Lo peor de estar enfermo, es que los girasoles le dan a uno la espalda. Todo el mundo sabe que el girasol se encara siempre hacia el astro que da vida al planeta, al que nos da luz y calor, y que durante la noche pulsan el interruptor de stand-by. Lo que sueñen los girasoles no cambiará el mundo, pero sà la dirección a la que apuntan a lo largo del dÃa. La gente no soporta la enfermedad y mucho menos si el enfermo es un ser querido: “te quiero tanto que me duele tanto verte enfermo, y por lo tanto prefiero no verteâ€, es una frase real, escuchada en más de una ocasión desde el lado hacia el que miran los girasoles. El enfermo está solo y sus sueños sà marcan la diferencia con el sano: sueña con llevar una vida normal, con tener amigos y una familia. Tal vez encuentre algún amigo, como el protagonista de esta novela lo encontró en Gabi MartÃnez (Barcelona, 1971), pero la familia hará una demostración de que es una farsa y se diluirá como se diluye el hidrógeno en el aire.
Lo que pone sobre el tapete Gabi MartÃnez en Las defensas es mucho más que una novela y que una biografÃa. Es un ejercicio literario que sorprende por su alta tensión en un autor que nos ha acostumbrado a la literatura de viajes. No hay mucho más movimiento que el que se produce entre unas pocas calles, pero, eso sÃ, por las que circulamos nosotros, y no Gabi MartÃnez. Para relatar el caso del neurólogo que padece una enfermedad idiopática, al menos durante cuatrocientas páginas, elige la primera persona. Gabi MartÃnez nos convierte en el enfermo que no queremos ser. Son nuestras sus pasiones y sus amores, pero también sus arranques de una locura violenta. Nos identificamos con él y queremos comprenderle, pero no somos él, en tanto que somos lo que estamos leyendo. Porque la biografÃa de un cuadro polimorfo y cambiante es la nuestra gracias a la formación literaria de Gabi MartÃnez, que sabe cómo dosificar datos y entregarnos una vida a nuestro alcance. Nada de excesos de estilo: el estilo es la historia. Y lo que nos preocupa, página a página, es que nuestra historia debe tener un futuro. El protagonista da la sensación de ser tan hedonista como paranoico. Pero Gabi MartÃnez nos muestra que la locura, si es que es tal, tiene su coherencia, o al menos deberÃa tenerla, como la tienen los girasoles.
Los cambios de pareja, la terapéutica pasión por las montañas, los hijos, entre los que se encuentra la que parece ser su favorita, una adolescente cuya intención es vivir de okupa y hereda el sentimiento de justicia social de mayo del 68, son una fuente de ingresos en el conflicto. Y este es la conciencia de los sentimientos que tiene, frente a los que deberÃa tener. Es decir, la vida contra la sociedad. Porque vivir es salud y enfermedad. La sociedad no es nada más que un acuerdo mediático que diferencia el bien y el mal, seguramente sin precisión. Mientras tanto sus sentimientos, los que vemos reflejados en lo que vivimos, pueden acomodarse a un trastorno obsesivo, o a un existencialismo pocho, o a la neurosis del miedo a una herencia en el ADN. Por momentos, es imposible no volverse un hipocondrÃaco. Las alarmas truenan en cuanto surge un sÃntoma y da al traste con toda la buena labor que el protagonista hace como profesional y como amante. Hasta tal punto llega a alarmarse, que en algún momento entra en catatonia vital y abandona la montaña y hasta los asuntos clÃnicos entre los que se mueve como pez en el agua.
Pero, aunque solo sea por la insistencia de los demás, él sabe que padece un trastorno. La inexistencia de un juicio clÃnico solo sirve para torturar. Los girasoles cada vez le dan más la espalda. El sol que da vida se le niega. Y sin sol, el cuerpo no responde y él se vuelve más y más vulnerable. Es tanta la renuncia a una vida normal, incrementada por un claro caso de acoso laboral, que el alcohol aparece como un chupete en un bebé. Y también el sexo a través de páginas especializadas, esas que unen a la gente por patologÃas. Los arranques violentos, que se manifiestan al principio en la resignación por la renuncia a su familia, se van incrementando hasta que le internan encadenado. Y nosotros, mientras tanto, hemos padecido el sacrificio y el malhumor, porque Gabi MartÃnez consigue que seamos Camilo Escobedo, que el nombre con el que figura el neurólogo en la novela. Solo un golpe de suerte puede cambiar su destino. No desvelaremos más, pero ese golpe de suerte puede dar pie a la tragedia o a la comedia, en el sentido más clásico del término: al final el protagonista estará mejor o peor que al principio. Pero sin necesidad de recurrir a la pornografÃa sentimental o a un trance bélico, como en los grandes clásicos, acudiendo al conflicto nuestro o de nuestro vecino, o de aquel a quien le hemos dicho que nos duele tanto verle enfermo que preferimos no verle, Gabi MartÃnez construye una novela tan clásica como vanguardista. Su talento no tiene lÃmites.