Ha pasado relativamente poco tiempo desde la publicación de mi artÃculo acerca de las antologÃas –Bajo Treinta y Última temporada– de narradores nacidos en los años ochenta; desde el mismo tÃtulo del artÃculo, Más allá de toda generación, expresaba mi oposición a la frecuente inclinación crÃtica de determinar generaciones de autores, en un intento, no pocas veces forzado, de reagrupar bajo una determinada etiqueta generacional a una serie de autores y a sus obras. Ahora, dÃas después me dispongo a escribir sobre dos de los narradores que conformaban ambas dos antologÃas y que han publicado recientemente dos novelas que, sin duda, requieren el interés por parte de la crÃtica. Si bien, dicho interés justificarÃa, en parte, este artÃculo, la posibilidad de reunir en un solo texto las novelas de Jenn DÃaz, Mujer sin hijo, y de Juan Soto Ivars, Ajedrez para un detective novato, se podrÃa entender como una velada contradicción ante la idea de una posible generación precaria, de la que estos dos autores formarÃan parte. El quinto de Los diez mandamientos para el periodista cultural, –derecho a contradecirse– publicados recientemente por Albert Lladó, ampara mi contradicción: «Que las ideas que te empujen no sean prejuicios. Seduce, pero deja espacios abiertos en tus convicciones para dejarte seducir», dicta Lladó en este mandamiento al que me aferro, a pesar de dudar acerca de mi posible contradicción. De hecho, lejos de rectificar las opiniones que hace apenas pocos dÃas tecleé en este mismo ordenador y tras haber hablado con los dos autores, la confianza en la denominación literaria de generación, en tanto que concepto crÃtico, se ha desvanecido todavÃa más y la puesta en paralelo de estas dos novelas, en un hÃbrido ejercicio de comparación, no hace sino confirmar mi escepticismo entorno al concepto generacional, un concepto tan manido como simplificador, un concepto que esquematiza a los autores y, en un intento de conglomerado, olvida en un segundo plano el análisis detallado de las obras, análisis que, dicho sea de paso, mostrarÃa la singularidad de cada obra narrativa.
«La literatura que escribo y leo no pertenece a ninguna generación», me comenta con contundencia Jenn DÃaz, definiéndose no solo como escritora, sino también como lectora, como una lectora que busca en las obras una identificación literaria que, nada tiene que ver con cercanÃa histórica o vivencias compartidas. DÃaz insiste: no solo rechaza el formar parte de una determinada generación, sino que confiesa no encontrar una particular afinidad con «autores o generaciones de hoy»; «con el cuento de Paula Cifuentes en Última temporada si siento conexiones, igual que con Lara Moreno o Iván Repila», añade DÃaz, «pero también me siento -o me quiero sentir- identificada con la literatura de Natalia Ginzburg», concluye. Asiento ante sus palabras, pues, a fin de cuentas, conceptos como los de generación son resultado de la necesidad de historiografiar la literatura, de encerrarla en parámetros histórico-estilÃsticos, unos parámetros que, cada vez más desdibujados, siguen presentes -demasiado- en la crÃtica y en los estudios contemporáneos.
«Yo me siento identificado con todos los escritores, de mi edad, mayores y muertos», me comenta Juan Soto Ivars; la ironÃa, siempre latente en sus palabras y en sus textos -espléndidos sus artÃculos semanales- , se desvanece cuando Ivars me comenta que, en verdad, a los autores «lo que nos mueve es el deseo de contar cosas, de ser escuchados. El estudio de las semejanzas y diferencias entre nuestras obras pertenece a los crÃticos, a los lectores, está fuera de mi labor». Ha sido precisamente la crÃtica la que ha acuñado el concepto de generación precaria, la misma crÃtica que, años atrás y como comentaba a lo largo de una entrevista Fernández Mallo, decidió reunir a una serie de autores y ensayistas bajo la denominada generación nocilla -nombre, además, proveniente de la obra narrativa de uno solo de los autores. La función de los crÃticos va más allá de la imposición de etiquetas generacionales, asà como va más allá de la mera categorización cualitativa de las obras reseñadas; huyendo de calificaciones tan vacuas como bueno o malo, mediático o underground, el crÃtico es el lector privilegiado que consigue ofrecer otra interpretación de los textos, una relectura, en muchas ocasiones, inaudita incluso para el propio autor. Lector privilegiado, el crÃtico es aquel que, sin prejuicios ni vicios de forma, se enfrenta a los textos y, como apuntaba Soto Ivars, consigue estudiar las semejanzas y las diferencias entre ellos. Dejando de lado las coincidencias cronológicas, ¿qué comparten Mujer sin hijo y Ajedrez para un detective novato? y, sobre todo, ¿por qué es necesario hablar de sus autores, Jenn DÃaz y Juan Soto Ivars?
Le pregunto a Soto Ivars sobre su narrativa: «como una lista de novelas, cada una de su padre y de su madre, que tienen en común el nombre de cubierta» y me comenta que, con esta tercera novela -después de Siberia y La conjetura de Perelman– «he querido reflejar lo que veo yo cuando miro a este paÃs». En Ajedrez para un detective novato, se vislumbra un paÃs teñido por el patetismo y la corruptela, por el mezquino deseo -y promesa- de escalada social y la venganza trapera; no hay valores éticos o sociales en los personajes de Soto Ivars, la ineptitud y la pasividad caracteriza al protagonista, tÃtere en manos de personajes de poca profundidad ética. A través de la parodia del género policiaco, Soto Ivars no solo busca una nueva manera de acercase a este género, tan frecuente en los estantes de las librerÃas últimamente, sino que consigue realizar un retrato irónico del tiempo presente, un tiempo en el que la lucha por la supervivencia se entremezcla con la picaresca e, incluso, con la delincuencia. La pasividad y la pérdida de valores que caracterizan a los personajes de Soto Ivars son la más cruda de las caricaturas de un tiempo al que el autor se enfrenta, a pesar de escapar -una vez más- de la definición de literatura social. «Â¿Se puede escapar a la actualidad social?», se pregunta Ivars, «siempre habrá cosas del tiempo del escritor, hasta en la ucronÃa más ajena», porque «huir de la actualidad es imposible».
Jenn DÃaz comparte la opinión de Soto Ivars; si bien afirma, con la misma contundencia de antes, que en ningún momento hay en su literatura una intención de intervenir en la actualidad social, pues, como ella misma confiesa, «no sabrÃa hacer literatura social, me interesa demasiado el intimismo y lo cotidiano para profundizar sociológicamente», DÃaz se enfrenta a la misma imposible huÃda que Ivars: «es imposible escapar de la actualidad y de las semejanzas con la realidad», comenta la autora de Mujer sin hijo, «siempre hay algo que queda manchado del hoy y el ahora, y si hay una buena coincidencia, como en mi caso, parece mucho más intencional de lo que es en realidad». Publicado poco antes de la reforma de la ley del aborto, Mujer sin hijo ha sido leÃda como una novela comprometida con la defensa de la libertad de la mujer a decidir sobre su maternidad. Bien es cierto que es la maternidad, como deseo o como rechazo, como imposición social o como imposibilidad biológica, el eje temático en torno al cual gravitan los tres relatos que componen el libro; sin embargo, Mujer sin hijo es una introspección entorno a los sentimientos de tres diferentes mujeres que, por distintas razones, no han podido ser madres; la maternidad se convierte en un deseo incumplido, en una realidad interrumpida por un fallecimiento inesperado o en una obligación social imposible de llevar a cabo. DÃaz construye una distopÃa para adentrarse, con una elegancia estilÃstica digna de mención y con un extraordinario retrato, sin excesos ni tópicos, de las protagonistas, en la realidad que rodea la maternidad, como experiencia vital y como sentimiento; la introspección de los personajes es paralela a la aguda y detallada caracterización de la realidad social en la que están inmersas las protagonistas: la familia, los conocidos, los poderes sociales, la moral oficial… Todos estos aspectos confluyen en esta novela, en parte distópica, que, sin embargo, en palabras de la autora, «no podrÃa entenderse únicamente como distopÃa o novela de ciencia ficción, porque como tales tienen bastantes vacÃos». Jenn DÃaz define su Mujer sin hijo como «una novela realista dentro de un mundo inventado, como podrÃa ser el realismo mágico».
El realismo distópico de Jenn DÃaz y la irónica parodia de Juan Soto Ivars representan la mirada, no panfletaria ni partidista, a la realidad en la que autores y lectores estamos inmersos. No hay buscar intenciones ocultas, ellos mismos rehúyen de ellas, asà como hay que tratar de determinar una caracterÃstica capaz de encerrar las dos novelas en un único marco. A la imposibilidad de huir de la realidad, de la contemporaneidad, se une la imposibilidad de huir de las lecturas que les preceden: de Natalia Ginzburg a Fred Vargas, de E. M. Delafield a Jardiel Poncela, de Alice Munro a Roberto Bolaño o a la ironÃa de John Kennedy Toole. Desde la disparidad, Mujer sin hijo y de Ajedrez para un detective novato comparten una nueva mirada literaria sobre el presente, una reescritura genérica y estilÃstica a través de la cual dejar alguna traza en este huidizo presente. Si como dice Walter Benjamin, de lo que se trata es de dejar alguna huella y, a la vez, de recuperar del olvido las huellas anteriormente dejadas, la crÃtica y los escritores estamos obligados a este compromiso. La lectura y la escritura son nuestro único medio.