Medusa. Ricardo Menéndez Salmón
Seix Barral (Barcelona, 2012)
“Ensuciar el velo levemente para transparentar lo que el velo ocultaâ€.
Pierre Michon y Ricardo Menéndez Salmón riman, y además consiguen que tras leer sus novelas acuda como un tonto al buscador de Google para intentar dilucidar si sus personajes son reales o imaginarios, tal es la potencia de lo narrado y el impacto de su invención, capaz de confundir la Historia con la ficción porque funden ambas coordenadas con pasmosa naturalidad y unos mecanismos que no sólo muestran habilidad para con las palabras: van más allá porque aspiran a la reflexión del contenido para dar a la literatura una categorÃa crÃtica que nunca debió perder.
Prohaska. Aproximadamente 352.000 resultados en 0,29 segundos. Abro el primer enlace. Herbert Prohaska nació el ocho de agosto de 1955 en Viena y es un ex futbolista austrÃaco. Tiene Wikipedia en castellano e inglés, pero como entenderán nada tiene que ver con Medusa, última obra del escritor asturiano que vuelve a sumergirse en los vericuetos del siglo XX para intentar comprenderlo mediante pequeños e importantes detalles.
El Prohaska del autor de La ofensa puede que parta de Jan Van Eick y su matrimonio Arnolfini. Asà deberÃamos entenderlo a partir de la secuencia inicial que nos sitúa en una obsesiva quete del horror por parte del narrador, quien visiona un breve filme de matemáticas y despiadadas ejecuciones en el campo de concentración de Kovno. Al final del silencioso metraje aparece la rúbrica Prohaska me fecit. Del Jan Van Eick fuit hic 1434 a la eficacia de la muerte industrial nazi median quinientos años de evolución capitalista. El refinamiento de querer ser reconocido como pintor del retrato de una familia emergente de pioneros flamencos ha cedido el paso a una frÃa coda notarial que desencadena las páginas que leeremos, puzle biográfico que recorre el Novecientos a través de un solo hombre que captó su demencial dimensión.
Uno de los aciertos de la última pieza de Menéndez Salmón, que debe leerse como un continuum en relación a sus anteriores volúmenes, es la ubicación espacial y cronológica de su principal protagonista. La primera parte de la vida de Prohaska transcurre entre 1914 y 1945, años de la guerra civil europea alentada por Alemania. El chico del norte padece desde su más tierna infancia la palpable amenaza de la guadaña. Su padre fallece en la Primera Guerra Mundial y su madre es una especie de sombra maldita que le desprecia. Esto produce un proceso de interiorización con leves destellos que anticipan el futuro con el ajedrez y el interés hacia las artes plásticas. Llega Versalles, transcurre Weimar y en 1929 el adolescente se traslada a BerlÃn, como si su aterrizaje a la capital, y por supuesto es asÃ, conllevara renacer en la era precipitada por el crack bursátil de Nueva York y el ascenso del nazismo.
En 1933 las tornas cambian desde ClÃo y en lo personal. Prohaska es reclutado por un miembro de la intelligentsia del NSDAP y se integra en la cadena fundamental. Al mismo tiempo su inserción en el panorama histórico con mayúsculas se entremezcla con un flechazo amoroso absoluto y el surgimiento de su única amistad: Jacob Stelenski, judÃo y preservador del legado del genio de cámaras, lienzos y celuloide.
Es interesante remarcar un aspecto. El protagonista recorrerá la atrocidad a lo largo y ancho de Europa. Presenciará la Guerra Civil Española, captará el inicio de la expansión nacionalsocialista y retratará a sus allegados mientras gira la rueda y la muerte, personal y colectiva, va infiltrándose en su cuerpo de manera simbólica, dejando heridas imperecederas. Sin embargo, su principal apuesta será de una coherencia que lo enmarca en una contradicción irresoluble. Será el mejor testigo de la hecatombe y cumplirá una premisa consistente en ser un hombre sin rostro, inasible para los mismos aparatos que usa para expresarse, lo que plantea la duda de si su actitud es la de un ser ético o simplemente la de un señor que no quiere salpicarse con la sangre que ha cimentado su prestigio. SerÃa ingenuo contemplar al pintor de la vida moderna como un individuo sin ideologÃas porque precisamente sus decisiones están determinadas por una avalancha de las mismas, nada anómalo para su tiempo.
Cada vez tengo más claro que las novelas de Ricardo Menéndez Salmón, y lo mismo ocurre con el ya mencionado Pierre Michon o los monumentos de Sebald, son ensayos encubiertos, más ágiles porque la prosa articula una trama, pero ensayos al fin y al cabo que reflexionan en voz alta y ofrecen una serie de ideas fuertes que se plasman a través de una poética de la imagen filtrada por los vocablos. Prohaska es más un estado mental que un ente fÃsico. Sus trabajos y dÃas soportan parones que son terapias para rehacerse del azar y la objetividad que aplica en su arte desde la pertenencia al engranaje del terror. Eso y saber sin plena conciencia, porque su acción acaece en un mundo fluctuante que genera incomprensión entre los que lo habitan, incapaces de dar en el diccionario con términos válidos para definir lo que padecen en sus propias carnes.
Aquà entra la velocidad contemporánea y el aprovechamiento de recursos hasta sus últimas consecuencias. Puede que Prohaska, como la misma centuria, lo intuyera, lo único irrefutable es que el artista del ojo es un huérfano perpetuo, un nómada que no puede morar tranquilo en la tierra donde presenció, como primer aviso, un masivo suicidio de arenques en el silencio del mar. Su periplo por el planeta que burla el elogio tradicional de la belleza, hundido a finales del siglo XIX por el avance tecnológico y refrendado con las vanguardias, y se sumerge en otras profundidades es una magnÃfica metáfora sobre lo cÃclico del mal, que vuela por el globo sin fijarse en razas ni banderas porque sabe de su indestructible potencia.
Llegará un dÃa, ya lo observa el propio narrador de Medusa, donde toda la extensión del planeta será fotografiada, y entonces la plaga, arquitectura pura y dura del hombre, habrá completado su labor porque no existirá el resquicio de la vÃa de escape. Si Prohaska se mueve, en un ligero indicio vilamatiano, es para desaparecer y no caer en lo estable que agudice sufrir desde la lentitud acelerada de lo cotidiano, cruento en lo exterior y devastador en lo mental.
Jordi Corominas i Julián
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