Jed Mercurio: «JFK nunca tuvo remordimientos por sus infidelidades»

Jed Mercurio sorprendió hace apenas un año con la publicación de una novela en la que reflejaba, de manera detallada y con un descaro que muchos tacharían de «irreverente», las andanzas libidinosas de John Fitzgerald Kennedy. Bajo el título de Un adúltero americano, que acaba de sacar del horno Anagrama, con una estupenda traducción de Jaime Zulaika, se esconde un retrato tan divertido como trágico de uno de los personajes más importantes del siglo XX.

Jed Mercurio (Foto © Niall McDiarmid)

Mito que se vio rodeado de otras personalidades no menos trascendentales (Marilyn Monroe, Frank Sinatra o J. Edgar Hoover, entre otros, también se convierten en personajes de la trama), JFK no sólo ejerció de Presidente de los Estados Unidos y de mujeriego sin parangón, sino que también fue un gran enfermo, acumulando tantos males que, con 40 años, apenas podía atarse los zapatos sin ayuda. En la famosa película de Zapruder, se advierte como, debido a la opresión de la faja ortopédica que le mantenía rígido, le resultó imposible inclinarse para intentar ocultar su cuerpo del punto de mira del francotirador tras recibir el primer impacto de bala, siendo abatido a los pocos segundos.

Esta visión basada en hechos reales, no exenta de la acidez propia de los británicos, es obra de un narrador y guionista de televisión que controla con mano firme el arte de la seducción con sus lectores.

Tengo entendido que tu primera idea para este libro era la de retratar a un adúltero ficticio. ¿Cómo llegaste a hacer protagonista a JFK?

Quería escribir sobre un personaje que tuviera una gran contradicción entre su vida pública y la privada. Todas ellas me llevaban a la adicción sexual. Investigando sobre el tema, siempre aparecían referencias sobre Kennedy. Entendí que debía ser el personaje central. Si hubiera tenido una visión de futuro podría haberle dedicado la novela a Tiger Woods. En cualquier caso, en lo que respecta a JFK, encontré otro atractivo en el que quería profundizar como médico: la cantidad de enfermedades que padecía. Con mis conocimientos, focalizando la atención en los aspectos clínicos, logré seguridad para escribir sobre él y su vida privada, la que no suelen abordar los biógrafos.

Al trabajar con personajes tan conocidos y, en cierta manera, tan delicados de manejar, como la familia del Presidente, Marilyn Monroe, Frank Sinatra…, ¿te has frenado para no mostrar más de la cuenta?

No. Era muy consciente de lo que estaba haciendo y de dónde estaban los límites. Tampoco quería pasarme de la raya ni descubrir grandes cosas. He escrito sobre detalles que son, más o menos, conocidos, aunque no se habían llegado a abordar de manera novelística.

Admites tu admiración hacia JFK, pero ¿no crees que practicaba la política de la misma manera que el sexo? Lo muestras muy impulsivo, de decisiones rápidas, de igual manera que sus encuentros sexuales.

Mucha gente se comporta en el trabajo movidos por sus impulsos personales más que por los intelectuales. En el caso de JFK, creo que era un hombre muy compartimentado. Tenía su salud, su vida privada y su política. Y abordaba cada aspecto de la vida de manera individual. No hubiera llegado a Presidente si el hecho de estar tan enfermo y ser tan mujeriego influyera en su vida política.

Una de las conclusiones de tu libro es que parte de la causa de su líbido venía dada por los medicamentos que tomaba, muchos de ellos de tipo hormonal.

Quizás afectaran, pero no se sabe a ciencia cierta en que proporción, porque antes de comenzar a enfermar ya era un mujeriego. Lo que sí he detallado es la manera en que le afectaba psicológicamente el sexo, ya que se sentía muy recuperado después de practicarlo, incluso más capacitado para seguir trabajando.

Me gusta ese distanciamiento que, como narrador, has tomado en la novela. Aplicas la técnica del «informe médico», similar a las anotaciones que pueda hacer un psiquiatra sobre su paciente. Y se percibe también con las reflexiones, que son las que, presuntamente, se haría el propio Kennedy.

No quería que se viera la novela como un tabloide de los que cubren las grandes informaciones. Mi objetivo era reflejar las cuestiones cotidianas sin tener el punto de sensacionalismo que ofrecen las revistas. El distanciamiento que dices me ayuda a ser espectador y contemplar al personaje y sus acciones.

(Anna Jornet, responsable de prensa de Anagrama, me confesaba, antes de la entrevista, que Mercurio tuvo acceso a las agendas presidenciales conservadas en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, donde se detalla de manera pormenorizada todas las actividades diarias de JFK durante su mandato, lo que reafirma esa visión de «espectador» rutinario que comenta el autor).

¿Qué quisiste aportar a la obra con la incorporación de fragmentos de los discursos del Presidente?

Muchos de sus speeches son sobradamente conocidos, pero otros, como los referentes a los afroamericanos o al poder nuclear, a pesar de su importancia, han quedado en segundo plano. Quería recordar en qué se basaba su política, en qué estaba implicado y su opinión respecto a la situación social de la época tanto a nivel nacional como mundial. Los utilizo como refuerzo a lo que te comentaba antes de los compartimentos, para hacer ver que su situación personal no le desvió del trabajo que desempeñaba, por muy difícil que le resultara a veces.

JFK con su familia, en agosto de 1962 (Foto: Cecil W. Stoughon)

Como marido y padre ejemplar que era, ¿crees que en algún momento pudo tener sentimiento de culpa debido a las permanentes infidelidades?

Como ficción, al final sí he incluido la culpa, cuando muere el hijo recién nacido y reflexiona sobre su vida,  pero en la vida real no creo que tuviera remordimientos. Para él era una necesidad estar con mujeres fuera del matrimonio y no debió sentir ninguna culpabilidad por ello.

Las escenas en las que describes su vida familiar son muy idílicas, intimistas, incluso aquellas que pudieron haber generado tensión con Jackie, como cuando su marido le recrimina el excesivo gasto en ropa, las resuelves de una manera muy dulce, sin conflictos.

Es cierto. Hay cierta duda sobre cuánto sabía ella sobre las infidelidades de su marido. Evidentemente, tenía conocimiento. Pero la Primera Dama participaba en el juego para no humillarle discutiendo. Era algo que todo el mundo sabía, pero existía un pacto de silencio en el que todos eran cómplices. Al contrario que lo sucedido con Bill Clinton.

Leí en alguna entrevista que, en tu opinión, a JFK le salvo su muerte. ¿Tan claro tienes que le quedaba poco tiempo de vida?

Es imposible saberlo, aunque en el libro funciona esa teoría. Los diagnósticos médicos son imprevisibles, lo que funciona para uno, puede fallarle al resto.

Como profesional, ¿crees que fue bien atendido por los médicos?

(Risas) En aquella época no había tantos conocimientos como ahora, sobre su condición física. Tomaba muchos esteroides y se sabía muy poco de sus efectos secundarios, que ahora se conocen y está demostrado que son muy serios. No eran muy conscientes de lo dañino que podía resultar. Además, JFK consultaba con varios especialistas que se iban contradiciendo y provocaron daños irreparables al medicarle.

JFK con Nikita Jruschov, otro de los protagonistas de la novela, en 1961 (Foto: Museo del Departamento de Estado durante la Presidencia de John F. Kennedy)

Tu novela nos presenta a un JFK más humano que el de biografías rigurosas, involucrado en situaciones muchas de ellas inéditas hasta ahora. En tus investigaciones sobre el personaje, ¿qué es lo que más te ha sorprendido del Presidente?

Lo enfermo que llegó a estar, siendo tan joven. Y sus discursos sobre los derechos humanos, no había percibido lo directos y claros que eran hasta que los revisé para este libro.

En algún pasaje mencionas la lista de enfermedades que padecía y es cierto que resulta increíble como pudo mantenerse en activo y mostrándose aparentemente sano en todas sus apariciones públicas.

Siempre estuvo enfermo y convivió con ello. Es admirable la manera en que decidió que sus dolencias y las altas dosis de medicamentos que recibía no afectaran a su vida política. Se impuso una barrera que nunca cayó.

Has debido controlar mucho la cantidad de información que ofrecías para no saturar al lector con demasiados tecnicismos. He llegado a leer una crítica de The Washington Post en la que se decía que el libro no era de pornografía sexual sino de pornografía clínica. No estoy de acuerdo, porque lograste un equilibrio perfecto y muy divertido, narrando, incluso, algunas situaciones (como las reuniones  en el Gabinete Presidencial o los conflictos internacionales) haciendo uso de analogías médicas.

Gracias. Sí, aunque también he compartimentado cada parcela de la vida de JFK en la ficción, hay momentos en que estos confluyen en la novela, como debió suceder en la realidad.

Ha pasado un año desde la publicación de Un adúltero americano. ¿Hay algún nuevo proyecto a la vista?

Estoy trabajando en la adaptación al cine. Hay tres productoras británicas interesadas en llevar a cabo el proyecto, así que espero que muy pronto se pueda anunciar la preproducción de la película.

José A. Muñoz


José A. Muñoz

José A. Muñoz (Badalona, 1970), periodista cultural. Licenciado en Ciencias de la Información, ha colaborado en varias emisoras de radio locales, realizando programas de cine y magazines culturales y literarios. Ha sido Jefe de Comunicación de Casa del Llibre y de diversas editoriales.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Diálogo con Boris Pahor, por Jordi Corominas i Julián

Next Story

Y sin embargo, rocío: «Sarinagara», de Philippe Forest

Latest from Entrevistas