David Bowie: Starman. Paul Trynka
TraduccÃon de MarÃa Pildain Parra
Alba Editorial (Barcelona, 2011)
Lo más habitual es que los aficionados de los grandes Ãdolos del Pop conozcan las más básicas mitologÃas. Eso produce desconocimiento y una bonita confusión basada en la transmisión oral de anécdotas y episodios memorables.
En el caso de David Bowie este caos de datos, efemérides y fechas se acrecienta por la misma personalidad camaleónica del artista, uno de los pocos que a lo largo del ya fenecido siglo XX supo transformarse para sobrevivir y perpetuar su estela más allá de un momento concreto.
Me interesé por la biografÃa escrita por Paul Trynka por dos motivos. QuerÃa saber si The Rise and Fall of Ziggy Stardust habÃa sido concebido como una suite desde el principio porque su estructura es casi perfecta, tanto por montaje de las canciones como por la trama que contienen en su totalidad, donde cada pieza conecta con las demás de manera natural, sin innecesarios barroquismos. El otro motivo era averiguar si existÃa algún truco para el escandaloso, en sentido positivo, directo del Bowie de los setenta, cuando se comÃa el escenario y jugaba con él como pocos lo han hecho en las últimas décadas.
El libro editado por Alba, una editorial que deberÃa gozar de más reconocimiento, respondió a mis dudas y consiguió que me adentrara más aún en la vida del chico que desde su adolescencia tuvo un ojo de cada color y una consigna clarÃsima: ¡Número no, colega!
El estrellato, sin embargo, tardarÃa en llegar. Quizá la primera parte del volumen, como suele suceder cuando el protagonista vive su esplendor antes de la teórica madurez, sea la más interesante, porque nos muestra cómo Bowie creció en un ambiente tÃpico de una época donde ser joven e inglés podÃa conducirte hacia una senda artÃstica. Nacido en Brixton, donde hace pocos dÃas celebraran con entusiasmo el fallecimiento de Margaret Thatcher, el duque blanco fue educado en una familia donde su Ãmpetu venÃa más del padre que de la madre, y este factor repercutió en la balanza de su trato con ambos. Los inicios fueron difÃciles, pero sorprende que con tan sólo quince años ya exhibiera una determinación brutal por acceder al estrellato, misión que se reveló más complicada de lo que parecÃa.
Hay un vÃdeo de la BBC donde el autor de Fame muestra su ingenio precoz. Estamos en 1964 y un adolescente irónico y medio formal defiende la sociedad para la prevención de la crueldad contra los melenudos. Se llama David Jones, su voz es maravillosa y se defiende muy bien ante la cámara. Ocho años más tarde, con el apellido en homenaje a la navaja, lo hará aún mejor en el célebre programa Top of the Pops, instante que para Paul Trynka marca un antes y un después decisivo. No le quitamos razón. El chaval que ha pasado las de CaÃn para triunfar ha dado con la formula. Los creadores del montón copian, pero los genios roban hasta transformar el hurto en algo único y reconocible.
Sus múltiples intereses fueron durante los sesenta un paseo a trancas y barrancas hasta orientarse en la brújula del firmamento Pop. Se aventuró con experimentos, renuncias, intentos actorales, amistades con Marc Bolan, singles frustrados y malas compañÃas. El alba de la nueva década lo contempló inspirado. Ya habÃa salido, en una operación que fue la antesala de la victoria, Space Oddity. El hombre llegó a la luna y él aprendió a componer. Tras este paso adelante logró juntarse, algo básico para comprender el porqué de su boom, con los elementos adecuados, y la bomba estalló. Mark Ronson, los Spiders from Mars y una lÃnea que ya sólo fue ascendente.
Vemos a Bowie cantando Starman. SonrÃe y apabulla con su dominio escénico. La metamorfosis, el travestismo de las identidades se ha completado. Desde Ziggy nada fue igual, tampoco para él, que inauguró su era con la pesada losa de ser un icono cayendo en el marasmo de la droga y la locura de las giras. El caos, pese a todo, se tiñó de astucia y siempre logró salir a flote, reclutando a Iggy Pop y Lou Reed para la causa, consolidándose en varias facetas y malviviendo en un universo cargado de cocaÃna del que en parte le sacó John Lennon con sus consejos.
Lo dicho es una breve sÃntesis de una inmensidad, de la concentración de sucesos en pocos años del calendario. La extrema delgadez del marciano dio con sus huesos en BerlÃn, vuelta de tuerca que alteró otra vez los códigos y, de la mano de brillantes colaboradores, prosperó con una trilogÃa en la que destaca Low, quizá la gran perla, Lp que resume su capacidad para adaptar sus infinitos campos de interés a sus necesidades hasta convertirlos en algo propio, personal e intransferible. Esos capÃtulos del libro son mágicos porque evocan una época desaparecida, con la capital alemana dividida por el muro, personas besándose con metralletas alrededor y un atrevimiento a flor de piel, como si la anomalÃa fuera el acicate más profundo para subvertir y llevar la transgresión a una aceptación colectiva.
Trynka derriba mitos, perfila al personaje y apuntala la idea de un ser obsesionado, como por otra parte es comprensible, en el control de su carrera para no perder comba, absorber cualquier tendencia para seguir en la brecha y no caer en el anonimato, algo que en pleno siglo XXI asumió con el lujo de Houdini. Desaparecer para que hablen de ti, para que se pregunten qué ha sido de la omnipresencia y deslumbrar con cada aparición, como sucedió con su papel, uno más en su trayectoria interpretativa, en The Prestige.
Hay veces en que la reseña de una biografÃa posibilita jugar con claves interpretativas y desmenuzar sus entresijos. Starman de Paul Trynka merece ser leÃda y devorada por el lector, que con sus experiencias, emociones de nostalgia y un ojo de cada color podrá adentrarse más en una singladura que son muchas, infinitas fuentes en un solo cuerpo humano.
Jordi Corominas i Julián (@jordicorominas)
http://corominasijulian.blogspot.com