Verano en el lago. Alberto Vigevani
Traducción de Francesc Miravitlles
Editorial Minúscula (Barcelona, 2009)
Tras el cúmulo de páginas, de densas obras capitales (o no), de mamotretos en los que se vuelcan excesivas ideas, uno siempre acaba reconociendo la trascendencia y perdurabilidad de lo sencillo, lo cercano, aquello que nos aproxima a todos a través de la experiencia y que algunos autores saben transmitir sin necesidad de alardear de conocimientos más allá de los que se adquieren… viviendo.
Alberto Vigevani fue un hombre culto que vivió y disfrutó con los libros, no sólo escribiendo, sino también editando los textos que le interesaban en su editorial; difundiendo obras literarias a través de diferentes publicaciones (en especial el suplemento del diario Libera Stampa, que dirigió durante apenas 2 años, dejando una huella aún recordada); y vendiendo libros antiguos en su mÃtica librerÃa, cuyo nombre le sirvió también para bautizar a su editorial: Il Polifilo.
Rodeado de intelectuales, Vigevani logró ser considerado «el narrador de Milán», el escritor que más y mejor describió la capital de la región Lombarda, sin olvidar a sus gentes y costumbres. No es desmesurado afirmar que fue uno de los padres de lo que se denominó «neorrealismo», un género que propició grandes obras literarias y cinematográficas en Italia. Una buena muestra de ello es Verano en el lago, recuperada por Minúscula, un pequeño relato en el que el joven Giacomo, de apenas 14 años, pasa sus últimas vacaciones veraniegas infantiles, despertando a la adolescencia y a sus primeros deseos amorosos.
A pesar del tiempo transcurrido desde su primera publicación, en 1958, la historia de Giacomo nos parece eterna, tan cercana que muchos podemos sentirnos identificados con este chaval introvertido, amante de los libros de aventuras y retraÃdo con sus hermanos mayores de quienes se separa durante la narración por motivos obvios (Stefano y Clara viven pendientes de sus juegos de seducción y del deporte durante las vacaciones). Precisamente la soledad en la que se encuentra propicia que su atención se desvié hacia otro tipo de relaciones que acentuarán su transformación y carácter: Emilia, la nueva criada de la villa donde se hospedan, Andrew, un chico de 10 años delicado de salud, con quien mantendrá una estrecha amistad durante unos dÃas casi al final del verano y la madre de éste, la misteriosa mujer cuya mirada jamás olvidará.
A diferencia de otros relatos iniciáticos, Vigevani prescinde de descripciones excesÃvamente pasionales, focalizando la experiencia en la duda y, ante todo, la belleza, puerta por la que el protagonista entrará en su nueva etapa adolescente. Justamente el amor que le inspiran los personajes con quienes se relaciona viene dado por la belleza que transmiten. De ahà que ni la edad ni el género importen para que Giacomo se quede prendado de ellos, ni que el resto de participantes en el juego (los tres citados) eviten sucumbir, a su manera y en algún caso sin poder reaccionar, ante alguien tan especial. Es destacable y emotiva su relación con Andrew, con quien llega a establecer una amistad más allá de las palabras, basada en el respeto y el cariño.
Por supuesto, Vigevani no olvida los escenarios, ofreciendo una poética postal del entorno, de los paisajes de Menaggio y del lago Como (uno de los muchos que abundan en LombardÃa). Desde el inicio del verano hasta las primeras lluvias de septiembre acompañamos a Giacomo sentados en la barra de su bici y conocemos de primera mano los lugares por los que se mueve. En este punto hay que agradecer la sutil y delicada traducción de Francesc Miravitlles, tarea difÃcil y que podrÃa haber resultado empalagosa de no haberse respetado la prosa del maestro milanés.
Deseamos que se anime la publicación en España del resto de la obra de Vigevani, empresa necesaria para acabar de descubrir a uno de los grandes autores europeos del siglo XX.
José A. Muñoz
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