José Serralvo y Dani López | Foto: Dani López

Serralvo: «La literatura debe reflejar su tiempo»

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José Serralvo y Dani López | Foto: Ángel L. Fernández
José Serralvo y Dani López | Foto: Ángel L. Fernández

Jose Serralvo (Jerez de la Frontera, 1984) es una rara avis en el panorama literario español: una escritura difícilmente clasificable entre los creadores de nuestro país. Licenciado en Derecho y Administración de Empresas por ICADE, su primera novela, Los elegidos (Anécdota, 2013), es un retrato extremadamente crudo de la realidad de una clase social orientada para el éxito y deshumanizada en el empleo. Actualmente, Serralvo trabaja como consejero jurídico del Comité Internacional de la Cruz Roja para la que ha realizado misiones en África y América Latina. El niño que se desnudo delante de una webcam (Los libros del lince, 2015) es su segunda novela, una historia que tiene como anclaje un hecho real, pero que Serralvo convierte en ficción dotándola de un complejo dilema ético: hasta qué punto la justicia diseñada para el conjunto de mujeres y hombres tiene en cuenta la diversidad de situaciones y vivencias en los que estos se ven inmersos.

Entre tu primera novela, Los elegidos (Anécdota, 2013), y El niño que se desnudó delante de una webcam (Los libros del lince, 2015) hay bastantes diferencias. Me gustaría que comenzáramos hablando sobre el proceso de creación de Los elegidos.
Cuando escribí la primera novela vivía en una buhardilla parisina -y no lo digo por sonar romántico, sino porque es la verdad- en el distrito XVIII, y era un momento en el que José Saramago había influenciado mucho mi forma de ver y entender la literatura, mi forma de escribir. Creo que había leído todas sus novelas hasta el momento. Con 24 años, que es cuando comencé a escribir esta novela, mis lecturas habían sido fundamentalmente José Saramago y muchos latinoamericanos: Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Rulfo, Alejo Carpentier… Casi todos autores que, cuando lo piensas, han vivido en París en un momento u otro de su vida, y creo que en ese momento tenía un poco esa mentalidad de querer innovar con las formas, de no contar una historia con una narrativa ya transitada, y tenía la ambición de innovar teniendo en cuenta ese horizonte de lecturas que te describo, y a la vez mezclarlo con una estructura compleja.

De hecho, se podría hablar en Los elegidos de estructura compleja y se podría relacionar con la literatura que comentas.

Desde luego. En la estructura tenía dos cosas en mente. Por un lado, a Cortázar con su Rayuela, que es una cosa bastante evidente en el libro. Siempre digo que Los elegidos es un libro que lo puedes leer completamente desordenado, respetando tan solo el primer y el último capítulo, y su sentido no cambiaría, y de hecho, en la edición cambié muchos capítulos de lugar simplemente por capricho personal. Y por otro lado, también tuve muy presente el cine, y en concreto las tres primeras películas de Alejandro González Iñárritu (Amores perros, 21 gramos y Babel), y la manera en la que el construye historias que, de la misma forma, puedes desordenar y reorganizar porque es a partir de los fragmentos por lo que llegas a la visión de conjunto. Esas eran las cuestiones que tenía en la cabeza en cuanto a la forma.

Y en el plano de los contenidos, Los elegidos está claramente marcada por tus vivencias en la esfera de lo socio-profesional. ¿Hasta qué punto están presentes elementos de tu propia biografía en la obra y qué papel juegan?
Pues la novela es muy autobiográfica, y de hecho ahora que me lo planteas, nunca lo había pensado pero es autobiográfica en dos sentidos. El primero, porque es una novela que trata el tema de la depresión y el suicidio, y pienso ahora que en el momento que la escribí, viví un proceso de insatisfacción en mi vida que acompañé de una reflexión teórica. Fue una época en la que leí muchísimo sobre el suicidio: El suicidio de Durkheim, alguna obra de Schopenhauer que también trata sobre el tema, El mito de Sísifo de Camus, etc. Por un lado está esta temática que responde a la forma en la yo intenté reflexionar sobre ese aspecto, y en ese sentido es muy autobiográfica.

¿Y el otro sentido?
Pues, por otro lado, por el trasfondo. Yo trabajé en el bufete de abogados Garrigues, y, además, tenía amigos en todos los despachos de abogados importantes como Cuatro casas, Uría, y algunos internacionales como Clifford Chance, Linklaters, y escuchaba anécdotas de todos estos despachos y veía que el modo de vida era similar, brutal, y en algunas cosas muy cercano a la esclavitud. Y ese aspecto también tiene una raíz autobiográfica. De hecho, en la novela hay cosas que yo no puedo contar tal cual por confidencialidad, pero que si he intentado reflejarlas. Yo he vivido cosas con clientes que me parecieron auténticas barbaridades, y las he intentado reflejar desde la ficción. Así que sí, tanto desde la temática de fondo como desde las preocupaciones personales, es muy autobiográfica.

Entre los asuntos que tratabas en aquella novela se podían decir que se encuentran el poder y su capacidad de corrupción, y cómo éste afecta a la libertad de las personas. ¿Cuáles eran los temas que quisiste trabajar en Los elegidos?
Pues en ella, para mí los temas eran el suicidio, como te decía, y la explotación laboral, y vinculado a estos el determinismo social. En la novela, de hecho, hablo de un librito que leí durante mi estancia en París que me ayudó mucho para entenderme tanto a mí mismo como mi forma de ver lo que me rodea que fue La construcción social de la realidad de Berger y Luckmann. Es un tema que me ha obsesionado mucho y, de alguna forma, defino así a los seres humanos, como el producto sociológico de una realidad biológica. Con esto del determinismo social, lo que yo quería demostrar era cómo tú por nacer en determinada familia, vas a ir a determinado colegio, y cómo por ir a determinado colegio intentan enviarte a determinada universidad como camino de vida ideal, y cómo por ir allí –que en España sería ir a ICADE, a ESADE o a Deusto básicamente, en relación a mi novela-, te orientan a ir a un gran despacho de abogados, o ser abogado del Estado, o a alguna gran consultoría. Y yo en la novela, intenté analizar cómo un individuo se puede revelar contra eso, cómo una vez que te ponen en los ejes del rail hasta qué punto el individuo tiene capacidad de echar la palanca y cambiar el sentido de su vida.

Libros del Lince
Libros del Lince

El punto de partida en tu segunda novela, El niño que se desnudó delante de una webcam, es totalmente distinto a la anterior, y tratas un tema poco frecuentado –el abuso de menores a través de la red. ¿Cómo te planteas esta segunda novela?
Sí, totalmente distinto tanto en temática como en estilo. La principal diferencia que ha habido es que a partir del 2009 comencé a leer literatura norteamericana: Franzen, David Foster Wallace, etc., y creo que en términos de forma y estilo esa ha sido la gran diferencia. En cuanto a la historia, en principio yo estaba escribiendo un libro de relatos, y en estos relatos tenía la intención de escribir uno sobre una historia real que llegó a mis manos. La historia era la de Justin Berry y fue publicada por el New York Times en 2005. Me pareció una historia tan fuerte que sentí la necesidad de hacer algo con ella. La historia de Justin era la de un niño que se mete en internet y le ofrecen 50 dólares si se quita la camiseta. El niño acepta, y poco a poco las peticiones fueron más extremas. El caso es que el testimonio de este chico tuvo luego un gran calado en la sociedad americana, ya que fue objeto de un reportaje del New York Times, fue al show de Oprah Winfrey, incluso fue al congreso de los Estados Unidos a testificar sobre los abusos a menores en internet para reformas legislativas en relación a esta nueva realidad que se estaba dando.

El proceso de escritura de esta novela tiene que ver con un cambio en tu actividad socio-profesional. ¿Tiene que ver esto, de alguna forma, con el proceso de escritura?
Pues, de hecho, sí. Por mi trabajo actual, a veces conozco a personas que me obligan a pensar en los contextos de los que proceden para poder entender las actividades a las que se dedican y las formas en las que las realizan. En una ocasión pensando sobre alguien que acababa de conocer, pensando en su historia, me llevó a la historia de Justin Berry, una persona que se metió en este mundo con doce años y empezó a tomar decisiones equivocadas. En ese momento, fue cuando me planteé hasta qué punto, cuando uno tiene esa educación y crece en un ambiente de pocas oportunidades donde la mera supervivencia se convierte en un desafío, en este ambiente se puede exigir que un ser humano tome las decisiones adecuadas, y hasta qué punto se puede, no sólo desde el punto de vista criminal sino también desde el ético, exigir a la persona responsabilidad. Finalmente, esta historia y esta perspectiva fueron las que me hicieron abandonar el proyecto del libro de relatos y comenzar a escribir la novela con ese trasfondo, además, de determinismo social que antes te comentaba.

Esa duda que me comentas está presente durante toda la novela. De hecho, un aspecto fundamental en tu narración es el juego que estableces en relación a la verosimilitud de lo narrado. ¿Cuál es su importancia en la construcción del relato y qué retos te ha planteado en la escritura?
Pues me parece una pregunta muy interesante que te voy a responder de una manera muy breve. Esta novela cuenta una historia y llega a un epílogo, y el epílogo da un vuelco de 180 grados, literalmente, y de repente te planteas si la novela es la que has leído y si el personaje es el que has construido. En ese sentido, tuve la muy buena suerte de caer en manos del mejor editor que existe hoy en España para esta novela. Cuando le envié el manuscrito a Enrique Murillo, él me contestó que Los libros del lince era una editorial pequeña, que no publica más de cinco o seis libros al año, pero que “a este viejo traductor de Nabokov le gustaría leer esta novela”. Leyó la novela, y la gracia fue que me dijo que él no me iba a decir cuál era el problema de la novela, que me leyera Desesperación de Nabokov y que allí iba a entender qué hacer para que esta novela que era buena, fuera aún mucho mejor.

¿E hiciste caso a Enrique?
Por supuesto. Leí Desesperación primero en inglés y luego en español, y en efecto en Desesperación se encontraba ese narrador que cuenta cosas pero el lector se da cuenta de cosas que el narrador no está diciendo. Es decir, lo que se suele llamar un narrador no fiable. Y este concepto de narrador no fiable fue lo que Enrique me invitó a explorar, y fue un trabajo de edición muy bonito porque lo único que tuvo que hacer fue escribirme esa frase, “léete Desesperación”, y una vez leída lo entendí perfectamente. En el proceso de creación un lector atento puede darse cuenta de las pistas que yo he ido sembrando a lo largo de toda la novela para que el final no fuera tan brusco como en un principio, en el sentido que lo hace Nabokov en obras como la propia Desesperación o Lolita.

Desde el propio título de la novela se establecen tres de sus ejes temáticos fundamentales: infancia, erotismo-pornografía e internet. La combinación de éstos generan un campo temático ambicioso y poco frecuentado. ¿Cómo te planteas el trabajo de escritura con estos temas?
Lo que ocurre aquí es que, contrariamente a la primera novela que tenía muy claro que quería tratar el tema del suicidio y la realidad de los despachos de abogados que conocía, me topé con una historia que me parecía brutal, y mi primera impresión fue pensar en cómo es que no había una película o una novela sobre esa historia tan brutal. Esta novela parte mucho de la historia más que de una intención. En términos de intención, creo que en esta novela se avanza en la reflexión sobre el determinismo social porque te mentiría si te dijera que con ella he pretendido realizar una denuncia del fenómeno de los abusos vía internet. Mi intención viene marcada por la historia con la que me tope: brutal, con mucha carga narrativa, que la guardé y que al conocer a esa persona en mi trabajo me hizo retomar la historia, ya que conectaba con esa preocupación por el determinismo social.

El personaje principal de la novela sufre una transformación que se refleja en la forma con la que se nombra a sí mismo. Está presente una autoconciencia del personaje de su realidad de manera activa, que parece apuntar a la capacidad de la víctima de convertirse en victimario (el uso de David y Goliat de los nombres), dentro de ese juego de pistas muy nabokoviano. ¿Qué intenciones tenías narrativas tenías con ello?
[Se ríe.] Pues me parece muy increíble la lectura que estás haciendo, y me río porque imagino que mi subconsciente pensó en algún momento en la lectura que me has hecho, pero te prometo que no pensé de esa forma al usar el David y Goliat, aunque toda la lectura que has hecho exactamente era así. Yo con la novela lo que he intentado es plantear un dilema moral para el que creo que no estoy cualificado a la hora de encontrar la respuesta. La razón por la que te digo esto, y ahí es donde está el vínculo entre las dos novelas, es que en Los elegidos tú ves a un personaje que iba por las vías del tren y consigue echar la palanca y cambiar los raíles, pero mi pregunta en El niño… era si una vez que el tren ha cogido demasiada velocidad qué posibilidad tienes tú de bajarte de ese tren y, si no consigues bajarte, si es culpa tuya y si la sociedad te lo puede echar en cara. Una cosa que me parece increíble y muy bonita de cómo han encajado las piezas en esta novela es, por ejemplo, que mientras que la primera estaba influenciada por mis lecturas relacionadas con el existencialismo, en ésta me parecía muy pretencioso dar respuesta a la situación de Dave Timberthirdleg por parte del aparato existencialista o por parte de un juez o de los miembros del senado. Creo que es pretencioso pensar que este chico tenga los mismos estándares que cualquier otra persona.

Antes has nombrado a Lolita, y de alguna forma esta obra está vinculada con ella en la relación entre deseo e infancia. Lolita nos muestra a un personaje que no es precisamente inocente. ¿Hasta qué punto existe en tu personaje una perversión o una inocencia arrebatada?
Sí, desde luego estoy de acuerdo con que Lolita no es un personaje inocente. De hecho, el propio Humbert dice que ni siquiera fue su primer hombre. Pero claro, en el caso de mi personaje no creo que la infancia sea sólo inocencia y no necesariamente diría que este chico era inocente, de hecho conforme se avanza en la historia uno se da cuenta de que es un chico que está abocado a perder esa inocencia a un ritmo galopante. Pero sí plantearía que el interés de este personaje es que muestra que la infancia, si no es la fase de nuestra mayor inocencia, es nuestra fase de mayor maleabilidad y lo fácil que resulta en la infancia el imprimir una idea, un comportamiento o una forma de ser. En ese sentido, si es cierto que mi personaje se acerca más a los de David Foster Wallace en La broma infinita, que suelen ser personajes con infancias terribles que de alguna forma se ven reflejadas en su edad adulta con problemas con el alcohol o las drogas.

En algún sitio creo haber leído una asociación de esta novela con la literatura posmoderna. ¿Me podrías explicar en qué consiste esta relación?
Pues eso lo puso mi editor, Enrique Murillo, y yo no sabría cómo definírtelo. Si yo lo tuviera que asociar con algo, sí que he visto en muchas ocasiones relacionar la literatura de David Foster Wallace con posmodernidad, y es cierto que su literatura me llama mucho la atención. Entonces, yo lo asociaría a esa relación.

En esta obra, Dave convive con el agente Omar Little y el agente Cooper de las series The Wire y Twin Peaks, respectivamente, aunque esto, asociado a la posmodernidad ya ocurría en El Quijote. ¿Cuál ha sido tu intención usando este recurso?
Me vienen tres cosas a la cabeza. La primera es que leyendo hace poco El banquete de Platón, y viendo cómo expresa las ansias de lo que queremos y lo que no queremos, y las pérdidas, me veía claramente reflejado, y, claro, pensaba que, a pesar de los dos mil quinientos años de diferencia entre Platón y yo, el ser humano biológicamente no ha cambiado casi nada. Lo segundo, con lo que dices de El Quijote se me ha venido una columna de Antonio Muñoz Molina que leí en Babelia hace unos años y que decía que porque salga un teléfono móvil o internet en una novela eso no la hace extremadamente moderna, porque en El Quijote ya salían los molinos que eran la tecnología de la época…

O la imprenta. De hecho, en una imprenta de Barcelona el Quijote ve cómo se imprime un libro del que él mismo es personaje.
Exacto, o la imprenta, por ejemplo. Y el tercer comentario, es Vargas Llosa en La verdad de las mentiras que habla de Tirant lo Blanc, y plantea que cuando uno lee esa novela, piensa que todo está previamente escrito. En esta línea de saber que todo está escrito, lo que una novela puede aportar precisamente es reflejar su época. Por eso, creo que la literatura debe reflejar su tiempo.

Entonces, ese es el sentido de las referencias televisivas.
En relación a las referencias, después de Los elegidos, estuve muy frustrado porque tuve muchas expectativas con esta novela que no se cumplieron. En mi ingenuidad del mundo literario, de la edición, de la promoción y en mi cualidad de pretencioso de chico de 24 años, quizá, acabé muy escaldado porque fue una novela que no leyó nadie ni tuvo ningún impacto, y el proceso de edición fue un desastre. Así que en El niño… lo que pensé es que, si la gente se siente más identificada o se entretiene más con referencias televisivas o cinematográficas, hablémosle en esos términos. De hecho, escribiendo esta novela estaba leyendo el libro Superficiales de Nicholas Carr, y ahí habla de que vivimos en una sociedad de tecnologías de la distracción. Y yo pienso que, frente a todo este debate sobre el fin de la literatura en relación a otros medios de difusión de narrativas como el cine o la televisión, no pienso que la literatura se vaya a acabar, pero vivimos en una sociedad donde desconectar es más difícil que nunca. Entonces, para llamar la atención del lector, necesitas adaptarte. Eso en Los elegidos no lo supe hacer, y en El niño… pensé que si eso es lo que debía hacer, lo hago, y estoy en ese proceso de búsqueda de seducir al lector. Y sí, con esta novela he buscado entretener.

No sé si en ese empeño de actualizar tiempo histórico con el tiempo de la novela, el agente Cooper llama al personaje de Dave postestructuralista y neófito. ¿A qué te refieres con ello?
Pues básicamente, si ves Twin Peaks, el agente Cooper no es que hable así, pero tiene una mente muy analítica, y también es una mentalidad que podrías calificar de muy presuntuosa, que se refleja desde su aspecto físico. Aquí lo que estaba haciendo es burlarme paródicamente del lector en el marco de la ficción, pero la mayor burla es cuando el agente Cooper se dirige como “a ustedes mis telespectadores” en cursiva, cuando se supone que habla a los senadores, y se sale totalmente de ese plano. Obviamente, aquí vuelvo a estar influenciado por el cine cuando digo burla al lector, pensando en las películas de Woody Allen que rompe lo que en teatro se llama la cuarta pared, y me parece algo muy divertido, dirigirse a la gente que está viendo en ese momento la película.

Daniel López

Daniel López García (Sevilla, 1980) es periodista y escritor. Licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Literatura General y Comparada por la Universidad de Sevilla, actualmente, trabaja en su proyecto de tesis en estudios comparados de literatura dentro del programa de Literatura Española y Teoría de la Literatura también de la Universidad de Sevilla. Su proyecto está centrado en el estudio comparado de la literatura dramática de mitad del siglo XX en EEUU y el teatro español actual. Ha participado en varios congresos internacionales de literatura como ponente y ejerce la crítica literaria en diversos medios. Es miembro del colectivo de escritores Cinco en breve.

1 Comentario

  1. Me ha encantado la entrevista. Yo me he leído los dos libros de este gran autor y la recomiendo con énfasis.

    Todo lector debería de tener estos dos libros en su lista de deseos y próximos quehaceres.

    Un saludo!

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