaba y adverbiaba muchísimo, y ha llegado un momento en el que no es lo que persigo. Lo que ahora busco es la famosa aspiración de la palabra justa, buscar la palabra precisa sin tener que abusar del adjetivo. Si encuentras el sustantivo apropiado, no tienes porque embellecerlo más, no tienes porque acicalarlo, y ese quería que fuera mi cauce de expresión.

Mente animal se articula en torno a una relación de correspondencia entre la naturaleza y la vida entendida como artificio humano. De esta relación emergen una serie de contradicciones. ¿Se podría entender este planteamiento como el eje que vertebra al libro?
Sí, y es que además lo has dicho muy bien porque de ahí justo nace el título. Si te das cuenta es la vida de la naturaleza, la crueldad, los ambientes tan ásperos, la que sería la parte animal del título. Pero luego has dicho una palabra, artificio, que es justo la parte de la mente, la intención de racionalizar y darle un sentido a algo que no lo tiene y que no hay manera de racionalizarlo, que es lo salvaje, lo natural, lo incontrolable, lo que está ahí queramos nosotros o no, y estemos nosotros o no. Muchas veces el ser humano tiene la sensación de que antes de él no hubo nada y que después de él tampoco lo habrá, y no es así. Hay montones de cosas que nos preexisten y que seguirán ahí cuando nosotros no estemos. Esa angustia existencial, de la que no estoy descubriendo nada nuevo y que todos experimentamos, se crea ante lo salvaje, ante la parte animal, pero necesitamos de alguna manera interiorizarla, y es donde entra la parte racional, la parte de la mente. Es la famosa historia del árbol que no existe si yo no lo veo. Esa manera de pensar las cosas, de hacer que existan porque el sujeto las racionaliza. Considero que ese planteamiento es una absurdez porque el árbol está lo veas tú o no. Pero esa capacidad que tenemos los humanos para hacer que todo emerja de nosotros porque nosotros lo interpretamos, es lo que hay en Mente animal.

En algunos poemas de la primera parte, “El mundo hueco”, se contrasta la visión de la naturaleza como mundo originario, que se extiende de forma continúa, inabarcable y perfecta, con la vida humana como artificio finito y fragmentado en sus estructuras, y por tanto imperfecto. ¿Qué objetivos persigues con este contraste?
Este libro, en realidad, surge de una especie de necesidad personal de escribir una poesía sencilla y real. En mis poemarios anteriores como, por ejemplo, Nubes, animales y fantasmas sentía un pudor increíble a la hora de escribir poesía. No me pasaba tanto con la narrativa, pero la poesía parece al invitar más al desnudo, me daba mucho pudor. La poesía que escribía entonces era una poesía muy descriptiva, muy de viajes, muy de ambientes, hacia el exterior. Eso lo fui depurando con La hija del cazador, y con Mente animal lo he intentado seguir puliendo bastante más. He funcionado como una especie de periscopio hacia adentro en el que la naturaleza de la que estoy hablando es la que yo he conocido y la que han conocido mis padres, es una naturaleza muy dura, es la naturaleza que el hombre ha tenido que desbrozar para poder sobrevivir en ella. Eso es lo que hay de mí en este libro y lo que he querido racionalizar.

Y con que te quedas, ¿con el artificio o con lo salvaje de la naturaleza?
En este poemario lo que sucede es que se fusionan, casi no se puede desligar ambas partes, porque el miedo, que es al final el gran tema de todo lo que escribo, el miedo a lo que hay, es un miedo que existe en la naturaleza y que existe también en esa manera de contemplarla. Es un medio al exterior y, al mismo tiempo, al mundo interior de uno mismo, es un miedo a moverse y estancarse, a querer transformar lo que hay fuera y a no querer transformarlo. Por tanto, es bastante inexplicable. Si me tuviera que quedar con algo, desde un punto de vista de seguridad, me quedaría con la razón, con el artificio. Desde un punto de vista dijéramos más instintivo e impetuoso, me quedaría con la parte de la naturaleza, entre otras cosas por lecturas que he tenido últimamente muy vinculadas a lo que es la vida salvaje, por ejemplo Thoreau. Y creo que es una cuestión que nos pasa bastante a la gente de nuestra generación, que estamos cansados de una rutina, de ver que la vida pasa y no consigues lo que buscas, que estás como frustrado y tienes ganas de salir y de romper, y se busca esa salida en la naturaleza. Pero cuando reculas y recuerdas cómo es la naturaleza de verdad, es cuando viene ese raciocinio que te digo y esa manera de pensar.

Existen otras correspondencias en el libro, por ejemplo la que se da entre la voz poética y el paisaje por la que se llega a construir un estado emocional, que a mí personalmente me recordó al romanticismo.
Sí, hay mucho de romanticismo pero en todo lo que escribo. Para mí el romanticismo fue una influencia muy importante, y aun sigo leyendo y admirando la estética y los anhelos del romanticismo, el sentido trágico de la vida, junto a ese sentido exaltado y pasional. Por eso, te contestaba en la anterior respuesta que si me quedase en un lado racional, estaría optando por la seguridad, pero reconozco al mismo tiempo que todos tenemos ese lado exaltado, romántico, que se asocia al movimiento literario-artístico, de querer trascender, de ir más allá, incluso de llegar a lo extremo, que es algo que se ve mucho en Mente animal, por ejemplo a través del suicidio, de llegar a la muerte como un acto casi estético. Ahora que lo estamos hablando, durante un tiempo llegué a pensar que el romanticismo me había hecho muchísimo daño, sobre todo de una manera mental en relación al concepto de vida. Me empecé a fijar en los grandes poetas, sobre todo los ingleses románticos, cuando era muy jovencita, y durante un tiempo pensé que había que sufrir para poder crear, que había que tener algún tipo de problema o disfunción mental, ir por la vida a pecho descubierto y ser muy trágico, y al mismo tiempo muy apasionado. Todo eso se ve todavía en Mente animal porque no puedo deshacerme de ello, y de hecho casi todos mis referentes literarios son de gente que ha terminado suicidándose. En este poemario hay mucho de Silvia Plath, de Alejandra Pizarnik, de Anne Sexton, y en mi narrativa, por ejemplo, hay mucho de Virginia Woolf.

Aunque como te decía, es en la visión de la naturaleza donde vislumbro una mayor conexión con ese movimiento.
Claro, por supuesto, qué mayores cantos se han hecho a la naturaleza que no fueran por parte de los escritores románticos. Es el ideal al que tender, la fusión con la naturaleza. Es el gran dios, por decirlo de alguna manera, con el que poderte fundir y librarte de ti mismo. Lo que pasa es que existe está la doble trampa que planteo de forma constante en el libro, por un lado, está la naturaleza acogedora con la que te puedes fundir, y por otro, la naturaleza hostil en la que yo he querido centrarme.

Ahora que has nombrado el suicidio y el sentido trágico de la vida, en algunos poemas emerge esa visión trágica que apunta hacia otros derroteros poéticos, en concreto hacia el simbolismo: frente a la tragedia de la vida que perece, el cielo siempre emerge como inalcanzable y perfecto.
Fíjate que curioso, no tengo tan presentes las influencias simbolistas como las que te he comentado románticas que sí han sido una constante en mi literatura. Sin embargo, en literatura existen una serie de vasos comunicantes que te conectan con diferentes influencias sin necesidad de haber tenido un contacto directo con ellas a priori. Me parece también muy curioso que me lo cites a partir de la imagen del cielo porque es una especie de constante también. En La hija del cazador hay un verso que dice algo así como “por qué un cielo tan lejano para seres tan pequeños”, y sí que tiene que ver con esa relación de lejanía, de simbolismo, en relación a lo humano. Pero en este caso, sí que no fue consciente ese paso hacia el simbolismo, simplemente es una especie de planteamiento constante, de qué pequeños somos y qué importante nos creemos. Da la impresión de que queremos y podemos controlarlo todo y en realidad no controlamos nada, y ahí está el cielo, ahí está la naturaleza que siempre se imponen.

En el poemario se ofrece una visión del mundo y de la forma en la que nos relacionamos con él, a veces con dureza. ¿Se podría hablar de cierta intención crítica con algunos aspectos de la sociedad?
Yo nunca he escrito, o no he querido escribir, de manera voluntaria crítica social. En ningún sentido. Alguna vez he escrito algún artículo para prensa o para algún medio digital sobre cosas de aquí y ahora, pero no lo enfrentaba desde mi faceta de escritora, sino desde un punto de vista de ciudadana que está indignada frente algo y se manifiesta. Desde un punto de vista literario, ha sido algo que nunca me ha llamado la atención hasta el momento. Para mí la literatura siempre ha sido una manera de salir de aquí. Así que, de manera voluntaria, como forma de plantear en un libro cuales son mis denuncias, no lo he hecho nunca, y como lectora no me interesa demasiado lo que son los libros de crítica social. Pero sí que es cierto que en Mente animal estoy hablando de algo que conozco muy bien, de algo que afecta a gente que conozco muy de cerca, y lo que sí que he querido hacer de forma voluntaria ha sido romper con lo que es la naturaleza idealizada. Para mí ha sido difícil hablar de esto porque hay una contradicción entre mi manera filosófica de ver la vida y mi manera literaria de entenderla.

¿En qué consiste la contradicción entre esas dos visiones?
Pues mi manera filosófica es muy idealista, es muy tendente a lo poco práctico y parte de una creencia en el hombre bueno al estilo de Rousseau, la sensación casi hippie de los setenta de desarrollo en un mundo puro sin ningún tipo de perversión de economías, etc. Todo eso, desde un punto de vista filosófico personal, es lo que a mí me atrae, me parece una estética de lo bonito por decirlo de alguna manera. Es la filosofía que me hace casi avanzar, querer pensar en todo eso. De hecho, yo me licencié en derecho y me especialicé en derecho medioambiental porque lo que quería era dedicarme a esas cuestiones. Pero luego, tengo una visión real de la naturaleza, experimentada por mí y por mi familia, que se basa en lo poco que puedes idealizarla en el momento en que hay hambre, y hay que sacar alimentos de la tierra, criar animales para comer, y se produce una lucha real entre el hombre y el medio en la que el que gana es quien come, y quien pierde el que es comido.

Podría ser que como resultado del choque entre esas dos visiones haya entendido ese aspecto crítico que te comento.
Desde luego, esa disyuntiva y relación difícil que se produce dentro de mí está en Mente animal perfectamente marcada. No he querido que gane ninguna de las dos visiones, pero sí que es cierto que se produce ese conflicto. En ese sentido, desde el momento en que estoy hablando de algo que conozco, de la dureza del campo español, de una generación que es la de mis padres en una época de posguerra que es muy dura, se puede ver que hay algo de crítica social, pero la idea es intentar armonizar de alguna manera ese idealismo que a mí me hace vivir con la dureza que he visto. Y esto sí es una asunto que me choca muchísimo y que no llegó a entender, esa idealización tan Disney de la naturaleza, de los árboles y de los animales como si fueran seres benévolos que están ahí para ayudarnos.

De todas formas, sí hay imágenes en el texto que remiten a ciertos aspectos controvertidos de nuestra realidad –una excursión a una planta nuclear, el apocalipsis en términos medioambientales.
Claro, es que no era mi intención hacer crítica social pero sí que es cierto que en la misma medida que sientes una especie de éxtasis hacia esa naturaleza idealizada, y más yo que no hago más que leer ese tipo de textos, de repente también te estás dando cuenta de que existe esa otra visión. De ahí surge una rabia que de alguna forma sientes y que es inevitable que haya plasmado en el libro.

En algunos poemas existe una visión del ser humano que lo asemeja al del ciclo de la naturaleza por su capacidad de adaptación, pero que al mismo tiempo lo aleja de ella por la capacidad que también tiene de destrucción.
Sí, volvemos a lo que comentábamos anteriormente. Muchas veces pienso en el punto al que hemos llegado como especie, y me lleva a concluir en que no somos más que lo mismo pero con un cerebro que ni siquiera podemos controlar la mayoría de las veces. En un poemario previo tenía un poema que venía a decir algo así “siente envidia la oruga por la oruga, qué haría el león para emular al león”. Nosotros sentimos envidia a todas horas, estamos todo el rato intentando emular a los demás, y desde nuestra enferma manera de concebir la vida, miramos al cielo y vemos a los pájaros, y da la sensación de que vuelan para que nosotros los veamos volar, y que están ahí para que nosotros disfrutemos del paso de la cigüeña, y que las migraciones existen para que nosotros vayamos con nuestros prismáticos a verlos desde nuestras casitas construidas de madera. Es decir, hemos llegado a desvirtuar tanto las cosas que nos estamos perdiendo de nuestra realidad, y llega a convertirse en una visión enferma y patética.

Aun así, en algún poema se refleja un instinto humano por la supervivencia que se relaciona con ese lado animal.
Claro, al igual que el pájaro vuela para buscar su alimento, conseguir su protección y seguir viviendo, en el humano pervive ese instinto. Quizá sea una visión bastante pesimista de la existencia pero es lo que hacemos todos, intentar sobrevivir. No hay más que tener un pequeño problema en la vida, el mínimo problema, para darnos cuenta de hasta qué punto queremos sobrevivir. Volviendo a lo que tú decías, cómo a partir de la adaptación emerge de nuevo lo salvaje, yo lo trato en el libro a partir de la imagen del niño que se aferra a un dedo, que es en principio una imagen totalmente tierna. Pero imaginaba cómo las crías se nutren de la madre, y cómo la madre se debilita durante la nutrición de esas crías, y ese amor maternal, que es una de las cosas que más nerviosa me pone, ese amor también Disney de la madre entregada a los hijos, en realidad forma parte de la cadena: la madre va envejeciendo y se consume por los hijos y la crianza, los hijos van creciendo y en un momento envejecerán también, y darán todo su alimento a sus crías, y así seguimos en una cadena, en la que nos consumimos unos a otros, en una lucha por la supervivencia.

En Mente animal los rasgos formales están en comunión con los aspectos de contenido de forma que cuando uno termina el libro tiene la impresión de haber transitado por espacios de su intimidad y existencia por los que no acostumbra.
Eso que comentas es muy curioso y es algo que creo que tiene la literatura que no tienen otras manifestaciones humanas. Lo que yo cuento es mi experiencia, mi poema individual en el que yo he escrito lo que he querido con mi experiencia, pero al mismo tiempo esa individualidad mía de Pilar, se traspasa a ti como lector o a cualquier otro. La literatura alcanza en ese sentido un valor universal que a mí me alucina, y me pasa lo mismo obviamente cuando leo poemas de otros. Y es cierto que en narrativa me cuesta menos trabajo el dar ese espacio al lector. En poesía me parece más complicado, pero sí es algo que busco constantemente, no dar todo por hecho a la persona que va a descifrar la obra, darle su espacio para que construya su mundo a partir de lo que yo expongo. Para mí ese hecho es mágico.

En la literatura española actual, y sobre todo en la narrativa, existen varios ejemplos en los que se plasma una vuelta al campo, entendido este como vida al margen del artificio de la urbe, en la búsqueda de lo original y la esencia. Sin embargo, en tu poemario se vislumbra una crítica con diferente tono hacia ese mundo.
Es curioso, y sí que es verdad que ese proceso se está dando y es real ahora mismo. Aunque, quizá también estamos focalizando mucho nuestra atención en ese tipo de novelas en relación al mogollón de autores cuyos libros no tienen nada que ver con esa vuelta al campo y siguen con el ambiente urbano, desarrollando temas relacionados con la crisis en contextos más cercanos o habituales, que conocemos más. En este sentido, ahora mismo estoy escribiendo una novela, y sí es cierto que también indago en esa posibilidad de lo rural pero no en ese sentido de lo originario o la esencia. Mis preocupaciones siempre han estado relacionadas con el miedo y el aislamiento. El aislamiento para mí se puede producir en un campo aquí al lado y volver a lo que es la ruralidad, o como en mi novela Las hijas de Sara que me los llevé al norte de África, o como en primera novela que tenía lugar en una casa en el norte de España. Me gusta mucho el encierro de los personajes que están a su vez encerrados en sí mismos. Ese regreso al campo, al “planta tu huerta y come tus propios tomates”, es algo que se está dando ahora pero me niego a idealizarlo porque lo conozco, porque mis padres vienen de ese mundo.

¿Y cómo es ese mundo rural que tú conoces?
Lo que conozco de ese mundo son historias muy duras que se han ido contando por tradición oral hasta el punto de convertirse en parte del folclore de los lugares, historias que existieron, llenas de dolor, a las que cuesta volver y enfrentarse: casas que se construyen con restos de otras, niños muertos, padres que se gastaron todo el dinero en vino. En un poema termino con “hay quien lo ha vivido y lo envuelve, hay quien lo ha vivido y se queda para siempre ahí”. Hay quien lo ha vivido y se olvida, niega su origen por el daño que puede hacerte, como que tus padres no supieran leer ni escribir. Pero es una realidad que está ahí, de una generación que aún vive, y estamos hablando de nuestro país. Eso es lo que yo conozco. Ahora, el planta tu huerta, vete al campo, cultiva tus tomates, ten tus gallinas, todo eso imagino que en el fondo debe de estar muy bien pero desde mi punto de vista, con toda la humildad del mundo, no es real, no es tan hermoso, no es tan fácil. El mundo rural que yo conozco no es el de la casa rural en la que te despierta la oropéndola. El mundo rural que yo conozco es un mundo en el que hay drogas, hay suicidios, hay puñales que vuelan, y hay muchísimos odios de la guerra.

Y, sin embargo, parece bastante fácil caer en ese lugar común de lo rural y lo agreste como un mundo bondadoso.
Ya te digo que esa manera ideal, no casa conmigo. Y leo mucho ese tipo de literatura. Mi referente literario últimamente es Thoreau que tiene una anécdota muy graciosa en Walden. Dice en el libro que él dejaba su cabaña abierta y que como no tenía nada para que le robaran, nadie le robo nunca. Y yo recuerdo pensar, cuando estaba repasando Walden, que hay gente que te destroza la casa sin que tengas nada, que la maldad existe. Volvemos a lo de Rousseau y lo del buen salvaje. Por eso te decía lo de la famosa contradicción, a mí me encanta pensar en el hombre de la naturaleza, donde todo es hermoso, como muy hippie, pero es que la experiencia te dice que hay gente que te quiere hacer el mal por hacer mal. Que todo eso venga por una serie de circunstancias sociales, puede ser, aunque también conozco a gente que ha tenido circunstancias sociales horrorosas y no termina haciendo ciertas cosas.

El libro comienza con una posibilidad de salvación en la espera y termina con una toma de conciencia “Gracias al cielo, he de saber que no hay arañas en la Antártida. ¿Se podría considerar que arroja un rayo de esperanza?
Cuando pienso en mis libros, pienso en estructuras cerradas como un ovillo de lana que está enmarañado, y que si empiezas a tirar puede que al final, lo mismo, encuentras la manera de estirar la madeja y de ver ese rayo final. Es cierto que al final hay como una especie de guiño. Lo de no hay arañas en la Antártida es como decir que no todo es terrible. El símbolo es ese, está claro, es como decir que no todo es terror, ejemplificado en la araña, y que aún hay sitios a los que acudir.

Daniel López

Daniel López García (Sevilla, 1980) es periodista y escritor. Licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Literatura General y Comparada por la Universidad de Sevilla, actualmente, trabaja en su proyecto de tesis en estudios comparados de literatura dentro del programa de Literatura Española y Teoría de la Literatura también de la Universidad de Sevilla. Su proyecto está centrado en el estudio comparado de la literatura dramática de mitad del siglo XX en EEUU y el teatro español actual. Ha participado en varios congresos internacionales de literatura como ponente y ejerce la crítica literaria en diversos medios. Es miembro del colectivo de escritores Cinco en breve.

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