Luz de noviembre, por la tarde. Eduardo Laporte
Demipage (Madrid, 2011)
«Todas estas páginas no son sino otra pena en observación».
Una pena en observación, de C. S. Lewis, es el libro que Eduardo Laporte (Pamplona, 1979) regaló a un padre enfermo terminal de cáncer. Laporte perdió a sus padres en un breve lapso de tiempo. Cinco años después, decide emprender la travesÃa en el desierto de las páginas para conocerlos mejor y poner su propia pena en observación. El resultado es este libro de autoayuda con todos los matices imaginables. Escribir autoayuda parece un insulto pero no se me ocurre un término mejor para describir lo que tenemos entre manos. Autoayuda de Eduardo Laporte hacia sà mismo, porque en las páginas vierte la resina suficiente como para atenuar el hueco de una ausencia monstruosa, de habitaciones vacÃas y una casa que parece haber crecido desmesuradamente. Autoayuda porque quien lo lea, huérfano o no, mirará a sus padres de otra forma. Porque…
«Invertimos tiempo y dinero en pelÃculas de Isabel Coixet, en discos de Sabina que sabemos que nos gustarán a medias, revisamos la biografÃa de Woody Allen, apuntamos nombres de directores por conocer, indagamos en autores extranjeros, raros, menores. Es importante, sÃ, estar informado. Lo estamos a todas horas, pero siempre hacia afuera, rara vez hacia dentro. Tenemos miedo de nuestra propia memoria histórica, pudor, indiferencia. Preferimos las biografÃas de otros, siempre son más interesantes. La historia de lo nuestro no nos interesa ni a nosotros».
El libro de Laporte es una triple rebeldÃa ante la muerte. Primero, es el regreso de un hijo a la casa paterna ya desmantelada, a la casa que no tiene planos, la casa de la memoria, para rescatar todo cuanto pueda de esos perfectos desconocidos que son los padres. Segundo, es una desmitificación del propio proceso de putrefacción que representa la muerte, que en este libro toma la forma de un calmo salón de convalecientes, una montaña de cuidados paliativos y de nuevas relaciones familiares dentro de la propia familia. Tercero y más importante, es la rebeldÃa Ãntima de este escritor de raza (que se demuestra en cada observación, sensible y certera) para tomar el verdadero pulso a la pérdida. Con la seriedad y la cautela de un médico, con ese extraño humor dolorosamente humano de los médicos experimentados, Laporte prende entre los dedos la muñeca huesuda de la muerte y transcribe en las páginas su pulso. Sin dramatismo. Sin ningún morbo por la propia tragedia.
«Los pasillos de los hospitales parecen pintados con colores que si algo quieren es dejar de ser colores: son tonos avainillados, grisosos, febriles, imposibles».
La estructura del libro es la de la memoria. Años después de la insuficiente despedida, Eduardo Laporte agarra un cuaderno y deja que la memoria vaya dejando las cosas en su sitio. Pero el desorden propio de los artificios literarios resulta aquà totalmente natural. Sencillamente aparece el contorno del recuerdo entre las brumas. El lector, aunque no conoce a Eduardo Laporte ni conoce Pamplona ni sabe que su padre, Philippe Laporte, era un diseñador de moda, adivina primero borrosas siluetas, luego palabras, anécdotas y formas, y hacia el final del libro está viendo un retrato impresionista de esas dos personas perdidas, Philippe y MarÃa, los padres del autor. Y en este sentido, la misión de Eduardo ha triunfado: la muerte y el olvido ha sido derrotados. Los padres de Laporte vuelven entre las páginas a la vida. Si bien es una vida ligera, de papel y tinta, una vida sólo para los ojos, el lector termina este retorno desde los hospitales y la muerte con la sensación de haber conocido muy bien a esta familia.
«Descubro también, y ya era hora, la fuerza que puede tener un Sà o un No. Los estados intermedios nos dejan en un limbo que puede condenarnos, cuando menos, a la inacción. A un pesado malestar con el que nos acostumbramos a convivir».
Y toda enseñanza sobre la familia de otro es un aprendizaje sobre la propia familia.
Juan Soto Ivars