Pierre Drieu la Rochelle, el aciago seductor.
Enrique López Viejo
Melusina (Barcelona, 2009)
“Yo he pensado más en las mujeres que Dios en los hombresâ€
“Se es humano en la medida que le hacemos trampa a nuestros dogmasâ€
Ambas frases son de nuestro protagonista, Pierre Drieu la Rochelle, hombre contradictorio entre lo sublime y el excremento de quien cae en la mayor tentación destructiva del mundo contemporáneo travistiéndola en salvación elitista. Enrique López Viejo ha escrito su biografÃa, que desde la misma portada plantea preguntas sobre el galán francés con tendencias suicidas.
Contornos definidos, ojos sabios. Miran a la cámara, conocen la esencia de la seducción. Labios carnosos, frente ancha. Y nostalgia, mucha nostalgia de la nada. Su vida fue una novela de rasgos ambiguos, una carrera dividida en mil etapas por la variedad de objetivos a los que aspiró desde su soledad, estigma que padeció desde su más tierna infancia.
Nacido en Paris el 3 de enero de 1893, Pierre tuvo la mala suerte de ser ignorado por sus progenitores, un padre demasiado preocupado por dilapidar la fortuna familiar y una madre resignada a llevar una vida que no querÃa. Tuvo como única compañÃa a su abuela, preocupada por futuro del niño, brillante en los estudios y enfermo de literatura, consuelo de tardes silenciosas a la espera de una caricia que si llegaba parecÃa un milagro. Esta última frase no debe confundirnos. El autor de la biografÃa publicada por Melusina no ha querido hacer un retrato dulce del polifacético escritor galo, deja las hagiografÃas para la iglesia, pero es perfectamente consciente de lo decisivo de los primeros años vitales a la hora de esbozar la personalidad, y en sus palabras simplemente muestra su opinión documentada, bien hilvanada y apuntando constantes datos de interés, para con una figura a la que no desea rehabilitar por mucho que sepa de su atractivo repleto de modernidad en determinadas cuestiones como el sexo y la hiperactividad de quien quiso brillar en todo y sólo logró relativa gloria después del último suspiro.
El niño abandonado aterrizó en la adolescencia y descubrió las gracias del mundo. Las mujeres y el viaje se instalaran en su alma como verdades fundamentales a las que nunca sabrá renunciar. En el campo de la conquista las prostitutas allanarán su voracidad; su deambular por el planeta le permitirá abrazar con pasión la moda oxoniana, tweed y franela para distinguirse y ser un excéntrico caballero en las Galias, su gran amante, la patria por la que arriesgará toda su fortuna al tablero y perderá por obcecación narcisista de unos ideales con fecha de caducidad.
Cuando estalle la Gran Guerra sentirá la necesidad de alistarse y transcurrirá la pesadilla europea entre campos y heridas. Charleroi, Deauville, Champagne, Marsella, Los Dardanelos, Verdún y un puesto como intérprete en el Alto Estado Mayor con el amigo americano, y las americanas. Ha estudiado, triunfado y fracasado en Ciencias polÃticas, se ha casado con una mujer con la que no se acuesta pero que le asegura bienestar económico, y entre todas estas vicisitudes ha conocido al editor Gaston Gallimard, amigo impagable que le introducirá en los cÃrculos cultivados de aquel Paris de ensueño que en nuestro recuerdo idÃlico queda como un paraÃso perdido donde la flor y nata de la intelectualidad ayudaba a configurar los puntos calientes del siglo pasado. El dandismo de Pierre será una anomalÃa acrecentada por sus opiniones polÃticas, verdadero puntal de su creación, originalidad precursora que arruinará cuando exhiba sin tapujos su creencia en el fascismo como redentor europeo.
Los años veinte y la agitación del insaciable
El fin de la guerra lo recibirá entre la decepción y la esperanza. Decepción por no haber mostrado ningún tipo de heroicidad bélica. Esperanza por su incipiente carrera literaria y los cauces que toma su rÃo, lleno de insignes amistades y promesas de un óptimo porvenir literario. Publica artÃculos, poemas y obras de teatro. Es mencionado en la Nouvelle Revue Française y postula nuevas formas polÃticas revolucionarias al hablar de constituir los Estados Unidos de Europa con capital en Ginebra. Condena las patrias, defiende la tradición y propugna el poder para una oligarquÃa antidemocrática, ideas estridentes, parcialmente bien acogidas cuando en los años treinta suene la hora de la esvástica y las democracias se tambaleen por el empuje del totalitarismo. Sus años veinte son un perÃodo, no podÃan ser de otra manera, de luces y sombras, años de ruptura con Louis Aragon y de amor fraternal con André Malraux, estrella emergente que conocerá en 1927, cuando contrae matrimonio con Olesia Sinkiewicz, mujer que no podrá combatir contra su Ãmpetu seductor, gloria efÃmera de romances, aventuras y fiestas galantes a lo largo y ancho del Viejo y el Nuevo Mundo, aletargados justo antes de la crisis que todo lo altere.
La inestabilidad lo recibirá vestido de madurez. En 1931 rechaza la Legión de Honor y escribe la que quizá es su mejor novela, Fuego fatuo, obra en la que vuelve a flirtear con la idea del suicidio, macabra predilección que le acompañaba desde los seis años, momento en que se planteó por vez primera la posibilidad de expirar por voluntad propia. Lo acabará logrando durante los idus de marzo de 1945, pero antes sembrará el camino de bombas poco aconsejables, retales monstruosos que le llevarán a Alemania y a convencerse de las bondades del nazismo.
Hacia el adiós
Drieu la Rochelle se sintió incomprendido y poco valorado; no cabe descartar que ese sentimiento produjese una tormenta en su sempiterna voluntad reflexiva para paliar el malestar y encontrar reconocimiento aliándose con las fuerzas ejecutoras de lo que consideraba el futuro. En 1934 escribe Socialisme fasciste y dos años más tarde, como reacción al surgimiento del Frente Popular, se inscribe y participa activamente en el fascista Partido Popular Francés, del que saldrá desengañado para reengancharse durante la ocupación alemana, a la que recibirá siendo amante de la mujer del empresario Renault y director, una herejÃa en toda regla, de la Nouvelle Revue Française, una de tantas condenas que le catapultarán a la ignominia una vez llegue 1944 y la liberación destape el cielo de nubes genocidas. No tenÃa escapatoria. Su esfuerzo por liberar de los campos nazis a conocidos y amigos era una minucia si lo comparamos con sus declaraciones y escritos. Defendió al nuevo superhombre y el dominio de la élite. Habló de suprimir Senado y Parlamento. Quiso expulsar a los refugiados polÃticos y a los extranjeros, además de desear establecer una colonia judÃa en Madagascar y elogiar en público la figura de Adolf Hitler. Era un colaboracionista en toda regla que habÃa sellado su condena, por eso se preparó para el final, primero con un frustrado intento de suicidio salvado por sus dos esposas, que le dejaron un poco más de tiempo para esconderse, ordenar sus papeles para la posteridad, rechazar vÃas de escape, obsesionarse con la figura de Van Gogh e introducir en su boca un tubo de gas para decir adiós y no rendir cuentas a los vencedores del conflicto más atroz de la historia de la Humanidad.
Jordi Corominas i Julián
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