Y sin embargo, rocío: «Sarinagara», de Philippe Forest

Sarinagara. Philippe Forest
Traducción de Güido Sender Montes
Sajalín Editores (Barcelona, 2009)

Las casualidades no existen, y si existen sólo forman parte de la ficción. La vida real se rige por la ley de causa y efecto. Me abstengo, pues, a creer en las casualidades. Días antes de partir hacia un soñado viaje a Japón, recibí la petición de reseñar Sarinagara. Durante la travesía me sumergí en las páginas del libro mientras reposaba bajo un cerezo en Kioto, o al calor de Hiroshima, o bien entre las callejuelas de Takayama. Levantaba la vista de la lectura y mi percepción se entintaba de un color ámbar, el sabor del té verde se entremezclaba con historias de destierro, el canto de los monjes se acoplaba a versos efímeros. Allí me encontraba, grabando palabras, capturando imágenes, chasqueando la lengua. Sentía que viajaba dos veces al mismo tiempo, como en un laberinto de espejos. Pero a fin de cuentas, al regresar del viaje y al acabar el libro, concluí que todo es vacío. Porque cualquier lugar o cualquier lectura importa lo que todos, es decir, nada. “Porque todo es nada”, dice Philippe Forest.

sólo rocío
es el mundo, rocío
y sin embargo

Sarinagara significa ‘sin embargo’ en japonés. El título del libro responde al último verso de uno de los más célebres haikus del poeta Kōbayashi Issa. Así como los haikus anhelan resumir el universo en diecisiete sílabas, esa sola expresión conforma para el autor el disparador que lo motiva a escribir esta novela.

Sarinagara parece una novela, pero no lo es. Podría ser considerado un libro de biografías. La del propio Kōbayashi Issa (1763-1827), quizás el poeta de haikus más grande de todos los tiempos, hombre de mirada profunda, amante del vacío y de lo efímero, mientras sus contemporáneos europeos sólo se empeñaban en plasmar lo bello y trascendental. O la biografía de Natsume Sōseki (1867-1926), creador de la novela japonesa moderna, presa de una locura que le señaló su destino, aunque al final “se abandona extasiado al feliz sentimiento de la nada”. O también la biografía de Yasume Yamahata (1917-1966), el primer hombre en fotografiar a las víctimas y a las ruinas sembradas por la bomba atómica de Nagasaki, cuya visión le provocó similar sentimiento: vacío absoluto. O, más bien, Sarinagara podría ser considerada una autobiografía, la narración de la vida en Japón del propio Forest, escapando de los fantasmas surgidos tras la muerte de su pequeña hija.

Sarinagara podría ser un libro de biografías, pero tampoco. Es un exorcismo, una reflexión sobre los recuerdos de la infancia proyectados tangibles en la realidad adulta, un cavilar del alcance del mundo onírico en nuestros deseos de personas despiertas. Sarinagara es un intento de comprender la nada. Porque ¿existe exorcismo alguno que permita entender la tragedia que significa la muerte de un hijo? En absoluto. Ni siquiera el hecho de comprender la literatura, o de irse al extremo opuesto del mundo. En este sentido, Forest confiesa: “Sería incapaz de explicar satisfactoriamente por qué Japón nos pareció el lugar natural al que ir tras la muerte de nuestra hija, y por qué un vínculo necesario y oscuro unía en nuestra mente aquel país con los fantasmas de nuestra vida”. La nada, como las tragedias, no pueden explicarse con el lenguaje escrito.

Por tal motivo, Forest utiliza las historias de estos tres artistas japoneses como catalizador para comprender su propia nada. Tres artistas que fueron en búsqueda de su nada, coquetearon con ella, la enfrentaron y en ella basaron su vida y obra. Por cuestiones profesionales, Forest conocía holgadamente a Issa y a Sōseki. No así a Yamahata, a quien el autor escogió para obtener el contrapunto de un artista visual, de un testigo no tanto de una tragedia, sino del hipérbole del concepto de tragedia.

Kōbayashi Issa

Un verso

Kōbayashi Issa escribió su vida como los versos de los haikus que componía. Ya de joven decide cambiarse el nombre que sus padres le dieron por el de Issa, que significa taza de té. Contemplando el agua verde de las hojas depositadas en el fondo de su taza, lee la forma de su nombre: “abandona su yo por nada, él mismo se convierte en esa nada”. Años después ve morir a su madre. Ve morir a sus tres hijos. Ve morir a su esposa. Tiene otra hija con una segunda mujer, pero después de algunos años la niña también fallece. Tanta tragedia resume en Issa la sensación de que la poesía es “una expresión del perpetuo desastre del tiempo, la destrucción de la vida a la que sólo sobrevive el infinito deseo”. La poesía no ofrece memoria, sino sólo paz. Paz, olvido y la nada misma. Porque todo es nada. Pero Issa añade: “…y sin embargo”.

Natsume Sōseki (Foto de Ogawa Kazumasa)

Una novela

La vida de Natsume Sōseki, el más grande narrador japonés contemporáneo, fue una novela plagada de espinas. Traductor de chino e inglés, profesor de literatura y considerado una joven promesa cultural por el gobierno de su país, recibe una beca para estudiar en Occidente, en el preludio del siglo pasado. Así abandona a su esposa embarazada y, tras un periplo de seis meses en barco, recala en Londres, ciudad que lo aliena hasta enloquecerlo. Es una locura precursora, producto de la grieta que empieza a abrirse entre Oriente y Occidente. Sōseki escribe: “El arte, la literatura, la moral, la industria y el comercio son todo mezclas del Este y el Oeste. Los textos japoneses se leen de abajo a arriba empezando por la derecha; los libros occidentales, de izquierda a derecha y en sentido horizontal. La armonía es imposible (…)”. Dos años después regresa a Japón, y allí trata de encajar nuevamente en aquel mundo pretérito. Pero su vida matrimonial es un tormento, y años después su hija más pequeña muere repentinamente. Sus novelas acusan estos impactos, ficciones que anidan pesimismo y desesperanza. Así es como también Sōseki “se abandona extasiado al feliz sentimiento de la nada”. Finalmente muere escribiendo, derrumbándose sobre los papeles de una novela inconclusa con la que intentó narrar la muerte de su hija.

Yosuke Yamahata

Una imagen

Después de haber sido testigo de las numerosas masacres cometidas por el ejército japonés en China, de haber actuado como fotógrafo oficial del emperador y de documentar victorias e invasiones varias con un único fin propagandístico, el fotógrafo Yosuke Yamahata recibe la orden de capturar imágenes tras el lanzamiento de la bomba atómica de Nagasaki. El mundo aún no conoce el real significado del concepto “bomba atómica”, ni siquiera quienes la lanzaron. Por eso Yamahata se ve allí como un testigo indigno,  escandalosamente vivo entre tanta materia ennegrecida, entre órganos humanos, en aquel mar de  abstracción. Con dolorosa indiferencia fotografía sobrevivientes que luego dejarán de serlo, calles  pulverizadas, una sonrisa obscena, una madre amamantando. Fuma entre las ruinas con el deseo de no  salvar a nadie, sólo de obtener las mejores imágenes. Días después, al revelarlas, el horror de las fotos se le pega en las retinas con una violencia que lo perseguirá por siempre. Comprende que toda imagen –al igual que los recuerdos– es más verdadera que la verdad misma, ya que “nos permite percibir esa realidad en toda su patética plenitud, porque nos obliga a volverla a mirar, porque nos la entrega”. A diferencia de Issa y Sōseki, Yamahata no sufre la muerte de ningún hijo. De hecho acaba sus días como una persona rica, con un prestigio granjeado en parte por aquellas imágenes. Pero el vacío de haber estado en un lugar del que no se puede volver es la sombra –la vacía sombra– que se proyecta hasta el fin de sus días.

Philippe Forest (Foto: Sajalín Editores)

Un exorcismo

Forest y su esposa huyen de su propia tragedia mudándose al lado opuesto del globo. Pasan temporadas en Kioto, en Tokio y en Kobe. El viento del Pacífico los mece como hojas de cerezo. Forest se ve como un paria,  pero en Kioto siente haber estado ya en esa ciudad a la que nunca había ido. Se sumerge en un déjà-vu que lo conduce a los recuerdos de su infancia, a colinas color ámbar, a memorias que acaban siendo más reales que la realidad misma:

Di algunos pasos todavía, y llegado a la cima de la colina, completamente solo, me di la vuelta y vi abrirse las puntas de los largos bambúes que el panorama disimulaba. La colina dominaba todo Kioto. La ciudad se   extendía hasta el oro triste y suave de la lejanía. El aire de la tarde y el sol difuminado tras las nubes otorgaban al paisaje el color exacto de mi viejo sueño. Ante aquel espectáculo sentía mucho más que la sensación de un  recuerdo. Había tocado con el dedo una certeza alojada desde siempre en mi cerebro, que para manifestarse había requerido un resorte mental del que era incapaz de adivinar el origen o la naturaleza. El ámbar del cielo me indicaba que nada de lo que había ante mis ojos existía. Sin embargo, aquella ilusión me parecía la garantía de toda verdad y de toda alegría.

Cuando Forest visita Kobe, la ciudad aún se está recuperando del devastador terremoto sufrido años atrás. Enfrentarse a esta tragedia le genera aún más empatía con la tierra que visita, ya que no sólo sus recuerdos se entremezclan en su percepción, sino también con una realidad que se licua y se fusiona con su propio dolor. De esa forma, con una prosa estupenda y lejos de cualquier tópico, Forest se resiste a idealizar Japón, aunque no puede evitar pensar que fue una liberación soñada, una llave lejana que le abrió la puerta hacia la nada. “Es el país de después, donde sobrevivir a la verdad adquiría sentido, donde no había que elegir entre  recuerdo y olvido”.

Las casualidades no existen. Que llegara a mis manos un libro sobre Japón justo antes de viajar a Japón; que el libro tratara de las pesquisas de un escritor al otro lado del mundo para extirpar un dolor; que para esas pesquisas el autor se haya valido de la vida de tres artistas… Que todo esto haya tenido lugar al mismo tiempo no es casual. Todo responde a una ley, la de causa y efecto. Tras haber regresado del soñado viaje, tras haber disfrutado de la lectura, he buscado entender el por qué. Pero ¿por qué? Mejor es no sacar conclusiones de lo que nos pasa, mejor es no explicar el universo. A fin de cuentas todo acaba en la nada. “Todo es nada”.

Pero Issa añade: “…y sin embargo”.

La edición

Sajalín Editores es una joven editorial barcelonesa que ha decidido acercar grandes obras extranjeras contemporáneas desconocidas al público español. Nada había antes traducido de Forest en nuestro panorama, y qué acierto ha sido el rescatar esta obra conmovedora. Una edición impecable –con una excelente traducción de Güido Sender Montes– que se suma a otras interesantes propuestas como El paseo de Rostock a Siracusa, de Friedrich Christian Delius, o Indigno de ser humano, de Ozamu Dazai.

El autor

Philippe Forest (París, 1962) es doctor en letras. Enseñó literatura francesa en prestigiosas universidades inglesas, y actualmente es profesor de literatura comparada en la Universidad de Nantes. Autor de decenas de ensayos, muchos de ellos versan sobre la pasión que le merece la literatura japonesa. Los temas de sus novelas, empero, están marcados por la desaparición de su pequeña hija, muerta de cáncer a la edad de cuatro años. De su pluma han nacido las obras L’Enfant éternel (1997), Toute la Nuit (1999), Le nouvel  amour (2007) y Tous les enfants sauf un (2007). En 2004 obtuvo el prestigioso premio Decémbre por Sarinagara.

Franco Chiaravalloti
http://decatisondeteibol.blogspot.com

Franco Chiaravalloti

Franco Chiaravalloti (Buenos Aires, 1979) Reside en Barcelona desde 2003, ciudad en la que cursó sus estudios de posgrado en Literatura Comparada. Vivió en Argentina, Italia, Inglaterra y Kenia. Especialista en narrativa breve, desde 2010 imparte clases de cuento y microrrelato en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès. Ha publicado los volúmenes de relatos 'Como un cuentagotas que se presiona suave, muy suavemente' (Hijos del Hule, 2009), 'Esos de ahí afuera' (Talentura, 2015; edición argentina de Baltasara, 2020) e 'Insular' (Tres Hermanas, 2020). Además, ha colaborado en numerosas antologías de narraciones breves e hiperbreves, tanto en España como en Argentina. En 2019 formó parte de la comitiva que representó a Barcelona en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

4 Comentarios

  1. Acabo de comprar el último libro de Sergi Pamies LA BICICLETA ESTÀTICA.
    Son 19 cuentos cortos, alguno de dos o tres páginas, los que he leído, que no son todos, me han parecido GENIALES, pienso que es un gran narrador. Es capaz de convertir lo simple y cotidiano en buena literatura.
    Roser

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