Los peces no cierran los ojos. Erri De Luca
Traducción de Carlos Gumpert
Seix Barral (Barcelona, 2012)
Reza el tópico que Vedi Napoli e poi muori. La ciudad partenopea enamora desde su excepcionalidad, que no se limita a la belleza de sus monumentos y paisajes. Lo anómalo está en el especial carácter de sus habitantes, forjados en una educación callejera y un mundo que convierte a las niñas en mujeres y a los chicos en hombres en un santiamén. Ver no es vivir. Curtirse, más aún en la inmediata posguerra, momento en que Erri De Luca ubica Los peces no cierran los ojos, pequeña delicia donde el narrador italiano cuenta su particular historia de crecimiento a lo largo de un inolvidable verano donde confluirán una serie de elementos que dirán adiós a la puericia para empezar a construir una visión propia de la realidad.
Tener diez años en el siglo veinte era una aventura superior, o al menos diferente. Abrir una ventana no significaba navegar por la red, era salir a la calle, respirar con cada detalle y deleitarse en la inconsciencia de una ingenua ignorancia. También es importante darse tortas, y el protagonista del relato parece saberlo pese a su corta edad. Ha suspendido matemáticas, pero ama el mar y tiene callosidades de viejo lobo, indudable preludio de futuras cicatrices que desea poseer para sentir que mente y cuerpo van de la mano.
Es extraño hurgar en un pasado tan remoto. Se podrÃa pensar con toda legitimidad que el texto fluye a partir de una excusa que es un ejercicio mnemotécnico y de estilo. Echar la vista atrás e intentar recuperar recuerdos de una encrucijada infantil en la frontera de los dos dÃgitos. Esforzarse y articular un texto que no se limite a reflejar lo acaecido, teñido de inevitable iniciación que en sus teselas intenta resumir una idea oscilante entre la progresión del chaval y los elementos que configuran el mosaico, puro y hostil, fresco y descarnado.
El púber de Luca leÃa muchos libros, rellenaba crucigramas y asà creÃa abrazar los dimes y diretes de los adultos. Entre letra y letra siempre aparecÃa la palabra amar, verbo carente de sentido hasta esos meses de sol y playa con el padre en América, la madre expectante y una inesperada compañÃa. SÃ, una chica, del norte y deslenguada, una preadolescente que se define escritora y encandila con su sabidurÃa sobre los animales y sus formas de protección y expansión. No tiene nombre porque la memoria lo ha abandonado en alguna parte del camino, pero eso no importa, sólo su aura de guÃa iluminadora ya justifica su rotunda y calmada presencia. Con ella nacerán los conflictos que engarzarán el trabajo en los barcos con la vida y la dureza de la metamorfosis, forzada con mil y un golpes que son penetraciones del espÃritu. Eso y los besos, que no falten nunca.
El tono no es el de una fábula. Los cuentos terminaron con la industrialización. En la atmósfera aún retumban los ecos del fascismo y la liberación, y precisamente una de las consecuencias culturales del perÃodo, el auge del neorrealismo, sirve para enmarcar con diáfana precisión el estado de las cosas en el cerebro del chaval. Se duerme en el cine porque aún no tiene la consistencia para alcanzar la meta absoluta, que por otra parte sólo intuimos. Sabemos, como en las pelÃculas de Vittorio De Sica y Roberto Rossellini, que transcurre en la épica de la cotidianidad. Emergen voces desconocidas y el pavimento depara la posibilidad de una vuelta de tuerca que haga trastabillar nuestro destino. Historias mÃnimas, identificables al estar insertadas en nuestro ADN, universales desde una igualdad ficticia, similar en cada ser humano hasta que el contexto determina el rumbo.
Y es precisamente el contexto del cronista de sà mismo el que condiciona el cambio desde dos premisas. La primera es el amor en clave femenina, del amor materno y la transmisión del cordón umbilical al concepto familia, el clan como nudo gordiano que uno no debe romper porque puede resquebrajarse sin previo aviso. Asimismo Cupido también irrumpe en lo fÃsico, que aquà adquiere otra condición mediante las conversaciones en la arena con la anónima norteña que percibe lo rutinario de cada jornada como una lucha deshumanizada en la que conviene separar el grano de la paja para salir ileso. La mayorÃa de animales muestran más signos de comprensión que nosotros, bestias capaces de dar palizas a un buen chico, que precisamente por serlo ha de afanarse más en superar sus barreras para aprehender las enseñanzas del entorno.
El lirismo de Erri De Luca es hermoso al beber de una aplastante normalidad que en Los peces no cierran los ojos se cuenta sin nostalgia, sólo con belleza de análisis y sin claro ánimo confesional. Es natural que en sus páginas haya, de otro modo el volumen carecerÃa de cualquier tipo de sentido, remembranza de lo perdido, que se enfoca desde la ganancia de entender lo pretérito desde la literatura, como si asà este consolidadÃsimo escritor transalpino se fundiera con el muchacho que fue, abstraÃdo entre el Quijote, la ensoñación del Mediterráneo y el ejemplo de los peces, no siempre recomendable si se quiere gozar con plenitud.
Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com
[…] En Revista de Letras Jordi Corominas publicó una reseña titulada Recuperar el verano, no olvidar […]
[…] reciente, fechada en 2012 y distribuida hasta en las librerÃas más comerciales de Caracas: Los peces no cierran los ojos. Eso, y las magnÃficas entrevistas que de tanto en tanto concede a la prensa casi siempre europea […]